En el dolmen de Las Agulillas

jueves, 18 de abril de 2013

Evolución de los caminos de Córdoba a Toledo.

     Una de las más importantes vías de comunicación de la península es la que une el Valle del Guadalquivir con el centro de la Meseta, desde Córdoba a Toledo.
     Su trazado al salir de Córdoba está condicionado por la orografía, pues su itinerario ideal NNE corta casi perpendicularmente la dirección dominantes del plegamiento herciniano de Sierra Morena, NW-SE, lo que impide que haya un camino recto para ir desde Córdoba a Toledo. Para subir ese escalón desde el Guadalquivir hay dos pasillos:
Pasillo occidental (PW): subiendo por Cerro Muriano, desviándose ligeramente hacia poniente para luego girar hacia el nordeste.
Pasillo oriental (PE): se remonta el río para luego girar decididamente al norte.
     Por cada uno de estos corredores transitaron diversos caminos, que fueron habilitados o tuvieron un mayor uso en función de las circunstancias históricas. Esto es algo muy importante, pues para hablar del camino de Córdoba a Toledo hay que tener en cuenta el periodo concreto que se trate, pues no hubo uno, sino varios. Así que vamos a desglosar los caminos que se emplearon por cada pasillo en cada época.

PASILLO ORIENTAL (PE):
      Son los más idéoneos, pues la distancia a recorrer es más corta y porque el batolito se ensancha hacia el saliente, lo que hace que sea menor el espacio de sierra a atravesar.
(PE2) Camino Real de Córdoba a Toledo por Adamuz y Conquista; o Camino de la Plata; o Camino de las Ventas. Subía el río para desviarse al norte y llegar a Adamuz, por donde proseguía hasta Conquista. Abandonada la provincia por el río Guadalmez, continuando por la de Ciudad Real por los pasos de La Garganta y El Horcajo. Es la ruta más corta para ir desde Córdoba a Toledo, 272 km en total. Los testimonios de su uso en periodo romano y tardoantiguo son muy abundantes: su nombre, Camino de la Plata o calzada delapidata según Isidoro de Sevilla, una vía empedrada de origen romano; tramos de empedrado que aún se conservan; minas romano-republicanas; un par de centenares de sepulturas tardoantiguas a no más de un par de kilómetros del camino, algunas incluso colindando con él.
     Su empleo hasta la Edad Media es indudable, pero durante ese convulso tiempo cayó en desuso por una razón que considero de orden estratégico: tras dejar la provincia cordobesa cruza las estribaciones de Sierra Morena por dos pasos muy cómodos, La Garganta y El Horcajo, pero con el grave inconveniente de ser auténticas encerronas, pues cualquier ejército quedaría copado con gran facilidad, y ningún comandante míninamente avisado se metería en ellos en periodo bélico. Es lo que les ocurrió en 1835 a las Milicias liberales de Pozoblanco y Villanueva de Córdoba que perseguían a una partida de carlistas, fueron masacrados en La Garganta. Creo que es por esta razón por la que durante el Califato y periodos posteriores no fue empleado, volviendo su uso cuando retornó una cierta estabilidad en el siglo XIV.

(PE3) Camino Real de Córdoba a Toledo por Montoro, Fuencaliente y Puerto Ventillas. Es otra vía que aprovecha unos buenos pasos naturales para cruzar la serranía, aunque algo más larga que la anterior. Discurre por el río hasta Montoro, desde donde gira al norte por Cardeña y Azuel para continuar por la falla del Yeguas y llegar al manchego Valle de las Alcudias. Las explotaciones mineras cercanas a él del periodo protohistórico y romano explican su existencia desde tiempos remotos.

(PE1) Camino de Córdoba a Toledo por Guadalmellato; o Camino del Armillat; o Balat al-'Arus. El Califato necesitaba un camino rápido y cómodo para unir dos de las principales ciudades de al-Andalus, y dado que el Camino de la Plata fue desechado por razones tácticas, habilitó otro paralelo y a corta distancia de él (quizá aprovechando infraestructuras anteriores romanas), que evitaba La Garganta y continuaba hacia Toledo cerca de Puerto Mochuelo. Su tránsito por el batolito granítico de los Pedroches no tenía obstáculo, el gran problema era que para subir las estribaciones meridionales de Sierra Morena al dejar el río necesitaba de grandes obras de infraestructura y mantenimiento, algo que se podía permitir un poder central fuerte como el califato. Pero cuando éste desaparece, el abandono de esas infraestructuras hizo que cayera en desuso.

     A mediados del siglo XII el camino de Córdoba a Toledo cambió su traza, empleándose los del pasillo occidental (PW). El de la Plata quedaba descartado, y el del Armillat, inutilizado. El de Montoro y Fuencaliente sufría la presión de las cabalgadas castellanas. No hubo otro remedio que emplear otros caminos, más largos pero seguros, los pertenecientes al

PASILLO OCCIDENTAL (PW).
     Fueron varios, que en algunos tramos unían sus trazados. Todos tenían un origen común al salir de Córdoba, excepto el Camino Real de los Pedroches (PW3).
(PW2) Córdoba-El Vacar-Chimorra-Pedroche-Puerto Mochuelo, o Camino Viejo. Dejaba Córdoba subiendo la cuesta de Santo Domingo, uniéndose al Camino Nuevo (PW3) algo más allá del actual embalse de Guadanuño. Proseguía hacia Villaharta, y en La Chimorra, unos centenares de metros de la basílica de El Germo (seis kilómetros al este de Espiel), el Camino Viejo giraba al norte por el camino del Musgaño, encaminándose hacia Pedroche y dejando Córdoba para ir hacia Puerto Mochuelo.

(PW3) Córdoba-El Vacar-Calatraveño-Pedroche-Puerto Mochuelo; o Camino Nuevo; o Camino Real de los Pedroches; o Cañada Real Soriana. Se separaba el Camino Viejo en El Germo para ir algo más al oeste, por el paso del Calatraveño, para girar al NE hasta Pedroche, donde confluía con el Camino Viejo.

     Al llegar a Pozoblanco este camino se bifurcaba: por el NE en dirección a Pedroche, y al norte por El Guijo: es la Cañada Real Soriana (PW3Cñd), una antigua vía romana revitalizada tras la Mesta. Ambos caminos, la Cañada Real y el Camino Real (desde Pedroche PW1 + PW2 + PW3) traspasaban el límite provincial por lugares distintos, pero volvían a confluir un par de kilómetros al norte del Guadalmez.

(PW1) Córdoba-Obejo-Pedroche-Puerto Mochuelo. Poco más al norte del Guadanuño se separaba del Camino Viejo para dirigirse a Obejo y de ahí a Pedroche. Es una vía muy recta en el plano, pero al atravesar los plegamientos de Sierra Morena su trazado es muy abrupto.

(PW4) Córdoba-El Vacar-Castillo de Viandar-Belalcázar. Tras llegar a El Vacar, continuaba por el valle del Guadiato con marcada dirección NW hasta llegar al castillo de Viandar, cercano a Belmez. Desde allí giraba al norte para llegar a Belalcázar.

     Distintas fuentes confirman el uso de estos caminos durante los siglos XII y XIII, aunque la interpretación de la descripción del camino de Córdoba a Toledo de Idrisi ha generado múltiples controversias (esta cuestión también merece una entrada en el blog). Pero todos ellos, como digo, se emplearon, aunque no en el mismo tiempo por las circunstancias históricas.
     Cuando Idrisi estuvo por Córdoba en la primera mitad del siglo XII el camino hacia Toledo iba por Pedroche (PW1, PW2, PW3), pero tras la conquista de varias plazas del norte de Córdoba por Alfonso VII en 1155, entre ellas Pedroche, hizo que el camino debiera dirigirse muy al oeste, hacia Gafiq-Belalcázar (PW4), en dirección opuesta al trazado ideal. La explicación que encuentro al confuso pasaje de Idrisi es que fundió en uno lo que eran dos caminos, uno por Pedroche y otro por Balalcázar.
     Cuando se conquista Córdoba en 1236 y la frontera se traslada al sur del río, se abandona el camino por Gafiq y se retoma el de Pedroche, menos largo.
     A finales del siglo XIV el Concejo de Córdoba promovió ventajas fiscales para quienes habilitaran ventas en el Camino de la Plata (PE2), por el corredor oriental, donde los viajeros pudieran acogerse a viandas y a lo que menester hubieran. Fue este camino, el más corto, el que se acabó imponiendo desde los siglos XV al XVIII como la principal vía de comunicación entre el Valle del Guadalquivir y el centro de la Meseta, hasta que Carlos III, en un absurdo geográfico, inventó los atascos de Despeñaperros, haciendo que pasara por ahí el Camino de Andalucía. Pero la lógica retornó, pues el AVE discurre paralelo al Camino de la Plata, y también por el NE de los Pedroches transitan las más importantes infraestructuras nacionales, como dos oleoductos o un gaseoducto.




martes, 16 de abril de 2013

Ordenación territorial del norte de la provincia de Córdoba durante el imperio romano: LAS CIUDADES.


     “Intentar reconstruir este mosaico [el conjunto de los millares de ciudades que conformaban el imperio romano] es tarea difícil, y más aún demarcar los límites entre estas ciudades, ya que son demasiados los factores de tipo natural… y de tipos humano e histórico... que han influido en, y contribuido a, la formación de estas entidades y a su ordenación espacial. No es sino utilizando todas las fuentes e indicios disponibles que, a veces, logramos ganar una idea más acertada de la situación existente en una región en una determina época histórica” (Stylow, 1985, 657). Por lo menos, vamos a intentarlo.
     Para el caso concreto del cuadrante NE de la provincia de Córdoba, el primer paso sería establecer qué ciudades o municipios romanos tenían aquí su territorio, o parte de él, para posteriormente intentar establecer las delimitaciones entre los mismos.
     En el tiempo de la conquista romana la actual comarca de los Pedroches estaría integrada en una región denominada Beturia por Plinio y Estrabón. El pasaje de Plinio (NH, III, 13-14) es el que más datos nos ofrece de ella, de la que nos dice estuvo poblada por dos etnias, los celtas y los túrdulos. Por las ciudades del texto de Plinio se desprende que los Pedroches estarían en la más oriental, en la Baeturia turdulorum (algunos, basándose en “evidencias” arqueológicas la sitúan el la Beturia céltica, cuestión sobre la que hay que volver). Los límites de las Beturia de los túrdulos, en opinión de Stylow, serían Sierra Morena al sur; Sierra Madrona y Sierra de Almadén al este; el río Guadiana al norte y una línea aproximada entre Magacela y Llerena al oeste. Comprendería las actuales comarcas de Los Pedroches en Córdoba; Valle de Alcudia en Ciudad Real; Campo de Azuaga, de la Serena y de la Siberia Extremeña en Badajoz (Stylow, 1991: 17-18).
     De los oppida non ignobilia que cita Plinio en la Beturia túrdula, sólo Mellaria se encuentra en la actual provincia de Córdoba (Mellaria se sitúa en Cerro de Masatrigo, Fuenteobejuna, Córdoba). Arsa estaría en la zona de Azuaga (Badajoz); Migrobiga, cerca de Capilla (Badajoz); Regina, en Casas de la Reina (Badajoz); y Sisapo, ciudad a la que tradicionalmente se había ubicado en Almadén (Ciudad Real), la documentación epigráfica la sitúa más al este, en La Bienvenida -Almodóvar del Campo, Ciudad Real- (Fernández, Caballero y Morano, 1982-1983). Sosintigi presenta muchos más problemas para poderla localizar, pues Plinio la sitúa claramente en el conventus Cordubensis, al norte del Guadalquivir y en la Beturia túrdula, pero los documentos epigráficos relativos a ella la sitúan al sur de la Beturia: “Sosintigi incluso hay que buscarlo al sur del Guadalquivir, en o cerca de Alcaudete, Jaén” (Stylow, 1985: 658-659). “Incluso cabe pensar que Plinio confundió las localizaciones de Sosontigi/Sosintigi y Baedro/Baebro” (Stylow, 1985: 658, nota 6), pues es también es confusa la mención que hace Plinio (NH, III, 10) sobre la ciudad de Baebro, que sitúa al sur del Guadalquivir. Pero la publicación (Ocaña, 1962: 132) de una inscripción encontrada en El Viso (NW de Córdoba), por la cual el ordo Baedronensis decretaba los habituales honores tras la muerte de dos ciudadanos, hizo que la práctica totalidad de estudiosos (Tovar, 1962; Stylow, 1985, 1987, 1991; Iglesias, 1996) situasen el territorio de Baedro en el NW de la actual provincia cordobesa (hacia El Viso – Hinojosa del Duque – Belalcázar, esto es, al NE de Mellaria y al W de Solia), aunque no existe consenso sobre la ubicación concreta de su pomerio (Iglesias, 1996). Las menciones expresas a la tribu Quirina hacen que se considere que Baedro es un municipio flavio (Stylow, 1987).
     Resumiendo, las dos ciudades romanas que citan, con mayor o menor precisión, las fuentes literarias y que confirma la epigrafía (Mellaria y Baedro) hay que situarlas al norte de la provincia de Córdoba. Ante esta escasez de datos hay que acudir, como indica Stylow, a todo tipo de fuentes e indicios que puedan dar información sobre la ordenación territorial en el cuadrante nororiental de Córdoba. De aquí se desprende la importancia que, en este sentido, tiene el trifinio de Villanueva de Córdoba.
     El territorio objeto de estudio, el NE cordobés, estaría ocupado, o al menos una parte de él, durante el periodo romano-imperial por el ager de las tres ciudades citadas en el trifinio de Villanueva de Córdoba: Sacili, Epora y Solia. También debe considerarse el amplio territorio de Corduba, que se adentraba hacia el norte (Cortijo, 1993: 216 y mapa en 217).

Sacili: (Martialis para unos, Martialium para otros, entre ellos Plinio) suele situarse junto al Guadalquivir, en el Cortijo de Alcurrucén (Pedro Abad, Córdoba), lugar de un asentamiento desde la primera mitad del I milenio a.C. Ya en periodo romano, es nombrada por Plinio (NH III, 10); por la epigrafía (CIL, II, 218) se conoce el nombre de dos duunviros, de la tribu Galeria, y una flamínica, a quienes la curia local honró con los honores de laudación fúnebre, pago de los costos, lugar de sepultura y estatua. Esto indica que obtuvo el rango de municipio, probablemente de derecho latino, en periodo de César (Cortijo, 1993: 189).

Epora: Tampoco hay discrepancias entre los estudios para ubicar a Epora en la actual Montoro (Córdoba), asimismo junto al Guadalquivir, aguas arriba de Sacili y a unos diez kilómetros de ésta. La arqueología ha revelado una ocupación ininterrumpida en este lugar desde la Edad del Bronce, y su mismo nombre es de origen prerromano.
     El origen del topónimo ha generado diversas opiniones, sobre “si es indígena ibero-turdetano o tiene otra procedencia. A. Tovar sugiera que el nombre puede ser céltico. Por su parte, J. M. Blázquez señala un origen indoeuropeo para los topónimos en –‘Hipo’–” (Rodríguez, 1990: 217). A nuestro entender, existen numerosos paralelismos en Hispania, la Galia o Britania que indican que el topónimo Epora tiene un origen lingüístico indoeuropeo. El nombre de Epora muestra un ensordecimiento de la labial respecto a la posible forma original Ebora por influencia autóctona ibérica, apareciendo como Ipora en la leyenda del dupondio acuñado en esta ceca hacia el 50 a. C. (Álvarez, 1992: 197). Este topónimo pertenece a una familia indoeuropea con base en el celta –aunque también se han visto reminiscencias ilirias–; proviene del radical *eburo- “árbol del tejo”, “ciprés”, derivado a su vez de la raíz indoeuropea *ereb(h)- con significado de “tonalidad rojiza o marrón” (Pokorny, 1959: 334). Es un radical muy extendido por la Galia, Germania, Britania e Hispania: en la Bética, además de Epora Foederatorum, se encontraban Ebora (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz) y Ebura Cerialis (Alcalá la Real, Jaén); en la Lusitania, Ebora (Evora, Portugal) y Eburobrittium (Evora de Alcovaça, Portugal); la Ebora citada por Mela (3, 1) en la región galaica, junto al Tambre; en territorio de los celtíberos existía otra Ebora no lejana de Caesaraugusta; a los carpetanos pertenecía Aebura, Yebra, Guadalajara (Díez Asensio, 1994: 82). En los Comentarios a las Guerras de las Galias de César encontramos igualmente etnónimos relacionados con este elemento, como el pueblo de los eburones, quienes destruyeron la guarnición romana de Aduatuca, y los eburóvices; y antropónimos como el eduo Eporedórix y el jefe helvio Caburo (BG, II, 3, 10. BG, III, 17, 3. BG, V, 24, 4. BG, V, 25-37. BG, III, 17, 3. BG, VII, 37, 2. BG, VII, 65, 2). En Gran Bretaña estuvo Eburacum, la actual ciudad de York. Dado el característico color rojizo de la arenisca del Triásico tan peculiar de Montoro, conocida popularmente como “piedra molinaza”, es probable que su nombre derivase de ella y que Epora viniera a significar “Ciudad Roja” en una lengua del tronco indoeuropeo.
     Plinio (NH III, 10) la califica de federada, estatus que podría ser consecuente con la actitud favorable de la ciudad a la causa romana durante la Segunda Guerra Púnica (Rodríguez, 1990: 218). Plinio escribió su Historia Natural en los años setenta del siglo I d.C., pero recurriría a documentación más antigua, en concreto a una formula provinciarum incluida en los comentarios geográficos elaborados por Agripa, y publicados por Augusto tras en muerte en el 12 d.C. Poco después, también durante el reinado de Augusto, cambió su categoría político-administrativa pasando a ser municipio, probablemente, de derecho latino (Rodríguez, 1990: 226-234).

Solia: Ciudad que no es nombrada en las fuentes literarias de la Antigüedad, se tuvo conocimiento de ella a partir del siglo XVI gracias al trifinio de Villanueva de Córdoba. Otra inscripción (CIL II2/7,770) descubierta en 1982 en la ermita de Santa Eufemia (unos cinco kilómetros al este de la localidad homónima junto al río Guadalmez, frontera septentrional de Andalucía) confirma su existencia. Se trata de la inscripción funeraria de Sempronia Viniopis, en la que se expresa su origo como soliensis, con lo que se conoció el nombre de la primera ciudadana de Solia. Se data entre la segunda mitad del siglo I d.C. y la segunda del II d.C. Para Stylow se trata de una mujer libre que parece ciudadana romana de primera o segunda generación (Stylow, 1986: 250).
A pesar de que para Solia no contamos, como en el caso de Baedro, con menciones al ordo o tribu (por lo que ignoramos su estatus), Stylow considera que la ciudad de Solia fue probablemente también municipio (Stylow, 1985: 662), posiblemente consecuente a la reforma flavia, como Baedro o Mellaria. En el Concilio de Iliberris, celebrado a comienzos del siglo IV, firma las actas el presbítero de Solia, Eumancius, “lo que parece indicar que la ciudad alcanzó el rango de municipio” (Stylow, 1991: 18). Como se ha dicho ya en este blog, los estudiosos de la materia la sitúan en Majadaiglesia, El Guijo. La tercera parte de las inscripciones romanas de los Pedroches proceden de ahí, aunque falta por salir una que afirmara rotundamente que fue en ese lugar donde tuvieron su residencia los solienses.


martes, 9 de abril de 2013

El trifinio de Villanueva de Córdoba (CIL II, 2349 = CIL II2/7,776).


Merece la pena detenerse en esta inscripción, incluida por Hermann Dessau en su Inscriptiones Latinae Selectae, porque es buena muestra de toda la información que puede aportar un documento de primera mano de época romana como esta inscripción.


        El trifinium aparecido en Villanueva de Córdoba, considerado como “famoso” por A. U. Stylow (1985, 659), corresponde a una inscripción lapídea latina situada en la pared meridional exterior de la iglesia de San Miguel Arcángel de Villanueva de Córdoba. Medidas: 130 cm de largo; 61 cm de ancho; grosor desconocido. Está labrada sobre una roca (local) granodiorítica de grano medio de color gris con tonos rosáceos.
            Su texto es el siguiente (Stylow, 1986, 267):

Trifinum
in[t]er • Sacilienses • Eporense[s]
Solienses ex sentent[ia]
Iuli Proculi iudic[is]
confirmatu(m) • ab
Imp[eratore] • Caesar[e]
Hadriano
Aug[usto]
(“Trinifio entre los Sacilienses, eporenses y solienses, confirmado por el emperador César Adriano Augusto con arreglo a la sentencia del juez Julio Próculo.”)

        A mediados del siglo XVI el epigrafista nacido en Pozoblanco Juan Fernández Franco escribía que en el llamado Pozo de las Vacas de Villanueva de Córdoba había una gran piedra “que poco ha la truxeron a la iglesia”, templo que entonces se estaba construyendo bajo la advocación de San Miguel, añadiendo que es mojón de término (Fita, 1912, 38). El maestro de Fernández Franco, el humanista, historiador y arqueólogo cordobés Ambrosio de Morales, también cita en sus Antigüedades a “una lápida en la Xara con el patronímico de Solienses” (Ocaña Torrejón, 1962, 115).
        Fernández Franco transcribió incorrectamente la inscripción, como es la lectura de Idienses en lugar de Eporenses. Hübner tuvo conocimiento de ella a través de Fernández Franco, reconociendo en su copia varios errores y proponiendo enmiendas que el tiempo demostró eran acertadas. Hübner no la vio al creerla desaparecida, y fue incluida en el segundo volumen del Corpus de Inscripciones Latinas (CIL II, 2349).
      Fue finalmente el padre Fidel Fita (Fita, 1912) el que hizo la primera trascripción correcta en 1912 a partir de las fotografías que le remitió don Juan Ocaña Prados, Secretario del Ayuntamiento de Villanueva de Córdoba, quien había dado cuenta de la inscripción y publicado una fotografía del trifinio en su libro editado en 1911 (Ocaña Prados, 1911, 47-50). Este mismo autor nos informa que el lugar donde se encontró la inscripción, el pozo llamado de las Vacas (conocido actualmente como Fuente del Sordo), está “situado entre el callejón de este nombre y el de Torrecampo, a distancia de 400 metros del pueblo aproximadamente, habiéndose conservado gracias al buen acuerdo que alguien tuvo de embutirla en el muro de la fachada principal de la iglesia, al lado izquierdo entrando en ella” (Ocaña Prados, 1911, 48-49). El trifinio permaneció en la pared meridional de la iglesia de San Miguel desde mediados del siglo XVI. Cuando fue ampliado el edificio a mediados del XVIII, construyéndose la torre, fue embutida otra vez en el nuevo muro, donde se sigue conservando.
       Al estar visible sólo la cara escrita se ignora la forma de su base, e incluso si las otras caras están lisas o escritas, para comprobar lo cual habría que sacar al aire libre toda la piedra. Es por ello que el corresponsal en el norte de Córdoba del padre Fita, D. Ángel Delgado (natural de Belalcázar) escribió una carta al obispado de Córdoba solicitando extraer el trifinio del muro, lo que no se produjo.
       El padre Fidel Fita fechaba la inscripción en el año 123 d.C., durante el viaje del emperador Adriano por Hispania, aunque es más probable que esta visita se produjera antes, en el 120-121 d.C. (Garzón, 1988, 448). De todas formas, la datación completamente segura es la que corresponde al reinado de Adriano, desde el año 117 al 138 de nuestra era.

Foto del trifinio de Villanueva de Córdoba



El trifinio de Villanueva de Córdoba es, a todas luces, un monumento de sumo precio desde el triple punto de vista histórico, jurídico y geográfico (Fita, 1912, 51). Desde el punto de vista histórico, permitió conocer la existencia del “pueblo –municipio o no– de Solia” (Stylow, 1985, 659), del que no había conocimiento en las fuentes literarias que nos han llegado de la Antigüedad.
Geográficamente, nos hace saber conocer con bastante precisión la extensión del ager de tres ciudades, Sacili Martialis, Epora y Solia, las dos primeras junto al río Guadalquivir y la tercera al norte de la provincia de Córdoba.
       También jurídicamente, pues “el conflicto es resuelto por un personaje romano, Iulius Proculus, un emisario imperial, lo que nos indica la importancia que Roma daba a este tipo de conflictos” (Cortijo, 1993, 216). “Este Iulius Proculus se identifica normalmente con el consular de PIR2 J 497, con lo cual la sentencia y la confirmación resultarían más o menos contemporáneas” (Stylow, 1985, 662, nota 21). C. Iulius Proculus fue cónsul sufecto en el 109 d.C.
Según el padre Fita “no parece, o por lo menos no se demuestra, que hubiese litigio entre los tres municipios, sino pedimento de confirmación o ratificación que, mediante el fallo jurídico de su delegado Julio Próculo, otorgó personalmente el emperador Adriano” (Fita, 1912, 46). Pero resultaría extraño que si las tres ciudades hubiesen llegado a un consenso tuviesen que recurrir a un iudex, y mucho menos a la ratificación imperial; un arbitraje se produce cuando varias partes tienen intereses contrapuestos sobre una cuestión.
        Como apunta Rodríguez Neila, en el trifinio de Villanueva queda patente el intervencionismo administrativo en varios aspectos. El primero es que aunque la Bética tuviera condición de provincia senatorial desde Augusto, y al menos en teoría se mantuviese fuera de la fiscalización imperial, en materias de régimen de suelo o legislación había un intervencionismo del emperador, fuera la provincia senatorial o imperial, intervencionismo que se traduce en este caso en el nombramiento de Julio Próculo como iudex para este litigio. El segundo es que “aunque los magistrados municipales estuvieron dotados de jurisdicción hasta ciertos límites, de hecho los representantes de Roma se arrogaron el derecho a regular ciertas cuestiones, de modo concreto las disputas de carácter territorial, en las que podía llegarse a un callejón sin salida que hiciera aconsejable el recurso a las altas instancias… A tenor de la documentación epigráfica de que disponemos estas disputas por los límites territoriales eran frecuentes entre comunidades, y, aunque éstas fueran de secundaria categoría, podían ser elevadas hasta el emperador o el gobernador provincial, quienes podían delegar su resolución en la persona de un ‘iudex’ ” (Rodríguez, 1990: 248-249).
            Por medio de la epigrafía se conocen otros casos de arbitraje de legados imperiales sobre conflictos de demarcaciones territoriales en provincias senatoriales. Son “precisamente los legales imperiales quienes actúan en casos de arbitrio “de bornage” (de implantación de hitos de demarcación territorial) en provincias bajo la tutela del Senado… Un caso hispano de este género (aunque no hay intervención ejecutiva directa de oficiales militares) se sitúa en la Bética –provincia senatorial, como sabemos– en un documento de Villanueva de Córdoba que menciona el trifinium entre el territorio de los Sacilicienses, los Eporenses y de los Solienses, el cual ha sido restablecido por la sentencia arbitral de un iudex, Iulius Proculus, enviado por el emperador Hadriano. “El enviado imperial, a nuestro entender de rango consular –dice Pflaum [(1962): “Légats impériaux à l’intérieur de provinces sénatoriales”, Hommages A. Grenier, Bruselas, vol.III, pp. 1232-1242]– lleva el título de iudex, que limita ostensiblemente su competencia a un solo litigio. Se comprende enseguida que el emperador no quiso nombrar a Proculus como legado augusteo en sustitución del legado del procónsul; de haber sido así, éste último en tanto antiguo pretor habría sido inferior en rango al sustituto de su propio legado. Supo evitar una medida vejatoria de este género asegurando la presencia del antiguo cónsul y asignando una titulatura diferente que no implicaba perjuicio a los personajes interesados” (Perea, 2001, 89 y 92).
Se desconocen las causas que dio lugar a la sentencia judicial que testimonia el trifinio. “Podría tal vez interpretarse como testimonio de una disputa territorial surgida entre los antiguos municipios de Epora y Salici por un lado, y un nuevo municipio flavio por otro, pero el argumento no es lo suficientemente convincente” (Stylow, 1991, 18). Al tratarse de un territorio de Sierra Morena con gran riqueza minera, y donde estos intereses serían los que primasen, quizá la sentencia de Julio Próculo pudiera estar relacionada con una nueva regulación sobre las minas, “cuyo control fue gradualmente asumiendo el Estado durante el periodo imperial” (Rodríguez, 1990, 249).
Es conocida la intención del emperador Adriano de conocer personalmente la situación de las provincias y sus viajes para realizarla, lo que encaja con la expresa confirmación imperial reflejada en el trifinio.
En Hispania se cuenta con diecinueve termini de delimitación de ciudades (Ariño, Gurt y Palet, 2004, 24). La Lusitania septentrional, diez, ocho augusteos y dos de Claudio. La zona de Mérida, tres epígrafes. La Bética, tres, dos de Domiciano y el de Villanueva, adrianeo. La Citerior, tres epígrafes, entre ellos otro trifinium, el de Fuentes del Ebro. Este último apareció en La Corona, Fuentes del Ebro (Zaragoza). Marcaba los confines entre la colonia Lepida; los campos de Salduie (la Salduba de Plinio) y los Ispallenses, siendo el magistrado que otorga valor público al acto M. Aemilio Lepido, por lo que se fecha a mediados del siglo I a.C. (Beltrán, 1957).
Del año 49 d.C. es el terminus Augustalis (CIL II2/5,994) correspondiente a Ostippo (Estepa, Sevilla), que se debe a una sentencia de Claudio -que aparece como censor- donde se procede a la restitutio y novatio de /os agri decumani, cuyas lindes antiguas se habían modificado con el tiempo (Canto, 1989, 173).
Otro epígrafe de un conflicto sobre cuestión de litigios por límites (CIL II, 4125) corresponde a la sentencia del gobernador de la Tarraconense Novius Rufus, quien, por decretum fallado el 11 febrero 193, dirimía el pleito por cuestión de límites entre los compagani rivi Lavarensis y Valeria Faventina (D’Ors, 1953, 361-365).

Inscripciones latinas de los Pedroches. El CIL (y esto, ¿qué es?).


El tema central del 6º Salón del Libro de Pozoblanco, Grecia y Roma, es motivo de alegría para los amantes de la historia (además de llenarnos de orgullo y satisfacción), pues la cultura grecorromana es la base de nuestra civilización. Contribuyamos al conocimiento de este periodo en los Pedroches divulgando una parte de él: las inscripciones latinas. Vamos con una de romanos.

            Las inscripciones que se han preservado de otras épocas son unos preciosos testimonios primarios que nos han llegado sin intermediarios, directos, de las sociedades que los generaron. Para una época en que la información disponible no es muy abundante, como la romana, las inscripciones renuevan de forma continua nuestra visión del mundo antiguo. La Epigrafía es la ciencia, a caballo entre la arqueología y la filología, que estudia la escritura sobre un soporte duro, normalmente piedra o metal.
A mediados del siglo XIX una comisión de eruditos y sesudos señores alemanes, encabezada por Theodor Mommsen, emprendía la tarea de realizar un corpus de todas las inscripciones del periodo romano. Se entiende por corpus cualquier compilación o colección de textos con un carácter monográfico; en este caso, se pretendía hacer un compendio de todas las inscripciones latinas aparecidas en lo que fue el Imperio Romano. Nacía así el Corpus Inscriptionum Latinarum, CIL para los amigos.
La obra se organizó geográficamente, correspondiendo al volumen segundo las inscripciones aparecidas en la antigua Hispania (la forma de representarlas es CIL II). De este segundo volumen se encargó otro señor alemán no menos sesudo, Emil Hübner, que hizo un trabajo tan bueno que ha sido la base de toda la investigación epigráfica hispánica durante buena parte del siglo XX.
Con el paso del tiempo el número de inscripciones romanas conocidas en la península fue aumentando considerablemente, por lo que en 1995 se inició la segunda edición del CIL, mientras la primera sigue en curso. En esta segunda edición el criterio de clasificación ha sido por conventus, un tipo de administración territorial romana con funciones judiciales, y de los que había catorce en Hispania durante el imperio romano. A cada convento jurídico se le ha adjudicado un número. En la dirección del equipo encargado de realizar esta labor está, como no podía ser menos, un sesudo señor alemán, Armin Ulrich Stylow, habiendo agrupado unas 21.000 inscripciones desde época romana hasta la conquista musulmana. La Universidad de Heidelberg tiene una base de datos epigráfica del periodo romano accesible por Internet, con más de 66.000 inscripciones catalogadas: http://edh-www.adw.uni-heidelberg.de/home
En la actualidad, sólo se han publicado tres conventos de la segunda edición del CIL, entre ellos, con gran suerte para nosotros, el Conventus Cordubensis, en el que se encuadraba nuestra tierra, correspondiéndole el número 7. La forma de representar las inscripciones halladas en él es: CIL II2, 7, … seguido del número de orden. (Si una inscripción se encuentra en ambas ediciones del CIL, se representan ambas entre el signo “=”. Por ejemplo, el trifinio embutido en la pared de la torre de San Miguel de Villanueva de Córdoba tiene como código CIL II, 2349 en la primera edición, y CIL II2/7,776 en la segunda.)

Entrada sobre el trifinio de Villanueva de Córdoba en la primera edición del CIL.


La importancia de la epigrafía para la historia de los Pedroches en el periodo romano es muy grande, pues gracias a ella se conoció el nombre de dos ciudades de la época que no fueron citadas por las fuentes literarias que se han preservado: Solia y Baedro.
Sobre las inscripciones del nordeste de Córdoba, a comienzos del siglo XX el gran epigrafista español P. Fidel Fita publicó varias que no estaban incluidas en el trabajo inicial de Hübner, a partir del trabajo de campo de su corresponsal en la zona, el erudito natural de Belalcázar D. Ángel Delgado.
En 1962 Juan Ocaña Torrejón y Antonio Rodríguez Adrados hacían una compilación de las inscripciones conocidas hasta entonces, tanto en municipios de los Pedroches en general como en el yacimiento de Majadaiglesia en particular (Ocaña y Rodríguez, 1962). Fue un trabajo encomiable, y aunque su bagaje cultura era inmenso, no eran epigrafistas, y en sus lecturas hubo alguna errónea que se mantuvo en la bibliografía de Majadaiglesia: por ejemplo, creyeron leer una lápida del siglo VI cuando era al menos tres siglos anterior, error que se mantiene en un artículo sobre el lugar del año 2008.
Mas como Stylow se encargó de las inscripciones del Conventus Cordubensis, estuvo por nuestra tierra viéndolas personalmente, lo que es garantía de fiabilidad. Aunque el que su trabajo se publicase en 1986 en alemán no ha contribuido a su difusión: Beiträge zur lateinischen epigraphik im norden der provinz Cordoba. I. Solia. En la segunda edición del corpus de inscripciones latinas, CIL II2, se incluyen todas estas inscripciones analizadas por A. U. Stylow y las que hubiesen aparecido después de la fecha de publicación de su artículo en 1986. (El estudio de Stylow está en alemán porque lo publicó en la revista Madrider Mitteilungen, editada por el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid. Esta institución fue la que patrocinó la excavación en la basílica de El Germo, cerca de Espiel, por lo que la arqueología del norte de Córdoba le está doblemente agradecida.)
Como incluirlas todas las inscripciones de la comarca en una entrada sería excesivamente largo, es preferible hacerlo en varias, bien sea de una en particular como el trifinio de Villanueva de Córdoba, bien todas las del yacimiento de Majadaiglesia, en El Guijo.

lunes, 8 de abril de 2013

Los nombres de pila en Villanueva de Córdoba: 1649-1668


Hay una clara continuidad en los nombres impuestos a los niños entre 1649 y 1668 respecto al periodo 1591-1610.


            En principio, me planteé hacer el seguimiento del uso de los nombres propios en Villanueva de Córdoba cada cien años, tomando como referencia los nacimientos ocurridos en las décadas anterior y posterior al cambio de siglo. Pero al recopilar datos de 1691-1710 observé que era tanta la diferencia con respecto al periodo 1591-1610 que era mejor hacer el análisis de una etapa intermedia para poder estimar mejor la fecha de las variaciones onomásticas.
            La dos décadas elegidas, 1649-1668, están condicionadas porque en el archivo parroquial de San Miguel de Villanueva, de donde se recogen los datos, se perdió el volumen de nacimientos correspondiente a 1621-1648.
            La muestra tomada ha sido la de todos los nacimientos conservados (faltan algunas páginas) entre 1649-1668 en Villanueva de Córdoba, 1.286 niños y 1.197 niñas.
            Como resumen del periodo se puede afirmar que en el uso de los nombres propios hay una continuidad entre los empleados entre 1591-1610 y los impuestos entre 1649-1648.

Comparación de los porcentajes de los nombres femeninos en Villanueva de Córdoba, 1591-1610 y 1649-1668.


ü      Los nombres compuestos son anecdóticos, sólo dos, masculinos, entre los casi dos mil quinientos nacimientos.
ü      Los nombres femeninos más empleados son los mismos en ambos periodos, y con porcentajes casi idénticos: sólo sube un poco el de “María” y baja algo “Marina”. En ambas etapas los ocho nombres de mujer más frecuentes suman el 92% de todas las nacidas.
ü      Aún sobreviven, heroicas, dos Aldonza, mientras que otro nombre medieval, Mayor, se extingue por completo (ya decíamos antes que por no ser de un santo conocido y reconocido por la Santa Madre Iglesia).
ü      En 1656, ¡aleluya, hosanna! aparecía la primera Josefa de la historia onomástica jarota. Las Pepas comenzaban su expansión.
ü      Si hacia 1600 se usaron 33 nombres femeninos, seis décadas después se emplearon 37, lo que supone una media de 32 mujeres por cada nombre.

Relación de nombres y porcentaje de mujeres nacidas en Villanueva de Córdoba, 1649-1668.



En cuanto a los nombres de varón, durante estas dos décadas se emplearon 45 (tres más que a comienzos de siglo), lo que equivale a casi 29 personas por nombre.

Comparación de los porcentajes de los nombres de varón en Villanueva de Córdoba, 1591-1610 y 1649-1668.


ü      Al igual que en 1600, los nombres masculinos de 1649-1668 son más numerosos y variados que los de mujer.
ü      Sólo a dos se les impuso un nombre compuesto, al resto, 1.284 niños, nombres simples. Estos dos nombres compuestos no se debieron al santo del día en que nacieron, sino por simple gusto de sus propios padres.
ü      Los nombres más empleados siguen siendo Juan, Francisco y Pedro. El porcentaje de los ocho nombres masculinos más frecuentes varía más que sus homólogos femeninos.
ü      A mediados del siglo XVII ya no se imponen nombres como Aparicio, Llorente o García, huérfanos de santo protector.
ü      Tanto en nombres masculinos como femeninos se observa una predisposición a poner a algunos niños el nombre de un santo: el 6 de enero, Melchor, Gaspar o Baltasar; el 30 de enero, abundan los Matías. Tampoco tiene por qué corresponder exactamente con el día del nacimiento del niño: a finales de junio son frecuentes Juan y Pedro, aunque no nacieran el 24 o 29. La influencia onomástica de ciertos santos se extiende más allá del día de su conmemoración.

Relación de nombres, y su porcentaje, de hombres nacidos en Villanueva de Córdoba, 1649-1668.