En el dolmen de Las Agulillas

sábado, 31 de mayo de 2014

Y el hombre cogió su azadón (La aparición de la agricultura y los cambios en las creencias: ¿megalitismo europeo?).

Un pequeño divertimiento histórico, pues el origen del tema se escapa del ámbito de este blog, la comarca de los Pedroches, en el NE de Córdoba, pero existe cierta relación. Para intentar comprender la aparición del fenómeno megalítico, tan abundante en esta tierra, quizá haya que remontarse a los cambios ideológicos y religiosos que surgieron en el Próximo Oriente con la implantación de la economía de producción basada en la agricultura y la ganadería, y que se difundieron con la expansión del Neolítico.


     Durante millones de años los homínidos (entre ellos los anatómicamente modernos, vamos, nosotros) vivieron cazando animales y recolectando vegetales, trasladándose de lugar en busca de unos y otros. Quizá por ello haya tanto aficionado a la caza actualmente, o seamos legión quienes vamos a buscar vegetales silvestres. (Porque es así, una tortilla de espárragos trigueros es una delicia, pero el auténtico placer es cogerlos.) Hace unos 12.000 años ocurrió en el Próximo Oriente un cambio radical, cuando las personas comenzaron a vivir en comunidades estables que basaban su subsistencia en plantas y animales domesticados. Brian Fagan presenta una atractiva hipótesis que explica el por qué de la "revolución neolítica" que hizo cambiar por completo la forma de vida de los humanos.
     En realidad, la agricultura fue descubierta en otros lugares del planeta y en distintas épocas: hace unos 9.000 años en México; en el norte y sur de China y tanto más tarde; en los Andes hace unos 7.000 años y, por último, en el este de Norteamérica y en África al sur del Sahara hace unos 4.500 años. La forma de agricultura inventada en cada lugar estuvo condicionada por las plantas y animales auctóctonos: cebada y trigo, ovejas u cabras en el Próximo Oriente; maíz en México; arroz en China, y mijo y ganado en el África subsahariana. Se han buscado los factores que provocaron la aparición del Neolítico, y en todos los lugares citados es común que surgió como consecuencia de los grandes cambios climáticos tras la Edad del Hielo.
     En la actualidad nos encontramos en un "interglaciar" conocido como Holoceno, un largo verano, como lo denomina B. Fagan, que se inició hace casi 12.000 años. Pero no mucho antes, hace unos 20.000 años, el clima era distinto por completo, pues la Tierra atravesaba el Último Máximo Glacial. El frío era intentísimo y una buena parte de Europa estaba cubierta por los hielos; los icebergs llegaban hasta Lisboa. Tras el último pico de frío el clima fue atemperándose, el calor se fue incrementando y con él el repliegue de los hielos hacia el norte. La vegetación fue cambiando al calor de los tiempos.
     Hace unos 14.500 años las bandas de cazadores y recolectores del Próximo Oriente tenían condiciones muy favorables para su existencia ocasionadas por un clima templado y húmedo. Las tierras costeras y los valles fluviales estaban poblados de densos robledales, a la par que en otros lugares crecía una ubérrima estepa que producía una enorme cantidad de semillas comestibles. A estas estepas venían grandes manadas de gacelas que los cazadores cercaban y mataban. Si alguna vez, hasta entonces, hubo un lugar donde el hombre consiguió el pan (o al menos recolectó los cereales) sin demasiado sudor de su frente, fue aquí, en el Creciente Fértil, un término acuñado en la década de 1920 por el egiptólogo de la Universidad de Chicago Henry Breasted, y que se refiere a la franja que se extiende en el Levante por el valle del Jordán, el sureste de Turquía, las regiones montañosas de Irán y el norte de Irak.

 (http://www.adevaherranz.es)

     Estas condiciones tan afables para la existencia humana duraron unos dos mil años, y tuvieron grandes consecuencias. La primera es que el hombre se hizo sedentario, dejó la movilidad en búsqueda de alimento que lo había caracterizado desde sus inicios como especie. En algunos lugares como Mallaha (Israel) o Abu Hureyra (Siria) aparecieron aldeas permanentes, ocupadas a lo largo de muchas generaciones. Esto se demuestra porque en ellas han aparecido huesos de ratones comunes, ratas y gorriones, todos ellos animales plenamente domésticos y asociados a lugares donde los humanos tuvieron una estancia permanente y viviendas bien establecidas. Las dataciones absolutas son también claras respecto a que estos asentamientos estables aparecieron antes de que surgiera la agricultura, el periodo Neolítico.
     Brian Fagan encuentra el motivo a este hecho. Los humanos se habían desplazado desde siempre buscando plantas y animales, pero aquí los tenían en abundancia. Un factor determinante para la sedentarización, según Fagan, fue el procesamiento de los recursos naturales. Las bellotas de los robles producían una previsible cosecha al final de cada otoño, pero al contrario que las de los encinares de los Pedroches ("tan dulces e tan sabrosas que las non ha tanto en España", como afirmaba Ahmad ibn Muhammad al-Razi hace mil años) contienen sustancias que hay que eliminar antes de consumirlas, en un tedioso proceso de lixiviación. Cada semana, más o menos, las mujeres debían invertir bastantes horas en moler los frutos y lavar la harina, lo que las anclaba a la tierra. Alguna partida podría desplazarse para cazar, pero el grueso de la comunidad, que dependía del trabajo de las mujeres con semillas y bellotas, se hizo sedentario.
     Durante dos mil años los natufienses (nombre que se le hado a esta cultura) tuvieron a su alcance las cosechas de granos de la primavera, las de bellota y pistachos en el otoño y las gacelas durante todo el año, viviendo en aldeas estables generación tras generación; y eso tuvo sus consecuencias. En primer lugar, el crecimiento demográfico; en muchos lugares había una alta densidad, y cada aldea tendría un territorio propio, bien definido, dotado de una continuidad histórica. Aunque un grupo hubiese decidido trasladarse lo habría tenido difícil, pues los mejores lugares para vivir ya estaban ocupados. En segundo, un aumento de la complejidad de las relaciones sociales.Y, también, un cambio en las relaciones espirituales de las personas con el territorio que les suministraba alimento. Los natufienses enterraban sus muertos en sus aldeas, y tras muchas generaciones en unos determinados territorios tribales los antepasados habrían sido los guardianes de esa tierra propia, en los intercesores entre el mundo de los vivos y las caprichosas fuerzas sobrenaturales.

     Aquella idílica existencia se vio truncada hace, aproximadamente, unos 12.600 años por un suceso ocurrido a miles de kilómetros, en Norteamérica. Allí el casquete de hielo había cubierto prácticamente lo que es el actual Canadá. Al irse elevando las temperaturas el hielo se fue derritiendo, formando lagos en las concavidades del terreno que había provocado el peso de la gran masa de hielo. El más grande de ellos, al oeste de los Grandes Lagos de hoy, ha sido llamado lago Agassiz:

(http://ram.tiempo.com/numero11/imagenes/dryas2.gif)

     Por efecto de la elevación de las aguas y de la erosión, un arroyo puso en comunicación el lago con las aguas oceánicas y, en poco tiempo, meses o semanas quizá, sus aguas desembocaron en el Atlántico. Aquello tuvo unas gravísimas consecuencias para el clima.
     Si en las latitudes medias europeas hay un clima más templado y húmedo que en las de sus equivalentes americanas se debe a la Corriente del Golfo, que traslada estos elementos a las costas europeas. Es lo que se conoce como "cinturón transportador oceánico". Desde el Caribe una gran masa e agua cálida (y por lo tanto con alta concentración salina) fluye hasta el norte. Al llegar al mar de Labrador este agua, más pesada, se hunde en el océano formando una corriente profunda que se dirige al sur. Esto, a su vez, provoca una corriente que lleva temperaturas más elevadas a Europa. Pero cuando la gran masa de agua dulce y helada del Agassiz llegó al norte del Atlántico provocó como un cortocircuito en el cinturón transportador océanico, interrumpiendo la llegada de aguas cálidas cargadas de humedad a Europa durante mil años, en un periodo que los climatólogos llaman Dryas reciente.
     Fue una etapa de vuelta al intenso frío, que provocó que los bosques europeos retrocedieran hacia el sur. También afectó al Próximo Oriente, donde las masas de aire dominante procedían ahora del interior del continente asiático, frías y secas. Como es sabido, los robles son unas quercíneas con unos altos requerimientos de humedad (al contrario que las encinas, más adaptadas a climas secos) y poco a poco los robledades se fueron perdiendo. También disminuyó la productividad de semillas de la estepa, y el número las gacelas que se alimentaban en ellas. Aquellas primeras aldeas tenían una alta densidad de población, por lo que el desastre fue enorme. Intentaron aprovechar todos los recursos posibles, como vegetales con escaso valor nutritivo, mas, al final, no tuvieron otra opción que la que habían empleado sus antepasados durante milenios, desplazarse a otros lugares en busca de alimentos. Ya no existían las condiciones que habían permitido la sedentarización.
     Como se decía, dos mil años de convivencia con un determinado territorio habían transformado las relaciones de los hombres con el mismo, y aunque las bandas se desplazaran de un lugar a otro mantuvieron vínculos con la forma de vida anterior. Periódicamente se visitaban las antiguas aldeas, convertidas ahora en cementerios permanentes; en algunos casos se ha comprobado que se llevaban a ellas pilas de huesos, y sobre todo cráneos, procedentes de cementerios temporales establecidos mientras se desplazaban en busca de alimentos.
     Habría sido entonces cuando, por pura necesidad, algunos grupos comenzaron a plantar semillas para obtener más alimentos. Los cazadores-recolectores sabían de sobra que si una bellota o un grano de cereal caía al suelo y se enterraba, surgía un nuevo árbol o planta, y quizá se hubiesen hecho algunos intentos en la primera época sedentaria. Pero ahora había muchas bocas que alimentar, y muy poco alimento que procurarse. La solución fue producirlo. Había nacido la agricultura y comenzaba el Neolítico. Eso sí, Caín (agricultor) fue antes que Abel (pastor), y eso fue posible por la aclimatación de los plantas.
     Los cereales o leguminosas silvestres tienden a ir cayendo según van madurando para autosembrarse. Es una hábil estrategia, pues distribuyen esas semillas por el tiempo, que puede tener diferentes condiciones de calor y humedad. Pero eso no les interesaba a aquellos protoagricultores. Se ha considerado que en las estepas habría habido unos ejemplares mutantes de cebada o trigo con un fuerte raquis, que mantenían las semillas en la espiga aún maduras, como esperando al recolector. Al ser seleccionados estos ejemplares para guardarlos y plantarlos en otros lugares, esas escasas plantas mutantes fueron las que acabaron imponiéndose en los lugares cultivados (Mithen, 2001, 117).
     Otra opción es que la propia actividad de aquellos primeros agricultores hubiese modificado la secuencia genética de cereales y leguminosas silvestres. Se han realizado estudios sobre la cosecha de escanda silvestre, y "estos investigadores descubrieron que si el cultivo era cosechado en un estado cercano a la madurez, con hoces de hoja de piedra, o si sencillamente se arrancaba la espiga, entonces la domesticación completa se habría conseguido en solo veinte o treinta años... En unas pocas generaciones, en las que se realizó una cuidadosa selección de las plantas más productivas, los natufienses modificaron los genes de la escanda, sin percatarse de ellos" (B. Fagan, 2006, 149-148).
     El elenco de plantas comestibles domesticadas se amplió en poco tiempo: escanda, garbanzos, yeros, cebada, guisantes...Cuando un pasto silvestre, Aegilops squarrosa, que crece en los márgenes del Mar Caspio, se hibridó con el farro doméstico, apareció el trigo común, el más valioso de los cereales antiguos (tanto que el cristianismo lo tomó para hacer de él, mediante la transustanciación, la carne de Cristo). Unos mil años después de que surgiera la agricultura apareció la ganadería (primero, ovejas y cabras), ampliando el abanico de recursos para el hombre.
     No debieron de pasar muchas generaciones hasta que las parcelas cultivadas alcanzaran una gran productividad mayor que la de la recolección, por lo que lo que fue una estrategia ocasional se convirtió en una agricultura plenamente desarrollada. Cuando concluyó el frío del Dryas, hace unos 11.600 años, la agricultura era el recurso básico. Algunas de las antiguas aldeas que habían sido abandonadas durante la sequía del Dryas habían vuelto a ocuparse, con un tamaño mucho mayor que en el pasado.
     Sus habitantes volvían a estar atados a unas tierras determinadas, que antaño habían ocupado sus antepasados; las relaciones entre los vivos y muertos se habían mantenido durante la etapa del Dryas, cuando esas aldeas volvían a visitarse para enterrar a sus muertos, y ahora se fortalecían esos vínculos. El vivir cotidiano giraba ahora entre la siembra y la cosecha, entre la vida y la muerte, en un mundo en que los muertos eran los intermediarios entre la generación del momento y las fuerzas sobrenaturales que llevaban la lluvia o provocaban la sequía. Dice Brian Fagan (2006, 161): "El poder de los ancestros provenía de la tierra, que estaba dormida y cobraba vida, producía cosechas, parecía morir y luego repetía el mismo ciclo, tal como hacía la vida de los hombres. Cuando los humanos se transformaron en agricultores, estas relaciones se convirtieron en uno de los íntimos núcleos de la sociedad y las creencias espirituales".
     En Jericó la gente enterraba a sus muertos debajo del suelo de sus casas, principalmente practicando la exhumación y reentierro de los cráneos. En ocasiones se modelaban con yeso las facciones del muerto:


 (Cráneo de Jericó: https://www.britishmuseum.org)

    En Jericó y en otros lugares la veneración a los antepasados se presentó de distintas maneras. En Ain Ghazal (Ammam, Jordania) aparecieron unas figuras, que, cuanto menos, resultan inquietantes:

(Estatuas de Ain Ghazal: http://www.whitman.edu)

     Con sus largos cuellos y los ojos que miran fijamente al espectador algunos los han considerado evidencias de la presencia extraterrestre (no sé si esta gente ha visto muchas películas o, más bien, algunos guionistas se inspiraron en ellos para recrear a los alienígenas...). Me parece más apropiada la opinión del arqueólogo Gary Rollefson, que considera que en su tiempo habrían podido formar parte de algún tipo de altar, tal vez como una representación simbólica de los antepasados, a modo de maiorum imagines, las imágenes de sus antepasados ilustres que tenían los nobles romanos en el atrium de sus casas.
     Hace unos 11.600 años finalizó el frío periodo del Dryas reciente: el cinturón transportador oceánico volvió a fluir, la Corriente del Golfo volvió a traer calor y humedad a Europa y el Proximo Oriente. Para entonces la agricultura estaba plenamente implantada y el Neolítico comenzaba a expandirse hacia el oeste.
     Ya se trató en otra entrada del blog sobre los dos grandes modelos, autoctonismo y migracionismo. El primero, en boga en las últimas décadas del pasado siglo, no parece que sea posible en este caso. A la Península ibérica llegó el Neolítico a inicios del VI milenio anterior a nuestra era (a.n.e.), sobre todo en el este peninsular, y está claro que no surgió aquí como por generación espontánea, porque aparecen cereales y animales domésticos (cabras y ovejas) que eran hasta entonces desconocidos, e, igualmente, surge una nueva cultural material, como una cerámica plenamente desarrollada, sin que hubiese tampoco precedente alguno de ella anteriormente. El genetista Cavalli-Sforza y el arqueólogo Ammerman (en un estudio interdisciplinar en el que conjugaban genética y arqueología, que posteriormente Cavalli-Sforza amplió con la lingüística) plantearon en en 1984 su hipótesis de "frente u ola de avanza" para explicar la difusión del Neolítico por Europa, por el que por el que agricultores del Próximo Oriente se habrían expandido hacia el oeste a un ritmo de unos 25 km por generación (más o menos, un kilómetro al año). Pero, claro, esta gente llegaba a sitios que formaban parte de los terrenos de caza y recolección de la población autóctona. ¿Se puede cuantificar de algún modo la proporción de esos agricultores foráneos en el resultado final, la población resultante? Más o menos.
     Basándose en el estudio del ADN mitocondrial, que sólo se transmite por vía materna, el equipo de Bryan Sykes hizo un árbol evolutivo de la población europea. De su análisis se desprendía que cuatro de cada cinco europeos actuales proceden de personas que llevan viviendo en Europa desde hacía miles de años, desde el Paleolítico. Pero había también un gran linaje, al que Sykes denominó Jasmine (flor, en persa) que era el único que tenía su origen fuera del continente europeo, y al que pertenece el 12% de los europeos de hoy en día. Se originó en el Oriente Medio hace unos 8.500 años; los pertenecientes a este linaje son, a todas luces, los descendientes directos (por vía materna, se recuerda que el ADN mitocondrial sólo lo transmiten las madres) de los primeros agricultores que difundieron la agricultura por Europa.
     Los agricultores neolíticos y los cazadores-recolectores epipaleolíticos (nombre que reciben los últimos paleolíticos contemporáneos de los neolíticos) interactuaron, mantuvieron relaciones entre sí, hasta que la economía de producción acabó por imponerse en la forma en que la gente se buscaba las habichuelas (y nunca mejor dicho). Pero no sólo de pan vive el hombre, también habría de haber habido una interrelación en el mundo de las creencias. Y creo que es aquí donde hay que buscar el origen del megalitismo, o al menos eso es a lo que apuntan las dataciones más antiguas de los mismos y los lugares donde aparecieron.
     Al principio se consideró que los sepulcros megalíticos habrían llegado a Europa desde el este ("ex Oriente lux", Vere Gordon Childe dixit), pero numerosas dataciones radiocarbónicas han demostrado que los megalitos más antiguos aparecieron en el occidente europeo, precisamente en el tiempo en que el Neolítico comenzaba a penetrar en las poblaciones epipaleolíticas indígenas. Los megalitos serían el símbolo de la comunidad, "definida no por enterramientos individuales con elaborados ornamentos, sino por tumbas comunitarias. Las nuevas tradiciones provenían de una combinación de antiguas creencias de cazadores-recolectores y agricultores, que se reflejan en la construcción de troncos o piedras de las cámaras mortuorias enterradas debajo de túmulos de tierra. Estos túmulos eran monumentos erigidos a los ancestros en medio de terrenos plenos de lugares simbólicos e imbuidos en un poderoso significado sobrenatural... Cualquiera que fuese su emplezamiento, eran parte integral de un cosmos en el que los mundos sobrenatural y material convergían en el poder de los antepasados" (Brian Fagan, 2006, 185). "Los dólmenes fueron antes templos que castillos" (también Gordon dixit).
     En el túmulo de West Kennet (Avebury, sur de Inglaterra), en uso hacia el año 3400 a.n.e., durante 500 años se inhumaron los restos de al menos 46 personas de ambos sexos, incluyendo bebés, niños, jóvenes y ancianos, por lo que está claro que sólo fueron enterrados algunos individuos de la comunidad, quizá los más prominentes o los más significativos de ella, pero eso no le ha de restar valor al carácter de identidad de la comunidad que tuvieron los dólmenes. "Cada uno de estos sitios de enterramiento era un vínculo con comunidades individuales o grupos de aldeas protegidas por los antepasados. Inmediatamente después, los enterramientos comunitarios cedieron su lugar a las costumbres funerarias de nuevas sociedades, en las que el poder y el prestigio personal individuales daban forma a la vida humana. Los antepasados retrocedían al segundo plano" (Fagan, 2006, 187). Este cambio comenzó en la etapa del vaso campaniforme, intensificándose en la Edad del Bronce. Más que las cuestiones tecnológicas lo verdaderamente importante de estas etapas es su significado de cambio hacia una nueva mentalidad, relegando a las que habían nacido en el Próximo Oriente en las primeras etapas de sedentarización.