En el dolmen de Las Agulillas

domingo, 15 de junio de 2014

Minguillo III: otro megalito inédito de los Pedroches

La historia está en continua evolución. A veces la cuestión es volver a revisar las informaciones antiguas y valorarlas de acuerdo con los nuevos conocimientos. En otras, son nuevas piezas las que se ponen en juego. Esta entrada es de este tipo, otro sepulcro de corredor megalítico inédito en el NE de Córdoba.


     Hace unos diez años fui con mi amigo don Alfonso Valero para que me mostrara dónde estaba el famoso tholos Minguillo I. Médico ya veterano, en su infancia fue con su tío Bernardo Valero y Ángel Riesgo a las excavaciones que hizo éste en las fincas de la familia de don Alfonso, en una de las cuales se encuentra Minguillo I. (Digo famoso porque durante mucho tiempo fue el único tholos conocido del noreste de Córdoba. Esta es una construcción de planta circular y con falsa bóveda, mientras que los más frecuentes en los Pedroches son los sepulcros de corredor con cubierta adintelada, como este que traemos en esta ocasión.)
     Me quiso mostrar otros lugares, y al volver al vehículo me subí en unos peñascos próximos al camino para poder ver mejor el paisaje. Cuando, ya montado, miré hacia abajo mi sorpresa fue grande. Muy grande. Me percaté de que junto al roquedo natural se habían colocado unas grandes piedras verticales (conocidas como ortostatos en el gremio) que formaban una cámara, terminando en un estrechamiento o pasillo. Había que hacer la prueba del algodón y saqué la brújula apuntando a su entrada: 60º, ENE, hacia saliente. No había dudas, sin quererlo ni buscarlo me había topado con otro dolmen de los muchos que se levantaron en el batolito granítico de los Pedroches. Y otro más cuyo pasillo está orientado directamente a las serranías de Fuencaliente, lugar de una altísima concentración de arte esquemático rupestre.
     La verdad es que de lejos parece uno de los muchos roquedos de la comarca:


y en verdad fue eso primigeniamente, un afloramiento del majestuoso batolito granodiorítico que se aprovechó para crear un sepulcro megalítico, no sé si tallando el hueco o fabricándolo ex profeso:


     Tiene este megalito, para fotografiarlo, toda la mala sombra del mundo, literalmente, pues una hilera de encinas lo rodea de saliente a poniente, y se vaya por la mañana, mediodía o tarde, el resultado es el mismo, y el juego de sombras y luces dificulta una fotografía en condiciones. Sobre la roca madre natural (verde en las fotografías de abajo) al sur, se completó la estructura al oeste (color azul) y al norte (color rojo).



     Dimensiones:  Tiene 132 cm de ancho en la cabecera, junto al paramento oeste, y 125 cm al comienzo del pasillo, lo que nos indica que estamos ante un sepulcro de corredor con cámara de tendencia cuadrangular. La longitud total hasta el extremo del corredor es de 362 cm. El pasillo tiene 46 cm de ancho, quizá, como se ha apuntado, para que los que estuviesen dentro no tuviesen una salida fácil... No tiene la cubierta, que debió ser adintelada, ni el túmulo de tierra que, presumiblemente, lo cubrió. Tampoco se observa, como en la galería megalítica del Rongil (Villanueva de Córdoba), ninguna corona de piedras circundando la estructura para darle más resistencia al conjunto.
     La pared oeste está formada por dos piezas. La menor es un ortostato "típico", aplanado, con dimensiones 72 cm x 20 cm x 69 cm: El mayor es un bloque de forma casi cúbica, de 84 cm x 80 cm x 113 cm; está apoyado sobre otra roca más plana que no parece formar parte de la roca madre:



     La pared norte esta la componen cinco elementos, el cuarto de ellos tumbados y los restantes en su situación original. Los de mayor tamaño, situados junto a la pared este, tienen 102 cm y 90 cm de longitud.

     El entorno. Está situado en la cabecera de una cañada que se extiende al noroeste:


     No está en un punto orográficamente prominente, al contrario, y, sin embargo, a unos 300 m al oeste hay un otero desde el que se divisa con total plenitud las sierras del norte. Ni el relieve ni la vegetación permiten desde el lugar del megalito verlas bien. En la siguiente fotografía se acierta a divisar la inconfundible silueta del Puerto Viejo de Fuencaliente entre las encinas:


     Los que estuvieran dentro no tuvieron un magnífico y eterno paisaje para contemplar (como sus vecinos del dolmen de Torrubia):


     No parece que en la mente de quienes lo construyeron estuviese la idea de que destacase plenamente en el paisaje, sino al contrario, está plenamente incrustado en él, tanto que si no estás en lo alto de él no te das cuenta de lo que en realidad es. Aunque, quizá, cuando lo cubrió el túmulo de tierra fuera más visible.

     Situación general. A 750 m al SW del dolmen Minguillo III se encuentra el tholos Minguillo I, y a 2.150 m al SE, el otro tholos, Minguillo IV (en estos tholoi se han encontrado las únicas cerámicas campaniformes conocidas del norte de Córdoba, lo que apunta a que fueron usados, o reutilizados tiempo después de que dejaran de usarse los sepulcros megalíticos). A unos 2.600 m al ENE se encuentra otro sepulcro de corredor, Cañada Morena (que, como éste, no es conocido en referencia bibliográfica alguna), y 4,2 km al ESE otro megalito de cámara y pasillo diferenciados del que ya se dio cuenta en este blog por estar orientado a las pinturas esquemáticas de Fuencaliente. Igual ocurre con el que protagoniza la entrada, Minguillo III.
     Existen pues en esta zona seis megalitos (Minguillo II de Riesgo está aún por localizar), lo que supone una densidad de un megalito por cada dos kilómetros cuadrados, ciertamente elevada (con esta proporción, en los términos de Villanueva de Córdoba, Conquista y Cardeña deberían existir ¡491! megalitos). En el mapa de abajo (que comprende parte de los términos de Villanueva de Córdoba, Conquista y Cardeña) se muestran los sepulcros megalíticos, con círculos rojos los tholoi y cuadrados azules los de cámara y corredor:


     Minguillo III está a un kilómetro escaso al este del Camino de la Plata, (arriba e izquierda en el mapa) la vía más rápida y cómoda para comunicar el centro de la Meseta con el valle del Guadalquivir. El tholos Minguillo I está más cerca aún, a unos 600 m, y a similar distancia del camino se encuentra, más al sur, otro majestuoso megalito, el dolmen de las Aguilillas.
     El nombre de este dolmen merece una explicación, pues fui yo quien lo denominó así. Cuando comenzamos a indagar sobre el megalistismo de los Pedroches, hace unos treinta años, la única referencia que conocíamos entonces era un artículo de Juan Ocaña Torrejón: "Túmulos de los Pedroches", publicado en el Boletín de la Real Academia de Córdoba nº 87, de 1967. En el se decía que en la zona del Minguillo existían tres megalitos, por lo que cuando fue descubierto el segundo tholoi del lugar a finales del pasado siglo se le denominó Minguillo IV.
     Poco después teníamos conocimiento del artículo de Concepción Marfil Lopera sobre el megalitismo de la comarca, publicado en 1997, que ofrecía una versión distinta. Partiendo del estudio de los cuadernos de campo de Ángel Riesgo, que fue quien excavó los dólmenes entre 1921-1935, Concepción Marfil afirmaba que eran sólo dos los sepulcros megalíticos de la zona del Minguillo. Unos años después pude comprobar que era así: teniendo delante el artículo de Ocaña y las libretas de campo de Riesgo se constataba que aquél había copiado la información que daba éste (aunque sin especificar la fuente) con algunas pequeñas modificaciones como el nombre de los propietarios de entonces. También incluyó Juan Ocaña algún otro dolmen e interpretó a su modo lo que decía Riesgo de Minguillo I, creyendo que eran dos megalitos. No era así, y la confusión tiene una fácil explicación.
      Ángel Riesgo descubrió Minguillo I en una propiedad de (entonces) Carmen Martos (familiar de don Alfonso Valero), pero se le adelantó en la excavación Matías Moreno, propietario de Villanueva de Córdoba, que tenía una finca, precisamente, frente a la que Carmen Martos. Escribía Ángel Riesgo en sus libretas de campo: "Después de descubierto por mí este hermoso túmulo, exploración que aplacé por falta de tiempo y recursos, al regresar yo a Villanueva aquella misma tarde [20 mayo 1931] hallé en la estación del ferrocarril de Conquista a Peñarroya, llamada el Minguillo, a don Matías Moreno, farmacéutico y cacique, natural de Villanueva de Córdoba, fingido amigo, quien se enteró, por uno de sus peones, veníamos de descubrir un túmulo en dicha finca, colindante a la suya, y precisamente en lugar donde él tenía, desde hacía muchos años, como cazador, un excelente puesto de perdiz, casi sobre el mismo túmulo. Tomó el muy tuno buena nota y al día siguiente, pues él iba para su cortijo, le falto tiempo para con dos peones poner el túmulo patas arriba, soñando quizá con un tesoro dada su cultura histórica, no hallando lo que soñaba ni pudiendo apreciar, dejaba entre las tierras un buen y valioso ajuar de puntas de flecha...".
     También estuvieron por el tholos Minguillo I el matrimonio Leisner, que informaron de él en sus trabajos. De esta visita igualmente quedó constancia en las libretas de campo de Riesgo. Está claro el origen de la confusión, don Matías Moreno tenía su finca frente a la de Carmen Martos (donde se encontraba Minguillo I) y Juan Ocaña creyó que eran dos distintos, una en la propiedad de Carmen y otro en la de Matías. Pero la mención expresa de Riesgo a que la finca de Matías Moreno era conlindante a la de Carmen Martos, y la exploración de los Leisner en el mismo sitio, no deja lugar a dudas.
     Pero, como decía, cuando se descubrió el segundo tholos en el Minguillo se le puso "IV" siguiendo a J. Ocaña. Ya era conocido por el Área de Prehistoria de la Universidad de Córdoba con tal nombre, y cambiarlo hubiese supuesto numerosos problemas y confusiones. Y, sin embargo, era un nombre incorrecto. Así que el descubrimiento de este sepulcro de corredor por la misma zona solventaba todos los problemas: se le adjudicaba "III" por cognomem, pues sólo había dos conocidos en la etapa 1921-1935 por aquellos pagos; y se mantenía el "IV", ya legítimamente, para el último tholos descubierto. Como dicen por mi pueblo, aquí paz y después gloria. Pero no, no fue así, lo que dio lugar al episodio más chusco y bochornoso de toda la historiografía del norte de Córdoba, lo que habrá que tratar en otro momento.
      Quedémosnos, de momento, con este dolmen engastado en la misma alma granítica de los Pedroches:

jueves, 12 de junio de 2014

La endagodamia del grifo (evolución de la decoración de las placas de cinturón liriformes). Broches de cinturón de época visigoda en los Pedroches, VII.

Esto es un ensayo sobre la decoración de unos de los elementos más característicos de la Hispania visigoda plena del siglo VII: los broches de cinturón liriformes. 


     Las fuentes escritas no nos han dejado ninguna información de lo que ocurrió en el noreste de Córdoba durante la Hispania Tardía (siglos V-VII), y sólo contamos con tres inscripciones, sepulcrales todas, del siglo VII, por lo que si queremos acercanos a esa época hemos de recurrir a las sepulturas o a los objetos de uso cotidiano entonces, o sea, al registro arqueológico. Uno de los elementos más significativos de la Hispania del siglo VII, y especialmente abundante en los Pedroches, son los broches de cinturón con placa de perfil liriforme, de los que se conocen más de cuatro decenas en la comarca. Para hacernos una idea de este número podemos compararlos con los aparecidos en la gran necrópolis de El Ruedo (Almedinilla, Córdoba), en el extremo sur de la provincia, donde tras varias exhaustivas excavaciones en centenares de tumbas sólo se han encontrado dos ejemplares.
     Es un diseño bizantino, como estos dos magníficos ejemplares en oro que se encuentran en la actualidad en museos americanos, el de arriba en el de Ontario (Canadá) y el de abajo (descubierto en Hama, Siria) en el Walters Art Gallery de Baltimore (EE. UU.):


     Tal y como puede verse arriba, son broches articulados, en los que la placa y la hebilla son partes independientes, que se unen, junto al hebijón, por medio de una charnela. Reciben el nombre por su placa, en forma de lira, con el extremo distal redondeado. Desde sus orígenes orientales se extendió y se popularizó por todo el Mediterráneo, encontrándose desde Crimea y Egipto hasta Hispania. Vamos a destinar esta entrada a un motivo ornamental muy característico de estos broches liriformes: el grifo.

El grifo, miles de años de fabulosa existencia.

     El grifo es un animal que se compone del cuerpo de un león (cuadrúpedo, patas con garras, cola) en el que se injerta la cabeza (con su pico) y las alas de un águila. Es un monstruo aquiloleonino, en el que se combinan los dos animales más poderosos de la tierra y de los cielos.
      El grifo aparece representado en el arte de todas las grandes civilizaciones del Mediterráneo y del Próximo Oriente, aunque su origen parece controvertido. Para medievalistas y especialistas en iconografía habría estado en el antiguo Egipto, mientras que algunos egiptólogos lo atribuyen a las relaciones que se mantuvieron con las islas del Egeo desde inicios del II milenio a.n.e. Al menos en el palacio cretense de Cnosos [nº 1 de la imagen de abajo] aparece dibujado claramente uno de hacia el s. XVII a.C.; se distingue por presentar varias plumas en la cabeza. En Megiddo (Israel actual), una importante ciudad donde se dieron cita todas las grandes civilizaciones antiguas del Próximo Oriente y Mediterráneo oriental, apareció el relieve de otro friso datado en el siglo XIII a.C. [nº 2] y que también tiene las características plumas de esa época en la parte superior del cráneo. Muchos siglos después los persas siguieron manteniendo este motivo ornamental en sus palacios, tanto en cerámicas murales como en unas inquietantes esculturas del palacio de Persépolis de hacia el año 510 a.C. [nº 4]
   

     Los griegos fueron quienes más información nos dejaron sobre los grifos, un elemento ornamental que utilizaron con asiduidad. Heródoto (III, 116; IV, 13; IV, 27), a mediados del siglo V a.C., decía que los grifos eran guardianes del oro enterrado, al que defendían de los arimaspos, hombres con un solo ojo en la cara empeñados en conseguirlo. Igualmente, comentaba que Escilas, rey de los escitas, tenía un palacio con esfinges y grifos. El combate entre un grifo y un arimaspo a caballo puede verse en una cerámica ática de figuras rojas de hacia el siglo V a.C. [nº 3] [También de Heródoto procede la primera relación, aunque indirecta, entre los grifos y la Península ibérica (IV, 152): Coleo, capitán de una nave de Samos, arribó a las costas meridionales andaluzas. "Era entonces Tartessos para los griegos un imperio virgen y reciente que acababan de descubrir", y Coleo realizó negocios que le produjeron unas ganancias fabulosas. Con la décima parte de ellas ofreció como exvoto un "caldero de bronce a manera de pila argólica; alrededor de él había unos grifos mirándose unos a otros, y era sostenido por tres colosos puestos de rodillas, cada uno de siete codos de alto" (3,25 metros).]
     En la antigüedad el grifo fue emblema de la vigilancia, el guardián de tesoros ocultos, por lo que su presencia en palacios de muy distinto tiempo quizá se deba a su carácter apotropaico, protector.
     El primer cristianismo no empleó al grifo como motivo iconográfico, no aparece en la pintura de ninguna catacumba; los primeros fieles escogieron otros animales (cordero, paloma, ciervo...) para adornarlas. Continuando con su antiguo papel protector, en la tradición cristiana los grifos fueron considerados los guardianes del tesoro más preciado de los cristianos, las almas de los muertos, y por ende, como símbolo de la inmortalidad. También, al unir en sí el poder del cielo (águila) y la tierra (león), se tomó como símbolo de la doble naturaleza de Cristo. Aunque en la Edad Media tuvo un papel ambivalente: "Símbolo de Jesucristo, está considerado mucho más a menudo, sin embargo, como una de las encarnaciones de Satanás: 'Le gripons senefie diable' " (Réau, 2000, 142).
     El grifo aparece en sarcófagos paleocristianos y en mosaicos bizantinos, como el del palacio de Justiniano en Constantinopla, del siglo VI d.C. [nº 5] Es muy interesante un cancel de la iglesia de San Martín de Lillo (Asturias) [nº 6], que muestra un grifo tallado a bisel entre motivos florales de origen oriental. Aunque la iglesia es del siglo IX la iconografía del cáncel es anterior, por lo que se le considera de tradición visigoda, en torno al siglo VII. Puede comprobarse que este grifo es similar a los que aparecen en los broches de cinturón de placa rígida del mismo periodo y que se verán más abajo.
     Durante la Edad Media el grifo fue empleado en la escultura románica de las iglesias, aunque no hay que pensar que siempre tuviese un carácter simbólico, sino, que simplemente, resultaba un motivo ornamental la mar de resultón, como puede verse en el tapiz de Bayeux [nº 7] En el se tejieron dibujos, hacia el año 1077, que narraban la conquista de Inglaterra por Guillermo el Conquistador, estando adornado en sus partes inferior y superior por franjas en las que se representaron distintos tipos de animales, reales o mitológicos, como nuestro grifo. Mucho más enigmático es el grifo de la catedral de Pisa del siglo XI [nº 8] Se considera que fue llevado allí como exvoto por marinos pisanos de algún lugar dominado entonces por los musulmanes, el norte de África o, creo que más posiblemente, al-Andalus.
     Desde la época del románico el grifo ha mantenido su fabulosa existencia, especialmente en arquitectura y escultura. Por sus conocimientos de los tesoros antiguos es el emblema de la ciencia. Se mantiene vive también en la heráldica, siendo el escudo de Crimea.

Evolución del grifo en los broches de cinturón liriformes.

     Hacia finales del siglo VI los nuevos broches de cinturón articulados y con perfil de lira se imponen como la moda dominante durante la siguiente centuria y más en Hispania. Eran tiempos de cambio; la monarquía, junto a la Iglesia, intentaban conforman un modelo de Estado territorial, sin diferencias étnicas ni religiosas. Como apuntó hace años Père de Palol, esto habría afectado también a la indumentaria, los antiguos broches cuadrados de época arriana habrían quedado obsoletos. Aquellos fueron nuevos tiempos que se reflejaron en los nuevos tipos de las artes menores, como estos broches de cinturón procedentes de Bizancio.
     Uno de los temas de las placas originales bizantinas, la lucha entre un cocodrilo y una serpiente (G. Ripoll, 1998, 130), está tomada directamente del Physiologus, uno de los grandes bets-sellers de la Edad Media. Compuesto en griego hacia los siglos II-IV d.C., en el siglo IV se tradujo al latín y pronto tuvo una enorme popularidad (sólo superada por la Biblia y la Leyenda Dorada). Describía a diversos animales (muchos de ellos fantásticos), plantas o rocas, a partir de las cuales emitía distintas sentencias morales. Tuvo una enorme influencia durante todo el medievo, especialmente en la simbología de las imágenes religiosas cristianas.
     En el siglo VII talleres de la Península ibérica comenzaron a fabricar broches liriformes, y como la pericia y la imaginación del artesano también contaban, pronto surgieron numerosas variantes en forma y tamaño, aunque conservando su esencia básica. Hubo una gran diversidad asimismo en la decoración de las placas, pudiéndose reconocer dos grandes grupos (aunque no exclusivos): motivos geométricos y representaciones figuradas, aunque alejándose cada vez más de los modelos originales del Mediterráneo oriental, hasta el punto que la especialista en la materia, Gisela Ripoll, dice que en las piezas fabricadas en la Península "los motivos ornamentales nada tendrán ya que ver [con los originales bizantinos], aunque la forma externa de la pieza se mantiene. Finalmente, el tipo de motivo originario se abandona, adoptándose en su mayoría la ornamentación basada en los prótomos de grifos entremezclados, a veces, con ornamentos vegetales, aunque en muchos casos la esquematización alcanza tal grado de abstracción que si no se conoce el origen, la identificación resulta difícil" (G. Ripoll, 1998, 132). [El prótomo es el torso o parte anterior de un animal, empleada ornamentalmente, según dice el socorrido diccionario de arte de Fatás y Borrás, porque la palabra no la veo por el DRAE...] Un ejemplo de este motivo ornamental basado en prótomos de grifos desarrollado por los artesanos peninsulares es esta placa proveniente de los Pedroches conservada en el Museo PRASA de Torrecampo, y a la que luego le haremos la autopsia:

 (V. Serrano, 1999, 117.)

     No todos los especialistas piensan así. La escuela alemana, en gran parte, considera que son aves y que deben relacionarse con la decoración de volutas (Rankendekor, que le dicen por allí). Ya en los años treinta del pasado siglo Hans Zeiss decía respecto a la ornamentación que "los círculos pueden ser puestos de tal manera que producen la impresión de cabezas de ave aún toscas. En general, no es cuestión de cabezas de aves; pero piezas descubiertas en los últimos años parecen llevar cabecitas de verdad". Particularmente, coincido plenamente con la profesora Ripoll, no son fáciles de ver en un primer momento, pero, cuando los conoces, los prótomos de grifos aparecen nítidos en las placas; sólo es cuestión de saberlos distinguir, a ellos y a sus atributos, que pueden variar ligeramente la forma pero mantienen la esencia. Pero antes debemos preguntarnos los motivos por los que al menos un taller de la Bética (lugar de donde proceden la mayor parte de las placas decoradas con grifos, aunque están extendidas por toda la Península) escogió este motivo ornamental.
     Podrían haberse conjugado varias factores. Primero, el desconocimiento por parte del artesano de lo que estaba copiando de las placas bizantinas originales; Julián de Toledo o Isidoro de Sevilla podrían haber tenido el Fisiólogo a mano, pero es más difícil que estuviera en un taller. También habría influido el cambio en el soporte: mientras que los broches rígidos tenían una placa de buen tamaño y plana, fácil para trabajar con buril o troquel, ahora aparecían de muy pequeño tamaño, y en los broches que las tenían más grandes estaban divididas en varios campos que no permitían, o favorecían al menos, una representación figurada de buen tamaño. En tercer lugar, que era un elemento relativamente fácil de realizar para un artesano habilidoso con no demasiadas herramientas, consiguiendo numerosas variantes distintas sobre el mismo motivo. También, la tradición que el grifo había tenido en la decoración de las placas de cinturón rígidas, y que eran conocidas por toda Hispania, desde Álava a Jerez de la Frontera (Cádiz), y desde Vic (Barcelona) a los Pedroches (Córdoba):



     Pero los grifos representados en los broches en forma de lira no eran, como los de arriba, de tipo "germanizante", sino que se debían a "influencias de los talleres bizantinos que a su vez habían establecido contactos con talleres orientales". Estos grifos son también muy frecuentes en las tumbas ávaras centroeuropeas de los siglos VI al IX (G. Ripoll, 1998, 154). Como decía la profesora Ripoll, no es fácil distinguir al grifo en las placas de perfil de lira, pues las más de las veces están representados por sus atributos. Por tales se entienden los símbolos para reconocer una persona o cosa (por ejemplo, la balanza para la justicia). En muchas ocasiones los atributos tienen un origen simbólico, como los tetramorfos, la representación iconográfica de los cuatro evangelistas que puede verse en cualquier iglesia: el hombre para Mateo; el león de Marcos; el toro de Lucas y el águila de Juan. Los atributos de los grifos de las placas en forma de lira están tomados directamente de la anatomía del fabuloso animal: cabeza, ojo y pico (a veces también las alas) del águila; pelaje (y en ocasiones las orejas) del león. Atendiendo a cómo se representa el grifo podemos establecer varias categorías:

A.- Grifo con cuerpo completo.
B.- Prótomo de grifo con pico y orejas.
C.- Prótomo de grifo sin orejas, con la cabeza y la melena en distintos planos.
D.- Prótomo de grifo sin orejas, con la cabeza, melena y demás atributos dentro del mismo plano.
C.- Esquematización del prótomo de grifo.


A.- Grifo con el cuerpo completo.
     Es la forma menos frecuente de encontrar, quizá por falta de espacio en la placa. En la imagen de abajo lo tenemos en el rectángulo del extremo distal de una de ellas, reconocible con todos sus elementos: cuerpo cuadrúpedo, oreja de león, pico de águila:


     En la Península y otros lugares han aparecido broches con representaciones de cuadrúpedos que creo deben considerarse leones, pues no responden a la descripción de la quimera que dio Homero en su Ilíada: "ser de naturaleza no humana, sino divina, con cabeza de león, cola de dragón y cuerpo de cabra". La cola de dragón me confundió al principio, pero el pico del grifo es patente. Esto me reafirma en la creencia de que lo mostrado arriba es un grifo en toda regla.

B.- Prótomo de grifo con pico y orejas.
     Como ya se percató Gisela Ripoll, esta forma de representar al mitológico ser es fundamental para comprender de qué se trata: se caracteriza por una cabeza con un pico curvo y, sobre todo, por contar con unas orejas muy reconocibles que imposibilitan que podamos vincularlo con un ave. A esto se une que cuentan en el cuello con una franja rayada que hay que relacionar con el pelaje, que se hará más evidente en la categoría que veremos a continuación. Un bicho con cabeza de águila (pico curvo), orejas y pelo es un grifo, por definición. Podemos verlo abajo en dos placas procedentes de Hinojar del Rey (Ripoll, 1998, ) y la Vega Baja de Toledo:


     En alguna de estas placas las cabezas surgen de tallos vegetales, algo común en la denominada Tierornamentik, y de los que existen paralelos en cruces longobardas italianas del siglo VI o en decoraciones escultóricas peninsulares de los siglos Vi y VII.

C.- Prótomo de grifo sin orejas, con la cabeza y la melena en distintos planos.
     La forma más habitual de encontrarse al grifo en las placas de broches de cinturón liriforme, especialmente en los tipos F, G y H establecidos por Gisela Ripoll para las placas de la Bética. Los atributos básicos (ojo, pico y pelaje) aparecen siempre y, en ocasiones, las alas. Se caracteriza porque la cabeza y el pelaje están en dos planos distintos, como podemos ver en estos ejemplares de la Dehesa de la Casa (Cuenca), la del Museo PRASA que vimos arriba, y la tercera procedente de Amparo (Burgos).



D.- Prótomo de grifo sin orejas, con la cabeza, melena y demás atributos dentro del mismo plano.
     Lo que distingue y define a esta categoría es que todos los atributos están encerrados dentro del óvalo apuntado que representa la cabeza y el pico. Se mantiene una cierta representación figurativa del animal. Esta forma aparece sobre todo en los tipos de placas de mayor tamaño, tipos A, B y C de G. Ripoll.


E.- Esquematización del prótomo de grifo.
     Se abandona la representación figurada, y el grifo se convierte en un óvalo apuntado con un punto en su interior (el ojo) y varias líneas dentro (el pelaje). También es característico del tipo C de estas placas, acaso por adaptarse muy bien a la forma de los dos segmentos almendrados de su parte central, como puede verse en los broches procedentes de Arcas (Cuenca) y Albelda de Iregua (Rioja)


     Se pueden encontrar diferentes razones para explicar esta diversidad dentro de la uniformidad, mas hay una que me resulta muy atractiva porque tiene en cuenta tanto el tiempo de uso de estos objetos como la forma en que se produjeron en Hispania.
     Por los precedentes mediterráneos conocidos, podrían haber llegado al extremo occidental europeo a finales del siglo VI, mantiéndose durante todo el VII y llegando hasta bien entrado el VIII: en El Bovalar (Serós, Lleida) han aparecido broches liriformes datados en la segunda década del siglo VIII, cuando fue destruido por un incendio atribuible a la invasión musulmana. Hay que dejar claro que ésta no dejó muestra alguna en el registro arqueológico (a excepción de las monedas) durante casi el primer siglo, que la conquista de al-Andalus no supuso que, inmediatamente, aparecieran documentos arqueológicos atribuibles a los invasores, al contrario, hay que esperar bastantes décadas para conocer la primera inscripción, por ejemplo.
     Así que los cinturones con forma de lira habrían estado en uso durante un siglo y medio, aproximadamente. Fueron fabricados por talleres peninsulares que sólo conocían algunos modelos originales orientales. En el transcurso del tiempo pudo ocurrir lo que es bien conocido en genética con la endogamia: la información que se transmite generación a generación (de no haber aporte externo), se va perdiendo poco a poco. Creo que pudo ocurrir esto con los artesanos que fabricaban los broches, generación tras generación fueron copiando de copias anteriores, pero sin saber qué se estaba copiando. Según esta hipótesis, los tipos A y B serían más antiguos que el E.
     Es difícil de demostrar, pues la inmensa mayoría de broches están descontextualizados arqueológicamente, mas aunque sí lo estuvieran también sería labor ardua, pues establecer dataciones absolutas con escasas diferencias de decenios no es fácil. Y también es posible que mientras que en unos lugares los fabricasen de una forma en otros los hicieran de otras.

     ¿Qué significado o sentido pudieron tener estos grifos, o sus prótomos? Para sus hermanos mayores de las placas rígidas se les ha encontrado un sentido religioso cristiano: símbolos de Cristo (por su doble naturaleza), o de la inmortalidad, cuando dos de ellos beben, afrontados, de la Fuente de la Vida. Aunque el animal de la "fauna idílica de las catacumbas" relacionado con esta cuestión es el ciervo, basado en la poética imagen del salmo 41: "Como un ciervo brama por las aguas corrientes, así mi alma suspira por ti, ¡oh Dios! Mi alma tiene sed de Dios vivo". Quizá por el valor de la simetría o por influencias orientales, los primeros artistas cristianos no representaron un ciervo, en consonancia con el salmo, sino dos de ellos afrontados, con los ríos del paraíso, una crátera o una fuente de por medio. Un buen ejemplo está en el Mausoleo de Gala Placidia de Rávena (siglo V):

(http://images-01.delcampe-static.net/img_large/auction/000/055/465/524_001.jpg)

      Son los ciervos que beben (como los navideños peces en el río) los que tienen un auténtico pedigrí cristiano, del que carecen los grifos. En realidad, la representación de dos animales afrontados es frecuente en la tradición pesa-sasánida y bizantina, de donde se expandió hasta alcanzar Hispania. Además de los ciervos o los grifos, aparecen afrontados aves, pavos reales o cuadrúpedos, como en esta placa rígida del Museo Lázaro Galdiano de Madrid:

(http://ceres.mcu.es/pages/Viewer?accion=4&AMuseo=MLGM&Ninv=01843)

     Da la impresión de ser leones, aunque hechos por alguien que nunca había visto un león ni un grifo (Piolín hubiera dicho que eran dos lindos gatitos...) [Una digresión sobre este broche: hebilla y placa fundidas en una sola pieza, forma con bordes paralelos y extremo distal semicircular son propios de las producciones hispanas, pero el puntillado para decorar el fondo de las placas es característico de los broches de cinturón aquitanos del norte de los Pirineos.]
     No creo que haya que ver en la placa de arriba ninguna interpretación fuera de la estética. No hay que caer en la trampa de lo que se ha denominado "simbolismo extravagante", de considerar que "todos los animales que adornan las caras de los capiteles románicos, en todos los modillones..." o en las placas de los broches de cinturón tengan "un trasfondo simbólico o moral... Los leones, los grifos, los pavos reales afrontados no son a menudo más que copias de tejidos orientales, persas o bizantinos" (Réau, 2000, 83). Considero que un buen ejemplo de esto es la interpretación que hace Moosbrugger-Leu sobre el tema de los grifos bebiendo en un cántaro (G, Ripoll, 102-103): tienen su origen en la escena de Daniel en la fosa de los leones, uno de los temas preferidos del arte de los primeros cristianos. Los leones se habrían convertido en grifos, y Daniel, como por ensalmo, en fuente o cántaro. Más que una sesuda reflexión me parece una extravagancia de una noche de verano, por muy erudito que sea el que la exponga.
     Es decir, que no hay que asumir por principio que todos los grifos que aparezcan en un broche de cinturón deban de tener, obligatoriamente, un sentido simbólico o religioso; pueden ser simplemente elementos decorativos, por lo que no se puede generalizar, hay que valorar cada caso. Si junto a los animales mitológicos hay otros elementos claramente cristianos (cruces, inscripciones), podría pensarse en alguna relación, pero no dar por supuesto que representen ni la resurrección ni nada cristiano.
     Considero que los grifos que adornas los broches de cinturón liriformes no tuvieron mayor valor que el ornamental, y que quizá se pusieron de moda en Hispania por su carácter exótico.

miércoles, 4 de junio de 2014

Vigía del granito de los Pedroches: el sepulcro megalítico del Rongil (Villanueva de Córdoba).

      El norte de Córdoba se caracteriza por una enorme masa de granito (batolito, para los amigos) que discurre de noreste a sudeste, desde Badajoz hasta Jaén. Es el batolito el que le otorga el carácter a la comarca desde el punto de vista geográfico y ecológico, determinando la actividad humana. Sobre su ondulada planicie se conservan algunas de las mejores dehesas peninsulares, paisaje que contrasta vivamente con el que se encuentra al norte y, sobre todo, al sur del área granítica, con elementos sedimentarios en los que la erosión ha labrado un brusco relieve. Podría decirse que el batolito es el último peldaño de la Meseta, que desciende bruscamente por esas sierras para morir en el Valle del Guadalquivir.
     Desde antiguo la gente del lugar denominó "saliega" a los suelos procedentes del batolito (porque se disgregan en granos gruesos a modo de sal), y "Pizarra" a las amplias sierras de estratos sedimentarios que se extienden al sur. También el saber popular bautizó como "raya de la Pizarra" al tenue ecotono que separa a ambas, pues apenas si has dado unos pasos cuando compruebas que has pasado de un lugar a otro. Es en la "saliega" de granito donde se concentra la mayor cantidad de los dólmenes conocidos de los Pedroches, aunque algunos escapan a sus límites principales, como este que traemos en esta ocasión.
     La fuerte actividad que provocó la aparición del batolito granodiorítico no trazó una frontera exclusivamente lineal; como en una olla con líquido hirviendo que barbotea y hace saltar gotas al exterior, los grandes procesos de orogénesis hicieron que algunos fragmentos del magma salieran de los límites del gran batolito, traspasaran la "raya" y se incrustaran en los materiales de pizarra.
     Uno de estos lugares se encuentra unos 2.300 m del sur del batolito, en el pago conocido como Rongil (Villanueva de Córdoba), muy próximo al camino que desde este lugar llegaba hasta Pozoblanco. Se trata de una pequeña meseta, de una media hectárea de extensión, con una cota máxima de 712 m. Los abundantes bolos son prueba de su alma granítica; también abunda la cuarcita blanca.


     Al sureste de la meseta y casi en el borde de la misma, no precisamente sobre el lugar más prominente, hace unos 5.000 años (esto es muy muy aproximado, corresponde al periodo Calcolítico, del que no hay datación absoluta alguna en la comarca de los Pedroches) los pobladores de aquel tiempo levantaron uno de los sepulcros megalíticos que los caracterizó. No lo cubre ahora ningún túmulo de tierra, por lo que es visible su estructura, tanto del recinto central (línea roja en la fotografía de abajo) como de la corona de piedras que lo circunda (línea azul):


     No en todos las construcciones megalíticas es tan visible y tan patente este cinto pétreo que tenía como función soportar todo el peso de la estructura central, la construcción dolménica y el túmulo que la cubría, por eso lo marco con líneas rojas en la siguiente fotografía:

 
     El megalito está muy deteriorado, pero me da la impresión que más que un sepulcro de corredor, que tiene una cámara y un pasillo diferenciados, se trata de una galería megalítica, en la que ambos elementos elementos son indistinguibles. Sus ortostatos están hecho de roca granítica.
     La cara oeste está formada por un solo ortostato (algo frecuente en la comarca, como lo tuvo el magno Atalayón de Navalmaestre) que se encuentra volcado. Sus dimensiones son 90 cm x 50 cm x 105 cm.



     En la pared norte falta el ortostato que hacía de charnela con el cierre por el oeste. Conserva cinco ortostatos, el primero de mayor tamaño, y vencido e inclinado el cuarto.


     La cara sur es la más deteriorada, sólo mantiene dos ortostatos, inclinado el central:


     En sus condiciones es difícil establecer sus dimensiones originales. Su parte más ancha (en la parte oeste) mide 103 cm, y su longitud hasta donde se alcanza a ver que llegaba el final del pasillo es de 304 cm. La orientación del pasillo es ligeramente ESE, 118º.



     Una de las interpretaciones tradicionales del significado de los megalitos, de carácter funcionalista, es que fueron marcadores territoriales bien visibles con su túmulo, mas ya Mimí Bueno se preguntó hace tiempo si eso sería posible con la vegetación natural que lo cubriera, y creo que en este caso concreto no fue eso lo que se persiguió, pues un centenar de metros al oeste está la cota más elevada de la meseta, y la estructura apenas si se levanta unas decenas de centímetros sobre la superficie.

 
     Otra explicación para construir el megalito en este lugar, también de orden funcionalista, sería el fácil acceso al mejor material para levantar estas construcciones, el granito, aunque también se construyeran con otros tipos de rocas. 
     Me planteo si más que para ser vistos se eligió ese lugar en contreto para "ver". Pero ver, ¿quienes? Obviamente, los que estaban dentro:



     El paisaje que se divisa desde el megalito es espactacular. Al este se encuentra el cerro de la Fresnedilla y la Boca del Valle, uno de los históricos accesos a los Pedroches por el que discurría el Camino de la Plata; al oeste se sitúan las últimas estribaciones de Sierra Morena, en las que domina el pico de La Chimorra, siendo también visible el lugar donde se encuentra la Cueva de la Osa, uno de los escasos lugares conocidos en el norte de Córdoba de pinturas esquemáticas de la Prehistoria reciente (hay que aclarar que las pinturas no se encuentran dentro de la misma, sino en el exterior y un poco más abajo de su entrada):




Cueva de la Osa (Pozoblanco, Córdoba): entrada y pinturas rupestres del exterior.

     El lugar donde se encuentra la galería dolménica del Rongil me recuerda a las torres vigías que protegían a una gran fortificación, parece indicarle a cualquier viajero que llegara hasta allí desde el el sur, este u oeste que al norte de aquel lugar se encontraba la gran masa de granito, con la que sus antepasados (guardianes y antecesores) habían hecho un pacto que se había materializado en las construcciones dolménicas. Esto, evidentemente, es sólo una impresión personal.
     Para hacer las fotos me acompañaba mi sobrino Juan, de cinco años; tras haber realizado una actividad en la escuela sobre Prehistoria y Arqueología, estaba especialmente motivado en excavar para, decía, encontrar los huesos de los que se enterraron allí (!).


      Se quedó un tanto desilusionado cuando le comenté que ya se le habían adelantado, y no precisamente arqueólogos, unos 4.500 años atrás (como antes, es una fecha muy aproximada). Y esto es algo que me ha intrigado desde siempre. Se tiene una idea, si no exacta sí parece que aproximada, sobre su origen, como una forma de sincretismo entre las ideologías de los cazadores-recolectores y las de los agricultores llegados después, pero en la segunda mitad del III milenio a.n.e. muchos sepulcros megalíticos fueron destruidos. Algunos fueron reutilizados, pero la gran mayoría quedaron así, con la cámara al aire hasta nuestros días.
     Esto se ha interpretado como consecuencia de una gran crisis en el sistema de creencias, y la pregunta lógica es a qué se debió. Inmediatamente después de la etapa de enterramientos en sepulcros colectivos megalíticos aparecen sepulturas individuales (en el periodo campaniforme y Edad del Bronce) acompañadas de ricos depósitos rituales funerarios que demostraban el valor que en vida había tenido aquella persona en su sociedad. Empezaba una nueva etapa en la que iban a ser el presgitio personal y el poder serían lo que dieran forma a la vida humana. Existen dos opciones: bien que fuera consecuencia de la llegada de nueva gente, con nuevas ideas; bien que las sociedades nativas pasaran por esa transformación. La segunda fue la que estuvo en boga en el último tramo del pasado siglo, pero la verdad es que no contaba con ningún argumento a favor, sólo la presunción de que fue muy díficil que se dieran grandes migraciones (aunque ni los visigodos surgieron en Toledo por generación espontánea ni los vándalos son descendientes directos de los bereberes). Una posible vía de estudio sería el análisis genético (tanto de la gente de la época megalítica como de antes y después), que, como se ha afirmado, es el mayor yacimiento arqueólogico por explorar.