En el dolmen de Las Agulillas

viernes, 29 de agosto de 2014

Tumba infantil excavada en la roca: el Quintillo (Villanueva de Córdoba).

     Uno de los elementos característicos del paisaje arqueológico del NE de Córdoba son las sepulturas talladas en roca granítica. En otras entradas posteriores, D. m., se tratarán cuestiones como su distribución por los Pedroches orientales, su controvertida cronología o su funcionalidad, pero ahora, para ir entrando en materia, vamos directamente con la descripción de una tumba de este tipo, labrada en el granito.


      Esta buena mañana de finales de agosto mi amigo Antonio Jurado me llevó a ver una sepultura tallada en la roca, acompañándonos Juanito, con sus seis años recién cumplidos.
      Está situada en el Quintillo, a unos 3,8 km al SSE de Villanueva de Córdoba. Es frecuente que el inmenso batolito aflore en todo su explendor en algunos lugares de los Pedroches, formando roquedos que, aún en el estío, están dotados de una agreste belleza:


     En el lugar no se aprecia ningún otro resto de actividad humana, a excepción de los restos de un muro que limita la parte dominada por el roquedo de otra que, libre de él, es susceptible de que se realizara algún tipo de construcción o actividad.
     La tumba se excavó sobre una gran roca a la que se rebajó la parte superior para alisarla y poder trabajar en ella:


      Tiene forma oval, más bien irregular, con 88 cm de longitud por 28 cm su su parte más ancha y 26 cm de profundidad. Lo más singular de ella son cuatro nichos en sus laterales, más pronunciados los dos situados a los pies:
 
 

      Exiten en la parte superior de la roca, igualmente, otras cazoletas talladas, y varias cruces, aunque los musgos y líquenes impiden que se puedan apreciar bien (y, como siempre, nos limitamos a mirar, fotografiar o medir, pero no a tocar):


     Su orientación es de 245º, NEE-SWW, aunque no sé si fue la que se le quiso dar en función del ritual empleado, o, simplemente, estuvo condicionada por la propia composición de la roca, siendo la más fácil de realizar para el cantero. Su tamaño demuestra que fue hecha para albergar a una persona de muy corta edad, probablemente un bebé (hoy en día la longitud de un niño de doce meses es de entre 70-80 cm):


     Creo que lo más destacado de esta tumba, además de su carácter infantil, son los cuatro nichos que se tallaron en sus laterales, pero ahora estamos sólo de presentación y descripción, la interpretación la dejamos para más adelante.

domingo, 24 de agosto de 2014

Nombres de mujer, 1775-1790, en Villanueva de Córdoba

     En los nombres impuestos a las niñas nacidas en Villanueva de Córdoba entre 1775 y 1790 se aprecia la misma tendencia que en los nombres de varón, el gran incremento de los nombres compuestos, aunque existen algunos matices que diferencian a los nombres de ambos sexos. La otra característica de los nombres femeninos es el gran aumento porcentual de "María Josefa", que desbanca del segundo lugar de los más comunes a "Catalina".
     Como venimos haciendo, se ofrecen el total de los nombres que se les impuso a las niñas nacidas en la localidad en esta quincena de años, junto al porcentaje que cada nombre supone respecto al total de nacidas. (El desconocimiento de las cifras reales de población nos impide poder elaborar tasas respecto al conjunto de habitantes de Villanueva en este tiempo.)


 

     Se han recopilado los nombres de 1.493 niñas nacidas en este periodo, en las que se emplearon 261 nombres; ello implica una media de 5,72 niñas para cada nombre, cifra algo superior a los 4,76 de los varones, pero muy alejada de las 45 niñas por nombre de 1591-1610, y la mitad de las 10,32 mujeres por nombre de 1691-1710. Para la formación de los nombres, tanto simples como compuestos, se emplearon 107 nombres distintos. Las estadísticas se muestran en la siguiente tabla:


     Se aplicaron en las niñas menos nombre simples (30) que entre los varones (48), siendo el porcentaje de niñas con nombre simple respecto al total de nacidas de prácticamente la mitad, mientras que entre los varones era superior (61%). Esto indica, obviamente, que el número de niñas con nombres compuestos era superior al de los niños. Si entre los diez nombres de varón más frecuentes sólo había uno compuesto, entre lo de las mujeres hay cuatro, tres de ellos llevando como segundo nombre "Josefa". Este nombre es el auténtico protagonista del periodo de estudio. Aunque la "Reina" entre las mujeres siga siendo "María" (una de cada tres lo lleva en su nombre, el 19% de forma simple), el aumento de las "Pepas" es ciertamente notorio, sobre todo de las "Mari Pepas": una de cada diez niñas nacidas en este tiempo se llamará "María Josefa", el auténtico nombre en auge de la localidad en este tiempo.


     Josefa era un nombre desconocido en los primeros tiempos de Villanueva de Córdoba (recordemos, obtuvo el título de villazgo en 1553, y la primera referencia documental sobre la población -aunque con el nombre de Encina Enana- es de 1437). Según lo conservado en los archivos, la primera niña a la que se puso este nombre nació en 1656. Sería en las décadas finales del siglo XVII cuando apareció como compuesto en la forma "María Josefa", y todavía a mediados del siglo siguiente su importancia porcentual era escasa (1,65% de los nombres femeninos). Pero a finales del mismo la "moda" de este nombre se consolidó, hasta llegar a ser el segundo en cuanto al total de nombres de niñas impuesto, no sólo superando a "Ana" o "Isabel", sino incluso relegando al tercer lugar a "Catalina":



     "Josefa", como nombre simple, apenas si es relevante (el 1% de los nombres puestos), empleándose sobre todo para formar nombres compuestos:


     Como se observa en la tabla de arriba, "María", "Josefa" y "Catalina", en este orden, son los nombres preferidos para formar los compuestos. Josefa se encuentra en 31 de los 261 nombres utilizados, mas María lo está en 89. Respecto a los otros nombres más comunes ("Isabel", "Ana" o "Francisca"), no existen grandes variaciones según se usen como nombre completo o incluido en los simples y compuestos.
     Otro aspecto que es prácticamente idéntico al de los masculinos es que el santoral (el "santo del día") sólo influye en uno de cada cuatro nombres. Si los padres emplean tal profusión onomástica es por las mismas razones, el nombre de los abuelos y su gusto personal, en el que parece perseguirse el afán de identidad individual: 170 de los 261 nombres femeninos, el 65%, sólo será portado por una persona
      También, como los de los niños, son todos nombres de santos conocidos y reconocidos por la Iglesia. Todos proceden del Nuevo Testamento, pues tras la reforma protestante los herejes, que pasaban mucho del culto a los santos, empezaron a usar los nombres del Antiguo Testamento; y había no sólo que distinguirse, sino que militar en la contrarreforma incluso con los nombres de la gente.

[Una pequeña digresión sobre esta cuestión. No me lo ha contado nadie, lo vi yo personalmente al estudiar la mortalidad de la gente de mi pueblo en el Registro Civil. En 1939 murió en Villanueva un joven al que sus padres le pusieron por nombre Lenin. Resulta evidente que con este nombre estaban haciendo un reconocimiento explícito de su militancia política, que no pasaba, precisamente, por Acción Católica. Veinte años después, en 1959, tras el pertinente trámite burocrático, en el Libro de Defunciones se tachó su nombre de pila, "Lenin", y le pusieron "Francisco", obviamente también en honor del Generalísimo. No comprobé si el grado de majadería llegó a su página del Libro de Nacimientos, pero cambiarle el nombre a una persona veinte años después de estar muerto se califica por sí mismo. Valga como ejemplo del valor de los distintos contextos políticos o religiosos para la imposición de los nombres de las personas. Fin de la digresión]

     Desde que empezaran a aparecer con cierta frecuencia a finales del siglo XVII, los nombres compuestos tienen un proceso de formación. En este tiempo se consolidan, y aunque estén formados por dos simples, se consideran una unidad. Como en la deriva genética, algunos subsistieron mientras que otros se extinguieron. "Catalina Josefa", por ejemplo, que con una frecuencia del 2,75% de las niñas nacidas se situaba en el octavo lugar de las más frecuentes, no llegó hasta nuestros días. Otros, sin embargo, sí lo hicieron, por el mecanimo tradicional de transmisión abuela-nieta. Es el caso de "Ana Dolores", se le puso a una niña nacida en el tiempo de nuestro estudio y aún lo portan hoy en día mujeres de Villanueva descendientes suyas. Otro nombre que también se mantuvo (aunque ya se conocía a mediados del XVIII) es "Ana Josefa".
     Se puede destacar también la escasa presencia de advocaciones marianas en el repertorio onomástico femenino. "María + ... "Dolores", "Rosario", "Concepción", "Carmen", "Pilar", "Nieves" y "Luna" suponen sólo el 0,94% de los nombres de las niñas nacidas entre 1775-1790. Ya les llegará su tiempo, ahora es el momento del apogeo y auge de las "Mari Pepas".

domingo, 17 de agosto de 2014

Cuencos de vidrio: acompañantes

En la última entrada sobre estos platos de vidrio nos adentrábamos en uno de los postulados teóricos de la Arqueología de la Muerte: el ámbito espacial. Se puede establecer en cuatro niveles: la sepultura individual; la necrópolis (o un grupo de la misma) a la que pertenece; la relación entre sepulturas y el lugar de vivienda; y la distribución de las necrópolis en una comarca o región.


     El primer nivel es la propia sepultura: su forma de construcción, orientación, objetos que se han encontrado en su interior. Éstos, a su vez, pueden ser de tres tipos: los pertenecientes al modo de enterramiento (clavos, grapas, sudarios, madera); el ajuar, elementos pertenecientes a la indumentaria personal (anillos, zarcillos, brazaletes, collares...); el depósito ritual, los introducidos con un claro sentido ritual.
     En las sociedades en las que apenas se dispone de información por fuentes literarias sobre los rituales (afortunados son en esto los egiptólogos...), o en que conviven distintas formas derivadas de otras tantas manifestaciones religiosas, como es en la Hispania Tardía, estos restos materiales son los que nos pueden aportar alguna información sobre las formas, costumbres y el simbolismo del registro funerario. Más adelante profundizaremos en este nivel, estudiando el depósito ritual que apareció en tumbas que contenían platos de vidrio.

     El segundo nivel corresponde a la necróplis como grupo. Ángel Riesgo localizó alguna necrópolis con varias decenas de sepulturas que aunó a lugares de hábitat de cierta entidad que se encontraban próximos, y que podrían definirse como aldeas. Pero la gran mayoría de tumbas que excavó formaban micronecrópolis a escasos metros de pequeñas edificaciones aisladas (podrían llamarse granjas). Por ejemplo, en la zona de las Aguilillas (Villanueva de Córdoba) localizó 48 sepulturas en ocho necrópolis, algunas de ellas formadas por una sola sepultura.

     Esto nos lleva al tercer nivel, la asociación entre el lugar de hábitat y necrópolis. En el caso de estas pequeñísimas necrópolis parece manifiesto tal vínculo, tanto por la inmediatez de los lugares de residencia de vivos y muertos como por el pequeño número de tumbas. Es más, si Riesgo localizó 291 sepulturas tipo "cista" en el norte de Córdoba, fue porque se percató de tal circunstancia. En su tiempo eran aún visibles los "villares", los lugares de hábitat antiguos, manteniéndose incluso en pie algunos edificios (en la Alcarria -Villanueva de Córdoba- y Loma de la Higuera -Montoro-), por lo que localizado el villar Riesgo sondeaba las proximidades hasta dar con las sepulturas. Este es un elemento muy importante para el estudio de la materia, pues, por lo general, las necrópolis rurales en la Andalucía de la Hispania Tardía "se encuentran "solas", aisladas, es decir, desconocemos el asentamiento de la comunidad de la que procedían, si exceptuamos aquellas desarrolladas en ámbitos urbanos... La asociación a alguna villa ya amortizada o a algún centro religioso es a lo máximo que accedemos" (S. Carmona, 1998, 38).

     El cuarto nivel es la relación entre necrópolis de una misma comarca o región. Ya vimos en el blog que los platos de vidrio se concentran en el sureste de los Pedroches, en tres grandes zonas: las inmediaciones de la actual Villanueva de Córdoba, el extremo SE del batolito de los Pedroches y las sierras que lo enmarcan al sur. Por ahora, no se conocen en la mitad occidental de la comarca.

     Bosquejada la teoría, vamos al análisis de las tumbas y, sobre todo, de sus contenidos. Todos los cuencos de vidrio que se estudian estaban depositados en sepulturas. El tipo más común de ésta en el NE de Córdoba era el de una fosa excavada en el terreno y revestida y cubierta por lastras, tipo "cista" ("caja", en griego), que Riesgo definió así en sus libretas de campo: "Están formadas por una cámara de sección trapezoidal, con paredes de grandes losas colocadas verticalemente, cubiertas con enormes piedras y losas de estructura irregular... perfectamente acopladas unas a otras, retocadas sus junturas con otras pequeñas piedras y barro, con el fin de que no pudiese entrar en ellas tierra ni agua. Hallánse algunas pocas en que sus paredes son de mampostería en seco perfectamente construidas. La costumbre de enterramiento en estos villares debía hacerse sin rellenar de tierra, pues fueron halladas muchas en que por estar sus tapas perfectamente ajustadas no había entrado ni la más fina arena o arcilla, hallándose el ajuar cual había sido depositado con el yacente. También parece no ser enterrado con vestimenta ni mortaja, pues a pesar de hallar muchas con su esqueleto y ajuar intacto, por estar en lugares de pronunciada vertiente y lugares areniscos y secos, no hay el menor vestigio de vestidos. Todas guardan una orientación determinada de saliente a poniente, con los pies al saliente, y en grupos paralelos entre sí, de dos a cinco como máximo".
     Hay algo importante que aclarar sobre este la forma de la sepultura. En la obra de Silvia Carmona Berenguer sobre el mundo funerario rural en la Andalucía tardoantigua y de época visigoda se afirma (pag. 61): "Según el inventario de Riesgo, el conjunto de tumbas documentadas presentan sus fosas abiertas en la roca". Riesgo no dice eso. Es cierto que en los Pedroches existen docenas de sepulturas talladas en lastras de granito, y que Riesgo informa de 23 de ellas. Pero también dice claramente que todas las encontró abiertas y expoliadas de antiguo: "Todas ellas profanadas de tiempo inmemorial, cuyas tapas correspondientes no recuerdan los más viejos habitantes y pastores haber visto ni una sola". Por esta razón no he incluido este tipo de sepulturas en las 291 citadas arriba.

     De estos tres centenares de sepulturas en los Pedroches (sin incluir, repito, las excavadas en lastras de granito) un centenar de ellas contenía algún tipo de "depósito ritual". De ellas, una veintena contenía nuestros platos (o cuencos) de vidrio.
     A partir de las libretas de campo de Ángel Riesgo se puede determinar qué apareció en las sepulturas en las había platos de vidrio. (No es correcto, como dice la autora citada (pág. 65), que "la Colección Riesgo nos presenta un material disperso y poco esclarecedor"; la prueba son las entradas del blog que estamos dedicando a los platos de vidrio gracias a las libretas de Riesgo.)
     También parece apropiado considerar qué otros objetos aparecieron en el mismo grupo de sepulturas en las que se encontraba una que contuviera un cuenco de vidrio (el segundo nivel que se nombra arriba). No puede hacerse con todos, ya que de los aparecidos en la basílica del Germo (Espiel) no tenemos información, y algunos de los hallados en Sancho (números 20, 21 y 22) fueron entregados por el dueño de la finca a Ángel Riesgo, por lo que tampoco sabemos a ciencia cierta dónde y con qué aparecieron.
     Veamos un ejemplo de cada tipo, de depósito ritual en una sepultura y en el conjunto de una de estas pequeñas necrópolis.
     En la Viñuela (unos 7 km al SW de Villanueva de Córdoba) encontró Riesgo un grupo de seis sepulturas, una de las cuales contenía uno de los platos de vidrio que se estudian, un cuenco de terra sigillata hispánica tardía y un jarro de barro con boca trilobulada:

(Fotografías de Guadalupe Gómez Muñoz en http://ceres.mcu.es/)

     En el cortijo de los hermanos Ochoa, en la zona de la Alcarria (unos 12 km al SSE de Villanueva de Córdoba), inmediato a un lugar de vivienda localizó Riesgo tres sepulturas. Tanto Alejandro Marcos - Ana María Vicent (1998, 217), como en las fichas sobre estos tres objetos que aparecen en las fichas de la Red Digital de Colecciones de Museos de España, se dice que todos los objetos aparecieron en la misma sepultura. Pero Ángel Riesgo tampoco escribe eso, copio de sus libretas de campo:
"Finca hermanos Ochoa. Octubre 1924. Tres sepulturas iguales a las anteriores [tipo "cista"] próximas al villar, obteniendo:
1 plato de cristal Nº 3, entero, de 19,5 cm diámetro con una cruz patada en la base, color verdoso.
1 cacerola Nº 29, de arcilla rojiza semifina, con adorno en zigzag, de 14 cm alto, 11 cm diámetro en la boca y 51 cm perímetro la panza.
1 jarro Nº 30. De arcilla ocre rojiza. Boca desportillada, asa rota, no hallando estos trozos, que demuestra haber sido colocado ya roto. Altura hasta el trozo de la boca que conserva, que es la vertedera, 21 cm; perímetro de la panza, 53 cm. Liso, sin adornos.
Estos objetos fueron hallados uno en cada sepultura".
 (Fotografías de Guadalupe Gómez Muñoz en http://ceres.mcu.es/)

     Es una información muy interesante la que se puede extraer de esas notas, como que cada uno de estos objetos apareciera en una sepultura, siendo, como se ven, piezas dispares: plato de vidrio, olla y jarro cerámicos. Estas tres sepulturas formaban el todo de una pequeña necrópolis que estaba asociada a un lugar de hábitat, por lo que que a pesar de las diferencias formales del depósito ritual creo que existía entre todas las piezas una relación derivada del tipo del ritual de inhumación. El jarro, parece ser, fue depositado ya roto en el interior de la sepultura, lo cual abre a su vez más interrogantes.
     El resumen de los objetos que acompañaban a los platos de vidrio en las tumbas se muestra en la siguiente tabla:


     Destaca que el 56% de sepulturas con plato de vidrio contuvieran también un jarro de barro, cifra que aumenta al 70% si incluimos el depósito ritual de todas las sepulturas de la micronecrópolis.
     La presencia de jarros de barro es lo más común en las necrópolis rurales de Andalucía en el tiempo de la Hispania Tardía, y también en las tumbas del NE de Córdoba. Ángel Riesgo da cuenta en sus libretas de campo de unos 60 (la gran mayoría de los cuales se encuentra en los museos arqueológicos de Córdoba y Madrid). Hay un buen número de ellos en la colección del Círculo de Bellas Artes de Pozoblanco. En el Museo de Historia Local de Villanueva de Córdoba también se encuentra un buen número de éstos, muchos procedentes de la campaña "Misión Rescate" de la década de 1970:



     Así que la presencia de jarros, digamos, es lo que se esperaba. Lo auténticamente extraño en las necrópolis de Andalucía de este tiempo es la existencia en el depósito ritual de otras formas cerámicas abiertas, como ollas o cuencos; sólo conozco la existencia de una necrópolis con platos de vidrio (similares a los del tipo "Pedroches") y cuencos de barro en las Delicias de las Ventas de Zafarraya, Granada.
     Sólo en una tumba de las Aguilillas (Villanueva de Córdoba) se encontró con el plato de vidrio una cacerola, pero en otras seis sepulturas de las micronecrópolis donde se encontraban esas tumbas con platos sí que existían estas ollas o cacerolas.
     Los cuencos de barro son menos frecuentes, pero igualmente constan en tres sepulturas junto a los platos de vidrio. En este tipo de forma se incluyen piezas de terra sigillata como modeladas a mano o torneta, cronológicamente posteriores:

(Ángel Riesgo Ordóñez, 1934, 200)

      Abajo se muestra en los mapas de Ricardo Izquierdo Benito sobre la dispersión de cuencos y ollas en necrópolis peninsulares:

(R. Izquierdo, 1977b)

     Aunque este trabajo tenga ya bastantes años, todavía veo que sigue siendo usado como referencia para la materia, pues se han hecho muchos estudios regionales, pero se nota la falta de uno conjunto para toda la península. En general, las ollas son más frecuentes que los cuencos; en los Pedroches, Riesgo informa sobre 18 cuencos y 20 ollas. Una cifra muy alta para la dimensión del ámbito territorial que se trata. Y más si se considera que todavía quedan bastantes objetos de este tipo por analizar en los museos comarcales. No he incluido en esta entrada la colección del Círculo de Bellas Artes de Pozoblanco, donde creo recordar que también hay objetos similares. En la siguente fotografía del museo de Villanueva se aprecian dos ollas, dos cuencos y dos platos de vidrio:



     Ya que estamos de ámbito espacial, en el mapa siguiente se muestran los lugares donde aparecieron sepulturas con cuencos de vidrio, cuencos y ollas de barro. 



     Puede observarse cómo los cuencos y ollas de barro se concentran en la porción SE del batolito de los Pedroches. Creo que la explicación está en que ésta fue la zona de trabajo de Ángel Riesgo.
     Quedan aún bastantes respuestas por responder: cuándo, quién, por qué. Lo que sí podemos tener ya bastante claro es que la colección de cuencos de vidrio de los Pedroches, junto con las ollas y cuencos de barro, es auténticamente algo único y excepcional en toda Andalucía.

sábado, 16 de agosto de 2014

Nombres masculinos, 1775-1790, en Villanueva de Córdoba.

Escuchaba en días pasados en un (buen) programa de televisión sobre el origen de la Tierra que las riquezas minerales de los Andes sustentaron el imperio español durante tres siglos. Eso es un tópico, y, como tal, falso. En la época de los Austrias los metales preciosos americanos supusieron la quinta parte de los ingresos de la corona. Era una cantidad enorme, pero no la básica; el auténtico sostén de los monarcas españoles era una materia que poco tenía de inorgánica: las costillas de los súbditos castellanos (los de la Corona de Aragón iban aparte), campesinos, menestrales o artesanos, que con sus impuestos aportaban el 80% de los ingresos.

Fueron ellos los que sustantaron las guerras con los católicos franceses, musulmanes (turcos o norteafricanos) y herejes variados (alemanes, holandeses o ingleses) y en ellos se basó la renta de la monarquía. Ellos sostuvieron al Imperio español "donde nunca se ponía el sol", no la plata del Potosí. Lo menos que merecen es saber cuáles eran sus nombres. Es una manera de dignificarlos y sacarlos del anonimato de los números y estadísticas.


     Reconozco que con la  arqueología (dólmenes, romanos, visigodos y demás) esta parte del blog ha quedado algo retrasada, pero también en la época que se trata ahora, finales del siglo XVIII, la complejidad onomástica aumenta, y con ella el tiempo necesario para realizar estadísticas, tablas y gráficos.
     Como hemos venido haciendo hasta ahora, se han recogido los nombres de los niños nacidos en Villanueva de Córdoba entre 1775 y 1790. Estas fechas vienen motivadas por la destrucción del libro de bautismos de la década final del XVIII. Los nombres, y porcentaje de cada uno respecto al total, se expresan en las tablas siguientes (no podemos hacer, como el INE en la actualidad, la frecuencia de cada nombre por cada mil habitantes, al ser bastante imprecisos los datos que conocemos sobre la población de la época):

 

     En total, se han anotado 1.541 nacimientos y 323 nombres, simples y compuestos, lo que supone una media de 4,76 niños por cada nombre, cifra muy lejana de los 34 varones por cada nombre de un par de siglos atrás, y también de los 15,62 hombres por nombre de 1741-1760. En total, para formar los simples y compuestos se emplearon 108 nombres distintos, cuando entre 1591-1610 fueron 42.



     La explicación está en la auténtica "explosión" de los compuestos. De los nombres, 48 fueron simples y 275 compuestos, cuando entre 1741-1760 sólo se emplearon 82 de estos últimos. También se incrementa notablemente el porcentaje de niños con nombres compuestos respecto al total de nacidos: 38,87% en 1775-1790, frente al 6,59% de 1741-1760. En apenas cuatro décadas la "moda" de nombres compuestos se ha asentado definitivamente, aunque casi dos tercios de los niños nacidos a finales del siglo XVIII en Villanueva de Córdoba portan nombres simples. A mediados del siglo anterior sólo al 0,16% de los niños se le asignó uno compuesto:


     Los nombres más frecuentes son básicamente los mismos que en el pasado, aunque su porcentaje disminuye considerablemente, y ninguno de ellos llega a alcanza el 10%.



     Juan sigue siendo el nombre más común. En cuanto a los ascensos en la lista, Pedro pasa a la segunda posición, manteniendo casi sus crifras (será por eso de su proverbial tozudez... es broma, claro), y, por primera vez, un nombre compuesto, José Antonio, pasa a formar parte de los diez nombres más impuestos. Francisco y Antonio disminuyen su porcentaje, aunque se mantienen. Otros nombres tradicionales de la localidad, Miguel y Bartolomé aun se cuentan entre los más usados.
     En 1741-1760 los diez nombres más comunes suponían las tres cuartas partes del total, entre 1775-1790 sólo son la mitad escasa.
     Entre los nombres que se incorporan al repertorio se encuentra Luis. Durante la época de los Austrias no había sido nada bienquisto, al ser el nombre propio de la monarquía francesa, proverbial enemiga de España en los siglos XVI y XVII. Pasada la época de enfrentamientos, y siendo la dinastía española descendiente de Francia, Luis comenzó a usarse, siempre formando parte de nombres compuestos.
     Otros nombres, como Alonso o Rodrigo, declinan considerablemente, empezando a sonar a "antiguos".
     Si tomamos el total de nombres empleados, tanto en simples como en compuestos, los datos cambian en cuanto al más frecuente: José, nombre que portó el 13,26 de los niños nacidos en el periodo de estudio, sobre todo formando parte de un nombre compuesto.


      José forma parte de 47 de los 323 nombres impuestos a los niños nacidos entre 1775-1790, quizá porque con su terminación aguda hace sonar bien a la composión.
     Para la formación del nombre compuesto la importancia del santoral fue bastante relativa. Sólo el 24,45% de los niños con nombres compuestos portaron el nombre del "santo del día", sobre todo en el segundo, pero también en algunos casos en el primero. Las dos principales causas para la elección de un nombre compuesto siguen siendo los nombres de los abuelos y el gusto particular de los padres.
     En cuanto a la primero, es una tradición que encontramos desde los reyes persas a los monarcas navarros o castellanos. Por ejemplo, en Villanueva de Córdoba nacieron durante este tiempo cuatro niños a los que se les puso por nombre Toribio, José Toribio, Juan Toribio y Toribio José: todos ellos tenían en común ser nietos de Toribio González.
     No siempre el santoral o los abuelos pueden explicar el nombre compuesto impuesto a un niño, así que si en el repertorio aparecen nombres que ahora parecería difícil imponer (como Atanasio Melchor o Jerónimo Acisclo) fue, simple y llanamente, porque sus padres quisieron llamarlo así. Esta profusión de tal tipo de nombres me parece que indica un afianzamiento del individualismo, frente a la monótona uniformidad de "Juan, Francisco y Pedro" de 1600.
     Esta auténtica explosión de estos nombres coindice, como pasó a finales del siglo XVII, con una gran crisis demográfica y económica entre 1785 y 1787, debida a la pérdida de varias cosechas seguidas y a epidemias de tifus y paludismo. La población pasó de 1.417 vecinos en 1786 a 1.295 vecinos en 1812.
     Los nombres compuestos más comunes (José Antonio, Juan Antonio, Miguel José, Antonio José...) comenzarán a asentarse y a transmitirse como una unidad. Otros (Bartolomé José) no se afianzarán del mismo modo.
     Un último aspecto a considerar es la toma de los nombres multicompuestos como modo de distinción social. Usualmente, eran sólo dos nombres, pero en algunos casos se le imponían al niño tres o cuatro. Solía ser entre personas de destacada posición social (médicos, escribanos) que se refleja en el empleo del "Don" con que se les trata en los registros.
     En definitiva, entre los nombres puestos a los niños nacidos en el periodo 1775-1790 destaca una continuidad entre los nombres más comunes, aunque disminuyendo mucho su porcentaje; y el espectacular incremento de los nombres compuestos. Cuestiones que hay que contrastar con el estudio de los nombres femeninos del mismo periodo.

martes, 12 de agosto de 2014

Lugares de aparición de los platos tipo "Pedroches" en el noreste de Córdoba.

     Nos comentaba un buen profesor de Prehistoria de la UNED, Sergio Ripoll López, que para estudiar un objeto había que responder a una serie de preguntas: qué, cuándo, quién, por qué, dónde... En el caso de los peculiares cuencos (o platos) de vidrio de sepulturas del periodo de la Hispania Tardía en el cuadrante noreste de Córdoba, para poder responder a las cuestiones más importantes (a priori, quién y por qué) podemos comenzar estudiando los lugares donde se encontraron las tumbas en cuyo interior estaban estos platos, respondiendo al dónde. También podemos plantearnos el cómo se fabricaron
     El mapa de distribución de las sepulturas con cuencos de cristal en nuestro ámbito de estudio es el siguiente:


     Puede observarse cómo se concentran en un ámbito muy concreto con tres grandes zonas:
a) El emplazamiento de la actual Villanueva de Córdoba y sus aledaños;
b) el extremo sureste del batolito de los Pedroches, y
c) las sierras que lo orlan al sur.
     Es en esta última zona donde también apareció (concretamente en la Indiana, Adamuz) el único vaso carenado con botón terminal, tipo Feyeux 52, que se conoce en toda la Península (recordemos, este tipo de recipiente es de lo más normal en las sepulturas francas del norte de Francia o Bélgica). Helo en la siguiente fotografía en el Museo Arqueológico de Córdoba (al fondo, uno de los platos tipo "Pedroches" que se estudian"):


      La mayoría de sepulturas con platos está en la parte oriental de los Pedroches, donde el batolito alcanza su mayor anchura norte-sur. Sobresalen Sancho y Aguilillas, con siete y cuatro platos respectivamente. Ambos lugares se encuentran en el término de Villanueva de Córdoba, que es precisamente en el que mayor número de cuencos han aparecido. Esto puede deberse en gran medida a que fue la base de trabajo de Ángel Riego Ordóñez, el descubridor de la gran mayoría de cuencos. Aunque los tres del museo de esta localidad, que no se han incluido en el plano al no conocer a ciencia cierta su origen, muestran que este tipo de objetos es frecuente en las sepulturas del tiempo de la Hispania Tardía de este término.
     Otro lugar con una alta densidad es el de la confluencia de los términos municipales de Villanueva de Córdoba, Cardeña, Adamuz y Montoro, con seis yacimientos y nueve cuencos.
     Ya en plena sierra se encuentran los más occidentales: uno en Maljago (Obejo), tres en Villaviciosa y otros tres en la basílica del Germo (Espiel). Los catorce yacimientos caben en un triángulo de unos 1.200 kilómetros cuadrados.
     Destaca que no haya necrópolis conocidas con este tipo de objetos en la zona oeste de los Pedroches, donde se agrupan seis de las históricas Siete Villas. Una explicación lógica podría ser que Riesgo no trabajó en este lugar. Las excavaciones en la Losilla (Añora) quizá puedan aportarnos más información sobre esta cuestión, al confirmar la ausencia, o presencia, de este tipo de platos en esta parte de la comarca..
     Esto en cuanto a los cuencos de vidrio procedentes del norte de Córdoba. En el resto de la Península, como se dijo en la primera entrada sobre estos platos, este tipo de recipiente es poco frecuente en las sepulturas de época visigoda.
     Fuera de la Península comentan Alejandro Marcos y Ana María Vicent (2000, 215): "Vasos de vidrio similares en la forma y en la decoración fueron descubiertos en los cementerios de los francos, merovingios y alamanes del norte de Francia, Renania y Bélgica... No es fácil de explicar la presencia de estas formas y decoraciones en los dos grandes territorios, cuando vidrios similares parece que por el momento apenas están documentados en regiones geográficamente interpuestas y teóricamente intemediarias, en una o en otra dirección; si tal cosa es cierta, quizá postule relaciones comerciales".

 
     No creo que exista una alta posibilidad de tales relaciones comerciales por una razón muy sencilla: para que haya comercio hace falta gente (que compre o produzca), y aquí había muy poca y aislada.
     Por ejemplo, el lugar donde apareció el vaso con botón terminal, genuinamente franco, está cercano al convento de San Francisco. Este es uno de los lugares preferidos por los jarotes para enviar a alguien a actividades poco gratas como hacer gárgaras o freír espárragos ("¡Váyase a [tal] a San Francisco del Monte!", se dice), por su reconocido aislamiento y soledad. No menos gráfico es el nombre del pago donde aparecio el plato de Obejo, Maljago (y no "Majago" como escriben Marcos y Vicent). "Mal hago..." ("maljago" al pronunciarse la hache aspirada), es lo que debió pensar el primero que llegó allí a intentar poner en producción unos barrancos con pendientes medias superiores al 50%. Las líneas de nivel hablan por sí solas:


     Las tierras orientales de los Pedroches y las sierras que lo orlan al sur son las peores de la provincia desde el punto de vista agrícola, y, por consiguiente, las de menor capacidad de producción y de alimentar a una población. Aunque por el siglo V y posteriores podrían tener un gran atractivo para unos teóricos nuevos llegados, una bajísima densidad de población que permitiría que se asentasen sin tener que pelearse con nadie por el terreno. Es representativo el nombre del lugar de la Loma de la Higuera donde se concentró población durante la Hispania Tardía: Valpeñoso. No era el lugar más práctico para labores agrícolas, pero aún así en el periodo comprendido entre el fin de Roma y la implantación de al-Andalus hubo un poblamiento que parece basado en el modelo de granjas aisladas: Riesgo localizó treinta tumbas en este lugar en diez pequeñas necrópolis (correspondientes cada una a un villar o pequeño lugar de hábitat), aunque sin duda que había más, pues a comienzos del siglo XX, cuando se roturó el terreno, empezaron a aflorar sepulturas, cuyas tapas fueron hábilmente recicladas para fabricar pesebres para los animales:

(Manuel Aulló, 1925, lám. XVI.)

     En este pago de la Loma de la Higuera es donde recogió Ángel Riesgo una lucerna paleocristiana de los siglos V-VI, lo que implica relaciones comerciales con centros productores, probablamente del sur peninsular. Pero el caso de los cuencos, y sobre todo el vaso carenado con botón terminal, es más difícil de explicar por este motivo, básicamente por una cuestión: la logística.
     Traer un vaso franco de vidrio desde el Rin hasta el norte de Córdoba es un trabajo que el mismísimo Hércules se lo hubiese pensado. El séquito de Oppila, que llevó su cadáver desde tierras vascas hasta Villafranca (Córdoba), cerca del Guadalquivir, tardó un mes en llegar, y se supone que dadas las circunstancias irían todo lo rápido posible. Así que el viaje del vaso sería de más de dos meses, a lomos de caballerías, por calzadas que en muchos casos llevaban siglos sin repararse. No parece lógico. Y más si entre Adamuz y los Pirineos no hay ningún otro.
     Más acertada me parece la opinión del profesor Ángel Fuentes (2006, 23), un reconocido experto en vidrios de la Antigüedad. Aunque durante el tiempo de la Hispania Tardía existiesen talleres urbanos (como el conocido en Recópolis, la ciudad fundada por Leovigildo), "en una sociedad altamente ruralizada... [se requiere] mejor de un modelo que sea compatible con esa ruralidad. Ese modelo estaba en funcionamiento desde el siglo IV: los artesanos ambulantes, los aniversari vicini, los artesanos que subidos en un carro apenas necesitan más que sus manos, sus conocimientos... y un instrumental muy sencillo para ejercitar su trabajo por periodos cortos de tiempo y siguiendo un recorrido prefijado: el soplador ambulante.
Se llega a cualquier pueblo, donde ya conoce a todas las personas que necesita (y con las que nunca compite, claro) y es conocido por la población. Tras instalarse en un taller alquilado... constuye un par de pequeños hornos contiguos, quizás uno sobre el otro para ahorrar calorías y espacio y trabajo y allí se instala.
Acto seguido y conocida su estancia en la comarca, comienza a recoger el vidrio roto o amortizado de todas las casas que ha sido cuidadosamente gardado para su trueque por otros productos y por nuevo vidrio soplado.
Conseguida una cantidad suficiente, se procede al lavado y fundido de este vidrio roto, cosa que se consigue con cierta facilidad y a baja temperatura... Conseguida una pasta de regular calidad, el vidriero sopla lo que le ha sido solicitado, lo que ha sondeado que puede vender, lo que le han comentado, una producción prácticamente destinada a ser vendida directamente, elaborada casi por encargo...
[Pasado] el tiempo necesario para realizar todas las faenas en su momento, el vidriero parte con su carro hacia otro lugar donde, vuelta a empezar, la población estaba esperando la llegada del vidriero".
     Esta hipótesis explica perfectamente por qué los cuencos y el vaso Feyeux 52 sólo se conocen en el NE de la provincia de Córdoba, y están ausentes por completo, por ejemplo, en la gran necrópolis contemporánea del Ruedo (Almedinilla, Córdoba), en el extremo sur de la provincia. Estas piezas las fabricó un artesano ambulante satisfaciendo una demanda local.
     Pues ya podemos conocer algo más de estos platos, dónde aparecieron y, quizá, cómo se fabricaron. Y hay dos aspectos que resultan elocuentes:
* Una gran mayoría de cuencos de vidrio íntegros hallados en sepulturas de época visigoda aparece en el 0,25% del territorio peninsular.
* Existen paralelos, tanto en forma como en decoración, con objetos similares de Provenza, NE de Francia, Renania y Bélgica, datados desde finales del siglo V y, sobre todo en la primera mitad del VI.

sábado, 2 de agosto de 2014

Los peculiares cuencos de vidrio en sepulturas de los siglos V-VIII.

Tras la digresión de la pseudohistoria de güeros, chirles y hebenes (que los hubiera calificado Quevedo), retornemos a la Historia de verdad. Si para el periodo de la Hispania Tardía (siglos V-VIII) nos hemos detenido hasta ahora en los objetos de metal no es por preferencia personal (me gustan más las piedras), sino por pragmatigmo, es la materia que más se ha estudiado y de la que hay mayor información. Broches y placas de cinturón con perfil de lira de época visigoda los hay a cientos en toda la península; existen, empero, otros elementos entre los ajuares y depósitos rituales de las tumbas de este periodo de los Pedroches que son auténticamente singulares, y que, quizá por ello, puedan abrirnos alguna puerta a ese pasado del que lo desconocemos casi todo. Son los collares de ámbar y pasta vítrea; las cerámicas de forma diferente a los jarros; o, sobre todo, los platos de vidrio que comenzamos a tratar ahora.


     A la espera de que las excavaciones en la necrópolis de la Losilla (Añora) a cargo del Instituto Arqueológico Alemán de Madrid sean fructíferas, la mayor fuente de información para la época de la Hispania Tardía en los Pedroches son las excavaciones que realizó Ángel Riesgo Ordóñez entre 1921-1935.
     Riesgo da cuenta en sus cuadernos de campo de tres centenares sepulturas de inhumación en el norte de Córdoba, de las que algo más de doscientas fueron descubiertas intactas por él o al practicar labores agrícolas. No se trata de un conjunto fuera de contexto, como afirma alguna investigadora sobre el mundo funerario rural de este tiempo en la Bética, sino al contrario, a partir de esas libretas de campo se puede establecer su situación, qué aparecio en cada tumba, los conjuntos de las mismas y sus relaciones con los lugares de hábitat, por ejemplo.
     Aunque hay que tener en cuenta también que en la época en que se realizaron estas excavaciones los principios metodológicos no eran los actuales, por lo que sería un injusto acto de presentismo valorarlos con los criterios de hoy. La forma de excavar y anotar de Riesgo no se diferenciaban sustancialmente de las que pudieran realizarse en otros lugares de España por los mismos años. Riesgo era una persona minuciosa, como se ve en las pequeñas etiquetas que acompañan a los objetos depositados en los museos arqueológicos de Córdoba y Madrid, y eso es algo que podemos aprovechar (y, por mi parte, agradecer), aunque sus cuadernos de campo fueron parcialmente destruidos en el saqueo que su casa madrileña en 1936, recomponiéndolos posteriormente.
     Teóricamente, a partir de las tumbas podemos obtener información de tres tipos. El primero, sobre los propios inhumados; el segundo, sobre el ritual y, por lo tanto, el ámbito religioso al que perteneció; el tercero, sobre la realidad material de la sociedad a la perteneció el finado. Sobre el primero no puede conocerse prácticamente nada a partir de los cuadernos de campo de Ángel Riesgo (esperemos que en la Losilla haya más suerte), pero sí podemos intentar hacer algo con el segundo y tercero.
     En cuanto al segundo de los tipos (el ritual y la religión asociada), es un periodo complejo con cambios en la mentalidad religiosa que hubo de tener su reflejo en la arqueología. Durante el periodo imperial eran frecuentes los depósitos rituales en las sepulturas que incluían objetos de vidrio, como la cremación próxima al castillo de Almogábar (Torrecampo, Córdoba), que contenía al menos un vaso y un ungüentario de vidrio. Durante el Bajo Imperio, con las nuevas ideologías y religiones que surgen o se afianzan entonces, la práctica de los depósitos rituales funerarios decae, para revitalizarse durante la Hispania Tardía.
     A la Iglesia nunca le gustó esta costumbre, aunque algunos objetos, como los jarros o los platos de vidrio con una cruz labrada en su base, pudieran teñirse de cristianismo, al representar el bautismo o prácticas lustrales. Además de la supervivencia de prácticas paganas, también existía, todavía en el siglo VII, una diversidad de ritos dentro del cristianismo, como muestran los concilios, y sólo a partir del siglo VIII logró imponer una uniformidad que eliminaba definitivamente el depósito ritual de las sepulturas cristianas que, se vistiera como se vistiese, apestaba a paganismo.
     En las sepulturas de la península de la etapa visigoda los vidrios son escasos, más aún que en la época romana. Las formas dominantes son cerradas, ungüentarios, jarras o unas muy características copas de pie alto. Mucho más raras son las formas abiertas: "aunque se conocen algunos ejemplares completos de formas abiertas, éstos son tan escasos que no nos permiten hacer agrupaciones por tipos", afirma la especialista en vidrios de época visigoda, Blanca Gamo Parras (1995, 302). Los vidrios de formas abiertas, tan escasos en el resto de la península, son los auténticamente característicos de las sepulturas del NE de Córdoba durante esa etapa.
     El primer problema es cómo llamar a estas piezas, pues no se ha realizado una sistematización aceptada por la comunidad de investigadores. Algunos autores los llaman cuencos. Según el DRAE un cuenco es un "recipiente no muy grande de barro u otra materia, hondo y ancho, y sin borde o labio". Ángel Riesgo, su descubirdor, los denominó "platos", que en el mismo DRAE es un "recipiente bajo y redondo, con una concavidad en medio y borde comúnmente plano alrededor, empleado en las mesas para servir alimentos y para comer en él y para otros usos". A partir de estas definiciones creo que "plato" es lo que mejor se ajusta, a la espera de una clasificación definitiva.

(Fuente de las imágenes: en blanco y negro, fotografías de Ángel Riesgo; cenitales, Guadalupe Gómez Muñoz en http://ceres.mcu.es; frontales en color, Ana María Vicent.)



 (Marcos Pous y Vicent Zaragoza, 1998.)

     Como se puede ver en las fotografías y dibujos de arriba se caracterizan por su base circular (sin pie), su perfil troncocónico y su borde engrosado. La altura media es de 47 mm, y 177 mm de diámetro. La relación entre altura y diámetro es de 3,8 (con mínimo de 3,0 y máximo de 4,7).
     Los primeros ejemplares se conocieron en la basílica del Germo (Espiel), aunque fue Ángel Riesgo quien mayor número de ellos obtuvo de las sepulturas de los Pedroches. A estos ejemplares se unen tres descubiertos en Villaviciosa y otro en Obejo. Alejandro Marcos y Ana María Vicent (quien fuera directora del Museo Arqueológico de Córdoba) hicieron en 1998 un inventario de estos vidrios conservados en los museos de Madrid y Córdoba. (Fueron ellos quienes denominaron a estos vidrios "tipo Pedroches", un nombre muy apropiado.) A ellos he unido otros tres ejemplares más que constan en los cuadernos de campo de Ángel Riesgo (según indica en ellos, dos de Venta los Locos (Cardeña) no fueron recogidos por estar muy fragmentados y, también, porque entonces Riesgo estaba comenzando; posteriormente, sí recogería todos los platos que encontró, aunque estuvieran fragmentados).
     A estos, más o menos conocidos y publicados, hay que añadir otros cuatro más inéditos: tres están en el museo de Villanueva de Córdoba, y el cuarto en la Real Academia de la Historia de Madrid. Según consta fue donado a la institución por el Marqués de la Vega de Armijo, cuya propiedad está al norte de Montoro (Córdoba), es decir, en el cuadrante NE de la provincia, dentro del ámbito territorial de nuestro estudio:

(Vega de Armijo: Eduardo Alonso, 2005, 271.)


     En total, 33 ejemplares para el NE de Córdoba. Es un número muy elevado, pues en el resto de la península sólo se conoce media docena de ejemplares intactos en las Delicias (Granada), Cartagena o Castiltierra (Segovia). Una mención aparte merecen los cinco cuencos (o platos) de Aldaieta (Álava), cuyo conjunto está más relacionado con el ámbito norpirenaico que con el visigodo peninsular. En el cuadro de abajo se muestra un resumen de los mismos. Para numerarlos se ha seguido la numeración original de Riesgo (en la columna de la derecha se muestra la que emplearon Alejandro Marcos y Ana María Vicent).



     Puede afirmarse con plena seguridad que la gran mayoría de platos de vidrio conocidos de este tipo y tiempo procedentes de sepulturas peninsulares se localizan en el NE de Córdoba. Esto es cuanto menos, muy significativo. Como lo es también que si los platos (o cuencos) tipo Pedroches son muy escasos en la península (a excepción de los Pedroches), objetos similares, tanto en la forma como en la decoración, son frecuentes en cementerios de los francos, merovingios y alamanes del norte de Francia, Bélgica o Renania (T. 81 de Feyeux). También se encuentran algunos en el SE de Francia. Recordemos que, igualmente, en el mismo área del NE de Córdoba se encontró el único vaso con botón terminal, genuino franco, T. Feyeux 52, que se conoce al sur de los Pirineos. Como se comprueba, es una materia fascinante en la que hay que continuar indagando.