En el dolmen de Las Agulillas

lunes, 29 de julio de 2013

"Madre Amorosa" (música jarota I)

       Según el Diccionario de la RAE, la música es el "arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzcan deleite, conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre, ya tristemente". O sea, sería como la organización intelectual de las ondas sonoras para producir una emoción.
       Isidoro de Sevilla, en el tercer libro de sus Etimologías, ofrecía una definición y la etimología de ella: es "el arte de modular los sonidos y los cantos, y se llama música porque proviene de las musas, Ars musica". También en el capítulo XVIII del mismo libro, proseguía reflexionando sobre su significado, comenzando con la tesis pitagórica: "Sin la música no hay disciplina perfecta; nada hay sin aquélla. Porque hasta el mismo mundo, se dice, ha sido formado con cierta armonías de sonidos, y el mismo cielo tiene sus evoluciones bajo la modulación de la armonía. La música mueve los afectos, provoca de diversas maneras el hábito del sentimiento. En las guerras enardece también a los luchadores el sonido de las tubas, y cuanto más vehemente sea el sonido del clarín, más se fortalece el ánimo para la lucha. También a los remeros incita el canto. Y para sobrellevar los trabajos, la música dulcifica el alma y el canto alivia la fatiga de todos los quehaceres. Templa la música los ánimos excitados, como se lee en David, que con el arte musical arrancó a Saúl el espíritu inmundo. La música aplaca al oído de su modulación, a las bestias, serpientes, aves y delfines. Y hasta todo lo que hablamos y nuestra conmoción interior reflejada en el pulso, bien se ve que se asocia por el ritmo de la música a la virtud de la armonía". Hala, ahí queda eso, para que digan que los pobrecicos visigodos eran todos unos bárbaros insensibles.
       Más escueto, pero más espiritual, fue Agustín de Hipona cuando afirmó que quien reza cantando reza dos veces. Un capuchino de Granada, Fray Eloy Rivas, nos envió una carta a la coral San Miguel Arcángel en 1999, en la que nos decía: "La música no sólo une los corazones, sino que, creo, es la escala que dejaron los ángeles en la tierra para que los hombres lleguen a Dios". Preciosa metáfora que redunda en la misma idea, la capacidad de la música para provocar sensaciones y sentimientos.
       En Villanueva de Córdoba se ha mantenido viva una gran tradición musical, y podemos decir con orgullo que la banda de música de la localidad puede acompañar a una procesión interpretando sólo composiciones de autores locales. No creo que existan muchos municipios en Andalucía de la misma entidad de población (algo menos de diez mil habitantes) donde también puedan afirmar lo mismo.
       Por ejemplo, Luis Ochoa Amor compuso en 1911 una "Plegaria a la Virgen de los Dolores" titulada Madre Amorosa. Tiene el carácter que le corresponde a una Dolorosa, y ha sido la "banda sonora" de la Semana Santa jarota durante un siglo. No desentonaría en absoluto en La Madrugá sevillana. Para escucharla sólo hay que pinchar en el enlace de abajo.
http://www.goear.com/listen/89b6d60/madre-amorosa-luis-ochoa-amor





     

domingo, 28 de julio de 2013

"Valle" de los Pedroches, una invención de los ingenieros de minas

       La comarca más septentrional de Córdoba es conocida como “Valle de los Pedroches”, nombre equívoco para los geógrafos. Como explica un catedrático de Geografía, Bartolomé Valle Buenestado, los dos anticlinales que cierran la comarca al norte y sur provocan “una paradoja visual, pues si bien es cierto que de visu da la sensación de que la zona central de la comarca está deprimida con relación a estos conjuntos, la altimetría y los perfiles topográficos demuestran lo contrario, con lo que el mencionado topónimo, que data de mediados del siglo XIX, tiene más de alegoría romántica que de morfológica” (Valle, 1985, 24).
       Esta apelación de “Valle de los Pedroches” está muy extendida, aunque su uso no está generalizado por toda la comarca, empleándose más en unos lugares que en otros. En Villanueva de Córdoba apenas si se utiliza en las conversaciones de la gente, ni existe casi alguna empresa que lo emplee, quizá porque intuitivamente resulta “raro” y sin sentido: cuando se llega a la Cuesta de la Pizarra por la carretera de Obejo la blanca silueta de Villanueva se sitúa sobre la línea del horizonte, porque muy poco al norte de ella discurre la divisoria de aguas entre las cuencas del Guadiana y del Guadalquivir. Es el resultado del domo, del abombamiento, del centro del batolito, que tan visible se ve desde la “raya de la Pizarra” o desde la ermita de la Virgen de Luna; y esa elevación central en una enorme planicie ondulada no tiene nada que ver con lo que se entiende por “valle” desde la Geografía.
       Durante los siglos XVI al XVIII no se emplea ningún nombre de origen geográfico para designar a la comarca. Los diecisiete municipios que hoy la integran estaban separados en tres subcomarcas perfectamente definidas bien por pertenecer a un señorío (condados de Santa Eufemia y Belalcázar), bien por ser de realengo (las Siete Villas de los Pedroches, con un interludio entre los siglos XVII y XVIII en que fueron de señorío). Conquista se formó a partir del territorio de Pedroche en el siglo XVI, y en 1930 Cardeña se independizaba como municipio, formándose su término con unas tierras que habían pertenecido a Montoro desde la Baja Edad Media. Pero, insisto, no había en esos siglos, XVI-XVIII, ninguna denominación de orden geográfico para designar al territorio.
       La denominación de “valle” es una invención relativamente reciente, del siglo XIX, extendiéndose su metástasis rápidamente, como demuestra la cita de D. Juan Ocaña Torrejón en 1911 (pág. 47): “Dícese por algunos historiados antiguos que los pobladores de nuestra península mostraron predilección por el Valle de los Pedroches, y que los fenicios, cuando lo ocuparon, llamáronle por sobrenombre Valle de las Maravillas; los cartagineses, Valle de las Conquistas; los romanos, Valle de los Metales, y los árabes, Valle de la Ilusión”. Ignoro quiénes fueron tales historiadores, y la verdad es que la descripción les quedó muy mona, preciosa líricamente, pero históricamente tiene el mismo valor que las aventuras de Caperucita.
       No han llegado hasta nosotros fuentes escritas púnicas que hablen de su presencia en la Península ni de sus guerras con Roma, así que malamente podemos saber el nombre que fenicios ni púnicos dieron a la comarca, si lo hicieron.
       Durante el periodo romano los diecisiete municipios actuales estuvieron englobados en el conventus cordubensis, aunque la denominación geográfica general, y un tanto indeterminada, para designar el territorio entre el Guadiana y el Guadalquivir fue Beturia, dividida en dos secciones según sus habitantes: célticos al oeste y túrdulos al este. Los Pedroches de hoy estarían en la Beturia de los túrdulos. No conozco entre los historiadores y geógrafos de la Antigüedad ninguna referencia a que el NE de Córdoba fuera conocido como “Valle”, ni creo que nadie la pueda aportar, porque las fuentes literarias antiguas que nos han llegado guardan silencio sobre los Pedroches. Las dos ciudades romanas de las que tenemos constancia que existieron (Solia y Baedro) han sido conocidas por las inscripciones que dejaron labradas en piedra. Así que el Valle de los Metales romano es otra bonita invención.
       También lo que es los musulmanes designaran a estas tierras como Valle de la Ilusión o, para colmo de la vesania, Valle de las Bellotas, como dicen algunos ignaros actuales, cucúrbitos vocacionales. Hay unanimidad entre quienes estudian el periodo de al-Andalus en decir que los Pedroches (o al menos su parte granítica) formaron parte de una kura, provincia, llamada Fash al-Ballut. Y todos, desde Gil Pérez, el cura que en el siglo XIV tradujo al cristiano la Crónica del Moro Rasi, hasta el arabista contemporáneo D. Antonio Arjona Castro, traducen Fash al-Ballut como "Llano de las Bellotas" o "Campo de las Encinas". La descripción que hacen los geógrafos árabes se ajusta a la realidad: “Desde el punto de vista geográfico se ha definido a Fash al-Ballut como una extensa y fértil región, donde había un llano rodeado de montañas… A nivel global se considera un lugar habitado por beréberes y con minas de mercurio, una extensa y fértil región donde “non ha otros árboles sino azijeros, e por eso le llaman el llano de las Bellotas; e son tan dulces e tan sabrosas que las non ha tanto en España’ ” (Del Pino y Carpio, 1998). En ausencia de grandes ciudades o núcleos urbanos de interés se la denominó, no por el nombre de algún núcleo de población importante, sino atendiendo a sus particularidades paisajísticas de región llana y fértil, en la que la encina, su principal protagonista, le dabe el nombre y la identidad.
       ¿De dónde procede el apelativo de “Valle de los Pedroches”? Pues ni en las descripciones que hacen los párrocos de cada municipio de la comarca a finales del siglo XVIII y que hacen llegar al geógrafo Tomás López; ni en la Corografía o descripción histórico-geográfica que redactó Luis María Ramírez de las Casas-Deza en 1840, aparece la palabra "Valle" (y Casas-Deza, médico de profesión, vivió algunos años en los Pedroches y Fuencaliente (Ciudad Real), por lo que sabía perfectamente cómo se denominaba al lugar.) El primer artículo sobre la serie referente a la minería en Villanueva de Córdoba que escribió el ingeniero de minas D. Antonio Carbonel Trillo-Figueroa en El Defensor de Córdoba, en enero de 1928, comenzaba así: “En 1861 decía el ingeniero Sr. Arrúe que la comarca minera al NE de Córdoba comprende el Valle de los Pedroches y parte del término de Montoro, que es si continuación, es sumamente rica en minerales”.
       Ésta es la referencia más antigua que conozco al apelativo “Valle de los Pedroches”, y parece ser coherente con su posible carácter exógeno a las gentes de la comarca, pues el propio D. Antonio Carbonell lo emplea frecuentemente en su abundante bibliografía. Es muy probable que fueran los ingenieros de minas quienes crearan y propagaran el erróneo término de “valle” para designar a los Pedroches. “Los Pedroches”, simplemente, les debió parecer muy vulgar, había que darle rimbombancia anteponiéndole el “Valle”. Y lo que hicieron fue caer en un vulgarismo (según el DRAE, “dicho o hecho vulgar que carece de novedad e importancia, o de verdad y fundamento”).
       El pueblo llano, que comenzó a emplear este nombre porque así lo hacían personas ilustradas y de formación como los ingenieros de minas o historiadores antiguos, es inocente de su uso, pues la comarca no es un valle ni por equivocación. ¿Y qué más da que se llame de una manera u otra? Pues la verdad es que sí da, porque entiendo que esa designación ni nos define, ni nos distingue; ni nos interesa a los habitantes de la comarca de los Pedroches que nos identifiquen o confundan con un valle suizo. Aquí no hacemos relojes de cucú, sino jamones ibéricos de bellota de los mejores, que para eso estamos en plena Fash al-Ballut..
      

sábado, 27 de julio de 2013

El origen de la advocación de la Virgen de Luna

       Cuál es el motivo por el que la Virgen de Luna recibió tal nombre es una cuestión que ha suscitado diversas opiniones.
       Antonio Merino Madrid considera que la construcción de su santuario a mediados del siglo XV estuvo condicionada por el conflicto entre los vecinos de los Pedroches y el hambrón señor de Santa Eufemia, que intentó usurpar todas las tierras de realengo que pudo. Parece que es una hipótesis que está bien traída, pero no trata sobre lo que estamos indagando, el motivo de la advocación, de ese nombre tan peculiar.
       Con tal nominación, Luna, son muchos los que se han ido de cabeza a relacionarla con el Apocalipsis 12,1 (“En esto apareció un gran prodigio en el cielo, una mujer vestida del sol, y la luna debajo de sus pies, y en la cabeza una corona de doce estrellas”). Sin embargo, los especialistas en arte le atribuyen a esta forma de representar a la Inmaculada Concepción de María un origen no demasiado antiguo, de finales del siglo XV. Desde Flandes y el norte de Francia, donde surgió esta forma de representar a la Inmaculada, se habría expandido por el resto de Europa. Durante la Edad Media ni un marianista convencido como Bernardo de Claraval, ni un maestro teólogo como Tomás de Aquino tomaron en consideración que María hubiese sido concebida de forma distinta al resto de los humanos. Serían los franciscanos, y luego los jesuitas, quienes promovieron que  tuvo que ser Inmaculada desde antes de su nacimiento para poder ser la Madre de Dios. Así que hasta este momento, siglo XV, no hubo representaciones iconográficas de María Inmaculada, porque tal concepto no existía. Ninguna representación de la Virgen de la Iglesia bizantina o ninguna Maestà medieval italiana tuvo nunca ninguna luna a sus pies.
       Escribe un especialista en iconografía cristiana, Louis Réau: Los... atributos de la Inmaculada Concepción están tomados del Apocalipsis 12,1... La luna, que nunca se representa llena como en la Crucifixión, sino recortada en forma de creciente, evocaba la castidad de Diana. Después de la victoria de Lepanto, la cristiandad gustó interpretar el creciente de la luna bajo los pies de la Virgen Inmaculada como un símbolo de la victoria de la Cruz sobre la Media Luna turca". Con el barroco español esta forma de representar la Concepción Inmaculada se elevó a las altas cimas del arte (Alonso Cano, Murillo, Zurbarán...), y también a su popularización.
       Pero como sabemos que el santuario de la Virgen de Luna es anterior a que los primeros flamencos representaran a la Inmaculada con la luna a sus pies, se ha descartar esta hipótesis.


       Fue Juan Ocaña Torrejón (1963, 6) el que presentó una hipótesis sumamente atractiva, que, aunque carezca de una prueba literaria, epigráfica o arqueológica, no resulta en absoluto descabellada: el origen de la advocación de "María de Luna" estaría en los cultos de los pueblos del norte de Córdoba anteriores a la romanización y posterior cristianización. Exponía como argumento varias advocaciones astrales de la comarca y zonas adyacentes, a las que he he añadido tres más: además de la Virgen de Luna en los Pedroches, están la Virgen del Sol en Adamuz y Montoro (Córdoba); la Virgen de la Estrella en Espiel (Córdoba); Almadén, Agudo y La Viñuela (Ciudad Real); y Santos de Maimona (Badajoz). Ocho advocaciones marianas relacionadas con los astros (que no son las más frecuentes, precisamente) en un espacio no demasiado amplio parece que sobrepasan ampliamente la barrera de la casualidad, y que entre ellas existe una relación causal. Y esa relación puede existir, porque la zona donde se encuentran las vírgenes de Luna, Sol o Estrella, es la región que fue llamada por Plinio como "Beturia de los túrdulos", y es conocida la "importancia de las especulaciones astrales entre los pueblos de la Hispania indoeuropea" (Marco Simón, 2008, 294) [adelanto, aunque ya se desarrollará en el blog, D. m., que se puede encuadrar a los Pedroches en este ámbito, pues lo ibérico, aquí, deslumbra por su absoluta ausencia].
       Dentro de la misma perspectiva, de sincretismo entre el cristianismo y religiones anteriores, puede contemplarse la tradición según la cual la encina donde se apareció la Virgen ofrece bellotas con su silueta. Sería reveladora de antiguos cultos dendrolátricos, de adoración a elementos naturales como los árboles. (Recordemos que la tradición del árbol de Navidad se la inventó San Bonifacio cristianando a los germanos, aprovechando para expandir su nueva fe elementos religiosos de los nativos paganos, en este caso un árbol perenne que simbolizaba al árbol del Universo.) La Virgen de la Encina de Ponferrada (León) y la de Baños de la Encina (Jaén) también tienen la misma característica, las bellotas de la encina donde se encontró a la Virgen conservan su figura en la cáscara.
       El nemeton, la claridad sagrada en el bosque, fue el espacio sagrado por excelencia entre los pueblos de la Hispania indoeuropea (es decir, entre los pueblos de Hispania que hablaban lenguas indoeuropeas). "El propio árbol constituye uno de los elementos que pueden simbolizar el axis mundi, sus raíces se hundiéndose en la tierra y sus ramas tocando el cielo" (Marco Simón, 1994, 357). El propio nombre de los sacerdotes galos, druidas, proviene del radical protoindoeuropeo *deru-, *dru-, "roble, encina". "Diversos rituales relacionados con el bosque y los árboles han persistido hasta tiempos muy recientes en algunas zonas del ámbito peninsular que nos ocupa [los pueblos hispanos de habla indoeuropea]... En Manjarrés (Rioja) se siguieron celebrando cultos mágicos en un prado situado al sureste del pueblo rodeado por enormes robles -auténtico nemeton, en consecuencia-, lo que acarreó la condena sistemática de los párrocos del lugar. Y en localidades de la zona de Nájera ha existido la costumbre de colocar imágenes de la Virgen en oquedades de los troncos arbóreos, en lo que parece la cristianización de cultos mucho más antiguos, y la tradición dice que fueron los ángeles los que pusieron la imagen de la Virgen de Valvanera en un roble" (Marco Simón, 1994, 358).
       Hay más indicios en los Pedroches de cultos fisiolátricos prerromanos, como la Virgen de Piedras Santas de Pedroche, o la Virgen de la Peña de Añora; posibles lugares de culto en espacios naturales que fueron asimilados para la religión cristiana. Pues aunque a partir del siglo IV hubo facciones de integristas cristianos que intentaron acabar con el paganismo por la fuerza (como se cuenta en la película Ágora de Alejandro Amenábar, narrando la muerte de Hipatia), los espíritus más inteligentes optaron por otra vía, menos violenta y más eficaz.
       Como afirma Louis Réau, "desde siempre hubo lugares sagrados que parecen llamar a la oración y que el pueblo había continuado frecuentando pese a cualquier excomunión. La Iglesia se adelantó marcándolos con el signo de la cruz. Numerosas iglesias cristianas fueron simplemente "instaladas" en los templos paganos... La Iglesia intentó conservar no sólo los lugares de culto, sino también las denominaciones. Así, según la tradición, San Florentino de Borgoña habría ocupado el lugar de un templo de Flora". Es interesante para nuestro objetivo esta observación de que se quiso mantener no sólo el lugar, sino también el nombre.
       El Papa San Gregorio Magno se lo explicó bien a los monjes misioneros que se fueron a cristianar a los paganos de Inglaterra a finales del siglo VI: "Es a saber, que los templos de los ídolos de ese país no deben ser destruidos, sino solamente los ídolos que están en ellos; prepárese agua bendita y rocíense con ella esos templos, constrúyanse altares, colóquense reliquias... pues la gente no debe ver sus templos arruinados, para que más de corazón abandone su error y esté mejor dispuesta a acudir a los lugares que acostumbraba a conocer y a adorar al verdadero Dios... Pues es sin duda imposible arrancar de una vez todos los abusos de unas mentes endurecidas, así también el que ve que tiene que subir a un sitio muy alto, lo hace por grado o por pasos, y no a saltos". (Con reflexiones así es comprensible que a este monje convertido en Papa le pusieran por sobrenombre "Magno".)
       Por todo lo expuesto, no es sólo posible, sino hasta probable, que la Virgen de Luna recibiera tal denominación como consecuencia del sincretismo, de la fusión interactiva, de cristianismo y cultos fisiolátricos de los pueblos prerromanos de la comarca que, por sus características generales, se relacionan con los de los otros pueblos de esa parte peninsular conocida como Hispania indoeuropea (en la acepción explicada arriba).

Guerrilla histórica

     He tenido muy abandonado el blog, mas no por desidia, sino por prioridades, al ultimar una cosa que ha requerido toda mi atención. Concluida la obligación, proseguimos con la devoción por la historia mostrada en este blog.
     Un amigo me ha llamado guerrillero histórico. Tras la sonrisa al leer aquello me di cuenta de que es cierto, y no sólo metafóricamente. La explicación se encuentra en este texto de un gran arqueólogo y maestro de arqueólogos, Desiderio Vaquerizo Gil (La cultura ibérica en Córdoba, pág. 56):
     "En la actualidad... nuestro conocimiento del poblamiento pre-, protohistórico y romano en las tierras septentrionales cordobesas resulta todavía de todo punto insuficiente, hecho que tiene como causa más inmediata la considerable falta de interés por parte de los investigadores, centrados de manera tradicional en áreas más gratificantes desde la óptica de las comunicaciones, el relieve y la secuencia cultural. No se trata, pues, de ausencia estricta de yacimientos -que de todas formas son muy inferiores, cuantitativa y cualitativamente, a los de la Campiña y Subbética-, sino de un cierto abandono por parte de la comunidad investigadora ante unas comarcas agrestes, mal comunicadas y en las que la ausencia de labores agrícolas dificultan enormemente su localización."
     [Debo discrepar con don Desiderio en cuanto al valor de los yacimientos de los Pedroches. No tenemos aquí el Neolítico de la Cueva de los Murciélagos de Zuheros, por ejemplo, pero en la Campiña y Subbética no hay las docenas de sepulcros megalíticos calcolíticos que orlan todo el batolito de los Pedroches. P. Bueno sólo ha documentado cinco menhires decorados en Andalucía, uno de ellos a cuatro kilómetros escasos de Villanueva de Córdoba.
(Menhir de Los Frailes, Villanueva de Córdoba.)

     Un santuario ibérico como el de Torreparedones (Baena-Castro del Río) sin duda que es interesante, pero mucho más extraño, y significativo, es un altar de sacrificios prerromano como el que hay en el norte de Córdoba en la Loma de la Higuera-Las Pilillas, similar a los de Panoias o Ulaca.
     Las trescientas sepulturas tardoantiguas descubiertas por Riesgo en los años veinte y treinta del pasado siglo ofrecen centenares de objetos de los depósitos rituales, y si los de barro son tan abundantes como los de la necrópolis de El Ruedo (Almedinilla, Córdoba), son mucho más variados en las formas (ollas, platos, jarros... frente a la uniformidad de jarros de El Ruedo). También las tres docenas de platos de vidrio procedentes de esas sepulturas no tienen parangón con ningún otro lugar de la provincia.
     El número de placas de cinturón articuladas de perfil liriforme, del siglo VII, conservadas en los museos de Torrecampo y Villanueva de Córdoba, no es menor que el de ese tipo de piezas depositadas en el Museo Arqueológico Nacional. No es pobreza, es desconocimiento por parte de los historiadores.]
     Tras haber aprendido el oficio de historiador en la Universidad Nacional de Educación a Distancia nos liamos la manta a la cabeza y nos tiramos al monte, como un neo ibn-Hafsún. Sí, este blog es una guerrilla contra ese abandono y desinterés por parte de la comunidad científica, no se combate a ninguna persona. Si los investigadores no asoman las orejas por los Pedroches creyendo que no van a encontrar nada, o porque les resulta más cómodo andar por la Campiña, pues ellos que se lo pierden; en el pecado llevan la penitencia.
     También está en el objetivo guerrillero poner en su justa medida aquellas informaciones o interpretaciones erróneas sobre la historia de los Pedroches, y que se repiten una y otra vez por medio de las citas. O las interpretaciones ripiosas e imaginativas que están reñidas con el más mínimo sentido común: los peores, en este sentido, son los aborígenes metidos a indagadores del pasado.
     La principal arma es la misma que emplearon todos los guerrilleros a lo largo de la historia, el conocimiento del medio. Y como única herramienta de combate, la razón.
     Adopto también como principio una frase del Heródoto jarote, D. Juan Ocaña Prados, verdadero precursor de la filosofía de los Annales: "Grande es la historia de los palacios, mas si se escribiese la de las cabañas quizá hallaríamos en ella más enseñanzas y tanto o mayor interés que en aquélla, por ser los hechos más naturales y verdaderos".