En el dolmen de Las Agulillas

viernes, 21 de agosto de 2015

La liosa transmisión de apellidos (II) durante la Edad Moderna: el apellido Rojas de Villanueva de Córdoba.

     Me comentaba el otro día un amigo que había comprado los escudos de su primer apellido y el de su esposa. Como motivo decorativo pueden quedar la mar de monos, pero, desgraciadamente, lo más probable es que esos "escudos" nada tengan que ver con la familia de mi amigo. Este es un estereotipo falso pero muy arraigado, y para desmontarlo hay que ir, como Jack, por partes. Veamos primero que són los "escudos de armas", luego las familias o linajes para concluir con un ejemplo práctico de nacimiento y transmisión de apellidos.

Los escudos heráldicos.

     Durante la Plena Edad Media los caballeros acudían al combate con una armadura que los cubría por completo, lo que imposibilitaba su reconocimiento. En el siglo X, pero sobre todo ya iniciado el XI, es cuando surgen en Francia, Inglaterra, Alemania y España los escudos de armas, como un modo de distinguir a los caballeros en los combates. También eran un signo de identidad. Dado que en el equipo militar de la época el escudo defensivo era la pieza que tenía una superficie más amplia, susceptible de ser decorada, fue el lugar preferido para dibujar los símbolos de cada guerrero. Al principio, los escudos eran personales, como signo de identificación militar exclusivamente, pero avanzando el tiempo su uso se extiende a la familia, ampliándose también a mujeres y religiosos
     Si en su origen fueron distintivos de los guerreros que necesitaban identificarse durante el fragor de la batalla, evolucionó para convertirse en un símbolo de distinción de una familia o linaje. Además de los guerreros y sus familias, posteriormente, los blasones también fueron usados por los miembros más acomodados del estado llano, y más adelante pasaron a identificar estados, poblaciones o corporaciones.
     En el siglo XV se comienza la ordenar la materia con la instauración de reglas heráldicas, pues la primitiva adopción de escudos era algo voluntario y de carácter personal, careciéndose entonces de normas de regulación de su uso. Ocurría que algunas personas no se conformaban con recibir el blasón de sus antepasados, sino que preferían uno particular. [No eran de la opinión de Clotulfo, personaje de "La venganza de Don Mendo": "Que en la más alta torre / luzca el pendón de su abuelo, / que no hay un pendón más grande, ni más noble, ni más viejo." Obviamente, esas personas preferían pendones nuevos.]

Apellidos hereditarios.

     Según el DRAE, apellido es el nombre de familia con el que se distinguen las personas. También tiene otra acepción como sobrenombre o mote.
     La función del apellido es servir de complemento al nombre, pues dada la repetición de nombres cuando en la misma población vivían varias personas como el mismo nombre, había que distinguir a unos de otros, como "Juan el de la Fuente" o "Juan el Herrero".
     Los apellidos comenzaron a fijarse durante la Edad Media, con la aparición de documentos legales y notariales. Los escribanos anotaban junto al nombre del interesado el de su padre, profesión u origen, con el fin de identificarlo plenamente. Al principio, esta documentación fue exclusiva de las élites, pero la paulatina extensión de la documentación notarial (ventas, herencias, transmisiones...) como la de los archivos parroquiales, hizo que se extendiera al conjunto de la población el uso de un distintivo junto al nombre de pila, que acabaría convirtiéndose en nuestros apellidos hereditarios.
     Para la formación de este segundo nombre hubo distintos caminos. Uno de los más antiguos habría sido el empleo de algún apodo o mote. Se ha valorado que, incluso actualmente, se mantiene en las zonas rurales la costumbre de emplear apodos para denominar a alguna persona, y que estos motes se heredan: del mismo modo, se hicieron hereditarios los segundos nombres o apellidos.
     En Castilla, León y Navarra se hizo tradición emplear como apellido el nombre del padre de la persona, seguido del sufijo "-ez", con el significado de "hijo de". Así, por ejemplo, Juan Pérez venía a significar "Juan, hijo de Pedro" (en ruso, sería Ivan Petrovich). Estos apellidos, denominados patronímicos, son los más abundantes actualmente en España (de los veinte apellidos más frecuentes, solo dos no tienen este origen en el nombre paterno: Moreno, el 15º más frecuente, y Romero, el 18º).
     No siempre se usó el nombre del padre de este modo, algunos lo tomaron de modo natural (sin el "-ez"), o añadiendo la preposición "de". García o Martín era, a la vez, nombres de pila y apellidos patronímicos: Juan Martín, "Juan, hijo de Martín"; Francisco García, "Francisco, hijo de García".
     Veamos un ejemplo de estos tiempos, un documento fechado en 1295 referente a una donación que hace un matrimonio cordobés. Él se llamaba Fernando Meléndez, hijo de Melén Peláez y doña Velasquita, y ella era Sancha González, hija de Gonzalo Ibáñez de Palma y doña Urraca Fernández. Salta a la vista que los apellidos de ambos derivan directamente del nombre de sus padres.
     En el mismo documento se citan a otras personas, como Fernando Pérez el carbonero, o Pedro Martín el Rubio: ambos sobrenombres, apodos o profesiones, acabarían por convertirse en apellidos hereditarios.
     Éstos surgen como tales, a transmitirse de padres a hijos, hacia los siglos XIII y XIV: en cuanto a la documentación legal o notarial, cualquier persona o familia que tuviera alguna propiedad o derechos estaba interesada en hacer constar un nombre hereditario, como identificativo de su familia, para hacer constar y valer sus derechos sucesorios.
     Al principio, hubo una libertad absoluta para adoptar el segundo nombre o apellido. En el siglo XV aparecen más o menos consolidades los apellidos hereditarios, debido en parte a la instauración en las parroquias de los libros de bautismos, matrimonios y defunciones. Pero no en todos los sitios fue así. Ya comprobamos cómo hasta mediados del siglo XVIII la mitad las personas que contraían matrimonio en Villanueva de Córdoba contaban con apellidos que no guardaban relación alguna con los de sus padres (en estos casos sí la tenían mayoritariamente con los apellidos de sus abuelos.) No sería hasta la instauración del Registro Civil en 1870 cuando se fijase el uso obligatorio y de carácter hereditario de los apellidos paternos, y quedara fijada la forma de escribirse el apellido (Sanz, por ejemplo, fue en su origen la abreviatura de "Sánchez", convirtiéndose en apellido propio.)
     Uniendo los dos epígrafes, escudos y apellidos, se colige que el escudo representa a una familia o linaje determinado (el linaje es la ascendencia o descendencia de cualquier familia). Pero no todas las personas con el mismo apellido pertenecen al mismo linaje: los más de tres millones de españoles que tienen a García por apellido no descienden de la misma persona, sino de un número indeterminado de personas que se tenían a García por nombre de pila, y lo transmitieron como apellido patronímico. Por lo tanto, no todas las personas con igual apellido, especialmente patronímico, tienen "derecho" al mismo escudo". La única manera objetiva y fiable de conocer el linaje de cada persona, la ascendencia o descendencia de una familia, es ir remontándose generación a generación en la documentación conservada en registros y archivos.

Un ejemplo de la complejidad en la transmisión de apellidos: Rojas de Villanueva de Córdoba.

     Mis dos abuelos tuvieron por apellidos Palomo Rojas, y mi abuela paterna fue Rojas Zamora. Al hacer el estudio de la genealogía familiar comprobé que en los tres casos el apellido Rojas procedía de la misma persona, Antonio de Rojas.
     Se casó el 22-04-1725, y según consta en su partida de matrimonio los padres de Antonio de Rojas fueron Pedro Sánchez de Luna y Francisca Martínez.:



      Antonio de Rojas nació el 04-03-1702, y en su partida de bautismo:


también consta que sus padres fueron Pedro Sánchez de Luna y Francisca Martínez. Esta disparidad de apellidos entre una persona (Rojas, en nuestro caso) y el de sus padres (Sánchez de Luna y Martínez) fue frecuente (como se ha apuntado antes) hasta mediados del siglo XVIII en Villanueva de Córdoba.
     En la gran mayoría de casos esta divergencia se explica porque los apellidos se transmitían de abuelos a nietos, así que busqué la partida de matrimonio de sus padres, Pedro Sánchez de Luna y Francisca Martínez. Éste se produjo el 04-02-1686:


     En este documento se dice que los padres de Pedro Sánchez de Luna fueron Juan de la Cruz del Castillo y Ana del Pozo, y los de Francisca, Antón Delgado y Francisca Ruiz la Paloma. (Era también frecuente que la misma persona apareciera con distintos apellidos en la documentación: Francisca Martínez cuando tiene a su hijo Antonio, y Francisca Ruiz cuando se casa.)
     Durante años estuve confuso por completo, al no poder comprender de dónde le había venido el apellido Rojas a mi ancestro, hasta que un día, al revisar su partida de bautismo, me percaté en un detalle que se me pasó por alto la primera vez:

    La madrina de bautismo de Antonio de Rojas fue María Ruiz la Rojas. La sorpresa fue mayúscula. Así que Antonio debía su apellido no a los de sus padres o abuelos, ¡¡sino al de su madrina!!


     Volviendo al origen del artículo, los escudos heráldicos, si una persona natural de Villanueva con el apellido Rojas acudise una de las numerosas páginas que hay en la red sobre la materia, al consultar su apellido se encontraría un escudo como éste:

y este comentario: "Su primitivo solar radicó en el lugar de las Rojas, de cuyo nombre se derivó el apellido; ese lugar, hoy villa, que pertenece al partido judicial de Briviescas y provincia de Burgos, y se tiene por seguro que allí tuvo su arranque la familia..." (descripción y escudo tomados de   http://www.blasoneshispanos.com/, entrada en linaje "Rojas").
      La verdad es que no sé qué relación pudo tener María Ruiz la Rojas con los Rojas de Briviescas, pero Antonio de Rojas, tatarabuelo de mi tatarabuelo, ninguna.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Pregón de la feria de Villanueva de Córdoba 2015

     He tenido abandonado al blog durante todo el mes de julio, porque a primeros del mes la Corporación Municipal me propuso que diera el pregón institucional de la Feria y Fiestas de Villanueva de Córdoba de este año. Ser el representante de tu pueblo es un honor, pero también es una gran responsabilidad, y por ello dediqué todo mi esfuerzo al pregón.
     El domingo pasado tuvo lugar su lectura en la Biblioteca Municipal. Desde hace cuatro años se vienen editando los pregones anuales en unos pequeños libritos, y hasta que se edite voy a incluir en este blog una parte de mi pregón. Éste constaba de tres partes: ferias, fiestas y Villanueva de Córdoba; copio la segunda, la referente a las fiestas.



2.- FIESTAS.

2.1.- El carácter de las fiestas.

Las fiestas son el segundo elemento a considerar. Aunque parezca una contradicción, las fiestas son una cosa muy seria. El mismísimo Yahvé, poco dado a las bromas, se lo dejó bien claro, y por escrito, a Moisés en sus tablas de la ley: santificarás las fiestas; él mismo se había tomado un día de fiesta tras la creación del Universo.
Creo que las fiestas tienen su causa primera en una característica de nuestra especie que nos distingue del resto de homínidos: la capacidad para entrar en la mente del otro, para saber lo que piensa. Los conocimientos y la experiencia se multiplican y se transmiten, tanto horizontalmente, entre los miembros de un conjunto, como verticalmente, de generación en generación. Esto nos llevó a evolucionar no como individuos, sino como grupo. Pero esta común unión puede generar tensiones, tanto en las relaciones de los individuos entre sí como entre diferentes grupos. Así que de tanto en cuanto haya que realizar ritos o ceremonias que reafirmen el carácter grupal de una comunidad. Al unirse a la perspectiva religiosa, los ritos y celebraciones impusieron el acatamiento de los principios que permitían la cohesión y el orden sociales.
El carácter comunitario de las fiestas ha sido resaltado por quienes las han analizado desde un punto de vista sociológico y antropológico. Por citar a dos grandes, Émile Durkheim consideraba que la fiesta primitiva era como una efervescencia colectiva, una de las formas elementales de la vida colectiva y la expresión de una solidaridad mecánica. El uno totalitario predomina sobre el átomo individual. Don Julio Caro Baroja, en su obra El carnaval, define a la fiesta como el hundimiento del individuo en el subconsciente colectivo.
El tiempo es un componente esencial de la fiesta, pues, además de su carácter de cohesión social, la fiesta es una ruptura del hábito, la negación de lo cotidiano y la trasgresión de las normas establecidas. El tiempo festivo es universal y cósmico, se produce y reproduce constantemente; hay un nacimiento, un desarrollo y una muerte de la fiesta, lo que sirve para generar y regenerar la cultura de un grupo social.
La fiesta es también el momento de inserción en la comunidad de nuevos miembros, que asumen los valores culturales del grupo, o de reencuentro de los que se encuentran diseminados.
Al igual que el sueño nos sirve para eliminar los residuos de la actividad diaria, las fiestas son también las ocasiones que sirven de catarsis, de limpieza purificadora de la comunidad.
La fiesta, pues, se nos muestra como una Jano Bifronte (o el águila imperial de los Austrias de nuestro escudo), con dos caras aparentemente opuestas pero que forman parte de un único cuerpo, de una única realidad social: ceremonias y ritos de cohesión social de carácter grupal, pero también “regocijo dispuesto para que el pueblo se recree”, como dice el DRAE.
Hasta prácticamente mediados de la década de 1960, cuando la cultura del ocio estaba aún por descubrirse, eran muchas familias que vivían en los campos durante meses, y tenían en esos pocos días de feria el único escape anual a la rutina de las labores agrícolas. Y como tal era vivida, con el regocijo que ofrece lo escaso.
Hoy en día nuestros hábitos han cambiado, los motivos que dieron lugar al cambio a agosto de la feria ya no se dan, y quizá fuera positivo que la feria volviese a septiembre, al primer martes de septiembre, por ejemplo, para que no coincidiera con las vacaciones de agosto de la mayoría de la población, ni tampoco con el calendario escolar. Nuestra feria y fiestas locales deben potenciarse, pues no debemos olvidar que constituyen un elemento primordial de nuestra identidad grupal, tanto para nosotros mismos como ante las comunidades vecinas.

2.2.- Otras fiestas de Villanueva de Córdoba.

La feria de agosto, antes de San Miguel, es la fiesta que celebra de forma institucional la comunidad de Villanueva de Córdoba, pero hay en el ciclo anual otras que también pueden definirse de jarotas, tanto por su forma o por la manera de manifestarse.
La primera en el calendario es la de San Sebastián, el 20 de enero. Es la fiesta de los aceituneros, pues era en esos días cuando se estaba desarrollando la plena recolección de aceitunas. Es una fiesta jarota en tanto otras localidades cercanas celebran la misma fiesta días antes, el de San Antonio. Cuando las gentes pasaban largos periodos en los olivares, este era un día especial; la víspera del Santo se hacían grandes candelas en los cortijos, visitándose unas faneguerías a otras y culminando la velada con cantos y bailes. Hoy en día, las candelas que se hacen en lo Alto del Santo, junto a la ermita de su titular, mantienen esta tradición.
Prosiguiendo en el calendario, a la espera de la primera luna llena de la primavera, la Semana Santa se inaugura en Villanueva diez días antes del Domingo de Ramos, en una procesión exclusivamente jarota: La procesión de las Velitas. Su origen pudo estar en el traslado de la imagen de la Virgen de los Dolores desde la iglesia de San Miguel a la ermita de Jesús, en la calle Real, aunque luego acabara consolidándose como uno de los elementos más singulares de la cultura jarota, pues junto a la Virgen, los protagonistas de ella son los niños, que la acompañan portando velas, cuyo adorno tradicional eran azucenas de papel. El desfile de los niños acompañando a la Virgen de los Dolores es absolutamente entrañable y lleno de emotividad, y sientes que es el futuro de Villanueva el que pasa delante de ti.
Cincuenta días después del Domingo de Resurrección, en el Lunes de Pentecostés, tiene lugar la que considero la auténtica fiesta nacional jarota: la romería de la Virgen de Luna, en la que su imagen es traída desde su ermita a Villanueva, donde permanece hasta el segundo domingo de octubre, en que es llevada de nuevo al santuario. El que podamos hacer hoy esta romería no fue gratuito, nuestros antepasados jarotes tuvieron que luchar, y no solo en sentido metafórico, para realizarla. Los primeros pleitos con otro municipio cercano datan de 1589, reactivándose durante 1681-1685. No cejamos en nuestro empeño, y cada año celebramos su llegada. La procesión del Lunes de Pentecostés en Villanueva de Córdoba es como el Aberri Eguna o la Diada jarota, pero con la diferencia de que es mucho más antigua, y no es artificial, sino que  nació del pueblo, quien la mantuvo y la vive con júbilo. Es cuando se muestra de modo inequívoco el, digamos, sentimiento nacional jarote. Por eso, cuando se produjo el gran éxodo migratorio de los años 60-70 del pasado siglo, en los dos lugares donde residían más personas naturales de Villanueva, en Barcelona y Madrid, se crearon hermandades de la Virgen de Luna. Fue usual entre los emigrantes andaluces que, para reafirmar su identidad al residir en otros lugares, se unieran o crearan cofradías de la Virgen del Rocío. A los jarotes que habitaban en Madrid o Barcelona no les hacía falta, nuestra Virgen de Luna era el símbolo, el icono de nuestra comunidad, Villanueva de Córdoba, lo que la representaba y lo que la definía. No nos hacía falta nada más, y mucho menos si era ajeno a nuestra tradición. Bien visto, ¿cuántos pueblos hicieron lo que nuestros paisanos allí, seguir manteniendo su cultura, ritos y símbolos, allá en tierra extraña?