En el dolmen de Las Agulillas

sábado, 31 de mayo de 2014

Y el hombre cogió su azadón (La aparición de la agricultura y los cambios en las creencias: ¿megalitismo europeo?).

Un pequeño divertimiento histórico, pues el origen del tema se escapa del ámbito de este blog, la comarca de los Pedroches, en el NE de Córdoba, pero existe cierta relación. Para intentar comprender la aparición del fenómeno megalítico, tan abundante en esta tierra, quizá haya que remontarse a los cambios ideológicos y religiosos que surgieron en el Próximo Oriente con la implantación de la economía de producción basada en la agricultura y la ganadería, y que se difundieron con la expansión del Neolítico.


     Durante millones de años los homínidos (entre ellos los anatómicamente modernos, vamos, nosotros) vivieron cazando animales y recolectando vegetales, trasladándose de lugar en busca de unos y otros. Quizá por ello haya tanto aficionado a la caza actualmente, o seamos legión quienes vamos a buscar vegetales silvestres. (Porque es así, una tortilla de espárragos trigueros es una delicia, pero el auténtico placer es cogerlos.) Hace unos 12.000 años ocurrió en el Próximo Oriente un cambio radical, cuando las personas comenzaron a vivir en comunidades estables que basaban su subsistencia en plantas y animales domesticados. Brian Fagan presenta una atractiva hipótesis que explica el por qué de la "revolución neolítica" que hizo cambiar por completo la forma de vida de los humanos.
     En realidad, la agricultura fue descubierta en otros lugares del planeta y en distintas épocas: hace unos 9.000 años en México; en el norte y sur de China y tanto más tarde; en los Andes hace unos 7.000 años y, por último, en el este de Norteamérica y en África al sur del Sahara hace unos 4.500 años. La forma de agricultura inventada en cada lugar estuvo condicionada por las plantas y animales auctóctonos: cebada y trigo, ovejas u cabras en el Próximo Oriente; maíz en México; arroz en China, y mijo y ganado en el África subsahariana. Se han buscado los factores que provocaron la aparición del Neolítico, y en todos los lugares citados es común que surgió como consecuencia de los grandes cambios climáticos tras la Edad del Hielo.
     En la actualidad nos encontramos en un "interglaciar" conocido como Holoceno, un largo verano, como lo denomina B. Fagan, que se inició hace casi 12.000 años. Pero no mucho antes, hace unos 20.000 años, el clima era distinto por completo, pues la Tierra atravesaba el Último Máximo Glacial. El frío era intentísimo y una buena parte de Europa estaba cubierta por los hielos; los icebergs llegaban hasta Lisboa. Tras el último pico de frío el clima fue atemperándose, el calor se fue incrementando y con él el repliegue de los hielos hacia el norte. La vegetación fue cambiando al calor de los tiempos.
     Hace unos 14.500 años las bandas de cazadores y recolectores del Próximo Oriente tenían condiciones muy favorables para su existencia ocasionadas por un clima templado y húmedo. Las tierras costeras y los valles fluviales estaban poblados de densos robledales, a la par que en otros lugares crecía una ubérrima estepa que producía una enorme cantidad de semillas comestibles. A estas estepas venían grandes manadas de gacelas que los cazadores cercaban y mataban. Si alguna vez, hasta entonces, hubo un lugar donde el hombre consiguió el pan (o al menos recolectó los cereales) sin demasiado sudor de su frente, fue aquí, en el Creciente Fértil, un término acuñado en la década de 1920 por el egiptólogo de la Universidad de Chicago Henry Breasted, y que se refiere a la franja que se extiende en el Levante por el valle del Jordán, el sureste de Turquía, las regiones montañosas de Irán y el norte de Irak.

 (http://www.adevaherranz.es)

     Estas condiciones tan afables para la existencia humana duraron unos dos mil años, y tuvieron grandes consecuencias. La primera es que el hombre se hizo sedentario, dejó la movilidad en búsqueda de alimento que lo había caracterizado desde sus inicios como especie. En algunos lugares como Mallaha (Israel) o Abu Hureyra (Siria) aparecieron aldeas permanentes, ocupadas a lo largo de muchas generaciones. Esto se demuestra porque en ellas han aparecido huesos de ratones comunes, ratas y gorriones, todos ellos animales plenamente domésticos y asociados a lugares donde los humanos tuvieron una estancia permanente y viviendas bien establecidas. Las dataciones absolutas son también claras respecto a que estos asentamientos estables aparecieron antes de que surgiera la agricultura, el periodo Neolítico.
     Brian Fagan encuentra el motivo a este hecho. Los humanos se habían desplazado desde siempre buscando plantas y animales, pero aquí los tenían en abundancia. Un factor determinante para la sedentarización, según Fagan, fue el procesamiento de los recursos naturales. Las bellotas de los robles producían una previsible cosecha al final de cada otoño, pero al contrario que las de los encinares de los Pedroches ("tan dulces e tan sabrosas que las non ha tanto en España", como afirmaba Ahmad ibn Muhammad al-Razi hace mil años) contienen sustancias que hay que eliminar antes de consumirlas, en un tedioso proceso de lixiviación. Cada semana, más o menos, las mujeres debían invertir bastantes horas en moler los frutos y lavar la harina, lo que las anclaba a la tierra. Alguna partida podría desplazarse para cazar, pero el grueso de la comunidad, que dependía del trabajo de las mujeres con semillas y bellotas, se hizo sedentario.
     Durante dos mil años los natufienses (nombre que se le hado a esta cultura) tuvieron a su alcance las cosechas de granos de la primavera, las de bellota y pistachos en el otoño y las gacelas durante todo el año, viviendo en aldeas estables generación tras generación; y eso tuvo sus consecuencias. En primer lugar, el crecimiento demográfico; en muchos lugares había una alta densidad, y cada aldea tendría un territorio propio, bien definido, dotado de una continuidad histórica. Aunque un grupo hubiese decidido trasladarse lo habría tenido difícil, pues los mejores lugares para vivir ya estaban ocupados. En segundo, un aumento de la complejidad de las relaciones sociales.Y, también, un cambio en las relaciones espirituales de las personas con el territorio que les suministraba alimento. Los natufienses enterraban sus muertos en sus aldeas, y tras muchas generaciones en unos determinados territorios tribales los antepasados habrían sido los guardianes de esa tierra propia, en los intercesores entre el mundo de los vivos y las caprichosas fuerzas sobrenaturales.

     Aquella idílica existencia se vio truncada hace, aproximadamente, unos 12.600 años por un suceso ocurrido a miles de kilómetros, en Norteamérica. Allí el casquete de hielo había cubierto prácticamente lo que es el actual Canadá. Al irse elevando las temperaturas el hielo se fue derritiendo, formando lagos en las concavidades del terreno que había provocado el peso de la gran masa de hielo. El más grande de ellos, al oeste de los Grandes Lagos de hoy, ha sido llamado lago Agassiz:

(http://ram.tiempo.com/numero11/imagenes/dryas2.gif)

     Por efecto de la elevación de las aguas y de la erosión, un arroyo puso en comunicación el lago con las aguas oceánicas y, en poco tiempo, meses o semanas quizá, sus aguas desembocaron en el Atlántico. Aquello tuvo unas gravísimas consecuencias para el clima.
     Si en las latitudes medias europeas hay un clima más templado y húmedo que en las de sus equivalentes americanas se debe a la Corriente del Golfo, que traslada estos elementos a las costas europeas. Es lo que se conoce como "cinturón transportador oceánico". Desde el Caribe una gran masa e agua cálida (y por lo tanto con alta concentración salina) fluye hasta el norte. Al llegar al mar de Labrador este agua, más pesada, se hunde en el océano formando una corriente profunda que se dirige al sur. Esto, a su vez, provoca una corriente que lleva temperaturas más elevadas a Europa. Pero cuando la gran masa de agua dulce y helada del Agassiz llegó al norte del Atlántico provocó como un cortocircuito en el cinturón transportador océanico, interrumpiendo la llegada de aguas cálidas cargadas de humedad a Europa durante mil años, en un periodo que los climatólogos llaman Dryas reciente.
     Fue una etapa de vuelta al intenso frío, que provocó que los bosques europeos retrocedieran hacia el sur. También afectó al Próximo Oriente, donde las masas de aire dominante procedían ahora del interior del continente asiático, frías y secas. Como es sabido, los robles son unas quercíneas con unos altos requerimientos de humedad (al contrario que las encinas, más adaptadas a climas secos) y poco a poco los robledades se fueron perdiendo. También disminuyó la productividad de semillas de la estepa, y el número las gacelas que se alimentaban en ellas. Aquellas primeras aldeas tenían una alta densidad de población, por lo que el desastre fue enorme. Intentaron aprovechar todos los recursos posibles, como vegetales con escaso valor nutritivo, mas, al final, no tuvieron otra opción que la que habían empleado sus antepasados durante milenios, desplazarse a otros lugares en busca de alimentos. Ya no existían las condiciones que habían permitido la sedentarización.
     Como se decía, dos mil años de convivencia con un determinado territorio habían transformado las relaciones de los hombres con el mismo, y aunque las bandas se desplazaran de un lugar a otro mantuvieron vínculos con la forma de vida anterior. Periódicamente se visitaban las antiguas aldeas, convertidas ahora en cementerios permanentes; en algunos casos se ha comprobado que se llevaban a ellas pilas de huesos, y sobre todo cráneos, procedentes de cementerios temporales establecidos mientras se desplazaban en busca de alimentos.
     Habría sido entonces cuando, por pura necesidad, algunos grupos comenzaron a plantar semillas para obtener más alimentos. Los cazadores-recolectores sabían de sobra que si una bellota o un grano de cereal caía al suelo y se enterraba, surgía un nuevo árbol o planta, y quizá se hubiesen hecho algunos intentos en la primera época sedentaria. Pero ahora había muchas bocas que alimentar, y muy poco alimento que procurarse. La solución fue producirlo. Había nacido la agricultura y comenzaba el Neolítico. Eso sí, Caín (agricultor) fue antes que Abel (pastor), y eso fue posible por la aclimatación de los plantas.
     Los cereales o leguminosas silvestres tienden a ir cayendo según van madurando para autosembrarse. Es una hábil estrategia, pues distribuyen esas semillas por el tiempo, que puede tener diferentes condiciones de calor y humedad. Pero eso no les interesaba a aquellos protoagricultores. Se ha considerado que en las estepas habría habido unos ejemplares mutantes de cebada o trigo con un fuerte raquis, que mantenían las semillas en la espiga aún maduras, como esperando al recolector. Al ser seleccionados estos ejemplares para guardarlos y plantarlos en otros lugares, esas escasas plantas mutantes fueron las que acabaron imponiéndose en los lugares cultivados (Mithen, 2001, 117).
     Otra opción es que la propia actividad de aquellos primeros agricultores hubiese modificado la secuencia genética de cereales y leguminosas silvestres. Se han realizado estudios sobre la cosecha de escanda silvestre, y "estos investigadores descubrieron que si el cultivo era cosechado en un estado cercano a la madurez, con hoces de hoja de piedra, o si sencillamente se arrancaba la espiga, entonces la domesticación completa se habría conseguido en solo veinte o treinta años... En unas pocas generaciones, en las que se realizó una cuidadosa selección de las plantas más productivas, los natufienses modificaron los genes de la escanda, sin percatarse de ellos" (B. Fagan, 2006, 149-148).
     El elenco de plantas comestibles domesticadas se amplió en poco tiempo: escanda, garbanzos, yeros, cebada, guisantes...Cuando un pasto silvestre, Aegilops squarrosa, que crece en los márgenes del Mar Caspio, se hibridó con el farro doméstico, apareció el trigo común, el más valioso de los cereales antiguos (tanto que el cristianismo lo tomó para hacer de él, mediante la transustanciación, la carne de Cristo). Unos mil años después de que surgiera la agricultura apareció la ganadería (primero, ovejas y cabras), ampliando el abanico de recursos para el hombre.
     No debieron de pasar muchas generaciones hasta que las parcelas cultivadas alcanzaran una gran productividad mayor que la de la recolección, por lo que lo que fue una estrategia ocasional se convirtió en una agricultura plenamente desarrollada. Cuando concluyó el frío del Dryas, hace unos 11.600 años, la agricultura era el recurso básico. Algunas de las antiguas aldeas que habían sido abandonadas durante la sequía del Dryas habían vuelto a ocuparse, con un tamaño mucho mayor que en el pasado.
     Sus habitantes volvían a estar atados a unas tierras determinadas, que antaño habían ocupado sus antepasados; las relaciones entre los vivos y muertos se habían mantenido durante la etapa del Dryas, cuando esas aldeas volvían a visitarse para enterrar a sus muertos, y ahora se fortalecían esos vínculos. El vivir cotidiano giraba ahora entre la siembra y la cosecha, entre la vida y la muerte, en un mundo en que los muertos eran los intermediarios entre la generación del momento y las fuerzas sobrenaturales que llevaban la lluvia o provocaban la sequía. Dice Brian Fagan (2006, 161): "El poder de los ancestros provenía de la tierra, que estaba dormida y cobraba vida, producía cosechas, parecía morir y luego repetía el mismo ciclo, tal como hacía la vida de los hombres. Cuando los humanos se transformaron en agricultores, estas relaciones se convirtieron en uno de los íntimos núcleos de la sociedad y las creencias espirituales".
     En Jericó la gente enterraba a sus muertos debajo del suelo de sus casas, principalmente practicando la exhumación y reentierro de los cráneos. En ocasiones se modelaban con yeso las facciones del muerto:


 (Cráneo de Jericó: https://www.britishmuseum.org)

    En Jericó y en otros lugares la veneración a los antepasados se presentó de distintas maneras. En Ain Ghazal (Ammam, Jordania) aparecieron unas figuras, que, cuanto menos, resultan inquietantes:

(Estatuas de Ain Ghazal: http://www.whitman.edu)

     Con sus largos cuellos y los ojos que miran fijamente al espectador algunos los han considerado evidencias de la presencia extraterrestre (no sé si esta gente ha visto muchas películas o, más bien, algunos guionistas se inspiraron en ellos para recrear a los alienígenas...). Me parece más apropiada la opinión del arqueólogo Gary Rollefson, que considera que en su tiempo habrían podido formar parte de algún tipo de altar, tal vez como una representación simbólica de los antepasados, a modo de maiorum imagines, las imágenes de sus antepasados ilustres que tenían los nobles romanos en el atrium de sus casas.
     Hace unos 11.600 años finalizó el frío periodo del Dryas reciente: el cinturón transportador oceánico volvió a fluir, la Corriente del Golfo volvió a traer calor y humedad a Europa y el Proximo Oriente. Para entonces la agricultura estaba plenamente implantada y el Neolítico comenzaba a expandirse hacia el oeste.
     Ya se trató en otra entrada del blog sobre los dos grandes modelos, autoctonismo y migracionismo. El primero, en boga en las últimas décadas del pasado siglo, no parece que sea posible en este caso. A la Península ibérica llegó el Neolítico a inicios del VI milenio anterior a nuestra era (a.n.e.), sobre todo en el este peninsular, y está claro que no surgió aquí como por generación espontánea, porque aparecen cereales y animales domésticos (cabras y ovejas) que eran hasta entonces desconocidos, e, igualmente, surge una nueva cultural material, como una cerámica plenamente desarrollada, sin que hubiese tampoco precedente alguno de ella anteriormente. El genetista Cavalli-Sforza y el arqueólogo Ammerman (en un estudio interdisciplinar en el que conjugaban genética y arqueología, que posteriormente Cavalli-Sforza amplió con la lingüística) plantearon en en 1984 su hipótesis de "frente u ola de avanza" para explicar la difusión del Neolítico por Europa, por el que por el que agricultores del Próximo Oriente se habrían expandido hacia el oeste a un ritmo de unos 25 km por generación (más o menos, un kilómetro al año). Pero, claro, esta gente llegaba a sitios que formaban parte de los terrenos de caza y recolección de la población autóctona. ¿Se puede cuantificar de algún modo la proporción de esos agricultores foráneos en el resultado final, la población resultante? Más o menos.
     Basándose en el estudio del ADN mitocondrial, que sólo se transmite por vía materna, el equipo de Bryan Sykes hizo un árbol evolutivo de la población europea. De su análisis se desprendía que cuatro de cada cinco europeos actuales proceden de personas que llevan viviendo en Europa desde hacía miles de años, desde el Paleolítico. Pero había también un gran linaje, al que Sykes denominó Jasmine (flor, en persa) que era el único que tenía su origen fuera del continente europeo, y al que pertenece el 12% de los europeos de hoy en día. Se originó en el Oriente Medio hace unos 8.500 años; los pertenecientes a este linaje son, a todas luces, los descendientes directos (por vía materna, se recuerda que el ADN mitocondrial sólo lo transmiten las madres) de los primeros agricultores que difundieron la agricultura por Europa.
     Los agricultores neolíticos y los cazadores-recolectores epipaleolíticos (nombre que reciben los últimos paleolíticos contemporáneos de los neolíticos) interactuaron, mantuvieron relaciones entre sí, hasta que la economía de producción acabó por imponerse en la forma en que la gente se buscaba las habichuelas (y nunca mejor dicho). Pero no sólo de pan vive el hombre, también habría de haber habido una interrelación en el mundo de las creencias. Y creo que es aquí donde hay que buscar el origen del megalitismo, o al menos eso es a lo que apuntan las dataciones más antiguas de los mismos y los lugares donde aparecieron.
     Al principio se consideró que los sepulcros megalíticos habrían llegado a Europa desde el este ("ex Oriente lux", Vere Gordon Childe dixit), pero numerosas dataciones radiocarbónicas han demostrado que los megalitos más antiguos aparecieron en el occidente europeo, precisamente en el tiempo en que el Neolítico comenzaba a penetrar en las poblaciones epipaleolíticas indígenas. Los megalitos serían el símbolo de la comunidad, "definida no por enterramientos individuales con elaborados ornamentos, sino por tumbas comunitarias. Las nuevas tradiciones provenían de una combinación de antiguas creencias de cazadores-recolectores y agricultores, que se reflejan en la construcción de troncos o piedras de las cámaras mortuorias enterradas debajo de túmulos de tierra. Estos túmulos eran monumentos erigidos a los ancestros en medio de terrenos plenos de lugares simbólicos e imbuidos en un poderoso significado sobrenatural... Cualquiera que fuese su emplezamiento, eran parte integral de un cosmos en el que los mundos sobrenatural y material convergían en el poder de los antepasados" (Brian Fagan, 2006, 185). "Los dólmenes fueron antes templos que castillos" (también Gordon dixit).
     En el túmulo de West Kennet (Avebury, sur de Inglaterra), en uso hacia el año 3400 a.n.e., durante 500 años se inhumaron los restos de al menos 46 personas de ambos sexos, incluyendo bebés, niños, jóvenes y ancianos, por lo que está claro que sólo fueron enterrados algunos individuos de la comunidad, quizá los más prominentes o los más significativos de ella, pero eso no le ha de restar valor al carácter de identidad de la comunidad que tuvieron los dólmenes. "Cada uno de estos sitios de enterramiento era un vínculo con comunidades individuales o grupos de aldeas protegidas por los antepasados. Inmediatamente después, los enterramientos comunitarios cedieron su lugar a las costumbres funerarias de nuevas sociedades, en las que el poder y el prestigio personal individuales daban forma a la vida humana. Los antepasados retrocedían al segundo plano" (Fagan, 2006, 187). Este cambio comenzó en la etapa del vaso campaniforme, intensificándose en la Edad del Bronce. Más que las cuestiones tecnológicas lo verdaderamente importante de estas etapas es su significado de cambio hacia una nueva mentalidad, relegando a las que habían nacido en el Próximo Oriente en las primeras etapas de sedentarización.

domingo, 25 de mayo de 2014

Broche de cinturón hispano tipo "Bienvenida" en los Pedroches (tipo hispano "Bienvenida").

Otra pieza inédita de la arqueología de los Pedroches, y también única en la arqueología cordobesa: un broche de cinturón hispano de los siglos IV-V.


   En el número 3 de la revista El Museo del año 2000, editado por el Museo PRASA de Torrecampo, aparecía en la página 15 un broche de cinturón que me tenía despistado:


     Lo anecdótico del asunto (pues con la dirección actual no habría pasado) es que estaba incluido en un artículo titulado "Tartessos en la Casa-Museo Posada del Moro", quizá por la similitud de la placa con el pectoral del tesoro del Carambolo (Castilleja de la Cuesta, Sevilla), hito de la arqueología tartésica:

(http://enciclopedia.us.es/images/thumb/5/57/Pectoral_Tesoro_del_Carambolo.jpg/250px-Pectoral_Tesoro_del_Carambolo.jpg)

     Pero ese broche de cinturón nada tiene que ver con la legendaria Tartessos, sino que es unos mil años, a ojo, posterior. La cuestión era concretar de qué época y de qué tipo. José Ángel Hierro, del Proyecto Mauranus, me puso en la pista: Bajo Imperio romano. Para los cinturones de este periodo en Hispania Joaquín Aurrecoechea Fernández ha realizado un magnífico estudio, así que el siguiente paso era consultar sus obras. Y, efectivamente, allí me encontré los referentes de esta pieza: se trata de un broche de cinturón hispano tipo "Bienvenida", como los de abajo:

 (J. Aurrecoechea, 1999, 71.)

     Este tipo de broche de cinturón se caracteriza por ser de tipo articulado y, sobre todo, porque su placa presenta sus lados mayores cóncavos; la decoración de la mayoría de ellos se basa en círculos concéntricos, aunque también los hay lisos. Sin embargo, la hebilla del broche de Torrecampo es en forma de "D", mientras que lo usual es que sea cuadrada y con apéndices en forma de "cuernos". También los precedentes conocidos tienen en la placa dos anillas para insertarse con la hebilla, mientras que el de Torrecampo tiene cuatro. Ante la duda, y como era mi primer acercamiento a este tipo de objetos, le planteé la cuestión a Joaquín Aurrecoechea, quien, con una gran amabilidad, me confirmó que se trataba de un broche de cinturón hispano tipo Bienvenida, y que no era extraño que tuviese ese tipo de hebilla, pues este tiempo se define por la gran variabilidad en este tipo de accesorios, no existía una producción estandarizada y la imaginación y creatividad del artesano que fabricaba estos objetos también contaba.
     Cronológicamente, se sitúan entre los siglos IV al V d.C. La distribución de los once broches de esta tipología conocidos hasta ahora (sin contar el del Museo PRASA) es mayoritariamente en la Meseta Sur (cinco en la provincia de Toledo, dos en Cuenca, dos en Segovia y uno en las de Ciudad Real y Jaén). En Andalucía sólo se conocía uno procedente de Mengíbar, Jaén (el número 1 de la imagen superior, también representado en este mapa):

( Según J. Aurrecoechea, 2001, 168. El círculo rojo que añado marca el broche de los Pedroches.)

     En el conjunto de la actual Andalucía se conocen muy pocos broches, placas o hebillas de este periodo. La verdad es que nunca había reparado en los cinturones del Bajo Imperio porque, hasta ahora, no me había topado con ellos; como se ha comentado anteriormente en el blog, en el NE de Córdoba lo que abundan en un alto número son los de tipo liriforme, pero son ya posteriores, del siglo VII. Y, sin embargo, me han resultado fascinantes, porque son un fiel reflejo de los avatares de la última etapa del Imperio Romano de Occidente según demuestra J. Aurrecoechea, que une un gran conocimiento a una claridad expositiva que es digna de agradecer. Aprovechemos la ocasión para repasar los -muy escasos- elementos de cinturón tardorromanos conocidos en Andalucía (aunque para el territorio básico de estudio del blog, el NE de Córdoba este planteamiento es algo artificioso, pues los Pedroches tienen muchas más relaciones ecológicas, geográficas o culturales con el SE de Extremadura o el SW de la Mancha que con Málaga o el mismo sur de la provincia de Córdoba).

     Escribe este autor: "En la antigüedad los cinturones eran usados únicamente en los tipos de vestido en los que realmente eran necesarios. En el mundo romano, tanto tardío como altoimperial, parecen haber sido prerrogativa de un determinado grupo social, el de los soldados y los cargos de la administración. Ello no es óbice para que en ciertos círcuclos sociales cercanos a los anteriormente expuestos pudiera darse la difusión de modelos semejantes" (Aurrecoechea, 2001, 209). Tenían un doble cometido: funcional (para pender de ellos las armas) y simbólico: como otros elementos decorativos situados en partes destacadas de la anatomía, informaban de la condición del portador y de su estatus, en este caso militar o al servicio de la administración.
    Durante los tres primeros siglos de nuestra era existió una gran uniformidad entre los cinturones de los legionarios romanos, desde Britannia al Danubio o al norte de África, pero esta situación cambió en el Bajo Imperio. Diocleciano y Constantino reformaron la estructura imperial, desde entonces dividido en dos, el de Oriente y el de Occidente (aunque la bajo la autoridad teórica de uno de los dos augustos). Cada uno de ellos se desglosaba a su vez en prefecturas, diócesis y provincias. Por ejemplo, las Península ibérica fue dividida en cinco provincias (Bética, Gallaecia, Tarraconensis, Carthaginensis y Lusitania) que junto a Mauritania Tingitana (en el norte de África) y las islas Baleares formaron la Diocesis Hispaniarum, con capital en Emerita Augusta. Esta diócesis, con las de la Galia y la de Britania formaban la Prefectura de las Galias.
     (También se modificó el ejército, incrementando sus efectivos: se calcula que durante el reinado de Diocleciano entre 450.000 y 600.000 soldados defendieron las fronteras desde Siria, el limes del Danubio-Rin, Britannia y el norte de África. Constantino modificó radicalmente la estructura, creándose dos tipos de tropas: de campaña (comitatenses) y de frontera (limitanei). Ante la creciente dificultad de encontrar un número suficiente de romanos para el servicio militar, desde Constantino se incrementa el número de bárbaros alistados en el ejército romano.)
     Los cingula militae, como se denominó a estas piezas en el Bajo Imperio romano, alcanzaron un alto grado simbólico, hasta el "extremo de que [terminaron] sirviendo para identificar al propio servicio público. La entrada en el servicio militar activo se designaba con los términos cingulum sumere o cingulum mereri, mientras que el cese en el mismo era conocido con la expresión cingulum deponere o liberari cingulum". Y si "algo define a los broches de cinturón tardíos es la heterogeneidad" (J. Aurrecoechea Fernández, 2001, 207 y 201). Esto es la consecuencia de las tendencias locales que surgieron cuando el poder imperial comenzó a disgregarse, favoreciendo que aparecieran gustos particulares, aunque tampoco hay que considerar que su fabricación fuera anárquica y que cada cual hiciera lo que mejor le pareciese, sino que estas "modas locales" respondían a unos mismos estímulos, a lo que Joaquín Aurrecoechea designa una misma "koiné bajoimperial", en que la administración militar se preocupó del acceso a la mercancía (a los estamentos militares y oficiales) y de su apariencia, marcando unos parámetros, lo que explica que aparezcan tipos parecidos en lugares muy separados. Así, se puede hablar de dos grandes modelos: los "universales" y los "regionales"; se diferencian tanto por su morfología como por su distribución, apareciendo los primeros en grandes áreas del Imperio, mientras que los segundos tienen su presencia en territorios definidos.
     Para los cingula militae bajoimperiales hallados en la Península se han establecido tres categorías: "no hispanos", "pseudohispanos" e "hispanos". Los dos primeros, que deben analizarse a la par, se encuadran dentro de los modelos "universales", y los "hispanos" en los regionales.
     Los broches "no hispanos" son los cinturones empleados por las tropas establecidas en zonas de combate y por los funcionarios civiles del Estado. Los "pseudohispanos" se inspiran en los cíngulos "no hispanos", pero adaptados a los gustos de la diócesis; la principal diferencia estriba en el modo de unirse al cuero, con roblones, mientras que los "no hispanos" lo hacían mediante remaches. Los "hispanos" se caracterizan por mantener un gusto por los antiguos cinturones altoimperiales, aunque recibieron algunas ideas de los nuevos cíngulos "universales"; son característicos de la Península. Veamos los ejemplares conocidos en Andalucía de cada categoría.

Cíngulos "no hispanos": 

Tipo "Mainz": son de placa rígida, que forma una sola pieza con la hebilla, con forma triangular calada y apéndice circular perforado en el extremo distal. Su cronología abarca todo el siglo IV, y quizá sean los más antiguos de los encontrados en Hispania. Sólo se conocen en la Península dos ejemplares, presumiblemente, pues forman parte de conjuntos procedentes de anticuarios de Andalucía depositados en los museos Romano Germano de Maguncia y el Arqueológico Nacional de Madrid. (Quizá no esté de más aclarar que el nombre español de la ciudad alemana de Mainz es Maguncia). A pesar de su rareza en Hispania son frecuentes desde Britania o Marruecos hasta Panonia; por ejemplo, sólo en la actual Serbia se conocen una docena de broches de este tipo.


Tipo "Teba": Su aro suele ser peltiforme (derivado de las hebillas altoimperiales), y cuentan con una pequeñísima placa calada cuya función era unir el cuero al broche. Cronológicamente se sitúan entre finales del siglo IV o comienzos del V d.C. De los nueve ejemplares de este tipo conocidos en la Península tres de ellos (procedentes presuntamente de la Bética) se encuentran también en el Museo Romano Germano de Maguncia; dos sí tienen origen conocido en el sur peninsular, en Teba (Málaga) y Jauja (Lucena, Córdoba), a izquierda y derecha en el dibujo de abajo:

(J. Aurrecoechea Fernández, 2001, 125.)

     Las familias más comunes de broches "no hispanos" en el resto de España están casi ausentes en Andalucía. Son los broches delfiniformes y los ejemplares excisos y troquelados.
     Se considera por algunos autores que los conocidos como broches excisos se realizaron bajo el mandato de Valentiniano I (364-375) para los que se han denominado "bárbaros imperiales" al servicio del ejército romano, continuando hasta el reinado de Honorio (384-423). Si lo que se pretendió con ellos fue reflejar el estatus militar de sus portadores, de distinguirlos e identificarlos, se consiguió plenamente, pues son ciertamente espectaculares, como el depositado en el Museo Arqueológico de Munich:

(http://www.romancoins.info/MilitaryEquipment-cingulum.html#Fourth%20Century%20Cingulum)

     Pero, como decía, no se conoce ninguna placa de este tipo, o de las denominadas troqueladas en Andalucía, aunque es posible que pertenezca a una de estas categorías la hebilla encontrada en la Cueva de los Murciélagos (Zuheros, Córdoba). Este tipo de hebillas es también zoomórfica, y se distinguen por tener en los extremos del aro cabezas de las fieras que "muerden" el eje de la charnela sobre el que se articula la hebilla:

 (J. Aurrecoechea Fernández, 2001, 144.)

     No se conoce ningún ejemplar en Andalucía de los tipos denominados "pseudohispanos".

Cíngulos hispanos.

Tipo "Simancas": Es el modelo más extendido por la Península, con casi cuatro decenas (entre boches completos, placas y hebillas sueltas). Es de tipo articulado, con hebillas y placas que se articulan mediante una charnela. La placa es rectangular, alargada y con decoración calada. En la fotografía de abajo puede verse un broche completo del tipo "Simancas" procedente de Fuentespreadas (Zamora). (Al verlo es difícil no evocar las placas caladas que aparecerán también sobre todo en la Meseta unos dos siglos después, ya en el periodo visigodo.)

 (http://ceres.mcu.es/pages/Main)

     Cronológicamente, se sitúan en el siglo IV y comienzos del V. Este tipo abunda en la mitad septentrional peninsular. En la actual Andalucía sólo se conoce un broche (con placa fragmentada, aunque conserva la hebilla) en Castulo, y dos hebillas cornudas correspondientes a este modelo, una también de Castulo y la otra del Collado de los Jardines (Santa Elena, Jaén):

(Cebrián, Repullo y Alarcón, 2013, pág. 86.)

     En los broches tipo "Simancas" se aúnan dos tradiciones. Por un lado, el ejército altoimperial, del que tomó un broche muy característico de ese periodo (rectangular con apéndices globulares en los extremos, por lo que es conocido como hebilla "cornuda") para hacer la hebilla del tipo Simancas. Abajo se muestran varios ejemplos de estas hebillas "cornudas" del Alto Imperio, procedentes de los Balcanes (fotografía) y Suiza (dibujos):

(http://www.roma-victrix.com/armamentarium/cingvli_fibula_cingulae.htm)

     Por otro lado, también influyeron en el diseño del tipo "Simancas" los broches "no hispanos" calados, decorados con lo que se conoce como "ojos de cerradura" y que aparecen en la segunda mitad del siglo IV:

(http://www.roma-victrix.com/armamentarium/cingvli_fibula_cingulae.htm)
    
      Parece lógico considerar que los broches "no hispanos" fueron portados por soldados y funcionarios procedentes del exterior de la Diócesis, y por personal de la misma los "pseudohispanos". La cuestión es quiénes eran los que llevaban los broches hispanos. Por su concentración en la Meseta Norte y en el medio rural, sobre todo el tipo "Simancas", se pensó que podrían pertenecer a las tropas privadas de los aristócratas, pero recientemente Bautista Ceprián, Carmen Repullo y Jorge Alarcón (2013) han presentado una hipótesis muy sugerente y atractiva: basándose en análisis estadísticos sobre los lugares donde aparecieron plantean que podrían haber pertenecido a las tropas destinadas en Hispania que, con ellos, pretendían identificarse y distinguirse de los soldados extrapeninsulares, que portaban unos cinturones muy diferentes.
     Tras la conquista definitiva de Hispania, desde finales del primer siglo de nuestra era sólo se mantuvo en la Península una legión y algunas unidades auxiliares, se calcula que entre 10.000-11.000 soldados, y, durante el Bajo Imperio, unas 1.500 personas al servicio de la administración estatal. Fueron tropas alejadas de los grandes frentes de batalla, en los que el oficio pasaba de padre a hijo, y habrían tenido cometidos de policía, vilancia, avituallamiento... y, como se ha apuntado por algunos investigadores, para controlar la annona militar, los impuestos en especie para mantener el ejército, pues la gran cantidad de tropas de las fronteras era un enorme devorador de recursos. Se ha estudiado en Hispania el tránsito y control de esta annona por el oeste y norte peninsular, pero sería más que extraño, aberrante, que una de las regiones agrarias más ricas de Hispania, la Bética, se hubiera mantenido al margen de esa aportación. Así que los autores citados arriba consideran que podría haber habido destacamentos de tropas en determinados lugares para este control, como en Castulo (Linares, Jaén) o Sisapo (La Bienvenida, Almodóvar del Campo, Ciudad Real). Con la contribución annonaria se ha puesto en relación el amurallamiento de ciudades a partir del siglo III d.C., por lo que particularmente me planteo si en Solia (Majadaiglesia, El Guijo, Córdoba) se levantaron sus murallas en este tiempo precisamente para esta función, pues una antigua calzada romana la comunicaba con Córdoba, y desde Solia  había una buena comunicación con Mérida, capital de la Diócesis de Hispania.
      Las tropas hispanas habrían adquirido a lo largo de los siglos una conciencia de pertenecer a las gloriosas legiones romanas, en la que también militaron sus antepasados, por lo que no les tendría que haber hecho muy mucha gracia compartir sus insignias con una gente a la que, hasta hacía muy poco, había estado combatiendo. La situación se habría agravado cuando a comienzos del siglo V Constantino III protagonizó una usurpación desde Britania contra el emperador Honorio que afectó a toda la Prefectura de las Galias. Geroncio, un general al servicio de Constantino III, penetró en la Península ibérica, enfrentándose a las tropas reunidas por los parientes del emperador Honorio. El ejército romano en Hispania, con escasos efectivos y probablemente disperso, poco podría haber hecho ante la invasión del ejército de Constantino III, y esto se habría reflejado en unos elementos particulares del ejército, los broches de cinturón, diferentes por completo de los portados por las tropas extrapeninsulares, los modelos "hispanos", como el tipo "Bienvenida" del Museo PRASA. Es una hipótesis interesante, abierta, como todo en Historia, a nuevos conocimientos o investigaciones.

lunes, 12 de mayo de 2014

¿Crisis inmobiliario funeraria en la Prehistoria? Reutilizando dólmenes

(Como se va a tratar de una cuestión que abarca distintos periodos de la Prehistoria, vamos a hacer un pequeño compendio de ellos. Las fechas pueden variar según las regiones:
Paleolítico (Vieja Piedra): desde los orígenes de la humanidad hasta 6000 antes de nuestra era en la península. Se caracteriza porque la economía es básicamente de caza y recolección.
Neolítico (Nueva Piedra): en la Península Ibérica, desde el 6000 a.n.e. hasta el 3000 a.n.e.; es más antiguo en el este. Su principal definición es que aparece la economía de producción, el hombre cultiva vegetales y cría animales para su consumo. También hay grandes cambios en la tecnología o en las creencias respecto al tiempo anterior. A mediados del periodo aparece el fenómeno megalítico, que se mantiene en el periodo posterior.
Calcolítico -del griego chalcos, cobre y lithos, piedra-, equivalente a Eneolítico -del latín aeneos, cobre- y Edad del Cobre: 3000 a.n.e. - 1500 a.n.e. Como su nombre indica, aparece la metalurgia, aunque ésta no parece que tuviera una gran repercusión en el comienzo en aquellas sociedades. Los útiles de piedra alcanzan notables logros técnicos y siguen siendo los más empleados. Son formaciones sociales en los que los lazos de parentesco otorgan primacía a la comunidad. Los sepulcros megalíticos siguen siendo usados en gran parte de la península (como en la comarca de los Pedroches, en el NE de Córdoba). Los megalitos, en general, se inutilizaron a mediados del III milenio a.n.e. En unos lugares las entradas se bloquearon, en otros hay pruebas de que fueron destruidos por el fuego. Es posible que se deba a un cambio radical en las creencias. También hay evidencias de que fueron reutilizados en tiempos muy posteriores a los de su creación.
Vaso campaniforme: 2500-1700 a.n.e. Considerado como la fase final del Calcolítico, es cuando se produce el esplendor de la metalurgia del cobre. Su nombre procede de las cerámicas de la época de época acampanada, que se extienden desde Irlanda y Portugal hasta Hungría, y desde Polonia a Marruecos. Hay nuevos modelos sociales y valores religiosos, o al menos eso se desprende de que ahora los enterramientos son individuales y con ajuares de gran riqueza.
Edad del Bronce: 1800-725 a.n.e., aunque es el periodo con mayores problemas par su ordenación y cronología, teniendo muy diversas manifestación en la península. Técnicamente se define por la aparición de las aleaciones a partir del cobre con otros minerales, especialmente estaño, dando lugar al bronce, que tiene mejores cualidades. Con este material se fabrican objetos de prestigio, como las primeras espadas. La sociedad se transforma mediante un proceso de jerarquización en los que se rompen los lazos parenterales de las sociedades calcolíticas. El ritual funerario es individual, como reflejo del nuevo modelo social en el que se han roto los lazos de parentesco e individualidad que reflejaban los ritos funenarios megalíticos.
Fin del exordio.)

     La preocupación de los hombres por tener otra vida tras ésta quizá sea poco posterior al descubrimiento de que "Hermano, morir habemus". Los egipcios fueron un pueblo especialmente preocupado por la cuestión, aunque la búsqueda de la inmortalidad atravesó distintos estadios en el antiguo Egipto. Hasta el Imperio Antiguo era privilegio exclusivo del faraón; después, se abrió la opción a los más allegados al monarca, hasta que en el periodo de máximo explendor, en el Imperio Nuevo, el privilegio de acceder a otra vida ya estaba abierto a un mayor número de personas. No se puede decir que fuera una "democratización de la vida eterna", sino más bien un aburguesamiento de la misma, pues sólo podían conseguirla las élites.
     ¿Qué ocurría mientras con la gente que se enterraba en los megalitos del oeste europeo? Ya hemos visto que se consideran colectivos en tanto que en el sentido de "sucesivos", de que se fueron depositando cadáveres en ellos a lo largo del tiempo, pero no parece que toda la colectividad tuviera acceso a ellos. Por ejemplo, en el magno megalito de las Casas de Don Pedro (Belmez, en el cuadrante NW de la provincia de Córdoba), sólo se depositaron en él, en principio, a dos mujeres, una joven y otra de edad más avanzada. Parece pues muy posible que el poder vivir en la otra vida después de ésta no fue algo común a todos los componentes de las sociedades del Calcolítico penínsular.
     Volviendo al Egipto de los faraones, mientras que quienes podían invertían una gran cantidad de recursos para garantizarse una eterna vida feliz, otros los aprovechaban para mejorar sus condiciones de vida en ésta. Escribe un egiptólogo español, José Miguel Parra: "La verdad es que resulta complicado que una tumba egipcia llegue intacta, o al menos solo sujeta a los estragos del tiempo, sobreviviendo a las ganas de los egipcios de apoderarse de las riquezas que contenían. Es un hecho conocido desde los comienzos mismos de la egiptología: los habitantes del valle del Nilo gustaban de enterrarse con un abundante ajuar funerario, y a sus vecinos les gustaba todavía más entrar en sus tumbas y robarles esos objetos preciosos destinados al Más Allá" (La Aventura de la Historia 186, p. 72).  Mientras que los egipcios estaban entretenidos con "este peculiar gusto faraónico por la redistribución de la riqueza enterrada", en la Península ibérica, en los tiempos posteriores al Calcolítico, las gentes de la época también estaban ocupadas con los menesteres funerarios, pues existen numerosos testimonios de que después de dejar de ser empleados los sepulcros megalíticos volvieron a ser reutilizados en la Edad del Bronce.Un buen exponente de esto se produjo durante la Edad del Bronce en Almería, en la conocida como cultura de El Argar. Aquí se ha propuesto que fue debido a las poblaciones sometidas a las élites del Argar, que quisieron seguir así manteniendo la memoria de sus ancestros. Es una hipótesis sugerente, pero la cuestión es que la reutilización dolménica no sólo tuvo lugar durante el tiempo de El Argar, sino también en otros ámbitos peninsulares.
     Un buen ejemplo lo tenemos documentado en el citado dolmen Casas de Don Pedro (Belmez), en el noroeste de Córdoba. Tras la primera inhumación de dos mujeres fue vuelto a abrir para depositar otro cadáver que contaba en su ajuar con objetos metálicos, ausentes en el primer momento.

     En los Pedroches también se cuenta con algún caso de reutilización dolménica, en concreto el de las Aguilillas.
 
     Escribe sobre él Ángel Riesgo en sus libretas de campo: "Fue hallado por mí este túmulo al iniciar las exploraciones de cistas en esta finca, al notar el rectángulo que aflorando a ras del suelo formaban las piedras de la cámara con el peñón... Las tierras estaban en desorden completo, mezcladas con piedras de muy diferente tamaño; el fondo debió ser enlosado son varias piedras, las cuales fueron levantadas de su sitio por los profanadores del túmulo. El ajuar se halló en todos los horizontes y aun entre las piedras de los paramentos de la cámara... Las vasijas halladas estaban juntas, unas dentro de otras en el ángulo del sudeste, y casi a flor de tierra, como colocadas allí según el profanador fue hallándolas, dejándolas por objetos sin importancia".
     Entre los objetos cerámicos se encuentra éste:


 (Fotografía de Valme Rodríguez Escudero. http://ceres.mcu.es/pages/Main )



     Por su forma alta y de borde exvasado no corresponde al periodo Calcolítico, sino al siguiente, la Edad del Bronce, lo que confirma la impresión de Riesgo de que el sepulcro megalítico había sido abierto y expoliado. Esta cerámica indica que lo fue para depositar, como en el de las Casas de Don Pedro, otro cadáver posteriormente.
     En época histórica esta costumbre pasó a ser anecdótica, aunque de tanto en cuanto los viejos dólmenes continuaron siendo utilizados en su función funeraria, hasta en periodo romano: en el Llano de los Frailes 2 (Almería) se encontraron monedas de Constancio II y Juliano (Lorrio y Montero, 2004, 106). Probablemente también ocurrió algo similar en el NE de Córdoba, pues en septi8embre de 1926 Ángel Riesgo descubría en el dolmen Navas II (Villanueva de Córdoba) una lucerna que califica de saguntina (es decir, de terra sigillata). Comente en broma en otra entrada que podría ser de algún romano aficionado a las antigüedades al que se le hizo de noche, pero es más probable que se tratara de un enterramiento romano, pues sabemos que las lucernas eran objetos frecuentes en los ajuares funerarios del Alto Imperio romano.

     No sabemos con seguridad a qué se debió esta costumbre de mantener a los dólmenes en su función funeraria mucho después del Calcolítico. Es el problema de no contar con fuentes escritas.