En el dolmen de Las Agulillas

miércoles, 4 de junio de 2014

Vigía del granito de los Pedroches: el sepulcro megalítico del Rongil (Villanueva de Córdoba).

      El norte de Córdoba se caracteriza por una enorme masa de granito (batolito, para los amigos) que discurre de noreste a sudeste, desde Badajoz hasta Jaén. Es el batolito el que le otorga el carácter a la comarca desde el punto de vista geográfico y ecológico, determinando la actividad humana. Sobre su ondulada planicie se conservan algunas de las mejores dehesas peninsulares, paisaje que contrasta vivamente con el que se encuentra al norte y, sobre todo, al sur del área granítica, con elementos sedimentarios en los que la erosión ha labrado un brusco relieve. Podría decirse que el batolito es el último peldaño de la Meseta, que desciende bruscamente por esas sierras para morir en el Valle del Guadalquivir.
     Desde antiguo la gente del lugar denominó "saliega" a los suelos procedentes del batolito (porque se disgregan en granos gruesos a modo de sal), y "Pizarra" a las amplias sierras de estratos sedimentarios que se extienden al sur. También el saber popular bautizó como "raya de la Pizarra" al tenue ecotono que separa a ambas, pues apenas si has dado unos pasos cuando compruebas que has pasado de un lugar a otro. Es en la "saliega" de granito donde se concentra la mayor cantidad de los dólmenes conocidos de los Pedroches, aunque algunos escapan a sus límites principales, como este que traemos en esta ocasión.
     La fuerte actividad que provocó la aparición del batolito granodiorítico no trazó una frontera exclusivamente lineal; como en una olla con líquido hirviendo que barbotea y hace saltar gotas al exterior, los grandes procesos de orogénesis hicieron que algunos fragmentos del magma salieran de los límites del gran batolito, traspasaran la "raya" y se incrustaran en los materiales de pizarra.
     Uno de estos lugares se encuentra unos 2.300 m del sur del batolito, en el pago conocido como Rongil (Villanueva de Córdoba), muy próximo al camino que desde este lugar llegaba hasta Pozoblanco. Se trata de una pequeña meseta, de una media hectárea de extensión, con una cota máxima de 712 m. Los abundantes bolos son prueba de su alma granítica; también abunda la cuarcita blanca.


     Al sureste de la meseta y casi en el borde de la misma, no precisamente sobre el lugar más prominente, hace unos 5.000 años (esto es muy muy aproximado, corresponde al periodo Calcolítico, del que no hay datación absoluta alguna en la comarca de los Pedroches) los pobladores de aquel tiempo levantaron uno de los sepulcros megalíticos que los caracterizó. No lo cubre ahora ningún túmulo de tierra, por lo que es visible su estructura, tanto del recinto central (línea roja en la fotografía de abajo) como de la corona de piedras que lo circunda (línea azul):


     No en todos las construcciones megalíticas es tan visible y tan patente este cinto pétreo que tenía como función soportar todo el peso de la estructura central, la construcción dolménica y el túmulo que la cubría, por eso lo marco con líneas rojas en la siguiente fotografía:

 
     El megalito está muy deteriorado, pero me da la impresión que más que un sepulcro de corredor, que tiene una cámara y un pasillo diferenciados, se trata de una galería megalítica, en la que ambos elementos elementos son indistinguibles. Sus ortostatos están hecho de roca granítica.
     La cara oeste está formada por un solo ortostato (algo frecuente en la comarca, como lo tuvo el magno Atalayón de Navalmaestre) que se encuentra volcado. Sus dimensiones son 90 cm x 50 cm x 105 cm.



     En la pared norte falta el ortostato que hacía de charnela con el cierre por el oeste. Conserva cinco ortostatos, el primero de mayor tamaño, y vencido e inclinado el cuarto.


     La cara sur es la más deteriorada, sólo mantiene dos ortostatos, inclinado el central:


     En sus condiciones es difícil establecer sus dimensiones originales. Su parte más ancha (en la parte oeste) mide 103 cm, y su longitud hasta donde se alcanza a ver que llegaba el final del pasillo es de 304 cm. La orientación del pasillo es ligeramente ESE, 118º.



     Una de las interpretaciones tradicionales del significado de los megalitos, de carácter funcionalista, es que fueron marcadores territoriales bien visibles con su túmulo, mas ya Mimí Bueno se preguntó hace tiempo si eso sería posible con la vegetación natural que lo cubriera, y creo que en este caso concreto no fue eso lo que se persiguió, pues un centenar de metros al oeste está la cota más elevada de la meseta, y la estructura apenas si se levanta unas decenas de centímetros sobre la superficie.

 
     Otra explicación para construir el megalito en este lugar, también de orden funcionalista, sería el fácil acceso al mejor material para levantar estas construcciones, el granito, aunque también se construyeran con otros tipos de rocas. 
     Me planteo si más que para ser vistos se eligió ese lugar en contreto para "ver". Pero ver, ¿quienes? Obviamente, los que estaban dentro:



     El paisaje que se divisa desde el megalito es espactacular. Al este se encuentra el cerro de la Fresnedilla y la Boca del Valle, uno de los históricos accesos a los Pedroches por el que discurría el Camino de la Plata; al oeste se sitúan las últimas estribaciones de Sierra Morena, en las que domina el pico de La Chimorra, siendo también visible el lugar donde se encuentra la Cueva de la Osa, uno de los escasos lugares conocidos en el norte de Córdoba de pinturas esquemáticas de la Prehistoria reciente (hay que aclarar que las pinturas no se encuentran dentro de la misma, sino en el exterior y un poco más abajo de su entrada):




Cueva de la Osa (Pozoblanco, Córdoba): entrada y pinturas rupestres del exterior.

     El lugar donde se encuentra la galería dolménica del Rongil me recuerda a las torres vigías que protegían a una gran fortificación, parece indicarle a cualquier viajero que llegara hasta allí desde el el sur, este u oeste que al norte de aquel lugar se encontraba la gran masa de granito, con la que sus antepasados (guardianes y antecesores) habían hecho un pacto que se había materializado en las construcciones dolménicas. Esto, evidentemente, es sólo una impresión personal.
     Para hacer las fotos me acompañaba mi sobrino Juan, de cinco años; tras haber realizado una actividad en la escuela sobre Prehistoria y Arqueología, estaba especialmente motivado en excavar para, decía, encontrar los huesos de los que se enterraron allí (!).


      Se quedó un tanto desilusionado cuando le comenté que ya se le habían adelantado, y no precisamente arqueólogos, unos 4.500 años atrás (como antes, es una fecha muy aproximada). Y esto es algo que me ha intrigado desde siempre. Se tiene una idea, si no exacta sí parece que aproximada, sobre su origen, como una forma de sincretismo entre las ideologías de los cazadores-recolectores y las de los agricultores llegados después, pero en la segunda mitad del III milenio a.n.e. muchos sepulcros megalíticos fueron destruidos. Algunos fueron reutilizados, pero la gran mayoría quedaron así, con la cámara al aire hasta nuestros días.
     Esto se ha interpretado como consecuencia de una gran crisis en el sistema de creencias, y la pregunta lógica es a qué se debió. Inmediatamente después de la etapa de enterramientos en sepulcros colectivos megalíticos aparecen sepulturas individuales (en el periodo campaniforme y Edad del Bronce) acompañadas de ricos depósitos rituales funerarios que demostraban el valor que en vida había tenido aquella persona en su sociedad. Empezaba una nueva etapa en la que iban a ser el presgitio personal y el poder serían lo que dieran forma a la vida humana. Existen dos opciones: bien que fuera consecuencia de la llegada de nueva gente, con nuevas ideas; bien que las sociedades nativas pasaran por esa transformación. La segunda fue la que estuvo en boga en el último tramo del pasado siglo, pero la verdad es que no contaba con ningún argumento a favor, sólo la presunción de que fue muy díficil que se dieran grandes migraciones (aunque ni los visigodos surgieron en Toledo por generación espontánea ni los vándalos son descendientes directos de los bereberes). Una posible vía de estudio sería el análisis genético (tanto de la gente de la época megalítica como de antes y después), que, como se ha afirmado, es el mayor yacimiento arqueólogico por explorar.