En el dolmen de Las Agulillas

domingo, 9 de noviembre de 2014

Un pequeño receso

     Hace un año, por estas fechas, tuve que dejar por un tiempo la actividad bloguera. Un hospital no es el mejor sitio para desarrollar tal cosa, además de la dificultad de acceder a las fuentes de información. En este caso es por motivos laborales, un trabajo que se desarrolla en esta época del año y que requiere una total dedicación. Así que durante un mes, más o menos, tomaremos unas vacaciones bloqueras.
     Pienso en las cuestiones que se tratarán aquí tras el receso, como continuar con la evolución onomástica en Villanueva de Córdoba, con los nombres que portaron sus habitantes en el siglo XIX. De la simplicidad de María, Juan, Pedro y Catalina en el XVI se pasó al barroquismo de Catalina Josefa a finales del XVIII, pero hasta lo visto el santoral no influía de forma determinante en la adjudicación del segundo nombre en los compuestos.
     El periodo entre Roma y al-Andalus es el que más testimonios arqueológicos nos ha dejado en el NE de los Pedroches, por lo que continuaremos indagando en él. Es muy interesante a este respecto lo que nos puede aportar el anñálisis de las tumbas excavadas en roca. En el estudio de este tiempo es claramente perceptible el divorcio entre los estudiosos de las fuentes literarios y de los arqueólogos: cada uno tira para su lado, sin intentar siquiera conjugar esfuerzos. En nuestro ámbito territorial es muy difícil, por la práctica ausencia de documentos que se refieran directamente a él, pero, como dijo el maestro, se hará lo que se pueda.
     Observo que no hemos tocado demasiado el tiempo de al-Andalus, más que nada por la pobreza de la información sobre él. Intentaremos subsanar el asunto, así que las entradas próximas estarán dedicadas a paisanos ilustres, aunque desconocidos para la mayoría, como el cadí Said ben Suleimán, natural de Gafiq (la actual Belalcázar), uno de los cuatro jueces que en todo el orbe musulmán adquirieron fama en el siglo X de hombres justos. O al abad Daniel, que en el año 930 (el primero del Califato de Córdoba) fue enterrado en la sierra cordobesa, muy cerca de donde tres siglos antes hubo otra inhumación en la que se depositó en la tumba el único vaso carenado con botón terminal, genuinamente franco, que se conoce en toda la península. (Por cierto, el que la única obra rigurosa sobre las incripciones de esta época haya tenido que hacerla el Deutsches Archäologisches Institut- Philipp Von Zabern (Mainz am Rhein), es francamente revelador.)
     También quedaron un tanto relegados los pueblos prerromanos del norte de la provincia cordobesa, otro asunto que hay que continuar.
     Estas son las intenciones, y espero que dentro de un mes volvamos a la devoción, porque ahora toca la obligación.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Llegamos a 16 tumbas en la Haza de las Ánimas

     En la Haza de las Ánimas (unos 9,5 km al SE de Torrecampo, y 11 km al NE de Villanueva de Córdoba), Esteban Márquez Triguero (1985) daba cuenta de catorce sepulturas, en tres grupos de nueve, tres y dos (infantiles ambas).
     Las doce primeras están localizadas, pero no así las dos últimas. Ayer domingo por la mañana fuimos Juanito y yo con la intención de buscarlas, y después de explorar todos los roquedos (que no son pocos) según la descripción de Márquez Triguero, no hemos podido localizarlas. Antes había estado también con Bartolomé Cañuelo por la misma zona, y tampoco pudimos encontrarlas.
     Sospecho que, en realidad, se trata de la tumba infantil (nº XIV en el mapa) que está junto a la enigmática pila acaso empleada en rituales, pues un profano podría confundirla con un pequeño sarcófago. Esteban Márquez no da las medidas de ellas, cuando lo hace prácticamente con todas las demás, lo que me induce a pensar que alguien le informó de la existencia de las mismas y tomó a la pila por una pequeña tumba.
     Pero la mañana no ha sido en balde, cuando regresábamos al coche nos hemos topado, para gran alborozo de Juanito, con otra, inédita, labrada sobre un peñasco (nº XVI en el mapa):



     Es antropomorfa: cuerpo en forma de trapecio, con la cabeza y pies marcados mediante unos cubos que se dejaron sin labrar en las esquinas. Resulta majestuosa en ese peñasco, que pasa a convertirse en un auténtico sarcófago incrustado en el terreno. Se aprecia que su exterior fue orlado con un marco que la hacía elevar de la superficie de la roca, con lo que se dificultaba la entrada de agua y se facilitaba la colocación de la cubierta. En la parte de la cabecera tiene una pequeña cubeta cóncava excavada también en la roca natural.
     Es bastante ancha (50-45 cm) por lo que debemos desechar que fuera un enterramiento musulmán, que requiere fosas mucho más estrechas para depositar el cadáver sobre su costado. Su orientación es singular, hacia el oeste, lo que quizá se deba a la propia morfología del peñasco.
     Está situada entre el grupo de nueve y el de tres, confirmándose que este área era una auténtica "necrópolis desordenada" de tumbas excavadas en roca en la que, por lo que sabemos hasta ahora, hay al menos dieciséis sepulturas de este tipo; una zona donde, de modo que nos parece hoy arbitrario pues desconocemos su motivo, las familias tenían libertad para elegir el sitio donde tallar las tumbas de sus finados: en el grupo de 9 tumbas las hay de distinta morfología y orientación, que parecen formar distintos grupos. En otro tipo, llamado "necrópolis agrupadas y alineadas"  todas las tumbas tienen la misma orientación y están perfectamente alineadas, sin que se puedan distinguir grupos. Ya comentamos que podría deberse a los distintos modelos sociales en que se desarrollaron: las tumbas aisladas y diseminadas se basarían en las tradiciones familiares; el tipo de "necrópolis desordenadas", como la de la Haza, estaría "asociado a una identidad probablemente comunitaria, aunque con claras pervivencias familiares" (Iñaki Martín, 2012, 172-173); el tercer grupo de tumbas agrupadas y alineadas (ausente en los Pedroches), normalmente con muchas decenas de ellas, se debería a una gestión centralizada, sin estrategias familiares.


     Se confirma también que en estos parajes al sur y oeste del castillo de Almogábar es donde más concentración hay en la comarca de tumbas talladas en la roca natural, pues en la Casilla de la Lata, en la finca de la Nava, a unos 800 m de esta necrópolis de la Haza de las Ánimas, hay otro pequeño grupo de seis sepulturas. En el resto de la comarca de los Pedroches, sin embargo, son más frecuentes las tumbas aisladas y separadas unas de otras bastantes centenares de metros o incluso kilómetros.
     Por ahora van hechas 43 fichas: 22 en el término de Torrecampo (16 en la Haza y 6 en la Nava); 19 en el de Villanueva de Córdoba (todas individuales, excepto cuatro que están en grupos de dos) y 2 en el de Pedroche. Más o menos la mitad de las que puede haber en el cuadrante nororiental de Córdoba.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Pilas de piedra ¿para rituales? Porque para lavar ropa o abrevar ganado...

     En la Haza de las Ánimas (Torrecampo), a poco más de un centenar de metros al oeste del canchal donde se encuentra el grupo más numeroso de sepulturas excavadas en la roca del NE de Córdoba (nueve), existe otro pequeño grupo formado por una sepultura de adulto y otra infantil, talladas igualmente en la piedra natural. A su lado se encuentra un elemento también hecho en piedra, aunque en este caso mueble, es posible transportarlo:


     El hueco apenas si tiene un cuarto de metro de anchura por otro tanto de profundidad, y algo más de medio metro de longitud. Deseché que pudiera tratarse de un sarcófago al presentar un orificio en su lado más corto, así que la cuestión era qué era aquella cosa y para qué pudo servir.
     El orificio me recordó a los antiguos lavaderos de piedra, llamados pilas, hechos sobre granito y empleados para la colada:


     Usualmente se encontraban junto a los pozos. Su forma es cuadrangular, de unos 80-100 cm de lado; se caracterizan por presentar un orificio en la parte inferior para el desgüe y tener en uno de sus lados una superficie inclinada, sobre la que se depositaba el "lavadero", una tabla con la superficie ondulada que se usaba para restregar la ropa (épico precedente manual del centrifugado actual). El objeto de la Haza de las Ánimas también tiene ese orificio, pero su estrecho tamaño impide que se pueda considerar su empleo para lavar ropa.
     También en las dehesas de los Pedroches es muy frecuente encontrar junto a los pozos otro tipo de pilas utilizadas para abrevar al ganado:


     A diferencia de las usadas para lavar estos abrevaderos tienen todos sus lados rectos y carecen de orificio para evacuar el agua. Tampoco parece que el objeto de la Haza de las Ánimas hubiese sido destinado para dar de beber al ganado (para los heroicos gansos capitolinos que advirtieron a los romanos del ataque de los galos, quizá; pero para cuatro gallinas del corral, no). Además, siempre queda la duda de su posible relación con las tumbas de piedra, aunque su inmediatez a ellas así lo sugiere.
     No es el único objeto de este tipo que conozco en los Pedroches junto a tumbas excavadas en la roca. Muy cerca de la antigua vía romana de Epora (Montoro) a Solia (Madajaiglesia, el Guijo), al SE de Villanueva de Córdoba, existe un conjunto que me parece muy interesante:


      Hay una tumba tallada en la roca (en la fotografía de arriba en primer plano, casi soterrada, reconocible su interior por la hierba incipiente). Su orientación de 194º S, y hay espacio suficiente para haberla hecho con otra distinta, por lo que parece que se eligió así adrede, y no condicionado por la estructura del peñasco.
     En la misma roquedo, en un plano superior, se labraron dos cubetas o pilas, con un diámetro de tres cuartos de metro y medio medio. Tienen en su parte inferior un orificio para poder desaguarlas:

 
     En el mismo plano en que se encuentra la tumba existen otras cubetas o piletas (hoy tapadas por la tierra), pero que se reconocen fácilmente por tener también también orificios para desalojarlas del contenido que tuvieren. El que todos estos elementos, tumba y cubetas, estén labrados en la misma piedra parece muestra relevante de que formaron parte de un mismo conjunto.
     Comenta Jorge López Quiroga (2010, 431) que "en las áreas funerarias conformadas por tumbas excavacas en la roca es habitual la existencia de canales y cazoletas ligadas" a la práctica de libaciones funerarias consistentes en derramar líquidos como vino, leche, miel o aceite, pero suelen ser huecos de escasos centímetros de diámetro, y los objetos de los que se se trata tienen más de medio metro. No existen muchos lugares en la península con morfologías parecidas en similares contextos de necrópolis en la roca natural.
     En Santa María de la Piscina (Peciña, La Rioja) hay una de este tipo con una pila de gran tamaño en la parte central que se ha considerado que podría estar relacionada con el lavatorio de los cadáveres antes de su inhumación, mas es un unicum en la península.

(http://es.wikipedia.org/wiki/Ermita_de_Santa_Mar%C3%ADa_de_La_Piscina)

      En Revenga (Burgos) también hay una pila circular entre una necrópolis de tumbas talladas en la roca natural:

(http://www.siempredepaso.es/tumbas-y-bosques-en-el-alto-arlanza-burgos/)

     Más parecido al conjunto de los Pedroches es el de Buendía (Cuenca), con tumbas y cazoletas en distintos niveles:

(https://es.scribd.com/doc/83315897/Sepulcros-en-Roca)

     Las dos preguntas esenciales, qué son en concreto esas pilas o cubetas, y para qué se emplearon, se quedan abiertas por ahora, aunque sí se puede barruntar algo sobre ellas.
     En primer lugar, por su proximidad a la sepultura parece lógico descartar la posible funcionalidad de estas cubetas como lagar o para práctica de algún tipo de actividad similar, y que sean de tipo cultual, que tengan relación con algún tipo de ritual. El rito es "un tipo de comportamiento estereotipado, de uso colectivo y con una eficacia extraempírica, al menos en parte; es decir, distinto de las conductas adaptadas racionalmente a un fin utilitario. Este tipo de comportamiento se basa por lo general en la observancia de las reglas tracicionales, y afecta a las relaciones que se establecen entre el hombre y lo sobrenatural. Como indicara Durkheim, los ritos sirven para distinguir lo sagrado de lo profano o bien para hacer entrar lo sagrado en la vida colectiva" (F. Marco Simón, 1994, 355).
     En segundo lugar, considero que no parece posible establecer relación alguna entre ellas y ningún tipo de ritual cristiano. La Iglesia, desde tiempos de San Agustín, quiso alejarse de los objetos profilácticos en las sepulturas, de la moneda para ofrecer a Caronte y pasar al otro mundo; de las procesiones nocturnas, banquetes funerarios y libaciones de los funerales no cristianos: su firme propuesta era la misa por el finado (en la iglesia, no en el cementerio), la recitación del salterio y la ceremonia diurna. Así que esas pilas tienen un tremendo tufillo pagano (en el sentido de que no es cristiano). Contribuye a esta impresión el que su alineación no es la usual de las sepulturas cristianas, con el eje E-W, sino que su cabecera está orientada claramente al mediodía.
     El problemilla a solventar es que no sé que son estas pilas por la ausencia de fuentes literarias; y, consecuentemente, ignoro cómo se utilizaron y para qué. Partamos del presupuesto de que la tumba en la roca y las cubetas son del mismo tiempo (al menos están en el mismo peñasco). El origen de este tipo de sepulturas se remonta al tiempo de la Hispania Tardía, y en una época tan avanzada como el año 681 el canon 11 del XII Concilio de Toledo se dirigía, entre otros, a los "cultores idolorum, veneratores lapidum". Un siglo antes el obispo Martín de Dumio reprendía a sus feligreses (entre otras cosas) por encender velas en peñascos. Las fuentes documentales de la época (todas cristianas) guardan un absoluto silencio sobre cómo se desarrollaban esos ritos, o a qué divinidades iban dedicadas, pero al menos muestran que había un tipo de espiritualidad en la que la roca era un importante elemento en su manifestación ritual. Y la verdad es que hay testimonios de religiones peninsulares anteriores a la romanización que muestran esta vinculación.
     El mejor ejemplo son los altares rupestres de los que son exponentes Panóias o Ulaca, contándose también en el norte de Córdoba con uno de ellos, Sibulco. En Panóias, a inicios del siglo III d.C., G. C. Calpurnius Rufinus, un romano de alto rango, vir clarisimmus, dedicó varias inscripciones, una de las cuales decía que las entrañas de las víctimas se quemaban en unas oquedades cuadradas hechas en la roca, mientras que su sangre se recogía en otras cavidades semicirculares también talladas en la roca natural. En el santuario de Peñalba de Villastar (Teruel) hay "hoyos y cubetas con canalillos de comunicación y desagüe similares a los de las célebres 'peñas con pilas' del área castreña noroccidental" (Marco Simó, 1994, 360).
     La verdad es que tampoco sé si, aparte de las formales de estar hechas en roca, hay alguna relación entre estos elementos (propios de religiones prerromanas) y las pilas con desagüe junto a tumbas excavacas en roca de los Pedroches; al menos es un punto de partida. También habría que indagar si, de algún modo, pudieran encajar con rituales de otro tipo de religiones aparte de las peninsulares prerromanas.
     Bueno, esto es lo bonito de la Historia, ¿verdad?, el camino que se va haciendo al andar.

viernes, 17 de octubre de 2014

El Haza de las Ánimas de piedra (una necrópolis de tumbas excavadas en roca de los Pedroches).

     "Haza", según el DRAE, es una porción de tierra labrantía o de sembradura. Poco más de un kilómetro al sur del castillo de Almogábar (Torrecampo) existe un predio con ese nombre al que se acompaña un término, "de las Ánimas", que, muy probablemente, deriva de un elemento arqueológico muy visible y peculiar que le dio el nombre al lugar: una necrópolis de sepulcros tallados en la roca natural.


     Tradicionalmente, en el estudio de las tumbas inmuebles sobre roca sólo se consideró su forma, a partir de la cual se le asignaba, automáticamente, una determinada cronología. En este tipo de enfoque había una falla, pues lo que debiera ser una herramienta para el conocimiento del pasado se convirtió en un fin en sí mismo. El problema básico es que no se estableció la conexión dialéctica imprescindible entre este tipo de manifestación arqueológica y los procesos sociales en los que se desarrollaron.
     Los estudios sobre esta materia que más avanzan en la actualidad son los que han abandonado las premisas previas de cronotipologías, empezando a analizar las distintas formas en que se organizan los espacios funerarios compuestos por este tipo de tumbas, talladas en la roca natural. Iñaki Martín Viso (2012) distingue tres tipos de espacios funerarios:

1.- Sepulturas aisladas o formando pequeños grupos, con menos de diez tumbas. En el NE de Córdoba es la tipología más abundante respecto al número de estaciones. Hay muchas variantes de este modelo básico, que pueden desglosarse básicamente en dos:

1.1.- Los formados por una tumba o un pequeño grupo de 2-5 como máximo. "Aquí puede hablarse con bastante certeza de la presencia de inhumaciones aisladas y diferenciadas, que deben probablemente asociarse con enterramientos de carácter familiar que se perpetúan en el tiempo... Por tanto, crean una memoria vinculada a esa familia y a individuos concretos" (Martín Viso, 2012, 171). En el mapa de abajo se observa cómo es este modelo en el NE de Villanueva de Córdoba: hay cinco tumbas individuales de adultos, una individual infantil, un grupo de dos y otra sólo comenzada a labrar, sin terminar. La distancia media entre ellas es de unos dos kilómetros.


1.2.- Los sitios de 6-10 sepulturas suelen incluir pequeños grupos o estar dispersos por áreas con mayor extensión que los formados por 1-5 sepulturas. En la comarca de los Pedroches sólo las estaciones arqueológicas de la Nava y Valquemadas, ambas próximas (1,5 km y 3 km) al castillo de Almogávar, y que aún están por estudiar, podrían pertenecer a este grupo. Este tipo podría ser una variante del segundo propuesto:

2.- Necrópolis desordenadas. Con un número superior a los diez enterramientos, aproximadamente, pues puede variar según las regiones. Se definen por ser áreas destinadas a la inhumación, en las que se distribuyen de manera aleatoria las sepulturas, aisladas o formando pequeños grupos. Este es el caso del lugar al que se dedica esta entrada, la Haza de las Ánimas, donde hay al menos quince sepulturas distribuidas en cuatro grupos de nueve, tres, dos y una tumbas, formando un triángulo equilátero de unos doscientos metros de lado:


     "El aparente desorden probablemente provenga del hecho de que la elección concreta de cada lugar de enterramiento se llevase a cabo por la familia o individuos, pero dentro de un ámbito geográfico específico reconocido por un conjunto más amplio... Por tanto, estaríamos ante iniciativas comunitarias que respetan, sin embargo, cierta autonomía para la memoría familiar, gracias a la elección de núcleos diferenciados" (Iñaki Martín, 2012, 171-172). Un arquetipo de este modelo es la necrópolis de la Haza de las Ánimas.

3.- Necrópolis agrupadas y alineadas. Es el tercer tipo propuesto, con más de diez sepulturas. Se caracterizan porque no se distinguen grupos bien definidos, las tumbas se hayan alineadas y con una orientación común. "Este tipo de inhumaciones responde a una comunidad en la que hay algún tipo de poder que gestiona y organiza el espacio funerario. Se trataría de un paisaje jerarquizado, en el que hay una memoria de la comunidad controlada y gestionada por una instancia de poder, que ha restringido o eliminado la capacidad de gestión de la memoria familiar" (I. Martín Viso, 2012, 172). [Como se puede comprobar, Iñaki Martín Viso establece una conexión dialéctica de las tumbas excavadas en roca, lo que hace que no se caiga con ellas en un compartimento estanco.] Este tipo de necrópolis no es conocido en el NE de Córdoba.

     Desglosemos ahora la necrópolis de la Haza de las Ánimas, que, como se ha dicho, está formada por cuatro núcleos. El primero y mayor de ellos se sitúa unos 250 m al SW del cortijo, sobre un gran canchal de granito rojizo. [Márquez Triguero (1985, 84) lo llama incorrectamente "Peñón de Obejuelo", pues cualquier jarote sabe que este microtopónimo está unos 4,5 km al SW de la Haza, en una finca llamada, precisamente, Obejuelo. Hago este apunte por si alguna criatura descarriada se acerca al verdadero Peñón de Obejuelo en búsqueda de estas tumbas].
     Al norte y al oeste del canchal se observan los restos de antiguas edificaciones, como cimientos de viviendas:


     Aunque Esteban Márquez dice (1985, 85) que "no se observa ningún tipo de cerámica de cubrición" hay fragmentos de tégulas por todas partes, tanto en este lugar como en los otros donde hay estas tumbas:


     Esta característica teja plana romana no dejó de usarse en la península con el fin del Imperio a comienzos del siglo V, sino que siguió empleándose. En el museo visigodo que hay en el interior de la Mezquita de Córdoba hay una tégula datada en el siglo VII, lo que quiere decir que este elemento constructivo se mantuvo en el tiempo hasta solaparse con la llegada de los musulmanes.
     En el croquis de abajo se muestra la disposición del lugar, con el peñasco-necrópolis y las estructuras adyacentes:

(Croquis de Esteban Márquez Triguero, 1985, 101. La numeración es propia.)

     La necrópolis se se realizó sobre un gran peñasco que tiene su mejor acceso desde el este:


     Al sur y al norte está cortado como un acantilado:


     La sepultura nº 1 se encuentra en la parte inferior de la cara este, cubierta en parte por una pared de piedra. Tiene forma antropomorfa (cuerpo de forma trapezoidal, cabeza diferenciada de él) y su orientación es 20º N (tomamos la orientación del eje longitudinal de la sepultura desde la cabecera):


     Continuando en la cara este, a media ladera se encuentran labradas cuatro sepulturas (números 2-5 en el croquis), dos de adultos y dos infantiles. La orientación de todas ellas es al E o ENE:


     En la parte superior del canchal, en lo que se podría definir como la meseta del mismo, hay labradas otras tres sepulturas (números 6, 7 y 8), separadas unos cuantos metros entre sí, todas ellas de planta antropomorfa y orientadas al mediodía (154º S, 130º SE y 170º S). En el lugar hay mucho espacio para tallar más sepulturas, por lo que parece que la distinta orientación de las tumbas dentro de esta misma necrópolis no fue condicionada por el tamaño, la estructura o composición de la roca:




     En la base de la cara norte, la que "mira" al castillo de Almogábar, hay tallada otra sepultura, bien labrada, tanto que parece casi un sarcófago incrustado en el peñón. No está orientada hacia el castillo, sino a saliente, 80º E.


      El segundo grupo está unos 180 m al NNE del anterior y, como él, a poniente se conservan las estructuras de antiguos lugares de hábitat. Al este de los mismos hay labradas tres sepulturas en la roca natural:

(Croquis de Esteban Márquez Triguero, 1985, 101. La numeración es propia.)

     La nº 10 es de adulto (190 cm de longitud) y su planta es antropomorfa, con cabecera y pies diferenciados del tronco, de perfil trapezoidal. Su orientación es clara hacia el mediodía, 170º S:

 
     Unos 5,5 m al NW de esta sepultura hay un grupo de dos (números 11 y 12), una de adulto (198 cm de longitud) y otra infantil (88 cm), ambas también de tipo antropomorfo. Se diferencia de la aislada en la orientación (50º NE), y no creo que se deba al condicionamiento geológico, pues hay espacio para labrar bastantes tumbas de este tipo.

 

     Hasta aquí las doce sepulturas citadas por Esteban Márquez Triguero en el lugar. Sin embargo, cuando Bartolomé Cañuelo y yo nos dimos un paseo por las inmediaciones nos encontramos a apenas 130 m al oeste del peñasco con un tercer grupo formado por dos sepulturas, una de adulto, casi soterrada, y otra infantil, con orientaciones al saliente: 74º ESE la de adulto y 45º NE la infantil:



      A sesenta metros escasos de estas dos tumbas, hacia el oeste, Bartolomé y yo encontramos el cuarto grupo, formado por una sola sepultura, que tampoco cita Márquez Triguero. Es de adulto (196 cm de longitud) y también de planta antropomorfa, con orientación al saliente, 110º ESE.


     En definitiva, en esta estación arqueológica se encuentran quince sepulcros en roca a apenas doscientos metros unos de otros, con orientaciones distintas y formando pequeños grupos: una "necrópolis desordenada" de tumbas excavadas en roca según la definición de Iñiki Martín Viso. La Haza de las Ánimas de piedra.

jueves, 9 de octubre de 2014

El castillo de Almogábar: bastión norteño de los Pedroches

     El otro día fui con mi amigo Bartolomé Cañuelo Sánchez a las inmediaciones del castillo de Almogábar (Torrecampo), para que me mostrara el lugar, un kilómetro al sur de él, en la Haza de las Ánimas, donde se encuentra una de las escasas agrupaciones de tumbas excavadas en la roca del NE de Córdoba. No es lo frecuente en lo comarca, donde lo que más abunda son tumbas aisladas o por mucho en grupos de dos o tres. Lo de la Haza sería un caso de lo que el especialista en esta materia Iñaki Martín Viso denomina una "necrópolis desordenada": al menos quince sepulturas de este tipo, inmuebles, talladas en la roca natural, en una extensión de una media hectárea y formando pequeños grupos.


     Esteban Márquez Triguero (1985) describía en la Haza de las Ánimas doce sepulcros pétreos en dos grupos de nueve y tres, pero Bartolomé y yo nos topamos con otras tres (dos de adulto y una infantil) a menos de trescientos metros que Triguero no vio, lo que quiere decir que es muy posible que haya todavía más además de las publicadas por él.

 


     Pero esta entrada no está dedicada a ellas, sino al lugar que domina el entorno: el castillo de Almogábar.
     Dice de él su ficha del Patrimonio Inmueble de Andalucía (que, por cierto, fusila la información que da sobre él Manuel Nieto Cumplido en su Corpus Medievale Cordubense, pág. 224):
     "El conjunto de ruinas se compone de tres núcleos perfectamente diferenciados: un castillo, una villa amurallada y un arrabal al sur de ambos, en la ladera de acceso a éstos.
     El primero, de unos 35 metros de extensión, forma un pequeño recinto en la cúspide extrema del Oeste de la villa. De él se conservan lienzos de murallas de mampuesto sin cal de casi un metro de altura en los lados Norte y Sur así como las partes bajas de dos grandes torres - una rectangular y otra circular - que constituían las defensas de separación entre el castillo y la villa.
     Ésta ocupa una extensión aproximada de una hectárea. Se encontraba fortificada en todo su perímetro con muralla de mampuesto de la que aún quedan amplios testigos. La puerta de ingreso estaba situada en el costado sur. También pueden verse casi a ras del suelo las alineaciones de las calles y casas de la población, pudiéndose recomponer con relativa facilidad alguna de sus plantas. Finalmente, en la ladera sur de la villa y en plano inferior pueden apreciarse los vestigios informes del arrabal, formando un conjunto de ruinas de difícil identificación...
     En el lugar han aparecido no sólo restos romanos como poblados, tumbas e inscripciones, sino también restos materiales desde el Calcolítico hasta la Baja Edad Media ininterrumpidamente".

    Es difícil su equiparación con la ciudad de Gafiq, hipótesis propuesta a comienzos del siglo XX tras la traducción de la obra geográfica de Idrisi, donde se decía que entre Bitraws (Pedroche) y Gafiq había siete millas (entre Pedroche y Almogábar hay 14 km en línea recta). Ya he expresado mi disconformidad con ella, pues tras el radical estudio de don Félix Hernández Jiménez no hay duda (si tal cosa fuera posible en Historia) de la equiparación de Gafiq y la actual Belalcázar, en el NW de Córdoba. Como ya expuse en el blog, cuando al-Idrisi redactaba su obra en Sicilia variaron los trazados de los caminos que él había conocido entre Córdoba y Toledo como consecuencia de la conquista de buena parte del NE de Córdoba por Alfonso VII a mediados del siglo XII. De esta circunstancia nació su confusión.
     El medievalista cordobés Manuel Nieto Cumplido considera que el nombre árabe del lugar fue Burg Wabu al-Malaha. Así se llamaba uno de los dos distritos (aqalim, singular iqlim) más septentrionales de la kura de Córdoba en el siglo X (el otro, Wabu al-Sha'ra, mantuvo su nombre a lo largo de los siglos: la Jara, que dio nombre a la dehesa y el genticilio de los naturales de Villanueva de Córdoba, jarotes).
    Cuando Alfonso VII emprendió la campaña citada en 1155 tomó varias fortalezas, entre ellas las cordobesas de Santa Eufemia y Pedroche, no citándose expresamente en la documentación de la época el castillo de Almogábar. Años más tarde, en 1189, Alfonso VIII otorgaba un privilegio a la Orden de Calatrava en el que se señalaba y confimaba las donaciones que le hizo. Los límites pasaban por "ad castellum quod dicitur Murgaual" (Nieto Cumplido, 1979, 46). En 1255 se declaraban los mismos términos para la Orden de Calatrava que en 1189, que pasaban por el castillo de Murgabal.
     Sin embargo, el 24 julio 1243 Fernando III (M. Nieto Cumplido, 1979, 139) concede al concejo de Córdoba el castillo de Almodóvar del Río, el castillo de Obejo, el castillo de Chillón, el castillo de Santa Eufemia, el castillo y villa de Gahete (antes Gafiq y ahora Belalcázar), la villa de Pedroche y el castillo del Mochuelo. Murgabal o Almogábar no aparece expresamente citado en la documentación, lo que quizá supusiera que ya se había abandonado: tras la conquista cristiana de la capital cordobesa, la frontera con al-Andalus pasó al sur del Guadalquivir; alejado la actividad bélica, quizá el castillo de Almogábar ya no tuvo razón para existir.
     Los restos actuales de la fortificación parecen ser de su última etapa, la musulmana, pero su entorno está repleto de historia, debido, quizá en gran parte, a su morfología y posición. El castillo se construyó sobre una pequeña cordillera alargada en dirección norte sur, con una cota máxima de casi 707 m. Se eleva más de medio centenar de metros, siendo más abrupta su cara este, con pendientes del cincuenta por ciento, como se aprecia muy bien en el mapa topográfico:


      El gran afloramiento granítico destaca sobre el calmo paisaje de penillanura ondulada del batolito



       Desde el lugar hay contacto visual con la forticación del Mochuelo, ya en las sierras al norte del río Guadalmez, otro de los puntos estratégicos de las comunicaciones entre el valle del Guadalquivir y el centro de la Meseta. Unos dos kilómetros al oeste transita la antigua vía romana entre Epora (Montoro) y Solia (Majadaiglesia, El Guijo), dos de las ciudades del NE de la provincia de Córdoba. A unos 3,5 km al este discurría el camino del Armillat (conocido hoy como camino de Villanueva a los Molinos de la Ribera), la principal vía de comunicación entre Córdoba y Toledo en tiempos del califato de al-Andalus, pero que conserva vestigios, como éstos, de un uso anterior.
     Uno de los pioneros del estudio de la arqueología de campo de los Pedroches, el ingeniero Antonio Carbonell, daba cuenta en 1945 el descubrimiento en sus inmediaciones de un fragmento de inscripción romana. En la segunda edición del Corpus de Inscripciones Latinas de Hispania hay una, la CIL II2/7771 que procede del castillo de Almogábar. Sólo figura un nombre, C. Pontius [...]nianus, y Armin Ulrich Stylow la data en el siglo II d.C.
      Algo más de un kilómetro al SW del castillo es donde se encontró una enterramiento por cremación romano que se puede fechar a comienzos del siglo II d.C. Aunque los vestigios arqueológicamente más visibles son las sepulturas excavadas en la roca entre la Haza de las Ánimas y la Nava, al S y SW del castillo, y sobre las que sin duda hay que seguir estudiando:


     Es muy significativo que toda la información documental que conocemos del castillo de Almogábar sea de origen cristiano (obviando las conjeturas de que fuera la Gafiq de Idridi), desde que a partir de mediados del siglo XII los castellanos se interesan por el norte de Córdoba. He estado revisando en la obra de un buen arabista cordobés, Antonio Arjona Castro: Córdoba, su provincia y sus pueblos en época musulmana, y no he encontrado ninguna referencia sobre él, aunque tanto la documentación cristiana como la arqueología muestran la importancia del lugar desde el Reino de Toledo al Reino de Castilla. Y mientras vamos conociendo cosas sobre él y sus aledaños, su sustrato sigue manteniéndose airoso, dominando la entrada al norte de los Pedroches.


Edito para hacer una aclaración: he escrito "Almogábar", con "b", pues como "Mogábar" aparece en la primera edición (1891) de la hoja 859 a escala 1:50.000:


martes, 30 de septiembre de 2014

La controvertida cronología de las tumbas excavadas en la roca.

     En la entrada sobre los "protojarotes" de época visigoda incluía dos sepulturas excavadas en la roca muy próximas a Villanueva de Córdoba. Quizá a alguien le haya extrañado, pues este tipo de tumbas se dató tradicionalmente en épocas más tardías que la visigoda, por los siglos IX-XI. Pero, como decía el antiguo lema de la UNED, el conocimiento es la cosa más móvil de entre cuantas cosas se mueven (mobilior sapientia omnibus mobilibus), y desde el artículo de Alberto del Castillo que generó esa datación, publicado en 1970, hasta hoy nuestra información sobre ellas se ha incrementado notablemente y, a la par, ha variado la percepción sobre este tipo de enterramiento respecto al tiempo en que se hicieron.
     Para exponer, y argumentar, mi punto de vista hay que hacer un poco de historiografía. Las tumbas labradas en la roca natural están extendidas por la mayor parte de la Península Ibérica. Quienes primero se fijaron en ellas, a finales del siglo XIX, las consideraron de época ibera; no fue hasta bien entrado el siglo XX cuando se les reconoció su carácter altomedieval.
     Los primeros estudios llevados a cabo con rigor arqueológico los efectuó el equipo dirigido por Alberto del Castillo en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado, en el noreste peninsular. Su trabajo no fue nada fácil, pues muchas estaban abiertas y contaban con muy documentos arqueológicos con los que trabajar.
     Este investigador consideró que se podía establecer con ellas una tipocronología: las que tenían forma rectangular, oval, de bañera o trapezoidal las situó, sin ambigüedad, en época visigoda, mientras que las de forma antropomorfa (con cabeza y cuerpos diferenciados, siendo éste de forma oval o trapezoidal) serían posteriores, de los siglos IX-XI.
     [Abajo puede verse distintos tipos de tumbas empleadas en el yacimiento burgalés de Cuyacabras:

(Roberto Rodríguez Violat, 2013, 13.)

     En los Pedroches la tumba de la Huerta del Rubio (arriba), en el cercado inmediato a las instalaciones de la Cooperativa San Miguel de Villanueva, es de forma rectangular. La que hay en la Cañada de la Viga (abajo), en el término de Pedroche y a unos 8 km al NE de Villanueva, puede considerarse antropomorfa: cabeza diferencia y cuerpo con perfil de trapecio alargado:]



     Como el trabajo de Alberto del Castillo y su equipo era muy amplio y realizado con rigor científico obtuvo un gran predicamento, quienes se interesaron por las tumbas en la roca lo utilizaron como referente y pronto se extendió la consideración generalizada de que eran de la época citada, siglos IX-IX. Aunque este autor estimó, como se ha visto, que las tumbas cuya forma no era la del cuerpo humano eran de época tardoantigua y visigoda, sus epígonos no parece que tuvieran esto en cuenta y, por un extraño mecanismo de sinécdoque, la parte se tomó por el todo: la mayoría de las sepulturas labradas en la roca, fuera cual fuese su forma, pasaron a convertirse en antropomorfas o, para mayor inri, antropoides.
     En Andalucía, en general, o los Pedroches en particular, quienes han reparado en estas tumbas han seguido los parámetros de arriba.
     El profesor Emilio Cabrera (1998-1999, 158), medievalista, tomó en consideración que la época en que se consideraba se labraron estas tumbas los Pedroches formaban parte de la administración territorial omeya, por lo que las labradas en los canchales de granito evidenciarían la presencia de núcleos mozárabes.
     Igual datación consideró Silvia Carmona Berenguer, quien al citar las sepulturas excavadas en la roca de Sanlucarejo, Cádiz, comentaba (1998, 55): "El tallado de las fosas con formas antropomorfas no es habitual documentarlo en la etapa que estudiamos [época tardoantigua y visigoda]. Este tipo de sepulturas se viene fechando entre los siglos IX al XII". Al tratar del mundo funerario en los Pedroches en ese tiempo, decía (1998, 61): "Un caso especial se recoge en la Colección del Valle de los Pedroches. Según el inventario de Riesgo, el conjunto de tumbas documentadas presentan [sic] sus fosas abiertas en la roca y con registro material adscrito a la cultura visigoda... Como ya hemos mencionado, las fosas talladas en roca y con tendencias antropomorfas responden a un periodo inmediatamente posterior al nuestro, enclavándose cronológicamente en el siglo IX y perdurando hasta el siglo XI". [Esto no es así, como ya comentamos en otra ocasión, y sólo se demuestra no haber leído el inventario que se cita. Ángel Riesgo descubrió tres centanares de sepulturas pero excavadas en el suelo, en su inmensa mayoría de tipo fosa con sus paredes revestidas con lajas de piedra y cubiertas por grandes losas de granito. También dio cuenta de 23 tumbas excavadas en roca, de las que escribió en sus cuadernos de campo: "Hasta la fecha, 1934, hemos podido localizar veintitrés sepulturas [talladas en la roca]. Todas ellas profanadas de tiempo inmemorial, cuyas tapas correspondientes no recuerdan los más viejos habitantes y pastores del valle haber visto ni una sola".
     Tampoco es correcto que las sepulturas labradas en la roca de los Pedroches sean en su mayoría antropomorfas, pues son más frecuentes otros tipos de planta, como se puede ver en la del Rosalejo (arriba), las Navas (centro) o la Serrezuela, todas a 4-7 km de Villanueva de Córdoba:]




     En el ámbito de los Pedroches se realizó el inventario de este tipo de sepulturas conocidas (nueve) en el término de Conquista, opinando los autores sobre su cronología: "La mayoría de las necrópolis excavadas en la roca ofrecen una cronología centrada, básicamente, en los ss. IX-XI, centurias en las que podrían encajar las tumbas de Conquista, sin descartar que pudieran existir algunos precedentes de época visigoda".
     En definitiva, en el estudio de este tipo de tumbas "la ausencia de un marco interpretativo coherente y sólido ha determinado que una parte relevante de los trabajos arqueológicos sobre las manifestaciones funerarias altomedievales haya tenido por objeto casi exclusivo la elaboración de cronotipologías a partir de la diversidad estructural de las arquitectura sepulcrales. Es posible, pues, que se haya confundido el fin con los medios, y las herramientas con los objetivos de trabajo" (Alfonso Vigil-Escalera, 2013, 267).
     Hoy contamos con más elementos de trabajo y, también con nuevas perspectivas.
     En primer lugar, sabemos que las tumbas excavadas en la roca no son exclusivas de la Península Ibérica. Se conocen igualmente en Italia, principalmente en la Toscana, con dataciones entre los siglos VI-VIII. También en Francia (Herault o Picardía), con una cronología similar, siglos VII-VIII. Más antiguas parecen ser las Tipasa (Argelia), entre los siglos IV y VI (R. Rodríguez Violat, 2013, 8-9). Estos datos desvirtúan por completo la posibilidad de que las sepulturas peninsulares fueran debidas a los mozárabes, de quienes mantuvieron la fe cristiana con el dominio musulmán. (En otros yacimientos de Argelia, como Constantina y Tebessa, hay tumbas excavadas en la roca "que podrían ser de época púnica o romana, ya que apenas hay diferencia en los ajuares desde el siglo II a.C. hasta el III d.C." (R. Rodríguez, 2013, 11).
     Igualmente, se ha constatado que personas de otras religiones diferente a la cristiana que habitaron en la península fueron inhumadas en tumbas talladas sobre la roca natural: es el caso de musulmanes en Marroquíes Bajos, Jaén, o de judíos en Lucena, Córdob
     Lo segundo es que se ha podido corroborar en diversos yacimientos, en los que estas tumbas han permanido intactas, la presencia en ellas de diferentes elementos de vestimenta personal y objetos de depósito ritual (como pendientes, pulseras, broches de cinturón, vasijas de jarro o vidrio), que denotan una cronología que se remonta, al menos, a finales del siglo VI o comienzos del VII. Se ha podido comprobar, repito, en numerosos lugares de la península, destacando en este aspecto como uno de los estudios pioneros el de Antonio González Cordero (1998) para la provincia de Cáceres. En la necrópolis de Sanlucarejo, Cádiz, que se citaba arriba (con sepulturas antropomorfas), las jarras cerámicas o un broche de cinturón de placa rígida, "apunta a una una necrópolis hispanovisigoda en uso al menos durante la primera mitad del siglo VII" (Mora, 1981, 76). En Fuente del Moro (Madrid) apareció un ungüentario de vidrio en una sepulturas de este tipo, y, en la misma necrópolis, broches de cinturón de placa liriforme y piezas cerámicas que databan la necrópolis entre finales del siglo VI y comienzos del VII. La especialista en vidrios hispánicos de época visigoda, Blanca Gamo Parras (1995, 305), se mostraba contundente: "Tradicionalmente, se ha pensado que las tumbas talladas en la roca son de época posterior al momento que estudiamos, de la Reconquista, pero la no aparición de materiales de esta cronología, y sí otros típicamente visigodos... zanja la cuestión de las cronologías".
     En tercer lugar, algunas de estas tumbasde la comarca de los Pedroches tienen en su estructura un elemento que indica que su cronología más reciente no supera el siglo VIII. Son unas hornacinas labradas a la derecha de la cabecera que, como ya observó Ángel Riesgo en sus cuadernos de campo, sirvieron con gran posibilidad para depositar ofrendas. Pueden verse en la Loma de la Higuera (arriba), entre Montoro, Cardeña y Villanueva de Córdoba; o en las Navas (abajo), unos 6 km al SE. de Villanueva:



     A la Iglesia nunca le gustó que se mantuvieran tradiciones como banquetes funerarios o libaciones por el difunto que, aunque fueran revestidas de cristianismo, tenían un indudable origen y tufillo pagano. El propio Isidoro de Sevilla exponía en el IV Concilio de Toledo (año 633) la diversidad de ritos empleados en el ámbito cristiano peninsular, reclamando una unificación de los mismos. En el siglo VIII acabaron por completo los banquetes y libaciones funerarias, y también la introducción de un depósito ritual en la sepultura. Comenta a este respecto un buen conocedor de este tipo de sepulturas, Iñaki Martín Viso (2007, 32): "En este cambio convergieron diversos factores, como el aumento de la estabilidad del poder local con la subsiguiente consolidación de los cauces de dominio y la influencia de la Iglesia, cuya proyección social permitió que buena parte de la inversión aristocrática destinada a fortalecer su estatus se dirigiera precisamente hacia ciertos centros de poder locales o hacia nuevas prácticas distributivas".
     Algunos autores siguen manteniendo que las sepulturas con forma antropomorfa son posteriores, del siglo VIII, pero Roberto Rodríguez Violat (2013) muestra un nutrido repertorio de lugares, tanto fuera como dentro de la península, en que sepulturas con tal forma son de los siglos VI-VII. Un ejemplo lo tenemos en la ciudad de Baelo Claudia, fundada por lor romanos y abandonada definitivamente en el siglo VII. En la cimentación de un mausoleo altoimperial se talló una tumba con forma netamente antropomorfa:

(Arévalo et al., 2006, 69.)


     Por lo expuesto, no puede seguir manteniéndose una datación sobre estas tumbas de los Pedroches basándose sólo en su forma, ni se pueden atribuir por completo a los mozárabes. Tampoco se puede considerar bajo un mismo modelo general lo que debieron de ser manifestaciones muy diversas, que sólo tuvieran en común la forma de enterrar en tumbas talladas en la roca natural. Por ejemplo, las agrupaciones de muchas decenas o incluso centenares junto a algún edificio religioso en el norte peninsular no parece que tengan demasiado que ver con las que se encuentran en los Pedroches, en su inmensa mayoría aisladas, a centenares de metros o incluso kilómetros unas de otras. Es más, hay que intentar relacionarlas con los procesos sociales del periodo postromano-preislámico, y aquí las tumbas en la roca de los Pedroches encajan perfectamente en los tiempos de la Hispania Tardía. Eso se merece otra entrada.