En el dolmen de Las Agulillas

domingo, 27 de abril de 2014

Enseres para el otro mundo (ajuar funerario del dolmen de las Aguilillas)

     Cuando los emperadores romanos morían se convertían en dioses. La más alta consideración que pudiera conseguir un ser humano mortal. Aunque no todos lo tomaron así. Cuenta Suetonio (Vida de los Doce Césares) que el emperador Vespasiano, al notar los primeros síntomas de enfermedad, dijo: "¡Ay!, creo que voy a convertirme en Dios". Sólo le faltó terminar con "y que poquita gana tengo...".
     Comprendiendo que Caronte no dejaba de recoger a ninguno en su barca, fueron muchos, en cualquier continente o época, los que prepararon todo lo que iban a necesitar para pasárselo en la otra vida igual de bien que se lo habían pasado en ésta. Los más conocidos son los faraones egipcios, pero no fueron los únicos, ni los más fastuosos o espectaculares.
     Qin Shi Huang fue el primer emperador de la China unificada a finales del siglo III a.C. (221 a.C. - 210 a.C.) -es decir, justo cuando Aníbal les metía las cabras en el corral a los romanos en la batalla de Cannas (216 a.C.)-. Dedicó 38 años a construir su mausoleo (lo mismo que un faraón en su tumba), que ocupa más de dos kilómetros cuadrados de extensión. Como la excavación, aunque se haga con todo rigor científico, es una actividad destructiva los arqueólogos chinos van con poca prisa (ya se sabe eso de que despacio se llega lejos...) y aún no han abierto la cámara funeraria del emperador, pero sí han sacado a la luz el fabuloso ejército de guerreros de terracota, los famosos guerreros de Xian, que deberían otorgar al emperador el mismo poder que había tenido en vida.
     En la época en que Imperio romano entraba en una graves crisis, a mediados del siglo III d.C., en los Andes el conocido como Señor de Sipán, un gran sacerdote mochica, se hizo enterrar rodeado de una gran cantidad de objetos de metales y piedras preciosas, de cerámica y madera, de una enorme calidad y riqueza. También lo acompañaron sirvientes, chicas jóvenes y algunos animales.
     También la gente que vivió hace cuatro o cinco mil años por la saliega de los Pedroches (durante el periodo que se denomina Calcolítico o Edad del Cobre) se ocupó de que quienes fueron enterrados en los sepulcros megalíticos dispusieran de los bienes materiales necesarios para que pudiesen emplearlos en las faenas del otro mundo. De todos los dólmenes del NE de Córdoba el que más cantidad de objetos de ajuar o depósito ritual (como llaman a este conjunto los especialistas) ha aportado es el dolmen de las Aguilillas (Villanueva de Córdoba).


     Antes de realizar el análisis del ajuar, hay que hacer alguna consideración previa. Lo primero es que este tipo de enterramiento se considera que es "colectivo" en su carácter de "sucesivo". El número de personas depositadas en ellos es muy variable, desde centenares hasta muy pocos. Por ejemplo, en el majestuoso dolmen de Alberite (Villamartín, Cádiz), de 23 m de largo, sólo había dos inhumados, uno masculino y otro femenino. En el de las Casas de Don Pedro (Belmez), en el cuadrante NW de Córdoba, en primera instancia se depositaron a dos mujeres, una adulta y otra joven. Sin embargo, es evidente que para levantar esas construcciones fue necesario el concurso de muchas personas que, además, deberían tener una estructura social plenamente conformada, y las habichuelas garantizadas, como para invertir esta enorme cantidad de recursos en levantar estos sepulcros rupestres.
     También parece evidente que en Alberite o en Casas de Don Pedro no todos los que construyeron los dólmenes tuvieron derecho a ser inhumados en ellos. Esto entra en contradicción con la imagen tradicional que se tenía de las primeras sociedades agrícolas, a las que se las consideraba igualitarias. Las dos mujeres enterradas en Belmez hace unos 4.500 años vienen a decirnos que, de toda la vida de Dios (que dicen las abuelas de mi pueblo) siempre ha habido unas personas que han sido más iguales que otras.
     Dado el tiempo transcurrido, de los objetos que se depositaron en los dólmenes sólo nos han llegado aquellos capaces de resistir el paso de los milenios, como los realizados en piedra, cerámica, metal o hueso, por lo que no debe descartarse, sino al contrario, dar por supuesto, que junto a estos tipos de objetos se depositaran otros como alimentos, recipientes de madera o fibras vegetales, prendas...
     Vayamos directamente al análisis del ajuar funerario del dolmen de las Aguilillas. (Los dibujos de los diferentes objetos son de Concepción Marfil Lopera, publicados en la revista Cuadernos del Gallo nº 19 de 1997.)

Cerámica. Los tiestos son una invención humana posterior a la implantación de la agricultura y ganadería como medio principal de vida (es decir, en el denominado periodo Neolítico) que apareció en el Próximo Oriente (en el mismo lugar donde nació la agricultura y el Neolítico). Modelar arcilla y secarla en un horno no requiere de grandes necesidades técnicas, aunque sí de pericia, claro está.
     El modelado de los objetos se hacía a partir de una masa de barro previamente preparada, o mediante el sistema de aplicar rollos o tiras que se iban uniendo hasta realizar el esbozo del tipo de pieza deseada. Para evitar la plasticidad del material y que se fragmentara en la cocción se le incorporaban unos elementos llamados desgrasantes, que podían ser orgánicos o minerales. Con ello se conseguían distintos resultados: bien recipientes con un buen acabado, en los que se buscaba la belleza, digamos, pero que no podían soportar la acción directa del calor; bien otros más bastos pero capaces de resistir la acción directa del fuego sin peligro de rotura.
     Las superficies podían decorarse: se podían alisar o bruñir, para darle brillo; podían recubrirse con una capa de engobe, normalmente rojizo, que le daba ese color; también podían hacerse impresiones en la pasta con algún elemento, como las conchas de los berberechos (caraterística de las primeras cerámicas ibéricas denominadas "cardiales"), cordones, incisiones...; también se le podían aplicar pequeños apéndices denominados mamelones.
     En el dolmen de las Aguilillas aparecieron vasijas globulares abiertas, antiguas, de tradición neolíticas, y otras (una con carena y otra con mamelones) que se tratarán en otro lugar, pues corresponden a una época posterior.






Piedra pulida. Es otra de las características del Neolítico, incluso la que le dio su nombre: "Piedra Nueva", frente a la "Piedra Vieja" del Paleolítico anterior, aunque es el resultado de un proceso más complejo que incluye la talla, desbastado, piqueteado y el propio pulido. El pulimento se empleaba para la fabricación de útiles de corte transversal utilizados con percusión lanzada, como hacha y azuela, herramientas empleadas en el trabajo de la madera.
     Las hachas se caracterizan por tener un perfil simétrico en su parte activa. Son herramientas relativamente macizas que debieron emplearse en labores de desforestación y un primer tabajo de la madera. Aparecieron durante el periodo Neolítico, continuando durante el Calcolítico hasta ir siedo reemplazadas posteriormente por útiles metálicos. Normalmente, las más antiguas presentan secciones gruesas de tendencia circular u oval, mientras que a partir del Neolílico Medio y Final toman secciones más aplanadas.
     Las azuelas se distinguen y definen porque su parte activa tiene un perfil asimétrico. Suelen ser de menores dimensiones que las hachas y con la superficie completamente pulida, al contrario que en las hachas, que sólo tienen pulimentado su filo. Las azuelas se emplearon en procesos más delicados del trabajo directo de la madera.
     En el dibujo de abajo puede verse la reconstrucción del enmangue de hachas y azuelas y la forma en que eran empleadas.


(B Martí Oliver, 2007, 199.)

      En el Museo Arqueológico de Córdoba hay 59 hachas de piedra pulimentada en la Colección Riesgo (de objetos procedentes sobre todo del NE de Córdoba). Correspondientes al dolmen de las Aguilillas constan un hacha (nº inv. 27989) y una azuela (nº inv. 27942):


La azuela conserva la etiqueta manuscrita de Riesgo (http://ceres.mcu.es/pages/Main ):



Objetos de adorno. Cuentas de collar. Tecnológicamente, se incluirían dentro de la piedra pulida, aunque, por su carácter, merecen mención aparte.
     Ya durante el Neolítico aparecieron objetos cuya función era primordialmente decorativa de distinto tipo: brazaletes (como los de mármol de la cueva de los Murciélagos de Zuheros, Córdoba), pulseras, colgantes y cuentas de collar. En la comarca de los Pedroches sólo se conocen éstas dos últimas categorías. Las hay de distintas formas: discoidales, bitroncocónicas (a modo de barrilito), ovales con estrechamiento en la parte inferior (imitando a los caninos atrofiados de los ciervos)... Para realizarlas fueron necesarias unas herramientas especiales, unos taladros, para practicar la perforación central. Eran objetos que, a pesar de su pequeño tamaño, requerían una considerable inversión de esfuerzo, habilidad y tiempo.
     En el dolmen de las Aguilillas se anotaron cuatro cuentas de collar, aunque fue en los dos tholoi de la comarca (Minguillo I y Minguillo IV) donde se recogió mayor número de cuentas de collar, como éstas del tholos Minguillo I en una fotografía de Ángel Riesgo:


     En ésta otra, también de Á. Riesgo, pueden verse un par de collares elaborados con cuentas de collar de los sepulcros megalíticos de los Pedroches:



     Son los que están a la izquierda y derecha, pues el del centro es como tres mil años posterior, del periodo de la Hispania Tardía. Procede de la misma zona donde se encontró el anillo de los ibis. (Igual ocurre con las otras piezas: los dos platos de vidrio son también de la época de la Antigüedad Tardía o de la etapa visigoda, mientras que los tres objetos cerámicos pertencen a la Prehistoria Reciente, al Calcolítico; dos de ellos, como se indica en la anotación, proceden del dolmen de las Aguilillas.)
     Las cuentas de collar, o los brazaletes, no son objetos con una funcionalidad práctica directa, es decir, no por llevar un hermoso collar se cazaba un cierzo más gordo o se recogían más frutos. Son algo que tienen más que ver con la sociedad de la época, con la necesidad de señalar las necesidades de diferenciación y prestigio, siendo vehículos con los que se desarrollaban los aspectos del imaginario del individuo y de la colectividad. Pero al carecer de fuentes escritas que nos informen sobre el sistema social, este es un aspecto que apenas si se puede bosquejar.

Piedra tallada. El nombre de la etapa Calcolítico, Edad del Cobre, puede resultar engañoso, pues, en puridad, los objetos de metal son raros aún en este tiempo, y no por ese nombre se deja de trabajar la piedra del mismo modo que se venía haciendo desde millones de años, tallándola. Incluso se llega a una mayor perfección técnica que en la etapa anterior, como muestran las puntas de flecha de forma triangular. El sílex será la materia lítica preferida, aunque también se trabajará en otras como cuarcita o cristal de roca.
     Uno de los elementos más característicos de los dólmenes del Calcolítico son las puntas de flecha triangulares que presentan una diversa tipología: con aletas, con pedúndulo, con la base plana, cóncava o bien convexa. De los dólmenes estudiados por Concepción Marfil (no se incluye el tholos Minguillo IV) proceden 146 puntas de flecha, 64 de ellas de las Aguilillas. Frecuéntemente eran retocadas para otorgarle un filo de corte. La longitud oscila entre los 13 y los 30 mm, y la anchula de 9 mm a 30 mm; el grosor es de 2 mm a 9 mm.



     En esta fotografía de las puntas de flecha de los tholoi Minguillo IV y Minguillo I se pueden apreciar mejor estas pequeñas joyas:


Láminas de sílex. Otro útil típico del Calcolítico son las laminas de sílex, como la de esta fotografía:
(http://www.museo3d.faico.org/Pieza/Details/15)

    La gente de la Prehistoria Reciente conocía bien como sacar partido a los elementos naturales. El material preferido fue, como se apuntó, el sílex, incluso en aquellas zonas como el batolito granítico de los Pedroches, donde este tipo de roca no es nada frecuente. Aplicando calor, y mediante presión, conseguían extraer del núcleo principal pequeñas láminas con aguzados filos en los bordes. En los dólmenes del NE de Córdoba obtuvo Riesgo 46 de estas láminas, 30 de ellas en el del Peñón de las Aguilillas.





     No encontró Ángel Riesgo nada que pueda relacionarse directamente con la espiritualidad en el dolmen de las Aguilillas. Los únicos objetos que pueden considerarse así en el conjunto del megalitismo de los Pedtroches son los peculiares ídolos-falange del Atalayón de Navalmilano.
     En definitiva, quienes fueron enterrados en el dolmen del Peñón de las Aguilillas portaron para el otro mundo un nutrido conjunto de enseres prácticos: herramientas para trabajar la madera (con la que se conseguían materiales de construcción, combustible, útiles como cuencos o cucharas...); tiestos con los que preparar y almacenar comida y bebida; puntas de proyectil para la caza o la defensa; pequeños cuchillos con bordes cortantes en ambos lados, útiles para la vida cotidiana; cuentas de collar que reflejaban la identidad y el estatus de cada persona. Lo imprescindible para pasar una vida eterna feliz.

domingo, 13 de abril de 2014

Más malo que un tabardillo (1738, epidemia de tifus en Villanueva de Córdoba).

     La población española se vio asolada durante la Edad Moderna por unas cíclicas crisis de mortalidad de variado origen. Unas veces eran crisis de subsistencias, provocadas por la escasez de alimentos; en otras, epidemias de diverso tipo eran las responsables, aunque las más frecuentes, y las que provocaban una mayor letalidad, eran las "mixtas", cuando el hambre y el germen se unían en maléfica alianza. La mayor fuente de documentación para analizar estos procesos son los registros parroquiales (recordemos que el Registro Civil comenzó en España en 1871), pues, como decía el profesor J. Nadal "las actas de bautismos, entierros y matrimonios reflejan el pulso diario de una población".
     En conjunto, las anotaciones de bautismos, matrimonios y entierros reflejan los avatares por los que discurrió la población de Villanueva de Córdoba. El crecimiento demográfico estaba condicionado por la disponibilidad de recursos, que podían verse afectados por diversos factores de orden natural, cultural o social. Son numerosos los estudios que demuestran la íntima relación entre defunciones y subidas considerables del precio de los cereales. “En la España de los Austrias, las puntas de sobremortalidad más altas corresponden a los años 1589-1592, 1597-1601, 1629-1630, 1647-1652, 1684-1685 y 1694-1695, que son, en todos los casos, periodos de escasez” (Nadal, 1976, 24). Al contrario, en los años de buenas cosechas y bajos precios, la natalidad ascendía al año siguiente o un par de años después. En las crisis de mortalidad de carácter mixto (es decir, cuando se unían escasez de granos y una epidemia), que ya se ha comentado eran las más temibles, se acentuaban notablemente estos parámetros: los valores de natalidad descendían a mínimos, elevándose de modo muy notable los de mortalidad. Pasado un año o dos desde la crisis el número se matrimonios aumentaba respecto a la media de años anteriores, lo mismo que los nacimientos, aunque de modo menos ostensible (Pérez Moreda, 1980, 95). Este modelo explica perfectamente los valores que presentan los años 1685, 1738 y 1786, años con una mortalidad catastrófica de la que existe información por otras fuentes documentales.
     Analicemos ahora lo que ocurrió en 1738, aunque hay que hacer una observación respecto a las cifras de entierros: aunque en la parroquia de San Miguel de Villanueva de Córdoba comenzaran a anotarse en 1726, en principio se omitía de ellos a los "párvulos", que aún no estaban edad de "comunión" o "confesión" (aproximadamente, menores de siete años). Solo comienzan a registrarse todas las defunciones a partir de julio de 1801, mediante una carta extendida por el Obispado de Córdoba (transcrita en el Libro nº 2 de Entierros de la Parroquia de San Miguel) en consecuencia con una Orden del Consejo de Castilla, en la que se decía expresamente que “con respecto a los párbulos por no haber sido costumbre anotarse sus partidas de difuntos… es indispensable que en adelante no se omitan por motivo alguno la existencia de estas partidas, sino que se formalicen en el modo y forma que todas las demás”. Esta observación es muy importante, pues quiere decir que hasta 1801 no se podrán establecer índices y tasas de mortalidad.
     Dado que las defunciones se anotan a partir de 1726, tomemos los datos demográficos de un tercio de siglo:


     Durante el periodo 1726-1760 la media anual fue de 56 defunciones de personas mayores de siete años. La tendendia lineal en la etapa fue mantenimiento, con un muy ligero descenso. En el polígono de entierros destaca 1738, que con 148 suponía que se ese año se incrementó en un 264% la mortalidad media de la década. Se puede decir que ese año ocurrió una crisis de mortalidad en Villanueva.
     En cuanto a los otros registros, nacimientos y matrimonios, son los siguientes:


     La tendencia lineal (línea verde) de los bautismos es de una continua alza. Para evitar las distorsiones que producen los dientes de sierra del polígono anual de nacimientos (línea azul) se emplea la media móvil de cinco años (línea naranja), que nos permite afinar en los procesos. Siguiéndola, podemos comprobar cómo el número de bautismos tiende a disminuir en la década de 1730, para elevarse en las dos siguientes.
     En cuanto a los matrimonios, se produjeron a una media de 38,3 anuales. Los 56 matrimonios de 1738 superan ampliamente esa media. 
     La cuestión es: ¿a qué se debió esta sobremortalidad de 1738? J. Ocaña Torrejón (1972, 88) recogía información sobre una epidemia durante ese año, que afectó a miles de personas en la ciudad de Córdoba, y comenta que ese mismo año se constituyó en Villanueva la cofradía de San Roque, uno de los tradicionales abogados contra la peste. Aunque ello no supone que se tratara de esta enfermedad, la peste debe descartarse como causante, pues había desaparecido en España desde finales del siglo anterior. Con motivo de la peste de Marsella de 1720 manifestaban expresamente los contemporáneos “no haber ocurrido con posterioridad en Europa ninguna epidemia [de peste]” (Nadal, 1976, 95).
     Un elemento que puede ayudar a discernir la causa de la epidemia de 1738 es la distribución mensual de las defunciones, pues determinadas enfermedades tenían una estacionalidad muy marcada:


      Podemos comprobar cómo en 1738 la mayoría de las defunciones se produjeron en los meses de marzo, abril y mayo, es decir, durante el final del invierno y comienzo de la primavera. En estos tres meses se concentró el 46,6% de los entierros, lo que contrasta vivamente con la media mensual de las defunciones durante ese decenio (que en esos tres meses suponía el 17,5% del total anual). Sin una mortalidad de crisis, marzo, abril y mayo eran los meses "más sanos", con menor número de óbitos, que se concentraban sobre todo de agosto a octubre (finales del verano y comienzo del otoño).
     La sobremortalidad de adultos de 1738 hace que no se deba considerar la viruela como el agente causante de la epidemia. Por la estacionalidad, también debe desecharse el paludismo, propio del pleno verano y comienzos del otoño, dado que su vector de transmisión, un mosquito, requiere bastante calor. Las fiebres tifoideas ocasionadas por aguas o alimentos infectados también presentan la misma estacionalidad, pues antes de las lluvias otoñales (de llegar, claro) las aguas estancadas de los pozos eran una fuente de peligro (ya decía el refrán que el agua corriente no mata a la gente).
     [Una pequeña digresión: me comentó don Bernardo Valero, médico veterano, que en la década de los cincuenta del pasado siglo las autoridades sanitarias cerraron el pozo del Gusanito, pues el porcentaje de personas afectadas de tifoideas en el barrio que se abastecía de ese pozo era muy elevado. Concluida la guerra civil, quince personas fallecieron en Villanueva de Córdoba a consecuencia de la fiebre tifoidea, la última una niña de cuatro años el 06 diciembre 1959.]
     En principio, podría valorarse de que se tratase de una epidemia de tifus, pues aparecía sobre todo en invierno y hasta bien entrada la primavera, y porque su letalidad era superior en las personas mayores de 40 años que entre los jóvenes (Pérez Moreda, 1980, 239), aunque no sabemos cuántos "párvulos" fallecieron ese año. La literatura médica avala esta impresión.
     En la Epidemiología española de Joaquín Villalba (1803) se lee (pág. 128) que tras un periodo “de gran sequedad en la tierra, esterilidad, falta de frutos, carestía, hambre y miserias… a principios del año 1738 acometió a la ciudad de Córdoba con la epidemia de fiebres malignas catarrales que se observaban en pobres y ricos…”. En el Compendio histórico de la medicina española (1850) de Mariano González y Sámano (pág. 363), se confirmaba este suceso: “En 1738 se desenvolvió una fiebre epidémica continua, catarral, maligna y contagiosa, ocasionada por la gran falta de buenos alimentos, en las ciudades de Écija, Córdoba, y más particularmente en Bujalance”. Las fuentes documentales nos indican que ese año hubo una carencia de alimentos a la que se unió una enfermedad caracteriza por una fiebre a la que denominan "catarral". El doctor Félix Janer (Tratado general y particular de las calenturas (1861) aclara que las calenturas catarrales se complicaban con el tifus en los países fríos, y que por ello los alemanes fueron inducidos a dar el nombre de "calentura catarral maligna" al tifus, al ser los catarros propios de la época en que también se desarrollaba más frecuentemente el tifus.
     Aunque los nombres sean semejantes y tengan manifestaciones parecidas como el exantema, no hay que confundir el tifus exantemático con las fiebres tifoideas, la Salmonella, como se la conoce hoy popularmente por el nombre de su agente causante, bacterias. Su mecanismo de contagio es fecal-oral, a través de agua y alimentos que han sido contamidos con deyecciones. Era propia del final del verano y comienzo del otoño, antes de que las lluvias renovaran los acuíferos.
     El tifus exantemático, en cambio, es causado por otra bacteria (del género Rickettsia) que se transmitía por otro vector, los parásitos externos (especialmente los piojos). En esta época también era llamada "fiebre pútrida". Solía aparecer en invierno, continuando hasta avanzada la primavera. El tifus "era, con mucho, la enfermedad más relacionada con el estado alimentario habitual de una población" (Vicente Pérez, 1980, 71-72), de tal modo que en Inglaterra fue conocida como "fiebre del hambre". Tras una cosecha corta y una época larga de subalimentación en verano y otoño, el precio de los granos podía llegar a niveles máximos en el periodo invernal, época también en que el frío no favorecía el baño o lavado de ropa, permitiendo que los piojos siguieran propagando el tifus. Estas mismas condiciones de carestía de alimentos apoyan la hipótesis de que se produjo una epidemia de tifus, lo que, en ese tiempo, se llamó "una peste de tabardillos".
     "Eres más mala que un tabardillo", le dijeron a Tristana en la novela homónima de Pérez Galdós (y sus abuelas a más de un nieto travieso). En el Diccionario de Autoridades (Tomo VI, 1739) se define así al tabardillo: "s. m. Enfermedad peligrosa, que consiste en una fiebre maligna, que arroja al exterior unas manchas pequeñas como picaduras de pulga, y á veces granillos de diferentes colores: como morados, cetrinos, &c. Covarr[ubias] dice que se llamó assi del [r.203] Latino Tabes, que significa putrefacción, porque se pudre, y corrompe la sangre. Lat. Morbus, vel febris tabifica. CERV. Nov. 12. pl. 394. Y que una calentura lenta acaba con la vida, como la de un tabardillo. P. SANT. TER. Int. Amig. Cons. 2. Mot. 1.
Es como el tabardillo este dolor;
Que á las veces le vemos encubrir,
Para después acometer traidór".

sábado, 5 de abril de 2014

También los hay bizantinos (Broches de cinturón de época visigoda en los Pedroches, VI).

El registro arqueológico de la Hispania Tardía de los Pedroches es sumamente interesante, y no solo por su cantidad, también por su diversidad. Una muestra son estos tres broches de cinturón genuinamente bizantinos depositados en dos museos de la comarca.


     En el siglo IV el Imperio romano se dividió en dos, Occidente y Oriente. El de Occidente desapareció a finales del siglo V, surgiendo diversas estructuras políticas dominadas por distintos pueblos germanos (francos en la Galia, ostrogodos en Italia, vándalos en el norte de África, visigodos al final en Hispania). El emperador del Imperio romano de Oriente, Justiniano (527-565), proclamó solemnemente su intención de reconstruir la antigua unidad imperial del Mare Nostrum, la Recuperatio Imperii. Derrotó a los vándalos del norte de África, y a los ostrogodos de la prefectura de Italia. Desde aquí, según Jornades (Gotica, 58), envió a su general Liberio con 2.000 soldados a la península ibérica, desembarcando en Málaga en el 552.
     Según Isidoro de Sevilla, Atanagildo, en su conflicto con el rey Agila, firmó un tratado con Justiniano para que le enviara tropas de apoyo, y que luego no pudo conseguir que se retiraran. También se comentó en aquella época que Justiniano y Atanagildo habían firmado un acuerdo para repartirse el Mediterráneo entre ambos reinos. Considerando la política militarista y expansionista de Justiniano se desprende que su intención, desde el primer momento, era recuperar Hispania para su imperio renovado.
     Los bizantinos lograron asentarse en algunas zonas de la Bética y la Cartaginense, formando la denominada Marca Hispánica. No se conoce con seguridad cuál fue su extensión, quizá una amplia faja costera desde su base, Cartegena, hasta Cádiz. Algunos estudiosos consideran que Córdoba fue conquistada por los imperiales, aunque otros muchos consideran que los bizantinos no tomaron el Valle del Guadalquivir, y creo que así fue. Desde el desmembramiento del Imperio en Corduba e Hispalis el poder había sido asumido por la "aristocracia hispanorromana, acostumbrada por lo demás a actuar siempre autónomamente" y nada atestigua que "apelara a la ayuda de Justiniano, un emperador también católico, para contrarrestar la amenaza de los visigodos arrianos... De hecho la administración militar y fiscal de Bizancio era muy dura" (J. F. Rodríguez Neila, 1987, 144). Los cordobeses habían derrotado al rey Agila dos años antes de que los imperiales pisaran la península ibérica, y no lo hicieron para colaborar con los sueños de Justiniano, sino para seguir monopolizando el poder. (Cosa que consiguieron hasta que Leovigildo tomó la ciudad definitivamente para la monarquía de Toledo en el año 572.)
     Los imperiales aprovecharon en su beneficio los conflictos internos de los godos. Cuando Hermenegildo se rebeló en la Bética contra su padre (581), contó con su apoyo, y tras ser derrotado un par de años después en Sevilla, se refugió en Córdoba.  Escribe el profesor Juan Francisco Rodríguez Neila (1987, 146): "Los bizantinos debían de tener entonces en la ciudad una guarnición cuya presencia y efectivos serían importantes para la causa rebelde a tenor de un hecho. En efecto, en cuando Leovigildo consiguió sobornar al comandante bizantino con una fuerte suma [30.000 sólidos de oro] pudo apoderarse de Córdoba, quedando su hijo acorralado (584 d.C.)".
     La Marca Hispánica logro resistir casi ochenta años, hasta que durante el reinado del godo Suintila (621-631) y del emperador Honorio, los bizantinos abandonaron definitivamente sus últimas bases peninsulares. Durante este tiempo la frontera no fue una barrera infranqueable: "De hecho, a la Marca nunca dejaron de llegar comerciantes de todo tipo, que después viajaban a otras provincias y ciudades, como Mérica o Braga" (Rosa Mª Sanz, 2009, 241), y muchas influencias culturales y comerciales bizantinas penetraron hacia el interior de la península; mas no hay que olvidar que las principales relaciones, o las oficiales, entre godos e imperiales fueron a mamporros.
     Aunque la comarca de los Pedroches no se encontrara en primera línea de frente, sí estaba cerca del limes sureño; la lucha de los reyes de Toledo contra las principales ciudades rebeldes de la Bética, primero, y contra los imperiales, después, puede explicar la auténtica explosión arqueológica que se observa en la comarca desde mediados del siglo VI. Era una zona muy despoblada, por lo que la afluencia de numerosa gente no molestaría a nadie; su potencial de aprovechamiento agrario, especialmente pecuario, era notable; y, además, contaba con el factor estratégico de que por la comarca discurría la calzada que comunicaba de manera más rápida y corta a Córdoba con Toledo, el Camino Real de la Plata. Un buen lugar para que, al igual que en la Campiña cordobesa "quizá por primera vez, copiando también en ello el cercano ejemplo del enemigo, fueron instalados colones militares de forma permanente en tierras reales a cambio de sus servicios" (J. F. Rodríguez, 1987, 144).
     La proximidad a la Marca Hispánica puede explicar la presencia de objetos netamente bizantinos en los museos de los Pedroches, como unos característicos broches de cinturón. José Ángel Hierro Gárate me advirtió de la presencia de ellos en la colección del Museo PRASA de Torrecampo y, efectivamente, es así. (José Ángel, junto con Enrique Gutiérrez Cuenca forman el Proyecto Mauranus, un blog de obligada consulta para tener un conocimiento actualizado, riguroso y ameno de la arqueología cántabra). Se trata de dos broches de cinturón tipo "Hippo" de modalidad articulada (placa y hebilla son partes independientes que se unen, junto a la aguja, por medio de una charnela):

(El Museo. Boletín Informativo. Obra cultural grupo de empresas PRASA, nº 1, mayo 1998)

     (Pido disculpas por la calidad de la foto, pero la fotografía de la revista no es demasiado grande.) No son como los broches de cinturón de perfil liriforme, de diseño bizantino-mediterráneo y elaborados en Hispania, sino objetos fabricados en Oriente. La especialista en la materia, Gisela Ripoll López, cita en su obra de referencia (Toréutica de la Bética. (Siglos VI y VII d.C., 1998) otros dos broches de este tipo en la Península: uno en el Museo Romano Germano de Maguncia, procedente de una colección de bronces de la Bética:

 (G. Ripoll, 1998, nº 122.)

y otro descubierto en las excavaciones de la ciudad de Italica (la actual Santiponce), muy próxima a Hispalis (Sevilla):
(Zeiss, 1934, 16.13.)

     Los broches de cinturón netamente bizantinos, en todas sus variantes, son bastante escasos en la península (mientras que de las Baleares, que estuvieron bajo el control del Imperio Oriental, se conocen unas tres decenas). Mas frecuentes que los de tipo "Hippo", son los denominados por los especialistas tipo "Siracusa". En este caso son broches rígidos, en los que la hebilla y la placa forman un solo cuerpo. De la península se conocen cuatro ejemplares procedentes de la Bética depositados también en el Museo Romano Germano de Maguncia; otro en el Museo Arqueológico Nacional, en el conjunto de otra colección igualmente de la Bética; y un par de ellos de Cartagena, la capital de los bizantinos en Hispania:


     En el Museo de Historia Local de Villanueva de Córdoba se encuentra otro broche bizantino tipo "Siracusa":


     Presenta todas las características de este tipo. La hebilla es oval, destacándose de la placa por medio de dos apéndices triangulares laterales. La placa es casi circular, rematada en el extremo distal por un apéndice trapezoidal. La aguja de la hebilla desapareció, pues la que aparece en la fotografía, con la base en forma de escudo, está puesta en lo alto del broche y no corresponde a este tipo, sino que es propia de los broches de cinturón de placa rígida.
     Aunque para algunos investigadores estos objetos no presenten gran interés, Fernando Pérez Rodríguez-Aragón (1992, 239), escribe sobre ellos: "Los broches del cinturón constituyen uno de los elementos más significativos de la cultura material del momento de la transición entre el final de la Antigüedad y el inicio del Medievo. El cingulum -nombre latino del cinturón militar romano- era una parte integrante y esencial del uniforme bajoimperial, tanto en la paz como en la fuerra, hasta el punto de que este término llegaría a servir, por metonimia, para designiar el servicio militar mismo (omnes qui militant cincti sunt de lo cual hay una profusión de ejempllos en los Códices Teodosiano [año 438] y Justinianeo [529-534]".
     Por todo lo expuesto no creo que se debe valorar siquiera de que estos broches sean muestra de la presencia de tropas imperiales en los Pedroches. De todas las explicaciones posibles me seduce la hipótesis de que su presencia en el NE de Córdoba se debe a que se llevaron como trofeos de guerra, pues eran elementos característicos de los enemigos imperiales. Por poner un ejemplo, es como si en un fuerte de la Caballería en el Oeste americano aparecieran lanzas, flechas y hachas de piedra: no hay que entender que allí habitaran los comanches, pero sí gente que estuvo en relación directa con ellos.