En el dolmen de Las Agulillas

jueves, 28 de julio de 2016

El ensanche urbano de Villanueva de Córdoba (1865-1919).



En la revista de feria de Villanueva de Córdoba de este año mi aportación ha sido sobre el ensanche urbano de la localidad entre 1865 y 1919. El espacio estaba limitado a un A4, así que he preparado una versión ampliada para el blog.


     Desde el último tercio del siglo XIX a las dos primeras décadas del siglo XX Villanueva de Córdoba tuvo un considerable aumento de población: de los 6.581 habitantes que se registraron en el padrón parroquial de 1865 (había también 676 inscritos en el actual término de Cardeña) se pasó a las 11.861 personas registradas como población de hecho en el censo de 1920, lo que supone un incremento del 180% en poco menos de medio siglo.
     Ello fue consecuencia de los grandes cambios estructurales de mediados del siglo XIX, especialmente tras la desamortización de bienes comunales promovida por Pascual Madoz en 1865. Hubo distintas formas en estas tierras pasaron a manos privadas, aunque en demasiados casos el proceso fue cualquier cosa menos limpio:
     “Sobre la ‘picaresca’ en la venta de bienes nacionales hay materia para escribir un extenso libro… siendo muy incompletas las relaciones que figuran en el Boletín Oficial de Ventas, en que muchísimas fincas no pasaron por su control, sin embargo un simple y detenido examen nos trae el convencimiento de que los compradores de las fincas de las Siete Villas de los Pedroches fueron personas desconocidas de por aquí, y que después mediante un sobreprecio o prima (por eso se llamaron primistas) los repasaban a los que después fueron compradores(Bermudo, 1972, 116).Una vez adquirida [la finca] la repasaban a los compradores locales, y si estos no acudían a la reventa, el comprador se declaraba en quiebra y la finca salía nuevamente a subasta por un precio equivalente al 85% de la primera adjudicación… La especulación, pues, debió estar muy extendida” (Valle, 1985, 247-248).
     Para evitar que la acción de los primistas, auténticos especuladores profesionales, hiciera que las mejores tierras del término de Villanueva fueran a parar a manos ajenas a la localidad, y cuando se preveía que en breve saliesen a subasta los quintos de la Dehesa de la Jara, un grupo de hombres notables de Villanueva convocó una reunión el 1 de enero de 1867 abierta a toda la población, con el fin de crear una asociación para comprar cuantas tierras pudieran adquirir. Para ello se creaba un capital social de 4.000.000 de reales, dividido en cien acciones de 40.000 reales y décimas de 4.000 reales. Según constaba en los estatutos, “4º. Todos los vecinos de esta villa tienen derecho a formar parte de la asociación, inscribiéndose por el número de acciones o décimas. 5º. Si hubiese muchos vecinos que, no pudiendo tomar una décima ni asociarse con otros para reunir su importe y solicitasen pertenecer a la asociación, con el fin de admitir a los que se hallen en ese caso se subdividirán las décimas en cuatro partes de mil reales cada una, que será el mínimo a que pueden suscribirse” (Ocaña, 1977, 37)…
     “Los móviles primarios para la constitución de esta sociedad fueron la sentencia de 1866, que manifestaba el firme convencimiento de la administración de sacar a subasta la dehesa de la Jara; el convencimiento de que si no se acudía directamente a la compra la adjudicación recaería en manos de un especulador; la incapacidad económica de los particulares para hacerse con la totalidad de la dehesa y la conveniencia de que las tierras a desamortizar pasaran a los propios vecinos, ya que éstas eran las mejores tierras del término” (Valle, 1985, 249-250).
     En resumen, los quintos de la Jara de Navas Altas y Navas Bajas, con una superficie de 1.726 fanegas, fueron adquiridos por 34 propietarios (media de 32,7 hectáreas por propietario). Los quintos de Vivanco, Moralejo, Polizar, Navalmilano y Atalayuela, con 3.892,5 fanegas de extensión, lo fueron por 70 personas (media de 35,8 hectáreas por propietario).
     En conjunto, 104 nuevos propietarios, muchos de los cuales podrían vivir con su trabajo en sus 55 fanegas de tierra. La operación de compra de los siete quintos de la Jara supuso un desembolso de 549.460,5 pts. (La sociedad para la compra de los quintos de la Jara había aportado en 1867 un capital en reales, pero la venta se produjo en pesetas dado que la escrituración de la misma se produjo en 1872, y la peseta como unidad monetaria española entró en vigor en octubre de 1868.) Los distintos quintos se sortearon y se distribuyeron entre los socios en función del capital aportado por cada cual (Bermudo, 1972, 145-151).

     Las dos dehesas del caudal de propios de Villanueva de Córdoba, la dehesa de Peña Martos y la de Navaluenga, se vendieron en momentos y procedimientos distintos. La primera, de 236 hectáreas de extensión, fue adjudicada en la subasta hecha en 1862 a D. Pedro Higuera Arévalo, quien la fraccionó en quince parcelas que vendió posteriormente (Bermudo, 1972, 139-140).
La dehesa de Navaluenga, de 1.234 hectáreas y situada extramuros de Villanueva, fue la última propiedad comunal en privatizarse, empleando el mismo método que para los quintos de la Jara. Una sociedad de 170 socios aportó el capital necesario para su compra, escriturándose la misma en 1901 (Bermudo, 1972, 155-156).

     Muy diferente fue el proceso seguido en la Dehesa de la Concordia, donde hoy se extiende el olivar de sierra. Con más de 30.000 hectáreas de extensión, por su acusado relieve, su escasa aptitud agronómica y por estar cubierta de monte apenas si tuvo otro aprovechamiento en los siglos XVII y XVIII que el de pastoreo para ganado cabrío (Valle, 1985, 243). A partir de finales del XVIII, pero especialmente durante el siglo XIX, comenzó a roturarse.
     El proceso, según investigó D. Manuel Moreno Valero, comenzaba a partir de una Ejecutoria de S. M. fechada en 1795, “por la que se daba a las Siete Villas de los Pedroches y a la de Obejo potestad para conceder a sus vecinos el terreno que necesitasen para formar, cualquiera que lo solicitase, una heredad rústica dentro de las 46.960 fanegas” de la Dehesa de la Concordia (Moreno, 1987, 46). Tras ser aprobada la solicitud por los ayuntamientos de los Pedroches y el de Obejo, el solicitante debía amojonar el terreno, y posteriormente pasaba a descuajarlo, a eliminar el matorral, arrancándolo. En el terreno limpiado se plantaban olivos, árboles frutales y vides, dejando también los chaparros que se convertirían en encinas.
     Las personas que habían roturado parcelas “las poseían como verdaderos dueños, haciendo con ellas las mismas operaciones de disposición como si fueran propietario del pleno dominio, otorgando escritura de transmisión mortis-causa y en compra venta” (Bermudo, 1972, 112). Pero existía un grave problema, ya que “parte de las tierras ocupadas seguían siendo bien comunal y, en consecuencia, corrían el riesgo de ser desamortizadas, ya que habían sido declaradas enajenables” (Valle, 1985, 244).
     Buscando una solución definitiva al problema, D. Antonio Félix Muñoz, alcalde de Pozoblanco y apoderado de las otras seis villas de los Pedroches, apoyado por su hijo, D. Pedro Muñoz de Sepúlveda, Diputado en las Cortes Constituyentes, solicitaron a las mismas una Ley que reconociera la plena propiedad de los roturadores que habían limpiado parcelas en la Dehesa de la Concordia, haciéndolas productivas. El Regente del Reino, el Capitán General D. Francisco Serrano y Domínguez, sancionó el 21 de diciembre de 1869 la Ley de Roturaciones Arbitrarias, por la que se concedía el dominio completo de sus parcelas a los agricultores que demostrasen tener arraigadas en las parcelas olivos, vides y chaparros (Bermudo, 1972, 134). Podría decirse que fue una auténtica revolución agraria que se basó en el principio de “la tierra, para el que la ha sudado”, pasando a ser propiedad de quien la había hecho productiva.

     En cuanto a la desamortización de los bienes de propios de Montoro (que incluye al actual término de Cardeña), su proceso fue similar a lo que hemos visto arriba. Los primeros compradores, procedentes sobre todo de la Campiña de Córdoba y la de provincia de Jaén, se vieron defraudados, pues su intención era la de explotar esos terrenos y se encontraron que estaban poblados de matorral, que exigía un laborioso proceso y limpieza del mismo (trabajo que desconocían por completo) para poder poner en explotación el terreno. “Poco a poco se fueron desprendiendo de los predios comprados, que vendieron a los vecinos de Villanueva de Córdoba en su mayor parte, en el periodo comprendido entre el último tercio del siglo XIX y principios del XX” (Bermudo, 1972, 160). Estos vecinos de Villanueva sí sabían qué debían de hacer para hacer productiva esas tierras, adehesándolas, que pasaron a formar parte del término municipal de Cardeña cuando se independizó de Montoro en 1930. Por este motivo estas dehesas son las más jóvenes de los Pedroches.

     Consecuente con este proceso fue la creación de grandes latifundios en Cardeña y Montoro, pero también la aparición de una numerosa clase de pequeños y medianos propietarios, que ya no trabajaban eventualmente en pequeñas superficies comunales que arrendaban a los ayuntamientos, sino que al ser propia invirtieron en ellas todo su esfuerzo, trabajo e ilusiones. Con el incremento de población aumentó también el tamaño de Villanueva de Córdoba a partir del último tercio del siglo XIX, con la creación de nuevas calles y casas. Al pertenecer muchos de sus dueños y constructores a esa clase que comentábamos de pequeños y medianos propietarios que podían vivir, más o menos, de sus terrenos; al contar casi con los mismos recursos, los nuevos edificios resultaron muy homogéneos. El Cronista local Bartolomé Valle Buenestado lo definió acertadamente como “ensanche”, pues coincide en el tiempo y en los fines con los de Barcelona y Madrid.
     Podemos conocer con bastante precisión cómo y cuándo se produjo este aumento de la extensión de Villanueva de Córdoba por tres documentos:

Padrón parroquial de 1865. Desde el Concilio de Trento los párrocos estaban obligados a llevar un registro de su feligresía. Además de los bautismos, matrimonios y entierros que se produjeran en su parroquia, el párroco debía comprobar el cumplimiento pascual, para lo cual elaboraba anualmente un padrón de las personas de su parroquia, anotando de cada una su nombre y apellidos, edad y estado civil (y relación con otros miembros de ese domicilio, por ejemplo, el número de vecinos). Para ello el párroco se desplazaba casa por casa y calle por calle, dejando constancia escrita de su labor. Así, estos padrones se muestran muy fiables, y además de la gran cantidad de datos demográficos que se pueden extraer de ellos, son también una útil herramienta urbanística, pues permite conocer la extensión de la localidad y las áreas edificadas dentro de ella.



Gracias a él sabemos que ese año Villanueva de Córdoba contaba con una plaza y 52 calles (aunque las dos Cañadas actuales contaban como una, y la la actual calle Conquista estaba dividida entonces en calle Conquista Baja y Calle Conquista Alta) y 1.120 casas (sin incluir el pósito y cárcel, la Audiencia y edificios religiosos).


     El segundo documento son las Ordenanzas Municipales de Villanueva de Córdoba de 1904. En su primer capítulo define los distritos, barrios y calles que componen la localidad.


El tercero es un mapa urbano de Villanueva de Córdoba realizado por el Instituto Geográfico y Estadístico, fechado el 14 febrero 1919.



     Comencemos por el recinto urbano de 1865. Ese año el viajero que llegara desde Córdoba por la hoy calle homónima (entones calle Tetuán) podía recorrer el perímetro de la población jarota marchando por las calles Peñascal, Plazoleta, Sol (Callejón Largo), (Pozo de)  Nieve, Cruz de Piedra, (Cruz de) Ventura, Castillejos (Calle Torcida), Casas Blancas, Fuente, Egido, Industria (Callejón del Cañaveral), Viveros, Juan Ocaña (Dehesilla), Torno Alta, María Jesús Herruzo (Callejón de la Reina), para ir a donde salió. –Junto a los nombres actuales se han puesto los de entonces, entre paréntesis.–
     Si se comparan los padrones parroquiales de 1771 y 1865, se constata que, prácticamente, aparecen las mismas calles, lo que varía es un mayor número de edificios en el más reciente. Ello se debe a que no toda la superficie urbana estaba edificada; algunas calles contaban con un pequeño número de casas. En 1865, por ejemplo, la calle Torcida [Castillejos] tenía 19 viviendas, cinco de ellas en la acera de los impares; en la calle Casas Blancas había las actuales doce primeras, lo cual quiere decir que la gran manzana entre esta calle, la de la parte de la calle Torcida sin edificar, y la calle Cañada Alta era una zona de corrales o huertos.
De los padrones parroquiales conservados se comprueba el gradual crecimiento urbano. En el de 1882 se registraron tres casas en la que se denominaba calle de la Cruz de la Virgen de Luna (la calle Luna actual), mientras que en 1883 ya eran seis las casas habitadas en esa calle.

     Las ordenanzas de 1904 son muy interesantes igualmente, tanto por la aparición de nuevas calles correspondientes a la primera fase del ensanche del urbanismo jarote, como a las ausencias. El que no aparezcan en él algunas calles como Pedroche, Contreras, Quevedo, Atahona, Torrecampo o Rey son meras omisiones a la hora de hacer el inventario. Pero hay otras que considero muy significativas, como las de la calle Olivo y Moral. Entre la calles Moral, Cerro, Torrecampo, Egido, Pedroche y Quevedo había una extensísima zona de corralones solo rota parcialmente por las calles Juan Blanco, Bailén y Rey. En el año 1900 se decidió abrir una calle desde la del Moral a la calle Egido, que tomó el nombre de calle Olivo; a la par, se urbanizaban la calle Moral y la Plaza del Carmen (llamada entonces calle de Piedas Altas). Y esta gran labor se estaba iniciando este año de 1904.
     Un callejón que se urbaniza en esta etapa en el interior del núcleo urbano es la Calleja del Santo. El callejon que había delimitado el lado este de Villanueva, el antiguo callejón Largo, se convierte en la calle Sol. Este fue el proceso seguido: entre 1865-1904 se fueron levantando casas en callejones y caminos que se convirtieron en calles. Al oeste nació la citada calle Luna, y al este se levantaban casas en el Callejón Largo (calle Sol), mientras que al NE en el inicio del camino a Conquista nacía la calle Navaluenga. Pero el auténtico ensanche de este tiempo, tanto por el volumen de edificios como por la superficie, se produjo al suroeste: calles Génova, San Miguel, Nueva, Libertad, Fomento, Moreno de Pedrajas, Independencia y San Cayetano: en conjunto unas 56 hectáreas edificadas de nueva construcción.
     En la actualidad, estas calles suponen el conjunto más característico de la arquitectura tradicional de Villanueva de Córdoba. En la siguiente fotografía se muestran los típicos edificios del ensanche de las décadas finales del siglo XIX, con las primeras casas de la calle Moreno de Pedrajas.

 
      Las casas eran una adaptación al medio rural y a la economía agropecuaria: gruesos muros de una vara (unos 83 cm) de piedra de granito trabada con barro y bóvedas de aristas para soportar el peso que cargaba el piso superior, la “cámara”, donde se almacenaba el cereal, patatas, matanza, aceite… El pasillo era muy ancho, de dos varas, para permitir pasar a la mula cargada con las alforjas, que contaba con una cuadra al final del edificio. Tanto para mantenerla como para las necesidades domésticas, se excavaba un pozo en el patio, frecuentemente de “medianía”, entre dos casas, que amortizaban así mejor su coste. En esta fotografía se muestra una casa típica del ensanche, con reformas en su interior pero manteniendo íntegra su estructura:


     Adaptadas a los tiempos actuales, este tipo de edificios tiene sus ventajas. Con el agua del pozo se pueden regar las macetas, hacer la limpieza de la casa o llenar piscinas infantiles; todo ahorro en el agua potable de la red, es bueno. También los recios muros de granito y las bóvedas crean un microclima doméstico en una tierra que soporta el rigor del verano y el invierno. La casa es fresquita en verano, y templada en el invierno, el contraste al entrar de la calle es más que notorio. E incluso en plenas olas de calor en los dormitorios de las habitaciones centrales no son necesarios aires acondicionados ni incluso ventilador. En definitiva, aunque fueran pensados para otras cosas estos edificios de cien o ciento veinte años de antigüedad resultan muy prácticos hoy en día.

     El plano de 1919 fue levantado por los topógrafos en trabajo de campo, y podemos conocer por él las nuevas edificaciones desde 1904. Las más significativas son la creación de la calle Liceo al oeste, San Martín al sur, San Blas y Zarza al este, y las calles Progreso y Dos de Mayo al suroeste.
     Pero aún no estaba la calle San Bernardo, sin duda alguna la calle más democrática de Villanueva de Córdoba, pues fue creada por la iniciativa y la obra del pueblo. En el plano de 1919 se observa que sólo tenían salida al sur, hacia el Calvario, mientras que el centro urbano está en la dirección opuesta. Copio lo que escribe Juan Ocaña Torrejón en su Callejero de Villanueva de Córdoba (p. 105) de la calle San Bernardo, sobre lo ocurrido en 1920: “En varias ocasiones sus vecinos [de calles Progreso y Dos de Mayo] solicitaron el que fuese suprimido aquel taponamiento y se les diese fácil salida que les evitara el dar el rodeo para llegar al resto del poblado, pero como aquello requería la desapropiación de parte de los cercados, y aquí siempre se ha huido por las autoridades el tomar esta clase de medidas, las súplicas quedaban en promesas. Los vecinos decidieron tomarse la justicia por su mano y en una noche hicieron desaparecer las viejas paredes que les entorpecían el paso, tanto al final de sus calles como aquellas otras que podían ofrecer paso a las de Génova y Luna, empezando a hacer uso de ello.

La autoridad quiso castigar aquel atropello, pero ante la satisfacción que ello produjo en el pueblo y la conformidad con lo hecho por parte de los dueños de los solares afectados, se sino a aceptar el hecho consumado, y pronto se vendieron solares de aquellos cercados formando amplia calle”.
     Otra calle de la que podemos deducir su historia a partir de las ordenanzas de 1904 y el plano de 1919 es la calle Génova. Hoy conocemos como tal a la que va desde el Calvario a la calle Pozoblanco. En el padrón de 1865 figura la calle de la Sal (por estar en ella el estanco donde dispensaba el monopolio), desde la calle Pozoblanco al cruce de Navas y Juan de López. La calle Carmona iba desde aquí hasta la calle Juan Ocaña, que era la extremo edificado de Villanueva hasta finales del XIX. Entre 1865 y 1904, se tomó el eje Callejón de la Sal – Carmona para crear una nueva calle, la de Génova, que proseguía hasta el Calvario. En 1910 el concejal Alfonso Gañán propuso que los tres tramos o calles, Sal, Carmona y Génova, recibieran en conjunto el nombre de calle Génova.

     En la tabla siguiente se detallan los nombres de las calles de Villanueva que aparecen en los tres documentados citados de 1865, 1904 y 1919:
 
     Como en el padrón de 1865 figura el número de edificios de cada calle, es fácil trasladar los datos a un plano actual, y lo mismo se hizo con los datos de 1904 y 1919. El resultado es el plano que se muestra en la revista de feria, y que se trae también al blog. De la labor final de infografía se ha encargado mi amigo Esteban Noci Capitán, aparejador municipal, tarea en la que ha colaborado también María del Carmen Madero Muñoz. Va mi reconocimiento para ellos, porque el resultado ha sido impecable.