En el dolmen de Las Agulillas

martes, 31 de marzo de 2015

1804-1820: Nombres de niñas nacidas en Villanueva de Córdoba.

     Tras haber visto los de los niños, y la especiales condiciones de crisis de la etapa analizada, corresponde ahora el estudio de los nombres impuestos a las niñas nacidas en Villanueva de Córdoba entre 1804-1820.
     Hay algo que destaca desde que comenzamos nuestro estudio de la antroponimia local. Desde finales del siglo XVI e inicios del XVII el nombre más frecuente entre las mujeres de la localidad fue María, seguido de Catalina y Ana. En la última etapa estudiada, 1775-1790, los dos nombres más comunes entre las niñas nacidas en ese periodo fueron María (19,22%) y María Josefa (10,58%). Ahora, a inicios del siglo XIX, hay tres nombres que sobrepasan a María en sus porcentajes: María Josefa (10,87%), Isabel María (3,60%) y María Dolores (3,54%).
     Como se ha venido haciendo, se muestra la relación completa de nombres impuestos a las niñas nacidas en este periodo, y su porcentaje de frecuencia respecto al total de las mismas. Renunciamos a intentar establecer unas tasas de esos mismos nombres al carecer del dato básico de la población total en este tiempo.





     Se han analizado 1.665 nombres femeninos, para los que se emplearon 625 nombres diferentes; ello supone una media de 2,66 mujeres por cada nombre, en la misma línea que los empleados en los niños en este tiempo (2 por cada nombre), pero completamente alejado de las 45 mujeres por cada nombre de 1591-1610.


     Hay un predominio absoluto de los nombres compuestos, los simples (24 en total) apenas fueron portados por el 14% de las niñas. Ahora bien, dentro de los compuestos hay que distinguir entre el primero y el segundo. Los utilizados como el primero son escasos numéricamente (38), y muy similares a los nombres simples. Donde existe una mucha mayor abundancia y variedad es en el segundo, 249 en total.

María, sin más.

     Leía en un buen manual de iconografía de Louis Réau (Iconografía del arte cristiano, páginas 53-54 de su edición francesa) algo sobre el nombre de María que me sorprendió sobremanera. Dice que en dos países muy católicos, España y Polonia, estaba prohibido, por respeto a la Madre de Dios, dar su nombre en el bautismo, que era considerado tabú. Así, en España el nombre de María se sustituye por alusiones indirectas a sus festividades o las órdenas dedicadas a ellas. Estos sustitutos reverenciales son muy numerosos: Inmaculada Concepción, cuyos diminutivos son Concha y Conchita; Dolores, o más familiarmente Lola, los Siete Dolores de la Virgen; Asunción; Carmen y Mercedes son homenajes a los órdenes del Carmelo y la Merced, que se habían dedicado especialmente a la Virgen.
     Me temo que se dejó llevar por la Carmen de don Próspero Mérimée, pues desde la Baja Edad Media la historia española está repleta de mujeres con nombre María.
     No sé si ese tabú que dice se produjo en la Alta y Plena Edad Media, pero parece que no en la Antigüedad Tardía: la hispana más antigua que conozco con nombre María fue una sobrina nieta del emperador Teodosio (hija de su sobrina Serena y el general Estilicón), que se casó con su hijo, el también emperador Honorio. Teodosio era una persona especialmente religiosa (cristiana, concretamente) por lo que de haber existido el más mínimo vestigio de prohibición no hubiera permitido que la nieta de su hermano tuviera tal nombre.
     Cuando a partir de la conquista de Córdoba en el año 1236 comenzamos a contar con una nutrida fuente documental (que recoge Manuel Nieto Cumplido en su Corpus Medievale Cordubense), María aparece con frecuencia. Por ejemplo, el 2 septiembre 1256 Alvar Núñez y su mujer doña María Ruiz venden varias propiedades; el 12 junio 1257 es Doña María, viuda de don Ruiz Pérez de Berviesca, la que vendía unas viñas. En un estudio de los nombres cordobeses en la segunda mitad del siglo XV, elaborado a partir de los registro del Archivo Histórico Provincial, los tres más frecuentes son Mari/María (14,33%), Catalina (13,39%) e Isabel (10,78%).
     Desde la Baja Edad Media el nombre de María ya estaba plenamente afianzado en todos los órdenes sociales, incluidos los más altos. María fue el nombre de una hija de Fernando III, aunque mi "María" medieval preferida es María de Molina (1264-1321), que al convertirse en viuda del rey Sancho IV de Castilla defendió con brío el patrimonio de su hijo, Fernando IV. También tuvo este nombre María de Padilla (1334-1361), a quien se la recuerda por sus amores con el rey Pedro I. María fue la cuarta hija de los Reyes Católicos. Para acabar esta sucinta relación de personajes relevantes con tal nombre, recordemos a María Pacheco (1496-1531), esposa del líder comunero Juan Padilla; al quedarse viuda continuó al frente de la lucha de las Comunidades castellanas en Toledo, hasta capitular en el año 1522.
     Por lo que corresponde al lugar del que analizamos su onomástica, Villanueva de Córdoba, desde la época en que comenzamos a cuantificar los nombres de sus habitantes María había sido el nombre femenino más común. Entre 1591-1610, el 36,10% de las mujeres que nacieron y se casaron llevaba este nombre.
     Volviendo al comentario de arriba referente a que en España se empleaban tradicionalmente nombres de advocaciones y órdenes marianas, tampoco es correcto, al menos para nuestra localidad de estudio; ni en la capital cordobesa tampoco existían durante el reinado de los Reyes Católicos. Los primeros nombres femeninos de Villanueva de Córdoba relacionados con temas marianos marianos no aparecen hasta finales del siglo XVII, y en muy escaso número. Entre 1775-1790 María Dolores, María Rosario, María Concepción, María Carmen y otras advocaciones no llegaron siquiera al uno por ciento de los nombres femeninos. Es ahora, en el tiempo de nuestro estudio, a comienzos del siglo XIX, cuando María Dolores (a quien Dios le dio la gracia del cielo...) llega a convertirse en el tercer nombre más popular.
     El paulatino aumento de nombres compuestos hizo que en este mismo periodo, 1775-1790, el nombre de María en su forma simple hubiera descendido hasta el 19,22%. Ahora, en nuestro tiempo de análisis (1804-1820), María cae al cuarto lugar de los nombres más empleados, con apenas el 3,48% entre las nacidas en estos años. Aunque los tres más frecuentes, todos compuestos (María Josefa, Isabel María y María Dolores), lo portan consigo.

Nombres simples y primero de los compuestos.

     Los nombres compuestos suponen una innovación antroponímica, pero en absoluto una revolución o una renovacion del repertorio, como ocurrió durante la Transición, cuando se pusieron de moda nombres hasta entonces ajenos en absoluto a nuestra tradición cultural como Vanessa, Jessica o Jennifer. Las niñas nacidas cuando la Guerra de la Independencia se seguían llamando como sus abuelas o tatarabuelas, María, Catalina o Ana, aunque tuvieran otro nombre junto a esos.
     Considero que lo más apropiado es valorar conjuntamente los nombres sencillos y los primeros de los compuestos, pues son relativamente pocos, 38. El segundo, en realidad, era como un aditivo del primero, que es el que contaba. Hemos realizado los porcentajes de cada uno de ellos en función de dos parámetros, nombres y personas. Los resultados se muestran en la siguiente tabla:


     En cuando al conjunto de nombres, María supone la cuarta parte del total. Pero si tomamos a las personas, casi el 44% de las niñas nacidas en este periodo tuvo por nombre María, bien simple o bien como el primero de uno compuesto. Los nombres más frecuentes tras María son Catalina (12%), Isabel (9,61%) y Ana (8,53%). Aunque el gran número de compuestos nos haga parecer que hay una gran diversidad, en realidad tres de cada cuatro niñas en estos años tuvieron como primer o único nombre María, Catalina, Isabel o Ana. No es nada nuevo.
     Comparemos estos porcentajes referidos a las niñas nacidas a comienzos del siglo XIX, con las que lo hicieron a finales del XVI y comienzos del XVII:


      Podemos observar cómo María, con el auge de los nombres compuestos, incrementa incluso su porcentaje respecto al de dos siglos antes. En el resto no hay grandes variaciones, excepto que Isabel era el tercero más popular a comienzos del XVII y a comienzos del XIX le cede el puesto a Ana.

Segundo de los nombres compuestos: predominio de Josefa.

      El segundo de los nombres compuestos es muy diferente al primero, pues se emplearon 249 distintos. Es él el que le confiere la variabilidad, frente a la escasez y monotonía del primero. De todos ellos, Josefa se convirtió en el más popular, de tal modo que una de cada cinco niñas que nacieron a comienzos del siglo XIX en Villanueva de Córdoba lo portó como segundo nombre. En la siguiente lista podemos ver los veinte más frecuentes:



La influencia de las abuelas.

     Tal como hicimos con los niños, hemos comparado los nombres de las niñas con los de sus abuelas y madres, con resultados muy parecidos: tres de cuatro recién nacidas tuvieron el mismo nombre que sus abuelas, y apenas una de cada cinco no tiene relación alguna con los nombres de sus linajes femeninos (aunque pudieran estar vinculados con los masculinos, como los abuelos, o incluso la madrina de bautismo).
     Queda de sobra comprobado que la principal fuente para imponer los nombres a las niñas recién nacidas eran los nombres de sus abuelas.



     Otra causa para imponer el nombre a una niña, aunque muy escasa numéricamente, es lo que podríamos denominar "mimetismo". Es la impresión que se tiene cuando se ven a varias niñas con un mismo nombre poco frecuente: Es el caso de Victoria Lorenza y Catalina Lorenza, dos niñas nacidas con pocos días de diferencia.

Y la influencia de los santos.

     Para saber si existe vínculo entre los nombres de las recién nacidas y las de los santos, hemos comparado el día del nacimiento de las primeras con el dies natalis de los segundos, y los resultados se muestran en la siguiente gráfica:


     En los nombres compuestos femeninos sólo en dos de cada cinco nombres compuestos hemos encontrado relación entre el segundo componente del nombre de la persona y el del "santo del día" (más bien, "santos"). Estos datos contrastan con los de sus equivalentes masculinos, pues entre los niños esa relación se mostraba en el 53,5%. Quizá se deba a que los nombres compuestos de mujer están más estandarizados: María Josefa, Isabel María o María Dolores pasan a ser considerados, a efectos prácticos, como un solo nombre.
     A veces, aunque en muy pequeña proporción, el dies natalis del santo se refleja en el primer nombre. Es el caso de una niña a la que se le puso por nombre Rosa María, naciada un 30 de agosto, que es, precisamente, el día de Santa Rosa de Lima.
     En el caso de nombres muy poco usuales se vuelve a constatar que la influencia del santoral traspasa el simple día de cada santo, extendiéndose en los días inmediatos. Por ejemplo, una niña nacida el 16 de junio a la que se le puso por nombre María Fandila. Fandila (por cierto, santo cordobés) se conmemora el 13 de junio. Otro ejemplo es el de María Servanda, que nació un 26 de octubre; San Servando se celebra el 22 de ese mes, y no hay más "Servandos" en el santoral.
     Pero en el 59% de los nombres compuestos no hay vínculo alguno entre ellos y los nombres de los santos. No sólo en los nombres más generalizados como María Josefa, sino en otros mucho menos usuales como una niña llamada Catalina Teodomira que nacio un 30 de marzo. Sólo existe un Teodomiro en el santoral, un monje natural de Carmona y que fue uno de los mártires voluntarios durante el reinado de Abderramán II, y "el día" de San Teodomiro es el 27 de julio. Si sus padres quisieron llamarla así, Catalina Teodomira, fue por dos motivos: porque su abuela era Catalina y porque les gustó ese nombre para su niña.

Advocaciones marianas.

     In principio fue María, simplemente (como dijo Guillermo Sautier Casaseca) sin más complementos o aditamentos. En la relación de nombres de mujeres cordobesas de la segunda mitad del siglo XV (que se ha citado arriba) no existe ninguno que provenga de una advocación mariana. Esto es una costumbre que comienza en la Edad Moderna, y que para el caso de Villanueva de Córdoba hemos podido documentar su inicio sólo a finales del siglo XVII. Mal llamó don Próspero a su Carmen; así podría conocerse popularmente a una mujer, pero es cien por cien seguro que cuando el cura le echó el agua del bautismo la llamó "María del Carmen".
     A comienzos del siglo XIX se emplearon quince nombres (siempre como segundo en uno compuesto) directamente relacionados con temas marianos. De todos ellos destaca Dolores, con algo más del cinco por ciento, sobre todo María Dolores (3,54%), pues el siguiente nombre más frecuente compuesto con él, Catalina Dolores, sólo supuso el 0,30% del total de niñas nacidas. También está presente la patrona local, la Virgen de Luna, y una advocación que había nacido en 1703 por la devoción de Fray Isidoro de Sevilla, la Divina Pastora.




sábado, 7 de marzo de 2015

Dolmen de los Fresnillos, Villanueva de Córdoba, con (probable) arte megalítico.

     Ángel Riesgo Ordóñez exploró entre 1921-1935 veinticinco sepulcros megalíticos. Saber cuáles son y dónde están es muy importante tanto para el conocimiento del megalitismo en los Pedroches como para evitar confusiones, de alguien que vea alguno de ellos y crea que es un descubrimiento nuevo. (Algo que ya se trató en este blog, en la entrada de distintos nombres para los mismos megalitos.)
     Uno de los excavados por Riesgo se encuentra en el paraje conocido como Fresnillos o Fresnedillos, al sur del arroyo del Frenedoso y a unos 700 m al este del antiguo camino de Pozoblanco a la Campiña. Este sitio está 7,5 km al SW de Villanueva de Córdoba, y dentro de su término municipal.


     A un kilómetro y medio hacia saliente se encuentra el imponente dolmen del Atalayón de Navalmilano:

     Riesgo dejó anotado sobre él en sus cuadernos de campo:
"Túmulo de la Fresnilla o de los Fresnillos nº 9.
29 enero 1924.
En finca de este nombre en "Venta de la Jara" de D. Valentín Moreno. Descubierto por mí este día; se destaca el cono de tierras y piedras claramente del suelo. Han desaparecido las piedras de cubierta; afloran las de la cámara 0,4 m, demostrando ser de grandes dimensiones; medida de la cámara, 2 x 2 x 1 m, sección cuadrangular. Fue revisado en julio de 1927. Vaciada la cámara hasta su fondo se vio claramente había sido profanado ha tiempo; en su fondo hallé compartimentos hechos de piedra para las cámaras sepulcrales. Entre las tierras, en completo desorden, obtuve:
27 puntas de flecha de varios pedernales.
14 cuentas de collas talladas en piedra.
1 amuleto de piedra...".

     El matrimonio Leisner también dejó constancia de su existencia, aunque sólo se limitaron a citarlo (nº 4 de su relación) y a indicar que se encontraba a 7 km al suroeste de Villanueva de Córdoba.

     En el año 1967 Juan Ocaña Torrejón publicaba su trabajo sobre los túmulos de los Pedroches. Para ello empleó las notas de las excavaciones de Riesgo que, como indicaba expresamente el señor Ocaña (1967, 165) "nos ha facilitado con tan amplia generosidad como nuestro agradecimiento hacia él". Sobre este dolmen, número 16 de su inventario, escribía Juan Ocaña Torrejón (1967, 172):
"16. Túmulo de los Fresnillos.
Emplazado en finca de doña Francisca Agenjo Blanco, destacando el promontorio y aflorando solo las piedras de la cámara en unos 40 centímetros. Era de forma cuadrada y, como los anteriores, sus lados eran de dos metros por uno de altura. Removiendo sus tierras fueron encontradas: 27 puntas de flecha, bien talladas; 14 cuentas de collar y un puntos de unos 3 cm de largo por 0,5 de ancho medio de piedra de sílex."

     Los nombres de los dueños eran distintos en las notas de Riesgo y la publicación de Ocaña (habían pasado 40 años entre unas y otra), y siendo la principal referencia para intentar localizarlo me dirigí a mi buen amigo don Alfonso Valero Agenjo, quien, en su niñez, había acompañado a su tío Bernardo y Ángel Riesgo en sus excavaciones. Don Alfonso me comentó que conocía perfectamente el lugar, pues había pertenecido a una hermana de su madre (Francisca Agenjo Blanco, nombrada por Ocaña), quien se había quedado viuda al morir su marido, Valentín Moreno (el propietario según Ángel Riesgo), al comienzos de la guerra civil. Todos los datos encajaban perfectamente. Además, me comentó don Alfonso que la finca había pasado a ser propiedad de su hermano, y que conocía sin dudas el lugar donde se hallaba el dolmen.
     Con sus indicaciones no tuve ningún problema en localizarlo, y ayer fui a visitarlo acompañado del actual dueño, José Antonio Valero, a quien le agradezco todas las facilidades para la investigación.
     En dolmen se encuentra unos 250 al este del cortijo, en la parte superior de la ladera de un cerro, aunque no exactamente en su cota superior. La vista que hay desde él hacia poniente es absolutamente soberbia. El el otro lado, hacia el este (donde se encuentra precisamente el dolmen del Atalayón de Navalmilano), queda oculto por la mayor elevación del cerro Corcobado.
     Los restos del túmulo que lo cubría se alzan sobre el relieve, pero para ayudarlo a visualizarlo mejor lo he marcado en la siguiente fotografía:


     En la actualidad, sólo se conservan in situ tres de los ortostatos que conformaron el recinto, uno de la cara norte (con 136 cm de longitud) y dos en la cara sur:


     Junto a la pared sur del dolmen ha crecido una hermosa encina, cuyos restos de tala reciente se observan en la fotografía, pero en absoluto es algo que dañe al lugar, pues seran retirados pronto para hacer leña. El dolmen, por las indicaciones de Riesgo, ya estaba muy deteriorado cuando lo encontró en 1924.
     No sabemos cuál fue la forma original del dolmen, pero sí que debió de ser de muy gran tamaño (para la zona), pues su dimensión interna norte-sur, a tenor de los ortostatos conservados, es de 4,06 cm. Esta misma medida en el dolmen de las Aguilillas es de 1,90 m y, según los Leisner, la anchura del dolmen del Atalayón era de 1,80 cm.
     En cuando a su depósito ritual, buena parte de los ajuares de los dólmenes excavados por Ángel Riesgo le fueron robados durante el saqueo de su domicilio en Madrid a comienzos de la guerra civil, mas Concepción Martíl Lopera (1996) ha podido estudiar trece puntas de flecha de sílex (hay más número de puntas de base cóncava, pero la presencia de puntas con base recta también es significativa), una lámina de sílex y cinco cuentas de collar (cuatro discoidales y la quinta de forma triangular). En Montefrío (Granada) las puntas de flecha de base recta aparecen en estratos más antiguos que las de base cóncava. El colgante de piedra de forma triangular se registra también en megalitos portugueses (Marfil, 1996, 68-70).

(Concepción Marfil Lopera, 1996, 135-136.)

     Viendo las inmediaciones del dolmen me percaté de que a unos treinta metros de él al sur se encuentra una piedra exenta, alargada, de 166 cm de longitud por 70 cm de ancho y 44 cm de grosor. La cara superior está cubierta por mugos y líquenes, pero aún así son claramente perceptibles unas oquedades redondas, denominadas usualmente cazoletas. Para que pueden apreciarse también las he marcado en esta fotografía:


     Si esta piedra formara parte del dolmen sería una muestra indudable de lo que se denomina arte megalítico, de manifestaciones plásticas que decoran los sepulcros megalíticos y menhires. Hasta ahora, se conocían en el NE de Córdoba las pinturas esquemáticas del dolmen del Torno (unos 3,8 km al SE de este dolmen de los Fresnillos) y cazoletas en el menhir de los Frailes. No es, con total certeza, uno de los ortostatos componentes del dolmen, aunque sí creo que es muy probable que sea eso, uno de los bloques que formó parte de él, tanto por sus dimensiones como por su posible decoración, que es característica del arte megalítico de toda la Europa atlántica (antes se creía que este tipo de manifestación artística era característica de la zona norte peninsular, hasta que P. Bueno Ramírez demostró, sin ningún género de dudas, que también se había dado en lo que es la actual Andalucía; simplemente, no es que no hubiera, es que no se había investigado).
     Una última cuestión sobre este dolmen, en concreto su proximidad al camino de Pozoblanco a la Campiña, vía pecuaria en la Edad Media y anteriormente calzada romana. Hay al menos otros dos dos sepulcros megalíticos próximos a este camino, en las Descabezadas y Venta de los Ruices (ambos en el término municipal de Pozoblanco). No sé si hay alguna relación, pero sí es evidente la cercanía del camino y estos tres dólmenes.