En el dolmen de Las Agulillas

jueves, 27 de marzo de 2014

El dolmen de las Aguilillas (Villanueva de Córdoba)

Los mayores dólmenes de los Pedroches son el Atalayón de Navalmilano y el llamado Peñón de las Aguilillas (ambos en el término de Villanueva de Córdoba). Del primero se perdió su cámara sepulcral, conservando sólo el túmulo que lo cubría. El segundo sí que la ha preservado, y a él dedicamos esta entrada, básicamente visual.


     A medio kilómetro al norte de donde el Camino Real de la Plata cruza al de Villanueva de Córdoba a Cardeña (unos 8,5 km al este de Villanueva)  se eleva una altiplanicie amesetada que forma parte del domo que surca el batolito de los Pedroches y que constituye la divisoria de las cuencas del Guadiana y del Guadalquivir. El terreno desciende al norte en una ligera pendiente, quedando las sierras de Fuencaliente (Ciudad Real) cerrando el horizonte. (Esto es una buena muestra de lo absurdo que resulta denominar "Valle" a la penillanura de los Pedroches.) La vista desde el lugar es plenamente colosal, apreciándose en todo su esplendor el encinar que le dio el nombre a Fash al-Ballut, el Llano de las Bellotas (y no "Valle de las Bellotas", como algunos traducen algunos ágrafos indocumentados):




      En el borde septentrional de la meseta, donde el terreno comienza a descender, un grueso peñasco, conocido como Peñón de las Aguilillas, yace sobre rocas de granito, cual él:


     Al acercanos podemos comprobar que entre las moles de granito se encuentra completamente embutido en tierra un dolmen, en concreto un sepulcro de corredor, donde la cámara y el pasillo de acceso se encuentran claramente diferenciados:


     La cámara es de forma rectangular, con unas dimensiones de 4 metros de longitud por 1,9 metros de anchura. El pasillo está orientado a saliente, pero no exactamente al este, sino 150º SSE. Es frecuente que los pasillos de los sepulcros megalíticos estén orientados al levante, si bien hay excepciones. El sepulcro de corredor de Torrubia "mira" al NE hacia las sierras de Fuencaliente, y, no sé si es significativo o no, mas este dolmen de las Aguilillas, que también tiene esas sierras plagadas de pinturas esquemáticas en el horizonte, está orientado en una dirección opuesta a ellas. Quizá la orientación del pasillo esté determinada por el afloramiento granítico.
     Como buen monumento megalítico sus paredes están formadas por grandes (mega) piedras (lito) denominadas ortostatos (por cierto, que es una palabra que no consta en el DRAE; pues tiempo han tenido los reales académicos de incluirla, porque designa algo en concreto que en español no tiene otro nombre). La pared oeste está formada por tres ortostatos:


El ortostato del NW no está alineado con los otros dos, sino ligeramente acodado con el peñasco. No es lo más común en la comarca, donde lo más frecuente es encontrarse la pared oeste (la opuesta al pasillo), formada por un único ortostato.
       La pared sur:


está formada sólo por dos ortostatos, uno de los cuales mide 206 cm de longitud, 130 cm de altura y 28 cm de grosor (que a razón de unos 3,2 kg por decímetro cúbico de granito suponen unos 2.400 kg).
     La pared oeste consta un ortostato junto al que se abre el pasillo de acceso:



     Tomando el ortostato oeste como referencia, el pasillo tiene 52 cm de anchura. (También es frecuente que los pasillos de los dólmenes sean muy estrechos; una vez leí una interpretación sobre esto, se consideraba que fueron hechos así no para que no se accediera fácilmente a ellos, sino al contrario, para que los que estaban dentro tuvieran difícil la salida. No sé si es plenamente atinado, pero desde luego que es sugerente.)
     En el interior de la cámara se encuentran dos paramentos, uno de ellos fracturado, que creo que corresponden a la pared norte:


     Lo más significativo del monumento megalítico es el grueso peñón del que toma el nombre:

 



     Sus dimensiones son 4,90 m de ancho por 3,80 m de alto y un grosor máximo de 1,6 m. Realizando la misma operación que antes, para una densidad media de 3,2 kilos por decímetro cúbico de granito, el peso aproximado del peñón es de 95 toneladas. Es de granito rojizo, y se apoya sobre otro afloramiento de roca plutónica de la misma naturaleza. Es difícil de determinar, pero creo que el peñón formó la tapa del dolmen, pues los ortostatos caídos en el interior de la cámara fueron parte de la pared norte, sobre la que se sitúa el peñón.
     También es muy particular de este gran dolmen que "adosado" a él, apoyándose en la pared norte y el pasillo, se encuentra otro pequeño dolmen de 2,6 m de longitud por 1,5 m de ancho:


    En este caso su pasillo sí está orientado plenamente a 90º E. Como su "hermano mayor" una gruesa piedra lo tapaba, estando, igualmente, volcada hacia su cara norte.

     Siguiendo las enseñanzas de Mimí Bueno revisé concienzudamente las paredes del interior de la cámara, buscando algún tipo de manifestación artística (pintura o grabado), pero llevando, quizá, varios miles de años al descubierto, una profusa capa de líquenes cubre por completo las caras de los ortostatos. Fue descubierto y explorado por Ángel Riesgo en septiembre de 1925, y, como era lo normal en ellos, contenía una serie de objetos que los especialistas llaman "depósito ritual" o "ajuar", pero que, por sus características peculiares, merecen una entrada posterior para ellos. Quedémosnos ahora sólo con el paisaje de su continente:








domingo, 23 de marzo de 2014

"Chiquillos, y pollos, muchos; por los que se 'esgracien'." (Epidemias de viruela en Villanueva en el siglo XIX.)

     Para los estudios demográficos del periodo preestadístico, anterior a la implantación del Registro Civil en 1871, los registros parroquiales son la principal fuente de información. En lo referente a la mortalidad, los libros de defunciones se inician en Villanueva de Córdoba en 1726, mas no fue hasta 1801 cuando se comenzó a anotar en ellos a los "párvulos", a los menores de siete años, por lo que no es hasta este año cuando se puede empezar a elaborar tasas e índices de mortalidad fiables. Y más cuando eran las edades infantiles las que más surtían a la barca de Caronte, como reflejaba la antigua sentencia de mi pueblo con la que se titula la entrada (por cierto, en la más pura línea de Marvin Harris).
     En mayo de 1838 el Obispado de Córdoba emitía una orden por la cual debían de inscribirse en el Libro de Entierros de cada iglesia las defunciones de un modo más detallado, incluyendo el motivo de la muerte. Esto abrió la puerta al estudio de las causas de las defunciones de la población, aunque no es posible plenamente. Hay que comprender los conocimientos y los medios de la época, y así en muchas ocasiones no se reflejaba cuál había sido la causa primaria del óbito, sino algún síntoma muy evidente, como "anasarca" o "perlesía". En otros casos no había duda alguna de cúal había sido el origen, como la viruela; son las epidemias de esta enfermedad durante el siglo XIX en Villanueva de Córdoba lo que se analizará a continuacion.
     Como es sabido, la viruela fue una enfermedad virul aguda muy contagiosa que ha sido erradicada del planeta. Se caracterizaba por una alta fiebre, postración y toxicidad, aunque lo más manifiesto era una erupción que afectaba sobre todo a la cara, palmas y plantas de los pies, que daban paso a pequeñas pústulas que podían sobreinfectarse por bacterias, y que en la convalecencia producían costras y cicatrices permanentes. Un gran peligro para su transmisión es que los enfermos podían contagiarla desde el tercer día, cuando aún las erupciones no eran visibles.
    También es de sobra conocido que la erradicación de la viruela fue un gran triunfo de la medicina preventiva. Fue el médico inglés Edward Jenner en 1796 quien observó que las personas que habían sido afectadas por la vacuna (una enfermedad de las vacas y a veces de las personas) eran inmunes frente a la viruela. Primero inoculó a un niño el fluido de la ampolla de vacuna de la mano de una lechera, y unos meses después la propia viruela: el niño no contrajo la enfermedad (por suerte para él). El método recibió el nombre de "vacuna".
     A España llegó pronto la noticia, que contó con el apoyo de la Corte, pues había afectado a la propia familia real y, antes, el hijo del primer Borbón, Luis I, había muerto también por la viruela. Un médico de la Corte, Francisco Javier Balmis, emprendió una travesía para propagar la vacuna por las colonias hispanas en 1803. La Real Resolución de 20 diciembre 1804 (publicada el 26 enero 1805) marcaba como objetivo "generalizar la inoculación de la vacuna en la Península", iniciándose una legislación encaminada a conseguir ese fin, aunque sin mecanismos que controlasen su obligatoria implantación. 
     Con el feliz convencimiento de los políticos españoles de que la legislación hace cambiar a la sociedad, emitieron leyes regularmente respecto a la vacunación que no se podían llevar a cabo por no contar con una infraestructura para ello, ni intentaron crearla. Las autoridades locales, en quienes recaía en buena parte la responsabilidad de la salud pública, tampoco tuvieron los medios suficientes. Además, para mucha parte de la población aquello de "medicina preventiva" sonaba muy raro y hubo grandes reticencias contra la vacunación, aunque sin llegar a movimientos organizados en su contra como ocurrió en otros países. Consecuencia de todo ello es que en España se tardó más de un siglo en que se implantara una vacunación masiva y eficaz.
       Durante el siglo XIX hubo en Europa tres brotes de viruela: 1824-1829, 1837-1840 y 1870-1874, que afectaron a la población de Villanueva de Córdoba. Sobre la primera, escribía Ramírez y las Casas-Deza en su Topografía médica del Partido Judicial de Pozoblanco, de 1839: "En Villanueva de Córdoba ha estado tan descuidada [la vacunación] que en el otoño de 1833 han fallecido cerca de mil infantes, y aún algunas personas mayores, a causa de la preocupación de aquellos habitantes contra la vacuna". Pero los registros parroquiales no refrendan que la epidemia se produjera ese año, que tuvo una Tasa Bruta de Mortalidad (TBM) del 31 por mil, inferior a la media. Las tasas e índices de mortalidad de 1827 (que se reflejan en una tabla infra) son similares a los de 1839 y 1874, años en los que sí están comprabadas documentalmentes las epidemias de viruela, por lo que presumo que fue en el año 1827 cuando tuvo lugar la epidemia que cita Casas-Deza (aunque no murieron mil infantes, los muertos menores de cinco años, por todas las causas, fueron 180, aunque sí es posible que hubiese un millar de afectados por la viruela, pues su letalidad -número de muertos entre los afectados- era del orden del diez por ciento).
     La primera epidemia de viruela que está documentada expresamente en los registros parroquiales de Villanueva de Córdoba fue la de 1839. Este año murieron en esta localidad 139 personas por la viruela, sobre todo entre los meses de agosto, septiembre y octubre. De ellos, 129 tenían 5 años de edad o menos; sólo murieron cuatro adultos, todos varones, de 46, 40, 21 y 18 años. En total, hubo 322 muertes en 1839, frente a una media de 191 anuales para el periodo 1839-1865.
     En 1847 se produjeron 27 muertes por viruela, y 17 en 1848, hasta la última gran epidemia de 1874. Hubo ese año en Villanueva 102 defunciones por este motivo, de los que sólo diez tenían más de veinte años. La tasa bruta de mortalidad ascendió ese año a 56 por mil, igual nivel que en 1839. 
     La última epidemia de 1874 movilizó sin duda a las autoridades locales de Villanueva de Córdoba. Años después escribía el Jefe de Sanidad local en un semanario de la localidad: “En este pueblo, por ya antigua atención prestada por los médicos y por la autoridades a la práctica de la vacunación, proporcionando el Ayuntamiento gratuitamente el virus necesario, y prestándose los titulares a la vacunación gratuita de todo el vecindario, se ha creado un hábito, en este particular, y por solicitudes de todo el pueblo, son numerosísimas las vacunaciones y revacunaciones que todos los años se hacen y que han determinado defensas perfectamente demostradas en los amagos de invasión de esta enfermedad ocurridos en la primavera y el otoño de 1912, de que sólo fueron víctimas los individuos que, sin ser naturales del pueblo, las padecieron importándolas de pueblos limítrofes” (Alejandro Yun Torralbo, "Enfermedades evitables", Escuela y Despensa 16, 16 agosto 1913).


     Estas epidemias de viruela de 1827, 1839 y 1874 no son extrañas en absoluto dentro del contexto histórico de la mortalidad en nuestro país. Aunque, como se apuntó antes, en España se intentase promover la vacunación contra la viruela desde principios del XIX, tanto a los recién nacidos como a escolares y a los soldados, la legislación se convirtió en papel mojado. En la capital cordobesa la viruela siguió siendo causa de numerosas muertes en los tres primeros cuartos del siglo XIX, hasta que la epidemia de 1871-1875 motivó que las autoridades se tomaran en serio la vacunación. En Córdoba en 1871 murieron 429 personas a consecuencia de la viruela (L. Palacios, 1986, 22). En 1904 se registra la muerte de dos hermanos, y en 1917 se extiende el miedo al morir varias personas al día. El 22 de abril de 1907 se creó en Córdoba el Instituto Municipal de Vacunación.
    La viruela siguió causando estragos en lugares en teoría bien acondicionados sanitariamente, como Madrid: esta enfermedad provocó el 7,26 % de las defunciones ocurridas en 1900 (Ricardo Revenga, 1901, 36). En el primer decenio del siglo XX la viruela causó en dos años 11.744 defunciones en toda España (Opisso Viñas, 1908, 205), cuando hacía ya treinta años que en Villanueva de Córdoba la prevención básica, la vacunación, había desterrado esta terrible amenaza.
    La distribución de la mortalidad por grupos de edad difería considerablemente según la enfermedad. El “cólera morbo asiático” afectaba más a los adultos que a los niños: en la epidemia de cólera de 1855 la localidad madrileña de Torrelaguna perdió el 30% de la población. En octubre murieron 385 “adultos” y 63 “párvulos” (Pérez Moreda, 1980, 397). En cambio, como sabemos, la viruela era entonces una enfermedad típicamente infantil.
    Esta diferencia de la estructura de la mortalidad por edades entre el cólera y la viruela tiene una fácil explicación desde una perspectiva ecológica: la viruela era una enfermedad endémica en España, que periódicamente afectaba a la población; el cólera fue una epidemia en “tierras vírgenes”, en una población de personas que nunca habían tenido contacto con ese germen patógeno. La misma viruela es un magnífico ejemplo de esta diferencia, pues, según el lugar, tuvo distinto comportamiento.
   En la epidemia de viruela de Villanueva de Córdoba de 1839 el 92,8 % de las defunciones responsabilizadas a ella tenían menos de siete años. Como las defunciones infantiles no se comenzaron a anotar hasta 1801, no sabemos qué incidencia tuvo la viruela en la mortalidad del siglo XVIII, pero es lógico pensar que si los hermanos mayores de los niños que fallecieron, o sus padres y abuelos, se salvaron de la infección de la viruela es porque ya la habían padecido anteriormente, quedando inmunes para posteriores epidemias.
    Pero, como recoge Vicenta García Chicano, cuando el virus de la viruela llegó con los españoles al Nuevo Mundo, en 1519 hubo “una pestilencia de viruelas en los dichos indios, y no cesa, en que se han muerto y mueren hasta el presente quasi la tercera de los dichos indios”. Como en la Guerra de los mundos de H.G. Wells, los microorganismos patógenos fueron eficazmente letales, contribuyendo decisivamente a la conquista (los "granos de los dioses" -la viruela- llegaron a los Andes antes que Pizarro). En Islandia en 1707 una epidemia de viruela ocasionó 18.000 muertes en una población de 50.000 personas, es decir, el 31 por 100 de habitantes (la mortalidad de 1839 y 1874 en Villanueva, con las epidemias de viruela, supuso la muerte del 5,6 por 100 de la población jarota; la diferencia es notable). Estos casos de la viruela en América e Islandia son ejemplos de epidemias en tierras vírgenes, que evolucionan de manera diferente a cuando tienen lugar en poblaciones que ya han estado expuestas a la enfermedad durante varias generaciones. Las epidemias en tierras vírgenes tienen una mayor virulencia y afectan más a los adolescentes y adultos jóvenes. Si la misma epidemia se produce en una población endémica los más afectados serán los niños (Burnet y White, 1982).
    Volviendo a la incidencia de la viruela en Villanueva de Córdoba durante el siglo XIX, se produjeron por esta causa 295 defunciones en total. A pesar de su terrible fama no fue la más letal, pues la difteria (también llamada entonces garrotillo, catarro sofocante, croup, laringitis o angina pseudomembranosa o diftérica) provocó durante el mismo tiempo 483 muertes, el 91% de ellas en niños menores de siete años. Y, año tras año, las diarreas infantiles fueron las responsables del mayor número de muertes entre los niños. "La mayor parte de la mortalidad infantil se debe a afecciones del aparato digestivo; esas enfermedades se producen haciendo tomar a los niños que aún lactaban caldos sustanciosos, grasas, migas de pan impregnadas en salsas picantes, vino, verduras, legumbres y aun embutidos y gazpacho". Al no poderse digerir este alimento por el estómago del lactante, si no es expulsado por el vómito, se fermenta y al pasar a los intestinos los infecta y "sobrevienen esas terribles enterocolitis que arrebatan en poco tiempo millares de seres" (Opisso Viñas, 1908, 208). De las 12.211 defunciones que tengo detalladas del siglo XIX en Villanueva de Córdoba, 1.852 (15%) corresponden a diarreas de niños menores de dos años.
     Con estas cifras era normal que las familias se plantearan tener muchos chiquillos, porque las posibilidades de que se esgraciaran eran muy altas: durante el siglo XIX, la mortalidad proporcional de menores de cinco años (el porcentaje de defunciones entre este grupo de edad respecto a la mortalidad conjunta) fue del 47,89%; o lo que es lo mismo, sólo uno de cada dos niños nacidos llegaba a cumplir cinco años.

jueves, 13 de marzo de 2014

El santuario rupestre de Sibulco (Célticos por los Pedroches, III)

Perdido entre el arroyo el Valle, de solitarias y abruptas márgenes, y el camino arenoso de la Loma de la Higuera, se encuentra en los matorrales serranos, en uno de los bravos parajes de la Sierra Morena, el arcaico castillo de Sibulco, de ciclópeos muros, que han persistido desafiando la inclemencia de los tiempos; resto venerable por sus años, bajo cuyas murallas y recintos destruidos acaso se ocultan claves de las incógnitas de que se halla plagado el albor de la historia de España(Carbonell, 1926, 478-479).


       Hace un año mi movilidad estaba bastante reducida, y disponiendo de tiempo de sobra surgió la idea de crear este blog de historia de los Pedroches, el cuadrante nororiental de la provincia de Córdoba. El motivo básico ya se expuso, el desinterés de los investigadores por esta zona al considerar que los yacimientos del norte cordobés son muy inferiores, en cantidad y calidad, a los de la Campiña y Subbética. Es cierto que en el Neolítico, Bronce o Roma éstos son mucho más abundantes y ricos, pero hay periodos (Calcolítico, Hispania Tardía) en que los yacimientos de los Pedroches son muy superiores a los de sus homólogos del sur cordobés. Y existen otros que son únicos en la antigua Bética y que, cualitativamente, no tienen nada que envidiar a un santuario ibérico. No se trata de ir contra nadie, sino de vindicar lo propio; el ninguneo, debido al desconocimiento e injustificado, molesta.
       Para celebrar el primer aniversario traemos al blog uno de estos yacimientos; en puridad, no es una novedad, pues ya fue publicado en 1926, pero sí es una primicia su interpretación, de lo que se trata: un altar rupestre de sacrificios: Sibulco
       La primera vez que vi el castillo de Sibulco fue hace 33 años. El lugar forma parte del límite entre dos grandes propiedades, las Pilillas y la Loma de la Higuera. El cerro en el que se se levanta Sibulco


se encuentra en el término municipal de Montoro (Córdoba), a unos 22 km -en línea recta- al NW de esta localidad y a 18 al SE de Villanueva de Córdoba. A un kilómetro y medio al este discurre el camino viejo entre Montoro y Villanueva por la Loma de la Higuera, coincidente con la calzada romana que unía las localidades de Epora y Solia (Majadaiglesia, El Guijo)
       A los pies del cerro discurre el arroyo de igual hidrónimo, Sibulco (afluente del arroyo del Valle, tributario a su vez del Arenoso y éste del Guadalquivir por su margen derecha), que lo bordea al norte y al oeste, siendo la cara de poniente la que presenta una orografía más abrupta. A unos doscientos metros al NE de la cúspide del cerro existe hoy en día una fuente con agua todo el año, en un pequeño regajo procedente de las Pilillas (este topónimo, las Pilillas, proviene de las sepulturas excavadas en la roca existentes en el lugar, por su similitud con las pilas de piedra que sirvieron tradicionalmente para lavar la ropa en los Pedroches).
       Administrativamente, Sibulco se encuentra en el término de Montoro, mas entendemos que se sitúa en esa porción serrana de ese municipio que, administrativamente dependiente del mismo desde época romana, se agrega desde un punto de vista ecológico, geográfico, económico, demográfico e histórico a la comarca natural del NE cordobés, los Pedroches, y que se caracteriza por el plutón granodiotírico que la surca. Es por tanto en este ámbito donde debe estudiarse este yacimiento, más que en atribuciones basadas en las delimitaciones territoriales actuales. Precisamente, si su nombre, Sibulco, se mantuvo a lo largo de los siglos fue porque "desde el norte al él llegaba la tierra explotada por los hombres, y gracias a ello pudo conservarse al menos el nombre de aquel montón de ruinas ciclópeas hasta nuestros días" (Carbonell, 1926, 475.
       El lugar perteneció a los bienes comunales de Montoro hasta las desamortizaciones civiles de mediados del XIX, por medio de las cuales grandes extensiones de los mismos pasaron a manos de propietarios de Villanueva de Córdoba. Es a partir de este momento cuando se ponen en cultivo, empleando la misma técnica que se había empleado durante siglos en los Pedroches: adehesamiento mediante el descuaje del matorral para favorecer la producción de pastos. Con esto se conseguía un aprovechamiento múltiple agro-silvo-pastoril.
       Hasta entonces fue un bosque mediterráneo en pleno clímax, como muestra la observación realizada en las libretas de campo de los trabajos topográficos realizados en 1871 para elaborar el primer mapa a escala 1:50.000 de España. Al realizar la medición del arroyo de Sibulco, el operador, Topógrafo 2º Bernardo Maté, comentaba: "Este regajo es de muy poca importancia y no ha sido posible llevar el itinerario por su orilla por inaccesible y por el mucho monte, y sólo se ha hecho por indicar la dirección".




(Trabajos topográficos en el término de Montoro; Cuaderno nº 2, Zona nº 5, itinerario 6. Fechado el 25 abril 1871. I. G. N.)

       La primera referencia sobre el yacimiento de Sibulco es de 1926, y procede del incansable ingeniero de minas Antonio Carbonell Trillo-Figueroa, quien observó que el nombre que daban los lugareños al “Castillo de Sibulco” no coincidía con el topónimo que figuraba en la primera edición de 1893 de la hoja 882 a escala 1:50.000 del Instituto Geográfico y Estadístico, “Sibusco”, (errata que se ha mantenido en las sucesivas ediciones cartográficas). Desde entonces la erosión, la instalación de mallas cinegéticas y la repoblación de pinar en la posguerra han alterado la fisonomía del lugar desde que lo visitara Carbonell, por lo que es pertinente utilizar los croquis que realizó.


(Castillo de Sibulco. Según A. Carbonell, 1926, 470.)

       Carbonell nos describe un cerro fortificado, con defensas constituidas por cuatro recintos amurallados de fisonomía irregular, ya que su construcción se encuentra determinada por la morfología del terreno, aprovechando los escarpes naturales y completando la obra con lienzos de murallas compuestos por grandes bloques de granito colocados en seco y calzados con otros más pequeños. Definía a estas murallas como "ciclópeas", y esa es la impresión que dan, pues hay bloques de granito canteados de dos metros de longitud y un peso aproximado de 7,5 Tm. 





        Las diferencias constructivas entre los distintos recintos son ostensibles. Los dos más alejados de la cúspide del cerro (de unos 70 y 45 m de lado, respectivamente), parecen "más bien cercas defensivas que elementos amurallados propiamente dichos... Por el contrario, los amurallamientos del primeros y del segundo recinto aparecen claros" (Carbonell, 1926, 471).


(Planta del castillo de Sibulco. Según A. Carbonell, 1926, 474).

       En la cúspide del cerro aflora un potente canchal granítico diaclasado labrado por la mano humana que, por su singularidad, merece un tratamiento aparte. Veamos ahora la interpretación del lugar y su encaje con los datos y procesos históricos que conocemos, comenzando por el propio nombre.

Etimología.
       El vocablo Sibulco es indudablemente de origen indoeuropeo. Un gran lingüista, Antonio Tovar, consideró que proviene del vocablo celta olca, "tierra de labor". Según el especialista Jaime Díez Asensio (1994, 84) está relacionado con el elemento indoeuropeo -olka, derivado de la raíz *qwel-, con idea de "terreno cercado, dehesa", vinculado con el significado del antiguo término castellano huelga, "terreno acotado junto a la vivienda". El término "dehesa" tiene el mismo origen: derivado del vocablo latino tardío "defensa", implica un terreno acotado y aclarado de matorral para dificultar los ataques por sorpresa de enemigos y poder practicar labores agrarias con mayor facilidad y seguridad por la cercanía. Se coincide en un origen etimológico indoeuropeo (recordemos que uno de los escasos grupos de lenguas que no pertenecieron al gran tronco indoeuropeo fue el de las ibéricas del sur y levante peninsular).
       Topónimos relacionados con el elemento –olka son Obulco (Porcuna, Jaén), Octaviolca (Cantabria) y Titulcia, cerca del río Tajuña. También aparece en el étnónimo Olkades. Este pueblo, extendido por las estribaciones meridionales del Sistema Ibérico, es citado por Polibio (III, 33,9) entre las tropas mercenarias indígenas de las guerras púnicas (Las tropas que pasaron a África la proporcionaron los tersitas, mastianos, oretanos, iberos y ólcades…”), y fueron los primeros en ser atacados por Aníbal en el 221 a. C. antes de su campaña contra Sagunto (Tito Livio, XXI, 5, 3). La ciudad de Ilurco (Cerro de los Infantes, Pinos Puente, Granada) situada por Plinio (NH III, 10) en la Bastetania, puede adscribirse también a esta etimología. Relacionados con este mismo radical, Julio César (BG VI, 24, 2; VI, 31, 5) nombra en la Galia a los volcas tectosages, que se establecieron en la orilla germana del Rin, y a Catuvolco, rey de los eburones.
       En cuanto al primer elemento del nombre, Si-, en el ámbito turdetano hay abundantes nombres iniciados en Sis-, como la ciudad de Sisapo. Pero al carecer de la segunda ese me planteé si tal vez podría derivar de la raíz indoeuropea *segh- "vencer" / *seghos- "victoria", y que en la Galia y Germania produjo topónimos con base *Sieg- "victoria". (El hidrónimo Singilis, procede de la misma raíz.) Le planteé esta hipótesis a don Jaime Díez Asensio y, sin que me la confirmara, al menos no la consideró radicalmente descabellada. Si esto fuera así, podríamos traducir a Sibulco como "Dehesa de la Victoria".

Recinto fortificado.
       Las imponentes murallas son, a primera vista, lo más característico de Sibulco. En las alineaciones de las construcciones se aprovecharon los elementos naturales del terreno, que en algunos lugares condicionaron la construcción. La obra de la naturaleza se completó en los lugares más expuestos con paramentos compuestos por grandes elementos, sin cemento ni mezcla alguna entre ellos. 



       Construcciones de este tipo son frecuentes en la antigua Bética, y su origen es bastante controvertido. Para algunos autores estos recintos coinciden básicamente con las turres Hannibalis citadas por Plinio (NH II, 181), y que habrían sido tomadas por los indígenas de los púnicos, quizá con el objetivo de proteger el tránsito minero. Para otros, los nativos habrían tomado estos modelos "ciclópeos" de la arquitectura griega (Vaquerizo, 1999, 31-33; 49-52). Tras estudiarse algunos recintos de este tipo en el sur de la provincia de Córdoba se consideró que fueron realizadas hacia los siglos IV-III a.C. por pueblos iberos indígenas, aunque quizá fueran reutilizados por los cartagineses (J. Fortea y J. Bernier, 1970). Sin embargo, investigaciones posteriores vinieron a indicar la inexistencia de este tipo de recintos fortificados durante el horizonte ibérico pleno de mediados del siglo V a finales del IV a.C., y los trasponen a épocas anteriores o posteriores, bien al siglo VI a.C. o incluso a época romana, estando en relación con la actividad minera (P. Ortiz y A. Rodríguez, 1998, 270; A. Rodríguez y P. Ortiz, 1989, 62).
       En El Higuerón (Nueva Carteya, Córdoba) se apreciaron dos recintos, uno exterior (que podría ser según unos del 400 a.C., y para otros de finales del siglo VI o comienzos del V a.C.), y otro interior con sillares almohadillados, fechado en la segunda mitad del siglo I d.C. De todo lo expuesto se desprende que existen dos momentos diferentes en la construcción de este tipo de recintos formados por grandes mampuestos, y que no son pertinentes las generalizaciones sobre su origen basándose sólo en el aspecto ciclópeo de la construcción.
       Fuera construido por los tartesios, iberos, púnicos o romanos, el "castillo" de Sibulco continuó siendo usado en el periodo de la Hispania Tardía. En la zona de la Loma de la Higuera Riego localizó una treintena de sepulturas en diez agrupaciones, de podrían haber correspondido a otros tantos pequeños pagi. No fueron las únicas sepulturas encontradas en la zona, las tapas de otras fueron empleadas para formar pesebres para el ganado:


(M. Aulló, 1925, lámina XVI.)

       También de la Loma de la Higuera procede la lucerna tardoantigua conservada en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
       Isidoro de Sevilla explicaba en sus Etimologías (XV, 2, 1 y ss.) que existían distintas unidades de poblamiento en el ámbito rural:
* Los castra (castros), lugares en alto con defensas militares en los que residían los soldados.
* Los castella (castillos), con características semejantes pero de menor tamaño, y con derecho restringido de residencia.
* Los oppida o plazas fortificadas, donde los pueblos guardaban sus riquezas; no tenían, sin embargo, el estatus jurídico de las ciudades.
* Los vici (aldeas), sin murallas, compuestos por casas y calles.
* Los pagi, población diseminada en caseríos, que sería la forma de vida más común en los campos.
       Por las inmediaciones de las Pilillas y la Loma de la Higuera son perceptibles villares de buen tamaño, restos de hábitat antiguos de edad y categoría desconocida. Por la documentación de Riesgo podemos dar por supuesto la existencia de un número relativamente considerable de pagi, que habrían tenido en Sibulco su punto fuerte donde guarecerse o poner a salvo sus pertenencias en situaciones bélicas, aunque ignoramos cuál pudo ser su estatus jurídico. 

El santuario rupestre.
       En la cúspide del cerro aflora un gran canchal de granito, "encima del cual hay una especie de sitial, toscamente labrado, como puesto de vigía de aquella toca obra defensiva" (Carbonell, 1926, 478), con cuatro escalones tallados en un gran peñasco redondeado por la erosión.




        Frente a él, y a un par de metros, sobre otro risco similar, hay unas oquedades que, aunque bastante erosionadas, son de clara factura humana:



       La escalinata está orientada en dirección este-oeste, a poniente las escaleras y a saliente las oquedades.
       Si digo que se trata de un altar rupestre no es porque me parezca así, sino porque esta estructura es idéntica a la del santuario de Panóias (Vila Real, Tras os Montes, Portugal), lugar que puede ser considerado como el paradigma de espacio sagrado al aire libre entre los pueblos indígenas del tronco indoeuropeo de la Hispania Antigua:

(Altar rupestre de Panóias. En M. Bendala Galán, 2000, 279.)

       El santuario de Panóias esta formado por un gran roquedo con dos plataformas unidas por una rampa y que, al igual que en Sibulco, presenta una escalera tallada en el peñón y unas cubetas y cavidades excavadas en la roca. En el lugar aparecieron cinco inscripciones (CIL II 2395 a-e) dedicadas a inicios del siglo III d.C. por G. C. Calpurnius Rufinus, ciudadano de clase alta (uir clarissimus), a numerosas dividinades, entre ellas al egipcio Serapis, cuyo culto mistérico acaso se acoplara, mediante un proceso de interpretatio, con la concepción de las divinidades indígenas adoradas tradicionalmente en el lugar, denominadas Lapiteae. Tres de estas inscripciones hacen mención a un templum, y no quedando vestigio alguno de ninguna edificación, A. García y Bellido supuso que con tal término se designase al conjunto, por el ser el vocablo que mejor se adaptase a espacio consagrado a los dioses.
       A tenor de una de las inscripciones halladas en él (CIL II 2395 e), parece que quedan pocas dudas de la función sacrificial del altar rupestre y de las cubetas de Panóias:

(Diis?…)
Huius hostiae quae ca
dunt hic inmolantur extra intra quadrata
contra cremantur
in quo hostiae uoto cremantur
sanguis laciculis iuxta
superfu(nd)itur.

A los dioses y diosas de este recinto sacro. Las víctimas que se sacrifican se matan en este lugar. Las víctimas se queman en las cavidades cuadradas enfrente. La sangre se vierte aquí al lado sobre las pequeñas cavidades…”. El humo llevaba las ofrendas a los dioses celestes, mientras que la sangre se infiltraba en el suelo para llegar a los ctónicos. Todos contentos. Explica Francisco Marco Simón (1994, 368) que "el término hostiae sirve para designar a ofrendas expiatorias a los dioses, para distinguirlas de las uictimae, que son ofrendas de acción de gracias".
     A partir de esta inscripción de Panóias, cabe asignar este tipo de santuario rupestre a las prácticas sacrificiales. El sacrificio, entendido como una acción ritual que conlleva la destrucción de un ser vivo, tiene dos caras: la ofrenda a la divinidad y la pérdida material de lo que se ofrece. Su carácter e interpretación está en función de los distintos marcos sociales en los que se produce: en los que prevalecen las estructuras de comunicación con el mundo sobrenatural el sacrificio tiene un carácter de intercambio; en cambio, en aquellos otros en los que dominan las estructuras de subordinación al otro mundo, el sacrificio puede entenderse como un acto de sumisión a los dioses.
     En opinión de Manuel Bendala Galán, "en general, las ceremonias sacrificiales, que son una constante en las culturas antiguas, generalmente de animales, debían de tener en los ambientes indoeuropeos o célticos, incluidos los hispanos, su lugar principal de ejercicio  en santuarios al aire libre con afloramientos rocosos, adaptados como grandes altares naturales con escaleras talladas en la roca y pilas para contener los miembros o sangre de las víctimas" (Bendala, 2000, 280). Sibulco cuenta con esas mismas escaleras y cubetas.
     Los altares rupestres son especialmente frecuentes en el NW peninsular; también pertenecen a este tipo la denominada "Silla de Felipe II" de El Escorial o el de Ulaca (Solosancho, Ávila), éste en el interior del asentamiento.


(Altar de Ulaca. http://www.celtiberia.net/imagftp/ulaca_Altar.jpg )

      Esta forma de santuario rupestre al aire libre, con plataformas en distintos niveles y cavidades excavadas en la roca, ha sido relacionada con cultos fisiolátricos que, según Martín Almagro-Gorbea (1992, 8), formaron parte de las creencias y ritos de los pueblos indoeuropeos peninsulares que denomina "protoceltas", pues tienen claras similitudes con los pueblos célticos hispanos "clásicos", si bien de carácter más arcaizante y cronológicamente anteriores al desarrollo y expansión celta.
       En definitiva, Sibulco constituye un espectacular yacimiento, más que por su recinto amuralladado por su altar de sacrificios, del que no tengo conocimiento que haya otro similar en Andalucía. Tenía razón don Antonio Carbonell, Sibulco puede despejarnos algunas incógnitas de la protohistoria del NE cordobés.




sábado, 8 de marzo de 2014

Noci: de Lombardía a la Jara

       Es difícil conocer el origen de los apellidos. "Sánchez", "Fernández" o "Díaz" son de origen patronímico,  y es indudable que hubo un número indeterminado de "Sanchos", "Fernandos" o "Diegos" que dieron lugar a esos apellidos. Esto quiere decir que no todas las personas con apellido "Sánchez" están emparentadas entre sí, que pertenecen al mismo linaje, sino a múltiples de ellos. (Se entiende por linaje la ascendencia y descendencia de una persona determinada, por lo que linaje y apellido en absoluto son sinónimos.)
       Por ello, encontrar perfectamente documentado cómo surgió un apellido hace un par de siglos, que a la par coincide con un linaje, es una auténtica suerte. Es el caso del apellido "Noci", que a pesar de sus raíces italianas es genuinamente jarote (gentilicio de los naturales de Villanueva de Córdoba, por estar esta población en la gran Dehesa de la Jara, y haber sido conocida -aunque sin ser nunca el oficial- por el nombre de Villanueva de la Jara).
       Hacia 1725 llegó a Villanueva un matrimonio compuesto por Marco Antonio Julio Nuez y Magdalena Jiménez. Marco Antonio era hijo de Lucas Nuez y María de Rivas, y había nacido en la ciudad italiana de Cremona hacia 1690, por la edad que tenía cuando se hizo el Catastro de Ensenada.
       Esta ciudad está al sureste de Milán, en el valle del río Po que forma la Lombardía. Fue fundada como colonia romana en el siglo III a.C. para frenar el avance de los galos. La región fue invadida en el año 568 por un pueblo germano, los lombargos o longobardos, que le dieron el nombre. Su duomo o catedral de Santa Maria Assunta es del siglo XII:

(http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/9a/Cremona_Duomo.jpg)

       En el año 2011 Cremona contaba con 72.179 habitantes. Si se ha hecho mundialmente famosa es porque fue la cuna de varias familias de luthiers que construyeron algunos de los mejores instrumentos de cuerda del mundo: Amati, Guarnieri y Stradivarius. De echo, Marco Antonio Julio Nuez y Antonio Stradivari fueron contemporáneos.
       El Milanesado perteneció a la monarquía española desde su conquista por Carlos V hasta el Tratado de Utrech (1713-1714), que daba fin a la Guerra de Sucesión y por el que pasaba al emperador de Austria. Quizá por ello Marco Antonio, o su familia, regresara a España, pues Nuez es apellido aragonés.
       Su esposa, Magdalena Jiménez, también era aragonesa, nacida en Villahermosa del Campo, en la comarca del Jiloca (al NE de la provincia de Teruel), a 956 m de altura; en el año 2012 contaba con 99 habitantes. Sus padres, Gerónimo Jiménez y María de la Sierra, también eran naturales de Villahermosa. Su iglesia está consagrada a Santa María Magdalena, el mismo nombre que la esposa de Marco Antonio:

(http://www.laspain.com/fotos-de/teruel/villahermosa-del-campo/3650.html#.UxuEBuN5OxA)

       Conocemos estos datos a partir de la partida de bautismo de uno de sus hijos, Gerónimo, nacido el 21 septiembre 1731 en Villanueva de Córdoba:


       Desconozco los motivos por los que el matrimonio pasó a residir en Villanueva. Un descendiente suyo, Esteban Noci (S.T.T.L.) me comentó que se mantuvo en la tradición familiar que estaban relacionados con la minería, y podría ser, pues una de sus hijas pequeñas se llamó Bárbara, nombre poco habitual en la época y que es precisamente la patrona de las actividades mineras. Sea como fuera, Marco Antonio y Magdalena se asentaron definitivamente en Villanueva, teniendo ocho hijos, desde el primero de ellos, Lucas, nacido en 1726, a la más pequeña, Antonia, que vio la luz en 1744.

       Como era frecuente en ese tiempo, algunos niños no llegaron a la edad adulta, muriendo en la infancia. Por ejemplo, el cuarto hijo del matrimonio, Juan, nacido en 1734, recibió "las aguas del socorro", es decir, que fue bautizado inmediatamente después de su nacimiento ante el peligro inminente de muerte. Por esta razón cuando nació otro varón cuatro años más tarde, le impusieron el mismo nombre, Juan.
       Vayamos al apellido. Nuez es un apellido aragonés, como se ha comentado, mas Marco Antonio nació en Italia, donde habría sido Noce. Tanto él como sus hijos aparecen en los registros de nacimientos y matrimonios con el apellido "Nuez", o sus variantes según los escribanos: "Noez" o "Nouez". Fueron sus nietos quienes italianizaron el apellido, transformándolo en plural, Noci (=Nueces). Por ejemplo, el primogénito del matrimonio entre Marco Antonio y Magdalena, Lucas, tuvo al menos dos hijas. La primera se casó el 10 octubre 1793 con Domingo Sánchez, y en los registros figura como María Josefa Noez. Su hermana, María Manuela, se desposó el 10 abril 1795 con Francisco Sánchez del Castillo, pero ya aparece registrada como María Manuela Noci.
       Las dos variantes del apellido, "Nuez" y "Noci" seguirán conviviendo en los primeros años del siglo XIX, pero a partir de estas fechas se va perdiendo la primitiva denominación "Nuez" para imponerse en toda la descendencia de Marco Antonio y Magdalena la que hoy se mantiene, Noci. Desconozco por completo las causas de este cambio, pero podemos barruntar alguna. Los nietos de Marco Antonio habrían sido sus "nuececillas", sus "Noci", y quizá porque su abuelo italiano los llamara así, así pasaran a llamarse. Igualmente se ha preservado el nombre propio “Jerónimo” (por la costumbre de poner a los nietos el nombre de pila de los abuelos), común en el linaje Noci, y que procede del suegro de Marco Antonio Julio Nuez.
       Según el Instituto Nacional de Estadística hay en España 304 personas con el apellido Noci. De ellas el 62% nació en la provincia de Córdoba, el 10,6% en la de Barcelona y el 7,5% en la de Madrid. Algo lógico, por el lugar de origen del apellido. Otras provincias con personas con este apellido son Alicante (3% del total del mismo), Álava (2%) y Valladolid (1,7%). Aunque no podemos dar por sentado que esas 304 personas desciendan todas de Marco Antonio Julio Nuez y Magdalena Jiménez, pues Noci es un apellido italiano y podría darse el caso de que alguna de ellas provenga de Italia. El único modo de comprobarlo sería ir remontándose hacia atrás en los antepasados de cada uno y corroborar si llegan a ese matrimonio. Aunque si una persona tiene de nombre de pila Jerónimo o Esteban, o tiene algún familiar con ese nombre, la relación con Marco Antonio Julio Nuez es prácticamente segura.

domingo, 2 de marzo de 2014

De Hermenegildo a Cervantes: el Camino Real de la Plata

       La red viaria histórica de una comarca o región se caracteriza por su dinamismo, por su capacidad de variar sus trazados para irlos acomodando a los distintos procesos y acontecimientos históricos que se fueron sucediendo. En el norte de la provincia cordobesa, el Camino Real de la Plata entre Córdoba y Toledo, por Adamuz y Conquista (PE2 en el plano siguiente) es auténticamente un arquetipo en este sentido.


(J. Palomo, 2012, 107)

       Fue usado en época romana y, sobre todo, en el periodo visigodo, mas tenía un grave problema estratégico: tras dejar la provincia de Córdoba al cruzar el río Guadalmez, su paso por La Garganta y El Horcajo (al sur de la actual provincia de Ciudad Real) podían convertirlo en una ratonera, por lo que un poco después, durante el Califato cordobés, se empleó otro (Camino del Armillat, PE1), paralelo al Camino de la Plata y a menos de dos leguas de él al saliente. Cómodo y práctico al transitar por el batolito de los Pedroches, el Camino del Armillat exigía unas importantes obras de infraestructura para ascender la sierra desde el valle del Guadalquivir; al derrumbarse el Califato, y derruirse los puentes del camino, fue abandonado.
       Tras la conquista de Toledo, la presión cristiana sobre el extremo nororiental de Córdoba se acentuó. En 1143 milicias de Toledo, Ávila y Segovia al mando de Munio Alonso derrotaban a los gobernadores almorávides de Sevilla y Córdoba; el nombre de este último habría dado lugar al topónimo actual del sitio donde tuvo lugar la batalla, Azuel (PE3). A mediados del siglo XII la ruta para dirigirse desde el Valle del Guadalquivir hasta el Tajo se desplazó hacia el oeste, por Pedroche (PW1, PW2). Pero la conquista de esta plaza por Alfonso VII en 1155 provocó que el trazado del camino se desplazara más al oeste aún, por la entonces Gafiq (y actual Belalcázar) (PW4).
       La conquista de Córdoba en 1236, y el desplazamiento de la frontera al sur de Córdoba, modificó de nuevo la red viaria. Se abandonó el camino de circunstancias por Belalcázar, a la vez que con la Mesta se incentivaba una antigua calzada romana que se tomó como parte de la Cañada Real Soriana Oriental de la Mesta (PW3Cñd). También se modificó en parte el camino de Córdoba a Pedroche (PW3), que compartía parte de su itinerario con la Cañada Real.
       A finales del siglo XIV el Concejo de Córdoba impulsó el tránsito desde su ciudad hacia Toledo por el camino mejor por ser el más corto y práctico, el Camino Real de la Plata (PE2), al no existir ya razones de tipo bélico que dificultaran su habilitación. Desde mediados del siglo XV fue la principal arteria de comunicación entre el centro de la Meseta y el Valle del Guadalquivir hasta 1773, cuando se promovió la comunicación entre la Meseta y el Valle del Guadalquivir por Despeñaperros. Profundicemos en la historia de este camino que "tenía la ventaja de seguir la línea más fácil y de menor resistencia aprovechando los pasos naturales, los terrenos abiertos y considerables espacios despoblados. Resultaban, de esta forma, 272 km de Córdoba a Toledo, mientras que por Bailén y Manzanares son 350. De Córdoba a Ciudad Real había 173 km, que por Montoro y Puertollano ascienden a 196 y se elevan a 265 km por Valdepeñas y Almagro" (J. Sánchez Sánchez, 2006).
       Quienes sólo emplean fuentes literarias reconocen su incapacidad para confirmar, o rechazar, que determinados caminos fueran empleados en tiempos romanos, pues es escasa la documentación que nos ha llegado de ese periodo. Pero existen otras fuentes de información, además de las textuales, como son la toponimia y la arqueología, y es por ellas por las que puedo afirmar que fue una calzada empleada, al menos, desde tiempos romanos y visigodos (digo "al menos" porque varios monumentos megalíticos -el sepulcro de las Aguilillas, los tholoi del Minguillo- están muy próximos a él).
       La primera de estas fuentes es el propio nombre, Camino de la Plata. En España son docenas los caminos que llevan este epíteto, "de la Plata". Fueron los arabistas quienes hicieron derivar el topónimo del árabe balat, pavimento de piedra, camino, calzada, y de hecho existen numerosos topónimos como Albalate, Albaralejo en castellano; Alvalade, en portugués; o Albalat, en catalán. No existe en castellano, sin embargo, el paso intermedio que debería haber sido "Albalata".
      En 1999 G. García Pérez y J. Rodríguez Morales demostraban, de modo independiente en la revista especializada en caminería antigua El Miliario Extravagante, que el origen etimológico del topónimo "de la Plata" era muy anterior a la invasión musulmana. Por ejemplo, Isidoro de Sevilla dice en sus Etimologías (XV, 16, 6): "Ipsa (strata) est et delapidata, id est lapidibus straba": La calzada está además empedrada, es decir, recubierta de piedras". Desde delapidata es más fácil pasar a de la Plata que desde el árabe al-balat, y más si está ausente el topónimo intermedio, Albalata. Por lo tanto, el topónimo "de la Plata" se corresponde con una antigua via romana.
       [Existen en el NE de Córdoba otros tres caminos que también tienen la misma denominación, "de la Plata", y que parten desde Montoro (la antigua Epora romana): el camino viejo de Villanueva de Córdoba a Montoro por la Loma de la Higuera; el camino de Pozoblanco a Montoro; y el camino de Montoro a Fuencaliente), que vendrían a corresponden con las calzadas que unieron a Epora con Solia, Epora con Baedro, y Epora con las numerosas explotaciones mineras de los actuales términos de Cardeña (Córdoba) y Fuencaliente (Ciudad Real).]
       Este Camino Real de la Plata conserva parte de su empedrado original en el Minguillo (al sur de Conquista), en Ventas Nuevas y en la Venta del Fresnedoso (después se verán las ventas que servían al camino en la Edad Moderna).
       Al norte del término de Adamuz, muy próximo a su linde con el de Villanueva de Córdoba, en Los Pobos, se encuentra una mina explotada en tiempos de la República romana, muy próxima al trazado del camino (J. García Romero, 2002, 130), que tenía en este camino la vía para dar salida a su producción.
       En la época romana habría sido una vía secundaria, pues la red viaria principal era de carácter periférico. La situación cambió cuando Atanagildo asentó la capital del reino visigodo en Toledo. La monarquía necesitaba de una vía que comunicara lo más rápidamente posible la capital con las importantes ciudades del sur como Córdoba y Sevilla, y más cuando éstas se habían mostrado insumisas a aceptar de buen grado el predominio político de los monarcas godos. Los cordobeses derrotaron al rey Agila (550) y resistieron varios ataques de Atanagildo (566-567), hasta que Leovigildo se apoderó de la ciudad en el año 572. Poco tiempo después Leovigildo le concedió el gobierno de la Bética a su hijo Hermenegildo, quien acabó rebelándose contra su padre apoyado por la aristocracia nativa de la región. Más que como conflicto religioso (que también lo hubo) cabe entender esta rebelión en clave de lucha por el poder: las élites hispanas preferían su propio autogobierno que el modelo de monarquía que pretendían los reyes godos. Hermenegildo fue derrotado y en el 584 se refugió en Córdoba. Su padre sobornó al comandante de las fuerzas bizantinas que se habían introducido en Córdoba y acabó aprisionando a su hijo.
       En estas condiciones, el Camino de la Plata adquirió un gran valor estratégico, e igualmente parece que ocurrió en los Pedroches, comarca escasamente poblada susceptible de un poblamiento que permitiera la producción de excedentes para el ejército, a la par que se convertía en un glacis defensivo frente a los imperiales bizantinos asentados en el sur peninsular. De los casi tres centenares de sepulturas del tiempo de la Hispania Tardía que Ángel Riesgo descubrió en los Pedroches, 177 se encuentran a menos de un par de kilómetros de este camino, entre Ventas Nuevas y el cerro de la Fresnedilla, es decir, en apenas una docena de kilómetros. Hay que destacar que las nueve sepulturas halladas en el Chaparral de Madueño (Adamuz), entre la Fresnedilla y Venta los Locos) se encontraban en el borde del mismo camino.
       Como esta calzada no fue recogida en la obra de E. Melchor Gil (1995) sobre vías romanas de la provincia de Córdoba, no es tenida en consideración por quienes se interesan por la cuestión, creyendo que el camino descrito por Idrisi a mediados del siglo XII (PE2) fue el único empleado por los romanos para ir desde Córdoba a Toledo. Pues no, hemos visto que hay evidencias de sobra del uso del Camino de la Plata por romanos y visigodos, pero en la Edad Media las circunstancias que mostrábamos al comienzo hicieron que dejara de emplearse hasta ser revitalizado a partir de finales del siglo XIV.
       En ese tiempo el Concejo de la ciudad de Córdoba promovió la comunicación entre su ciudad y Almodóvar del Campo y Ciudad Real, de modo que ofreciese la suficiente tranquilidad para sus viajeros. Para ello solicitó a Enrique III que no pagasen tributo alguno las doce ventas que quería instalar en el camino que conducía de Córdoba a Almodóvar del Campo y Villa Real (Ciudad Real), en los dos tramos del Villar y Adamuz. El rey accedió a esta petición el 17 enero 1394, que transcribo al castellano actual : "El Concejo y Alcaldes de la muy noble ciudad de Córdoba me enviaron decir que por cuanto los caminos que de la dicha ciudad van a Almodóvar del Campo y a Villa Real, uno por Adamuz y el otro por el Villar, son yermos, por lo que los arrieros que van por ellos van con temor porque son todos de montaña... [para] que los dichos caminos se poblasen, porque los que por ellos fueren hallen donde se acojan a viandas y lo que menester hubieren para ellos y para sus bestias, acordaron franquear a doce venteros para que estén en ambos los dos dichos caminos porque los tenga poblado" (F. Hernández, 1959, 50).
       El primero de ellos es el camino del que tratamos, el Camino Real de la Plata, por Adamuz y Conquista, que acabó imponiéndose como la principal ruta entre Córdoba y Toledo desde mediados del siglo XV. En una declaración de límites entre Obejo y Pedroche de 1477 se manifestaba que la linde iba en el año 1427 por "... el camino de Toledo que se seguía entonces y de allí a Cigueruela" (E. R. Quintanilla González, 2002, 114), de donde salía el camino hacia el Gahete (Belalcázar). La mención concreta al camino que se seguía entonces (1427) me parece esclarecedora: a comienzos del siglo XV se viajaba desde Córdoba a Toledo por el Vacar y Pedroche (PW3), siendo un trayecto ya en desuso en 1477. El Rey Católico viajó por el Camino Real de la Plata en 1482 para ir en auxilio de Alhama, y en 1508, con motivo de la disputa con el marqués de Priego "partió dicho monarca de Toledo el 28 de agosto, y fue por las Ventas, el Molinillo, Ciudad Real, Caracuel, el Pedroche, Adamuz y entró en Córdoba a 7 de septiembre" (F. Hernández Jiménez, 1959, 54-55).
       Partiendo desde Córdoba, se emprendía el cruce de Sierra Morena por Adamuz hacia el norte, y desde aquí hasta la siguiente población, Almodóvar del Campo (Ciudad Real) existían diecisiete leguas; de ahí la importancia que le dio el Concejo cordobés para promover la instalación de ventas, donde viajeros, arrieros y bestias pudiesen acogerse a viandas y a lo que menester hubieren. Conocemos los nombres de las ventas que había a mediados del siglo XVI gracias a la guía de caminos más antigua de España, obra de Pedro Juan de Villuga en 1546: "Repertorio de todos los caminos de España hasta agora nunca visto, en el cual hallará cualquier viaje que quiera andar, muy provechoso para todos los caminantes". En su camino nº 89, de Toledo a Córdoba, figuran en su Repertorio las ventas siguientes en el noreste cordobés:


       Con el tiempo, alguna de estas ventas desapareció (la Venta de la Cruz), surgiendo otras nuevas: en 1695 el vecino de Villanueva de Córdoba Francisco Muñoz Velasco se comprometió con el Correo Mayor de España en servir las postas que iban desde la Venta del Alcalde (en Ciudad Real) hasta la Venta del Puerto, con caballos, mulos, piensos, forrajes... De este hecho surgió Venta Velasco (no citada en el Repertorio de Villuga), entre las ventas de la Aljama y la de los Locos.
       En el cruce del Camino Real de la Plata con el que se dirige desde Villanueva de Córdoba a Cardeña y Azuel apareció la Venta del Cerezo, valorada en 1766 en 16.969 reales (J. Ocaña Torrejón, 1970, 12-14). En el siglo XVIII comenzaba la colonización por parte de los habitantes de Villanueva de Córdoba de los terrenos comunales pertenecientes entonces a Montoro, y que concluiría en 1930 con el nacimiento como municipio independiente de Cardeña y sus poblaciones anexas, Azuel y Venta del Charco.
       La vida en estas ventas quedó inmortalizada en la obra de Miguel de Cervantes, quien, por su profesión, las conoció perfectamente. "En la venta del Molinillo, que está puesta en los fines de los famosos campos de Alcudia, como vamos de Castilla a Andalucía" se encontraron Diego Cortado y Pedro del Rincón; también en este mismo camino, en Venta Tejada, residió Marinilla, otra fregona famosa por su belleza, al igual que la "Ilustre" Constanza.
       Con la llegada de los Ilustrados de Carlos III se emprendieron una serie de reformas. A instancias de Esquilache, en junio de 1761 se decretó un plan de caminos reales de carácter radial. Otro gran proyecto fue el de las Nuevas Poblaciones de Andalucía y Sierra Morena. Para promover los nuevos asentamientos en el norte de Jaén, se prohibió en 1773 que las postas fuesen por el Camino Real de la Plata, para usar el nuevo paso abierto en Despeñaperros (J. Sánchez, 2006). Aquí los "Ilustrados" se mostraron, más bien, "Iluminados", pues fue un craso error que aún seguimos padeciendo al partir de un absurdo geográfico, no sólo por incrementar la distancia a recorrer, sino también por las enormes obras de infraestructura que se han venido haciendo sin cesar en Despeñaperros, sin que por ello dejen de existir atascos y problemas en el tráfico.
       El Camino Real de la Plata dejó de ser la principal vía de comunicación entre la Meseta y la Bética. En el Itinerario español de Joseph Mathias Escribano de 1775 se cita al "Camino de herradura que llaman de la Plata", y que desde la Venta del Aguadú se encaminaba hacia Villanueva de Córdoba. En 1840 habían dejado su actividad las ventas del Fresno, del Puerto, los Locos, Orán y La Aljama (Ramírez y las Casas-Deza, 1840, 359).
       En el Mapa del Reino y Obispado de Córdoba de Tomás López, de 1797, (del que se muestra el cuadrante NE) aparecía este camino:

(I.G.N.)
     
       Las nuevas infraestructuras estatales de gran importancia han vuelto a demostrar la idoneidad de los Pedroches para las comunicaciones entre el centro y sur peninsular: el AVE Madrid-Sevilla tiene un trazado casi paralelo al Camino Real de la Plata por Adamuz y Conquista en el norte de Córdoba, y así mismo por los Pedroches discurren el gaseoducto Huelva-Madrid y el oleoducto Rota-Zaragoza.