En el dolmen de Las Agulillas

viernes, 15 de marzo de 2013


¿Una sepultura musulmana en un cementerio cristiano en Venta los Locos (Cardeña)?

            En abril de 1922 el auténtico “padre de la Arqueología” de los Pedroches, Ángel Riesgo Ordóñez, descubrió, según indica en sus memorias, cuatro sepulturas “entre Venta los Locos y el cerro de los Añorones”; de uno a otro lugar hay apenas un kilómetro. Las tumbas eran similares a las trescientas que excavó en los Pedroches, y que describió él mismo: “Están formadas por una cámara de sección trapezoidal, con paredes de grandes losas colocadas verticalmente, cubiertas con enormes piedras y losas de estructura irregular según se hallaban en las canteras o errantes por el campo, perfectamente acopladas unas a otras, retocadas sus junturas con otras pequeñas piedras y barro, con el fin de que no pudiese entrar en ellas tierra ni agua”.
            De estas cuatro sepulturas tres eran contiguas y paralelas entre sí, mientras que la cuarta estaba separada del grupo y casi perpendicular a las otras tres.

Imagen 1: Reconstrucción de las sepulturas "entre Venta los Locos y el cerro de los Añorones" excavado por Ángel Riesgo en abril de 1922 (según Vicent, 1993, 120).




            La descripción sobre las mismas que dejó Ángel Riesgo es la siguiente:
1ª sepultura. Dimensiones 200 x 90 x 80 x 70 cm, tapa de una sola losa. Contenía dos esqueletos completamente descompuestos. El del hombre boca arriba con los miembros extendidos; la hembra a su izquierda acostada sobre su lado derecho, replegados sus brazos hacia su cabeza y ésta sobre el pecho del varón, hallando:
1 arete o zarcillo Nº 1 (M. Aulló) [39480 MAN] de cobre muy ordinario, como un trozo de alambre, bajo la cabeza de la hembra.
1 plato de cristal Nº 1 [39370 MAN], finísimo, color verdoso. Obsequiado a don Manuel Aulló.

Imagen 2: Plato de cristal encontrado en la primera sepultura (Vicent, 1999, 123).


  
2ª sepultura a la izquierda de la anterior, de niño, de 150 x 50 x 40 x 50 cm, sin restos humanos, contenía: una cacerola, Nº 5ªA [39282 MAN], forma de cacerola tipo Nº 25 de Aguilillas, fº 85, que obsequié a don Vicente Brú, Ingeniero de Montes.

Imagen 3: Cuenco de barro de la segunda sepultura (Vicent, 1999, 123).


3ª sepultura, la tapa de una sola losa, 200 x 90 x 80 x 70 cm. A la derecha de la primera, conteniendo dos esqueletos. El del hombre boca arriba, miembros extendidos y la hembra acurrucada a los pies de la sepultura, de la que se desprendió la cabeza que rodó hasta la altura de la cadera del hombre. Los esqueletos se descomponían al tocarlos, pudiendo recoger solamente la parte superior de una calavera. De la sepultura se obtuvo: un plato de cristal Nº 00, completamente roto, no recogido.

4ª sepultura. A la derecha de las anteriores a 3 m de ellas y casi perpendiculares a las mismas, llena de tierra y sin restos humanos ni ajuar.”

            La descripción de Riesgo de dos esqueletos abrazados es muy romántica, pero más bien debió de deberse a una reutilización de los sepulcros. Las piezas halladas pasaron a poder del ingeniero Manuel Aulló, jefe de Ángel Riesgo, encontrándose en la actualidad en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, cuyo número de inventario se recoge arriba junto a su descripción.
            En otro momento entraré en la cuestión del significado de esos objetos en las tumbas para detenernos sólo en la semejanza de las tres primeras sepulturas en cuanto a orientación y contenido, y en su diferencia con la cuarta en estos aspectos.
            No tenemos de ellas sus cronologías absolutas, pero la cruz patada que aparece labrada en el fondo de algunos platos de vidrio similar al encontrado en Venta los Locos apunta a los siglos VI-VII. El grupo de tres sepulturas contiguas es característico de este tiempo.
Los cristianos del fin de la Antigüedad y comienzos de la Edad Media habían abandonado la cremación del periodo romano imperial, y enterraban a sus muertos bien en fosas abiertas en la tierra, en sarcófagos exentos –de piedra, madera o mármol– o en tumbas abiertas sobre la roca, en posición de decúbito supino, boca arriba, y con una orientación de la tumba este-oeste, con la cabeza mirando a Tierra Santa. Los ajuares son frecuentes en las tumbas cristianas de los siglos VI y VII, distinguiéndose entre objetos de adorno personal (pendientes, anillos o hebillas de cinturón) y otros depositados con un carácter ritual (sobre todo jarros, pero también platos de vidrio como en este caso).
No sólo por la arqueología, también por las fuentes literarias conocemos cómo era depositado en ellas el cadáver: cuando el califa Abd al-Rhamán III exhumó el cuerpo de su enemigo Umar ibn Hafsún para execrarlo, comprobaron que lo habían enterrado al modo cristiano, con orientación este-oeste y el cuerpo en decúbito supino (Umar inb Hafsún fue muladí, es decir, musulmán de origen hispano; tras rebelarse contra los omeyas volvió a la fe de sus mayores, el cristianismo, con cuyo ritual fue enterrado). El califa y sus contemporáneos distinguieron entre este forma, cristiana, de enterrarse, de la que ellos empleaban: el ritual funerario mahometano es fácilmente reconocible, exige “el depósito de los cadáveres en estrechas fosas en las que entierra al difunto acostado sobre el lado derecho” (Manzano, 2006, 269), normalmente con una alineación de la tumba norte-sur o nordeste-sudoeste. El cadáver, desnudo, se depositaba en la sepultura envuelto en un sudario, por lo que en las tumbas de islámicas no existen ajuares funerarios.

Imagen 4: Necrópolis de Marroquíes Bajos (Jaén): en primer plano, tumba musulmana alineada (norte-sur) con otras dos arriba; entre ellas, una tumba cristiana orientada (a saliente) con otras tres a la derecha. Fotografía de José Luis Serrano Peña en Manzano, 2006, 272.


La distinta orientación de las sepulturas en una misma necrópolis ha dado lugar a una sugerente explicación: “Sin que pueda presentarse ninguna prueba de ello, lo más lógico es pensar que se trataría de conversos que hacían uso del espacio funerario que durante generaciones habían venido utilizando sus ancestros” (Manzano, 2006, 271), conversos hispanos al Islam que desconocían lo más del ritual mahometano, e ignoraban que las sepulturas de los fieles a fe de Mahoma no pueden compartir espacio con la de los “infieles”: “No rezarás jamás por uno de ellos que haya muerto; no permanecerás ni por un momento sobre su tumba; ellos no han creído en Dios ni en su Enviado: mueren mientras son perversos” (Corán, 9, 85).

Imagen 5: sepultura de un individuo cristiano, en posición de decúbito supino, boca arriba; abajo, tumba de un musulmán, acostado sobre su lado derecho. Fotografía en Manzano, 2006, 273.

 Así, en lugares como Segóbriga (Cuenca), Gerena (Sevilla), Mértola (Portugal) o Marroquíes Bajos (Jaén) sobre antiguos cementerios cristianos (con tumbas orientadas hacia el saliente) los conversos islámicos hicieron también sus sepulturas, aunque es estos casos con una orientación de norte a sur. Esta es precisamente la disposición de la cuarta sepultura del grupo situado entre Venta los Locos y el cerro de los Añorones”. Podría ser la de una persona nacida en Hispania, pero convertida al Islam en los primeros tiempos de al-Andalus, y que se enterró en el mismo lugar que sus antepasados, aunque con un ritual distinto. “La aparición de tumbas musulmanas dentro de necrópolis visigodas puede haber sido un fenómeno mucho más extendido de lo que se creía en principio” (Manzano, 2006, 269).
Escribía Ramírez y las Casas-Deza que en el Cerro de los Añorones hubo un convento templario. Mi tío Juan Gutiérrez Cano, cuyo cortijo está a los pies del cerro, me dijo que según la tradición popular el nombre procedía de “Frailes Señorones”, y que al trabajar en su juventud en las borregueras viejas de Venta Velasco (una gran finca inmediata a la suya) había visto las celdas de los frailes. No hay constancia de la existencia de los templarios en la comarca. La Orden de Calatrava fue la que estuvo en esta tierra en el tránsito de los siglos XII y XIII, hasta que tras la conquista definitiva de Córdoba en 1236 las cambiasen por otras al sur de la capital, en plena frontera con el Islam, como era su vocación. Tampoco hay constancia de que los calatravos levantaran en los Pedroches algún edificio. Pero hay que considerar que por Venta los Locos pasaba el Camino de la Plata, una antigua vía romana que comunicaba el valle del Guadalquivir con el centro de la Meseta, abandonada en la Edad Media y revitalizada tras los Reyes Católicos, siendo la principal vía de comunicación entre ambos espacios desde los siglos XV al XVIII. Apuntamos la posibilidad de que ese hipotético convento, en caso de existir, no fuera de la Plena Edad Media sino muy anterior, de hacia los siglos VI o VII. La basílica de El Germo (Espiel, Córdoba), fechada en el siglo VII, se encuentra también próxima a una antigua calzada romana.

ADDENDA CUATRO AÑOS DESPUÉS.

Con la perspectiva del tiempo, creo que este artículo merece una addenda tras los datos que se han ido aportando en el blog, especialmente en lo referente a la cronología. 

Tanto por las sepulturas como por  los depósitos rituales contenidos en ellas planteamos que se podían adscribir a la etapa hispanogoda, en los siglos VI y VII. Pero hay una perspectiva que no se puede olvidar, y que es la invasión del 711 no supuso un tsunami que borrara todo lo anterior. A excepción de las monedas acuñadas por los conquistadores en la península, y algunos precintos de plomos de documentos contemporáneos a la conquista, no existen vestigios arqueológicos (cerámicas o arquitecturas nuevas, por ejemplo) hasta finales del siglo VIII. Los conquistadores se impusieron por las armas, pero para aquellos elementos de la vida cotidiana (albañiles, zapateros, herreros...) en los primeros tiempos habrían empleado los hechos en la península.

El orden omeya tardó en imponerse frente a otros competidores por el poder: los herederos de las antiguas aristocracias peninsulares y otros elementos venidos de fuera (caudillos árabes, bereberes, sirios). Incluso un par de siglos después de la conquista, cuando Abd al-Rhamán III llegó al poder, existían en la cora (provincia) de Córdoba nobles cristianos, que no se habían convertido al Islam ni hablaban árabe, y que seguían manteniendo el poder en sus dominios. En ellos, la masa de sus siervos habría seguido conservando su religión y tradiciones, incluidos sus ritos funerarios.

Se ha visto en este blog cómo en una sepultura de Navalazarza (Cardeña), con todos sus elementos que apuntan a su origen visigodo (siglos VI-VII), aparecía un jarro con una forma totalmente ajena a las producidas durante el Reino de Toledo, y que es uno de los objetos más claros de los que surgen durante al-Andalus, a finales del siglo VIII y IX. 

En la necrópolis madrileña de Gózquez se ha constatado que hay una evolución en el ritual funerario. Durante el siglo VI se depositan a los cadáveres con sus mejores galas, como muestran los elementos asociados (fíbulas y broches de cinturón). Sin embargo, a partir del siglo VII y VIII, estos objetos de bronce dejan de aparecer en las tumbas, a la par que se constata la presencia de depósitos rituales ajenos hasta entonces, recipientes de barro. Algo parecido nos encontramos con las sepulturas del norte de Córdoba, zona que está más cercana culturalmente a la Meseta que al Valle del Guadalquivir. Los dos museos de la comarca están repletos de broches de cinturón articulados de inspiración bizantina (del siglo VII en adelante), pero no se encuentran en las sepulturas, en las que, sin embargo, se depositaron con profusión centenares de objetos de barro y vidrio. Y digo objetos porque en las necrópolis del sur de la Bética son jarros las formas dominantes, mientras que en el norte de Córdoba, como al norte de Despeñaperros, junto a jarros hay ollas, cuencos o platos.

Por lo expuesto, creo que debe valorarse que esta micronecrópolis "entre Venta los Locos y el Cerro de los Añorones", inmediata al antiguo Camino de la Plata, pudiera ser de los primeros tiempos de al-Andalus, por lo que el marco cronológico sería entre los siglos VI al IX.