En el dolmen de Las Agulillas

jueves, 14 de mayo de 2015

Unos cardan la lana... (Industria pañera en los Pedroches, siglos XVI-XVII.)


     En 1553 Villanueva de Córdoba y Añora adquirieron la condición de villa, la primera desde "lugar de Pedroche" y como "aldea de Torremilano" la segunda; al unirse a las otras cinco villas (Pedroche, Torremilano, Torrecampo, Pozoblanco y Alcaracejos) se constituyeron las Siete Villas de los Pedroches. En la práctica conformaron una auténtica mancomunidad, pues tenían el aprovechamiento compartido de la gran Dehesa de la Jara.
     La evolución de la población de las ya Siete Villas puede conocerse gracias a los vecindarios de las averiguaciones de alcábalas fechados en 1561. Como los registros de bautismos comienzan en la parroquial de Villanueva de Córdoba una década después no podemos establecer tasas de natalidad que confirmen, o desmientan, la validez demográfica de esos datos, pero ya vimos que las relaciones de alcábalas de finales del XVI ofrecen tasas de natalidad mucho más creíbles que otros censos usualmente considerados, como el de los obispos de 1587 o el de Tomás González de 1591. Para finales del XVII tenemos la relación de vecinos de un repartimiento de tropas de 1694, que sí da una tasa de natalidad admisible.
     En el transcurso de un siglo y un tercio (1561-1694) la población conjunta de las Siete Villas descendió muy levemente, manteniéndose prácticamente estacionaria (en 1561 había 3.538 vecinos, y 3.363 en 1694), pero el análisis localidad por localidad es muy diferente.
      Alcaracejos, Añora, Torrecampo y Torremilano perdieron efectivos para tener a finales del siglo XVII entre el 58-90% de los vecinos de ciento treinta años antes. Muchísimo más acusado fue el descenso de la capital histórica de las Siete Villas, Pedroche, que en 1694 apenas si tenía el 30% de población que en 1561. En cambio, Pozoblanco y Villanueva de Córdoba aumentaron en habitantes, siendo especialmente acusado el incremento de esta última, que el tiempo de análisis multiplicó su población por 2,5.
     Entre mediados del XVI y finales del XVII se produjo una redistribución demográfica en la comarca: si en el primer tiempo las dos villas más pobladas, Pedroche y Torremilano, suponían el 44,5% del conjunto de los Pedroches, en 1694 son Pozoblanco y Villanueva de Córdoba las que cuentan con mayor vecindario, que conjuntamente suponía el 52% del total de las Siete Villas.


     En principio, cualquier población aumenta de tamaño en función de dos factores: con un crecimiento natural positivo o porque también tenga este carácter el  movimiento migratorio. Ya los primeros estudiosos de la demografía española como J. Nadal se percataron de la relación que había habido en la Edad Moderna entre las crisis de subsistencia y las de mortalidad y que, al contrario, en los años de cosechas abundantes y cereales con bajos precios, aumentaban los nacimientos.
     Sobre las migraciones, sabemos que a finales del XIX y comienzos del XX, como consecuencia de las desamortizaciones de los bienes de propios, acudieron a los Pedroches numerosos trabajadores procedentes de Granada, Almería o Cuenca, muchos de los cuales pasaron a vivir definitivamente en el norte de Córdoba. En Venta del Charco, pedanía de Cardeña, por ejemplo, supusieron la mayoría de habitantes de la localidad. También sabemos que la población de los Pedroches se vio muy reducida en el decenio 1960-1970 por un proceso inverso, de emigración masiva.
     Para poder intentar analizar las diferencias en el poblamiento de las Siete Villas de los Pedroches en el tiempo de nuestro estudio (siglos XVI y XVII) creo que hay que entrar en el campo de la economía. Para que una población aumente, para poder sacar adelante muchos chiquillos, hay que contar con los recursos necesarios para criarlos e, igualmente, si la tierra donde uno nace no ofrece los suficientes para mantener a la familia, se va a buscarlos a otro lugar.
     Por lo que sabemos, la economía de las Siete Villas durante los siglos XVI y XVII se basaba, mayoritariamente, en el aprovechamiento agropecuario y en la fabricación textil, especialmente paños. Comencemos por esta última al ser la más significativa para este tiempo. (Para abundar en la materia puede consultarse Córdoba en el siglo XVI. Las bases demográficas y económicas de una expansión urbana, de José I. Fortea Pérez, de donde se extraen datos y cifras.)

La industria pañera en Córdoba en el siglo XVI: articulación rural-urbana.

    Ya en el siglo XV se había constituido en Córdoba una pujante industria textil que se fundamentó en la articulación rural-urbana del proceso productivo. En otros lugares como Segovia se basaba en la diferencia entre la pañería rural y la urbana tanto por la calidad de sus productos como por los mercados a los que atendía. En Córdoba, en cambio, se practicó una división de las distintas etapas, según la cual las labores de preparación de los paños (hilado, cardado y tejido) se hacían de modo disperso en los medios rurales, mientras que las labores finales de apresto (bataneado, tundido, teñido) y la venta se hacía desde la capital cordobesa.
     El mercado en el que quería penetrar la pañería cordobesa estaba en plena expansión, y los principales instigadores, los mercaderes, apostaron por la calidad para introducirse en él. El acoplamiento y división de funciones entre los ámbitos rural y urbano permitía rentabilizar al máximo los recursos disponibles y sortear las dificultades.
     En el "Reino" de Córdoba había una abundante cabaña ovina que ofrecía lanas de diferente calidad, bastas en la Campiña y finas en la Sierra. Pero, por otra parte, la fabricación de paños requería de costosas infraestructuras (batanes, por ejemplo) o de unos caros productos tintóreos que había que importar. Para los pequeños productores el ciclo completo de producción habría supuesto unos importantes desembolsos de capital, de construcción y mantenimiento de infraestructuras, de conocimientos de los mecanismos financieros y comerciales necesarios, que estaban fuera de su alcance. Por lo tanto, era mejor concentrar en el medio urbano todas las labores de apresto si se querían hacer buenos productos capaces de penetrar en el mercado nacional, o incluso para la exportación. Así que se produjo la división del trabajo entre los centros productores, especialmente los Pedroches, y la ciudad. Consecuente a este proceso fue la pérdida de autonomía de la producción textil rural, encaminada a su envío a la ciudad para sus adobíos y venta. Y, también, que fueran los mercaderes cordobeses quienes más se beneficiaran de esta articulación rural-urbana, ya que fueron quienes aportaron la base financiera y estaban además capacitados para conocer las exigencias de un mercado en expansión.

Calidad igual a cantidad.

     Junto al Guadalquivir y al sur de él había centros textiles (Montoro, Aldea [Villa] del Río, Bujalance, Castro del Río, Baena) que elaboraban productos de bajo valor, dedicados en buena medida al consumo interno. Los telares de los Pedroches, en cambio, se especializaron en tejer paños de gran calidad.
     A comienzos del siglo XVI las fuentes documentales indican que en Pedroche (o Villapedroche, como se la denomina también) se fabricaban velartes, palmillas y paños veinticuatrenos. La calidad estaba determinada en gran medida por la cantidad de materia prima empleada en cada tipo, y el veinticuatreno era el paño para el que se se empleaban en su urdimbre 24 centenares de hilos (en Bujalance o Castro del Río se tejían paños bastos catorcenos o dieciochenos, por mucho, con 14 y 18 centenares de hilo por urdimbre). El velarte era un paño furtido y lustroso, de color negro, con el que se elaboraban las típicas capas españolas.
     La materia prima para la industria textil al norte de Córdoba procedía de los numerosos rebaños riberiegos de ovejas merinas que, entonces como ahora, se nutrían de la pradera natural.


     Aunque también en los Pedroches se tejieran productos de menor calidad para el consumo propio, su auténtica especialidad era tejer paños de alto valor "en jerga", semielaborados, en los que su apresto final se realizaba en Córdoba. De 1508 es un arancel de salarios textiles de Pedroche, donde se manifestaba expresamente que "la cosa más útil y provecha y más principal de la vivienda de los vecinos y moradores de esta villa es el oficio que tienen de hacer paños, por donde esta villa ha sido y es más aumentada". Casi al final del siglo, en las averiguaciones de alcábalas de 1590-1595, el regidor de Pedroche manifestaba que "el trato de paños es el principal de esta villa y tan general que casi todos los vecinos de la dicha villa trataban en él y con poco caudal se hace un paño diez o doce veces al año". En otros documentos se expresa que hacia 1560 sólo la villa de Pedroche producía unos tres mil o cuatro mil paños veinticuatrenos al año.
     Algo similar nos encontramos en Torremilano. En 1500 el concejo de la villa impuso una ordenanza en la que se prohibía que hubiera factores o corredores en busca de paños, "porque es el trato de la gente y no vive de otra cosa" (se pretendía evitar la explotación de los pequeños telares locales por parte de mercaderes, corredores o factores). En 1589 afirmaba el concejo local que "el trato y granjería de esta villa es lanas y paños, y heredades y labor, aunque lo de heredares o labor es poco".
     Pero, al igual que comprobamos al analizar la población, no hubo uniformidad en la producción pañera entre todas las villas de los Pedroches, sino que hubo diferencias entre ellas más que notables.

Niveles de producción comarcal.

     Lo cierto es que sólo disponemos de volúmenes de elaboración para el tiempo final del siglo XVI, época en la que ya era evidente una contracción de la producción. Entre 1590-1595 se contrataron anualmente unos 12.500 paños en el mercado cordobés, mientras que diez años antes la media era superior a 16.000, y a mediados del XVI, época dorada de la pañería cordobesa, se hablaba incluso de treinta mil piezas al año.
     En 1588 el corregidor de Córdoba pidió información a los concejos de las villas de los Pedroches sobre sus niveles de elaboración textil, estimándose en unos siete mil anuales, es decir, el 56% de la producción pañera cordobesa de calidad. Esto es superior a centros textiles tan importantes en la época como Cuenca, que a mediados del siglo XVI fabricaban unas cuatro mil piezas por año.
     Los datos se muestran en la siguiente tabla, sobre la que hay que hacer alguna precisión. La población no es el que decían los concejos en sus informes, porque la tasa de natalidad que se obtiene a partir de ellas no es creíble, y porque son cifras sospechosamente redondeadas a la centena o cincuentena. Prefiero emplear los vecindarios incluidos en las averiguaciones de alcábalas fechados un par de años antes, en 1586, por dos motivos: primero, porque la tasa de natalidad (respecto a los bautismos de Villanueva de Córdoba) que se obtiene con ellas sí resulta factible; segundo, porque son las cifras de vecindarios y año empleados por Francisco Javier Vela Santamaría  en su estudio sobre el aprovechamiento agropecuario en Andalucía, lo que nos permite establecer relaciones y comparaciones.
     En cuanto a la valoración por pieza, a finales del XVI en Alcaracejos un paño de treinta varas costaba 6.000 maravedís, por lo que uno de 40 varas, que era la medida establecida por las ordenanzas, supondría 8.000 maravedís. Es cierto que no todos los paños fabricados en los Pedroches tenían las 40 varas reglamentarias de longitud (33,31 metros), pero como también se elaboraban piezas de menor calidad no incluidas en el informe, puede ir una cosa por otra. Aclarados estos términos, estas son las cifras:

 (A partir de José I. Fortea, 1980, 390.)

      Los siete mil paños de ese año supusieron unos ingresos de 56 millones de maravedís, una auténtica pasta, equivalente a 160.000 escudos que, con el peso estándar de cada uno, habrían supuesto unos 540,8 kg de oro; al cambio actual de unos treinta euros el gramo aúreo, "maomenos", como decían los Luthiers, vendrían a ser (con todas las salvedades habidas y por haber) 16,22 millones de euros. A ver, hay que dejar claro que no es una equivalencia, sino una simple estimación para que podamos hacernos una idea. Por aquellos mismos años en que se hacía el informe, el ejemplar escudero Sancho le decía a su señor don Alonso Quijano que con veintiséis maravedís al día cubría la mitad de sus gastos: su jornal habría sido real y medio. Un siglo después, en 1692, un jornalero de Pozoblanco que saliese de su casa para cavar, podar, esquilar ganado u otras cosas cobraba un real y medio desde el primero de octubre al primero de abril, y dos reales el resto del año. Por estos tiempos un real equivalía a 34 maravedís, y un escudo de oro a 350.

     (Una cuestión sobre precios y valores. Mientras que un artesano de los Pedroches cobraba unos 200 maravedís por vara de paño a finales del siglo XVI -se supone que yendo a su cuenta la adquisición de materia prima-, un mercader de Córdoba lo vendía por 530. Es cierto que a su cargo iban las cuestiones de financiación -de hacerla-, bataneado, cardado, teñido, transporte y venta, pero es indudable que era también quien obtenía el mayor beneficio. Algo similar a lo que ha venido ocurriendo con el cerdo ibérico: en las dehesas de los Pedroches se alimenta en montanera; vendido en vida, era en otros lugares donde se sacrificaban, poniéndoles su marchamo y vendiéndolos como propios; figurarán como "Jamón de Guijuelo", por un poner, pero se crió en la Dehesa de la Jara, Navalazarza o Nalonguilla, en el NE de los Pedroches.)

      Analizando la tabla se constata que, cuantitativamente, eran los tres municipios más poblados, Torremilano, Pozoblanco y Pedroche, los que acaparaban el 78,6 de la producción de la comarca. Cualitativamente, en la relación de maravedís por vecino, eran Torremilano y su antigua aldea, Añora, junto con Pozoblanco, las principales villas beneficiadas. Alcaracejos y Torrecampo ofrecían un promedio de un paño por vecino al año, con unos ingresos de unos 7.600-8.000 maravedís por cada uno.
     El verso suelto lo constituye Villanueva de Córdoba, con unas cifras muy inferiores a las medias comarcales: apenas si se fabricaba un paño por cada tres vecinos, y los ingresos por cada uno eran diez veces inferiores a los de Torremilano; con más del doble de población que Añora, se fabricaban la mitad de paños que allí. Hacia 1585-1589 sólo había cuatro o cinco tejedores en la localidad; siendo más abundantes los vecinos que compraban pequeñas cantidades de lana para hilarlas en casa. Dada la escasa entidad de la industria local, el cabildo cordobés autorizó que esas hilazas fueran vendidas en otras villas de la comarca.

      Considerando que en 1586 la renta agrícola por cada vecino de Villanueva de Córdoba era de 11.856 maravedís -la media comarcal, 11.167 maravedís- (F. J. Vela Santamaría, 1983)-, los 2.914 maravedís procedentes de los paños sólo eran la quinta parte de los ingresos locales por vecino. Así que hay que matizar la opinión de J. I. Fortea Pérez (1981, 285): "Los pueblos de la comarca vivían mayoritariamente de la labor de los telares, cuya producción excedía con creces las necesidades de su cosumo local e incluso comarcal": no en todos las villas fue así. La industria pañera fue muy relevante durante el siglo XVI en Pedroche, Torremilano, Pozoblanco o Añora, pero de muy pequeño tamaño en Villanueva de Córdoba.
     El mismo autor considera que el motivo para que se desarrollase la industria textil en la comarca de los Pedroches fue la incapacidad de la tierra para crear excedentes agrícolas, especialmente cereales, lo que obligaba a importarlos desde la fértil campiña cordobesa. Los paños les habrían generado los recursos suficientes para adquirirlos. Este modelo no explica, sin embargo, el espectacular crecimiento demográfico de Villanueva de Córdoba: si en el campo no había trigo para alimentar a muchos niños, y tampoco había paños con los que obtener los maravedís necesarios para comprarlos, ¿cómo pudo crecer su población mucho más que ninguna otra de los Pedroches? Dejemos esta cuestión para analizarla en otra entrada.
     "El pequeño taller doméstico parece constituirse en la unidad básica de la producción de la pañería" de los Pedroches (J. I. Fortea, 1981, 353), coexistiendo diversos modelos de producción. En uno de ellos el artesano [equiparable, digamos, a un autónomo actual] adquiría la lana necesaria y elaboraba los paños en jerga, semielaborados, que eran trasladados a Córdoba para su adobío final. Así que en muchas ocasiones no se hicieran piezas de 40 varas, como disponían las ordenanzas, sino de 25 ó 30 varas, tal y como se decía en el cabildo cordobés en 1565, porque en la comarca "había mucha gente pobre cuyo caudal no alcanza para hacer paños enteros y con hacer medias se entretienen y pasan su vida".
     Otro sistema, potenciado por los comerciantes sobre todo a finales del siglo XVI, era el conocido, en la actualidad, como verlags-system o putting-out system (con perdón), por el cual el capital se empleaba sólo para facilitar la materia prima y comercializar el producto, pero no en el sistema de proceso productivo. El mercader adelantaba la lana (o concedía préstamos para adquirirla) a los productores rurales y luego controlaba la distribución del producto, dejando lo que era la fabricación en sí en manos de pequeñas empresas familiares. Y eso podía producir abusos.
     En 1500 el concejo de Torremilano prohibió la existencia de corredores y factores que empleaban este modelo comercial, pues podían aprovecharse de la pobreza de muchos trabajadores textiles y explotarlos. Entre 1585 y 1589 los concejos de Pozoblanco, Montoro y Villanueva de Córdoba consiguieron diversos mandamientos de la ciudad por los que se prohibía que en esas villas hubiese factores de los comerciantes.
     El concejo de Montoro expresaba claramente los motivos: "Algunos vecinos de ella, especialmente los corredores y arrieros, tienen por trato y granjería tener en su poder dineros en depósito de mercaderes y otras personas, vecinos de esta ciudad y otras partes, para comprar ganados, paños y otras mercaderías a los vecinos de la dicha villa, lo cual era causa de que los vecinos de la dicha villa fuesen apremiados y molestados para que pagasen a día diado sus deudas, y los deudores no les esperasen por ellas; y, forzados y compelidos, venden sus ganados y paños y otras mercaderías a los dichos corredores, arrieros y otras personas a menos precio de lo que valen de contado, y ellos no les quieren dar más por ver la necesidad que los vendedores tienen, y que los vendedores les aprietan por las deudas y que, con esto, la mayor parte de los vecinos de la dicha villa están perdidos y destruidos".
     Casi dos siglos después, el 22-07-1689, el concejo de Pozoblanco continuó con la misma medida, ordenando que "ningún comprador de Palma o Coria deje dinero a los tales tejedores para paños, ni los tejedores los tomen para sí u otra persona alguna".

La crisis de finales del XVI.

      A finales del siglo XVI se conjugaron una serie de causas en Córdoba que provocaron una grave crisis en todos los órdenes. El primero es demográfico, con las epidemias de peste que asolaron a la capital en 1582-83 y 1601-1602. No hay constancia de que afectara a ninguna localidad de los Pedroches, aunque la serie de bautismos de Villanueva de Córdoba muestra un serio descenso en 1584: fueron sólo 46, frente a los 86 de media de ese decenio.
     Por la misma época  se produjo un colapso agrícola también generado por diversos factores: malas cosechas debidas a cuestiones meteorológicas; aumento de los adehesamientos; ocupación de tierras baldías y venta de las mismas que fueron en perjuicio del pequeño propietario de ganados.
     Aunque, para los contemporáneos, la causa de esta crisis generalizada fue la creciente presión fiscal. Ante los enormes gastos del reinado de Felipe II las remesas de metales preciosos americanos no bastaban; es un mito que ellos fueran el sustento de la Hacienda española, pues sólo representaban el 20% de los ingresos. (La auténtica columna vertebral de la economía de los Austrias fueron las costillas de los campesinos castellanos -los de la Corona de Aragón iban por libre-.) El recurso fue ir incrementando los impuestos. Córdoba (la capital y villas dependientes de ella) habían pagado por alcábalas y tercias 12 millones de maravedís en 1548-1553, 16,6 millones en 1574, 61 millones en 1576 y 42 millones entre 1580-1595. Los sectores artesanal y comercial fueron quienes más vieron subir su contribución. Al producirse esto en el mismo momento en que la producción y comercialización de paños comenzaba a descender, "el Fisco satisfacía a corto plazo las exigencias de la Corona, pero socavaba a la larga las mismas bases de las que se nutría" (Fortea Pérez, 1981, 441).
     Todo este conjunto afectó a la industria textil de los Pedroches. La crisis de la ganadería podría repercutir en el abastecimiento básico de los telares de la comarca, los rebaños de ovejas, la auténtica base de la red de pequeños talleres domésticos..
     La crisis económica endeudó al pequeño agricultor, que no contaba con los recursos suficientes para adquirir paños o sedas. También la sangría demográfica contrajo el potencial mercado comprador.
     Los comerciantes, que desde finales del XV habían promovido actividades productivas, prefieren ahora invertir en otras especulativas, como préstamos usurarios.
     Según José I. Fortea (1981, 459) a finales del siglo XVI se rompen las estructuras en las que se había basado la actividad textil de los Pedroches: "La crisis de producción agrícola, al imposibilitar o reducir la comercialización de excedentes, alteró los términos de intercambio entre sierra y campiña. La especialización artesanal de la primera se fue haciendo cada vez más inviable haciendo aún más agudo su crónico déficit de mantenimientos. La reconversión de actividades o la pura y simple despoblación fueron las respuestas más inmediatas a este estado de cosas... El fenómeno afectó antes y con mayor intensidad a los núcleos industriales que a los agrícolas, precisamente por la extrema dependencia de aquéllos respecto a éstos en la importación de productos alimenticios. Una vez que se inicie el estancamiento agrícola, cuanto más su decadencia, los centros fabriles perderán una de sus apoyaturas básicas, mientras que en los segundos el proceso se irá produciendo con mayor lentitud, pero no por ello de forma menos irreversible a medio plazo".
     A tenor de los datos disponibles, mi visión es otra. En primer lugar, en el conjunto de las Siete Villas de los Pedroches no hay un declive de población a finales del siglo XVI, al contrario, la población continuó aumentando hasta mediados del siguiente siglo. Sí es cierto que algunas, Pedroche y Torrecampo, pierden efectivos en todo este tiempo, pero el saldo comarcal es positivo: 3.538 vecinos en 1561; 4.025 hacia 1590-1595; 4.305 en 1657. La gran caída se produce en la segunda mitad del siglo XVII, cuando en todas las villas apenas si se contabilizaban 3.363 vecinos en 1694. El siguiente gráfico es expresivo:




     El modelo industrial textil como base de la riqueza, tal y como se apuntó, no es aplicable al conjunto de las Siete Villas, pues la que más creció, Villanueva de Córdoba, fue precisamente aquélla en la que menos trascendencia tenía para su economía.

Los chinos del siglo XVII: holandeses, ingleses y franceses.

     Aunque para el siglo XVII no se dispone de la nutrida información que para el anterior, con la que disponemos se constata que hubo una continuidad durante él de la industria textil en los Pedroches, aunque no tengamos datos para cuantificarla. Pudo haber cambios en la estructura de los pequeños talleres domésticos, pero no en las villas de los Pedroches donde se había venido desarrollando.
     Si durante el reinado de Felipe II, un rey trabajador donde los hubo y con vocación de jefe de negociado, existe una nutrida información demográfica y fiscal que podemos emplear, para el de su hijo, Felipe III (según John Lynch el rey más perezoso de la historia española), estamos a oscuras en documentación estatal.
     En 1686 el jurado cordobés Antonio de Mesa elevaba al corregidor de la ciudad un informe sobre la situación de la industria textil en la época. En él decía que unos treinta años antes se fabricaban con los Pedroches ocho mil paños y bayetas anualmente, que se bataneaban en Córdoba, mas que en el tiempo de redactar el informe apenas si llegaban trescientos paños y bayetas. Las cifras quizá sean demasiado elevadas para ser aceptadas sin más, considera José I. Forte Pérez, estudioso de la cuestión, pero revelan el mantenimiento de la actividad en la comarca.
      En realidad, en el informe del jurado Antonio de Mesa no se dice que en los Pedroches sólo se produjeran 300 piezas de paños anualmente, sino que era esa la cantidad que desde la sierra llegaba a la capital cordobesa. La crisis de finales del XVI pudo provocar la ruptura de la articulación rural-urbana que había caracterizado la industria textil cordobesa desde al menos un siglo antes, pero no que desapareciera la industria textil en los Pedroches. Hubo intentos para relanzar la industria textil en la capital cordobesa a finales del siglo XVII, que acabaron fracasando. La cuestión que se plantea es por qué sobrevivieron los telares de los Pedroches cuando no pudieron hacerlo los de Córdoba.
     Como es común en Historia fueron múltiples causas las que generaron este proceso, pero los contemporáneos lo achacaron sobre todo a la invasión de productos extranjeros procedentes del noroeste europeo.
     En Holanda, Inglaterra y ciertas partes de Francia se había desarrollado una nueva pañería en la que se disminuían notablemente los costes de producción al aplicar nuevas técnicas. Mezclando la lana con otras fibras (lino o seda, por ejemplo) aumentaban la gama de productos, a lo que se unía que poseían un colorido más vivo y atractivo que los paños indígenas. En la época se consideraba que los productos nacionales eran más caros que los importados porque su calidad era mayor al emplear más cantidad de materia prima. El bajo precio, decían, se debía a lo poco compacto y delgado que era el tejido extranjero, pero éste acabó imponiéndose.

Calidad como distintivo.

     Para introducir productos nuevos con garantías de éxito en el mercado es necesario que cumplan alguna de estas condiciones: que sean más baratos que los existentes; que los mejoren en calidad o prestaciones; o que sean completamente distintos y novedosos. Los tejidos de los "chinos" del XVIII, ingleses, holandeses o franceses, cumplían la primera y la tercera de ellas. Si los telares de los Pedroches resistieron la embestida fue porque continuaron apostando por la segunda, ofrecer productos de excelente calidad.
     La decadencia de la industria textil de Córdoba en la segunda mitad del XVII estuvo originada por más factores que la competencia extranjera: la alta presión fiscal; el absentismo de los mercaderes (que durante el XVI habían financiado buena parte de la industria pañera); la pérdida de mercados y la carencia de materias primas. Esta última causa fue considerada por los propios contemporáneos como la responsable de que el sector textil no pudiera crecer en España, y eso a pesar de que la península era la cuna de la raza merina, la que aportaba las lanas de mejor calidad para la fabricación de paños.
     Desde la Baja Edad Media se había promovido un modelo de exportación de vellones e importación de paños, que generó muy buenas ganancias a los dueños de los gigantescos rebaños de la Mesta, y a la Corona vía impuestos. Pero así no se promovía en absoluto la industria textil nacional. Desde el siglo XV existía del derecho de tanteo, por el cual la tercera parte de la lana que se fuera a exportar podía ser comprada por mercaderes o telares locales para su uso, pero parece que en el siglo XVII este derecho ya no se tenía en consideración.
     Los telares de los Pedroches se seguían nutriendo de los rebaños locales, por lo que el concejo de Pozoblanco se mostró especialmente diligente en preservar tanto a éstos como a la pradera natural que necesitaban, al ser la industria textil la principal fuente de recursos de sus vecinos.
      Esto es lo que se desprende de las actas del concejo de Pozoblanco durante el siglo XVII (García y Carpio, 1993). Según se refleja en ellas esta actividad continuó siendo la más relevante económicamente para sus vecinos. Y hay que recordar que fue la que más creció en población, para convertirse en la más poblada de las Siete Villas a mediados del siglo XVII:

* Acta del 14-08-1628: "Por cuanto las haciendas de esta villa son cortas y el trato principal es labrar lana, con que se sustentan los vecinos, y ho hay heredades de consideración, juros ni rentas, sino sólo el caudal que se trae en el dicho trato".
* Acta del 01-03-1680, en el que se rebajan los precios de distintos artículos tras la devaluación de la moneda: "Cada vara de paño lobuno batanada, a doce reales, y la de pardo a once reales. Cada vara de paño a lo angosto, a cinco reales".
* Acta del 26-06-1681, en el que se fijan precios de diferentes artículos relacionados con la artesanía y el comercio:  "Tejedores de paños: los tejedores de paños veinticuatrenos han de llevar de tejer un paño lobuno o pardo, a treinta reales; y por los blancos a veinticinco reales". (No sé por qué la lana parda o lobuna se cotizaba más que la blanca, cuando en la actualidad ocurre todo lo contrario.)
* Acta del 22-07-1689: "[Los oficiales] de este concejo dijeron que el trato principal de esta villa es el de los paños que en ella se fabrican...", por lo que prohibían que comerciantes de Palma o Coria dejasen dinero a tejedores locales (que se convertían así en factores suyos).
* Acta del 04-01-1692, donde se fijan los salarios para diferentes oficios:
"Tejedores: que los maestros de tejedores veinticuatrenos lleven por su trabajo de tejer cada paño pardo, veinticuatreno, veintiséis reales, y el blanco, veintidós reales.
Hilanderas: que las mujeres que tomaren de los labradores de paños a hilar sus tramas, hayan de llevar por cada libra de pie compuesto de lo necesario, doce cuartos, y de trama, diez; y que hayan de recibir de los traperos por cada pie veintidós libras pesadas, y lo mismo hayan de entregar"
También se citan otros oficios relacionados de la industria textil, como tundidores. Éstos eran quienes realizaban las últimas labores de refinado, tras haber sido teñidos y lavados. Por el acta de 01-03-1680 se sabe que también que se batanaban en la localidad, lo que quiere decir que en este tiempo no sólo se tejían paños en jerga, semielaborados, para ser acabados en Córdoba, sino que en Pozoblanco se realizaba todo el proceso productivo, al menos en parte de los paños. (En el arancel de salarios de Pedroche de 1508 no se nombra a los tundidores.)

     No sólo se mantenía la industria textil en Pozoblanco, también en otras localidades de la comarca, como se desprende de la disputa entre los concejos de esta villa y el Villanueva de Córdoba por la gestión de la comunal Dehesa de la Jara:
     Tras diversas discrepancias con la administración central, las Siete Villas de los Pedroches habían consolidado a mediados del XVII su aprovechamiento exclusivo de ella. El concejo de Villanueva proponía sobre sus principal aprovechamiento (pastos y bellota) que "no se vendiere, sino que se dejare baldía para que se gozase por los vecinos que tuviesen ganados" (vecinos de cualquiera de las Siete Villas, se sobreentiende). El de Pozoblanco consideraba, al contrario, que "el que hubiere menester de hierba y bellota, la compre". Los motivos que aducía era que ese arrendamiento generaba unos sustanciosos beneficios a los municipios con los que aliviar las cargas impositivas de sus habitantes, y más "no teniendo como no tienen de ocho partes de vecinos la una de ganado para gozarla" (de lo que se colige que los vecinos de Villanueva de Córdoba, o al menos su oligarquía representada en el concejo, sí tenían una cabaña ganadera de consideración). La fuente básica de sus ingresos, continuaba exponiendo el de Pozoblanco, eran los prados naturales de las dehesas comunales de los que se alimentaban los rebaños de ovejas que generaban la materia prima para sus telares: "Por cuanto solo la dicha hierba la compran las personas que tienen ganado de lana, a las cuales, por no guadárseles sus quintos e hierbas, las crías de sus ganados son muy cortas, y siempre van a menos, de que se sigue grandísimo perjuicio a estas villas, por ser el trato principal de ellas el de dicho ganado de lana y paños que con sus lanas se fabrican". Más claro, el agua: los contemporáneos consideraban que la industria pañera era en algunas villas era su principal fuente de ingresos (no en todas, en Villanueva de Córdoba durante el siglo XVII, al igual que durante el siglo XVI, no; la cuestión cambió en el siguiente).
     Aunque Pozoblanco fuera ya desde mediados del XVII la de mayor población, si salieron adelante sus argumentos frente al concejo de Villanueva fue por que contó, evidentemente, con el apoyo y los votos de la mayoría de las otras villas, que también habrían tenido unos intereses semejantes. Por ejemplo, en el acta del concejo de Pozoblanco de 22-07-1689 se citan expresamente "los pies y telas que se traen a vender de Villa Pedroche" (los pies son hilos de lana estambrados, torcidos, usados para la urdimbre en la fabricación textil).

     De lo expuesto se deduce que la industria textil pañera tuvo una especial relevancia económica  en la mayoría de las Siete Villas de los Pedroches durante el siglo XVI, y que continuó durante el XVII, aunque en este tiempo se hubiera roto la articulación rural-urbana que había caracterizado la producción cordobesa de la centuria anterior.
     También se constata que la producción pañera en Villanueva de Córdoba fue muy pequeña y prácticamente irrelevante para la economía general de la localidad. Así que si nos vamos al principio de esta entrada, a la evolución de la población entre mediados del XVI y finales del XVII, es evidente que el desarrollo demográfico de Villanueva de Córdoba en su primer siglo y medio de existencia como villa NO se debió a la fabricación de paños.
     Hay que valorar, como se ha venido indicando, que fue de las siete villas la que más creció, la única junto con Pozoblanco, aunque con mucha mayor intensidad. Es lógico considerar que si creció tanto es porque su economía era capaz de mantener a nuevos efectivos, o tener muchos atractivos para atraer a otros foráneos. Continuando con el axioma, si no fue por la industria textil, hubo de haber otro sector económico capaz de generar y mantener un enorme ritmo de crecimiento del 18,44 por mil entre 1553 (año de su creación como villa) y 1657, y ser la única de las Siete Villas capaz de no perder población durante la segunda mitad del XVII,  época caracterizada por su retraimiento demográfico. Ante la ausencia de otros recursos, como minas o comercio, el principal candidato es el agropecuario, cuyo análisis corresponde elaborar en otra entrada.

viernes, 8 de mayo de 2015

"Esto, ¿es un dolmen?" (Lo es, 2,3 km al SE del santuario de la Virgen de Luna).

     La mañana de fin de semana estaba completamente primaveral, así que Juanito y yo nos fuimos a disfrutar de las mejores dehesas del mundo, las de los Pedroches, concretamente por la zona del santuario de la Virgen de Luna. Allí, a unos 2,3 km al SE de la ermita, y a poco más de un centenar metros del antiguo camino de Pozoblanco a la Campiña, se conservan los vestigios de un dolmen, resultando visible la estructura tumular que lo cubría, que resalta levemente desde su cara sur, desde la que nos aproximamos a él:


     Le había dicho a Juan que, además de nuestro objetivo principal, buscar espárragos, iba a ver otro dolmen más.


     Mientras íbamos hacia él me comentó que debía ser la tumba de un hombre sabio; interesante reflexión, para seis años de edad. No sabemos si sabio, pero quien se enterrara allí tuvo que tener una alta consideración entre su gente, para invertir tanto tiempo y esfuerzo en levantar un monumento de este tipo.
     Desde su parte norte se aprecia mejor la estructura dolménica:



     Habría que decir mejor "los restos" de la estructura, pues el dolmen colapsó en un tiempo indeterminado. Aquello no parecía convencer a Juan, quien me preguntó: "¿Esto es la tumba de un hombre sabio de los antiguos?"


     La pregunta es muy interesante, pues ya dijo Agustín de Hipona que la duda era lo que le demostraba su existencia. También porque hay ciertas criaturas que cuando ven un montón de tierra ya lo consideran directamente como un túmulo dolménico.
     El niño demostraba tener sensatez y sentido común, pues lo que estaba viendo no se ajustaba a lo que él conocía. Todos los dólmenes que habíamos visto hasta ahora conservaban la cámara formada por grandes ortostatos de granito:


     Comentamos por qué aquello era un dolmen, y no otros peñascos más a los que a él le gusta trepar. Las piedras no son naturales, sino que están clavadas en la tierra, lo que es obra indudablemente humana. También hay unas piezas largas, de más de un par de metros, y convinimos en que debía de ser la tapa del dolmen. Igualmente es muy característico el túmulo de tierra y piedras que lo cubría. No sólo debemos fijarnos en lo que vemos, le decía, también debemos imaginarnos cómo era antes de que se derrumbara (o alguien lo destrozara, también por la época de la Prehistoria Reciente). Quedó convencido de que aquello era en verdad "la tumbra de un hombre sabio de los primitivos.