En el dolmen de Las Agulillas

lunes, 13 de junio de 2016

El Caballón: cabeza de puente del megalitismo de los Pedroches.

     Un amigo me comentó que en el Caballón de la Cuenca, unos 25 km al sur de Villanueva de Córdoba, existe un dolmen. Al principio me extrañó, pues los dólmenes que conocemos se encuentran sobre todo en la ancha banda granodiorítica del batolito de los Pedroches, y el Caballón se encuentra más de una docena de kilómetros al sur del granito, en plena frontera entre los materiales sedimentarios del Carboníferos y otros anteriores.
     Era fácil de comprobar, sólo había que ir al lugar que me había dicho. Al llegar al sitio, se constata que unas cuantas decenas de metros al sur del vértice geodésico se alza una elevación que tiene toda la pinta de ser el túmulo que cubre a un megalito. En puridad, no se sabría si es eso, un túmulo con una estructura dolménica oculta o protegida por él, hasta que no se hiciera una intervención arqueológica. Pero Ángel Riesgo, a quien estas disquisiciones no le quitaban el sueño, encontró docenas de dólmenes, bajo algunas elevaciones del mismo tipo, entre 1921-1935 en la comarca de los Pedroches. No tenía secreto alguno, solo es que sabía interpretar el paisaje; y tenía bastante experiencia de campo. Ahora bien, bajo presupuestos científicos no hay verdades absolutas, siempre hay que dejar un margen para la duda, aunque en este caso creo que es bajo, y que la posibilidad de que sea una especie de tell de algún antiguo lugar de habitación, por ejemplo, y no haya un megalito oculto en esa elevación es escasa, menor del cinco por ciento.


     Podemos observar una pequeña elevación elevándose del suelo, alargada, con una longitud mayor en el eje este-oeste. La parte más elevada mide en ese eje unos nueve metros, mientras que la estructura se levanta unos dos del nivel del suelo. La parte superior se cierra al este con un afloramiento rocoso; pero observando detenidamente el sitio, no parece que ese afloramiento sea el responsable directo del pequeño otero. La pendiente de las paredes es también muy característica de los túmulos que conocemos, como el del Atalayón de Navalmaestre. Si ni la geología ni la tectónica parecen ser las causas de tal elevación, ni de la homogeneidad ni la simetría de los taludes, es porque se trata de una obra humana. No se aprecian tampoco estructuras o indicios de un lugar de hábitat (paredes, cimientos). Estoy seguro de que se trata del túmulo que cubre un megalito, sin necesidad de excavación, con la salvedad expuesta arriba.
     Presuponiendo que es eso, un megalito de la Prehistoria Reciente, el lugar elegido para levantarlo es sencillamente espectacular. Está casi inmediato a un vértice geodésico, que le da una magnífica visibilidad. Al norte


las dehesas de la Loma (del Carbonífero) enlazan con las de la Saliega (en el batolito granodiorítico), en la calma penillanura suavemente ondulada que define a los Pedroches. Las sierras al otro lado del Guadalmez, ya en la provincia de Ciudad Real, cierran el horizonte, mas antes se aprecia, más oscuro, el domo central elevado de los Pedroches, que supone la divisoria de aguas entre el Guadalquivir y el Guadiana. Considerando que el túmulo del Caballón se encuentra a unos 732 m de altitud, similar a la de Villanueva de Córdoba, este relieve demuestra de nuevo que la denominación "Valle de los Pedroches" es ilógica desde cualquier punto de vista.
     El túmulo se sitúa sobre un gran cabalgamiento que produce un produce un abrupto relieve que desciende hasta el río Cuzna, situado 3,5 km al sur.

(http://info.igme.es/cartografia/magna50.asp
En verde y amarillo, materiales del Carbonífero; en crema y anaranjado, del precámbrico. )

El desnivel es más que notable, pues el río está situado apenas a 200 m sobre el nivel del mar. En la fotografía de abajo, la vista desde el dolmen hacia el sur, se puede vislumbrar al Cuzna entre los profundos barrancos de la Sierra Morena cordobesa:


     De ser un megalito protegido por el túmulo, parece que cumplió bien su función, pues no hay indicios de haber sido abierto o, simplemente, destruido (muy probablemente en época prehistórica), como el dolmen de los Fresnillos (Villanueva de Córdoba):


    En la cima han crecido dos encinas, una coscoja y un lentisco. La roca del lugar, arcosa, una arenisca de cuarzo, evoca a la diorita y otras rocas duras del batolito con la que se fabricaron útiles en esta época, como hachas de piedra pulimentada o mazos mineros.


     Me resultaba extraño, como decía, encontrar un dolmen fuera de su "hábitat natural", el granito de los Pedroches, aunque ya conocemos algún ejemplo, como la galería dolménica del Rongil (Villanueva de Córdoba), situada sobre una intrusión granítica en los territorios sedimentarios del Carbonífero (la Pizarra, en la denominación local). El megalito del Rongil se encuentra 7,5 km al norte del túmulo del Caballón que estamos viendo.
     La noticia de que no lejos del Caballón, en el Cerro de la Calera (Obejo) ha aparecido un enterramiento en cueva aumentó mi interés. Ese cerro está próximo al río Guadalbarbo, al SE de Obejo. Se han encontrado en él restos de cinco personas, siete vasos cerámicos y un útil de hueso. Por la carena de las cerámicas se estima que pertenecen al inicio del Calcolítico, datándose en unos 5.200 años de antigüedad.



     El enterramiento en cueva del Cerro de la Calera está a menos de 12 km al SW del túmulo del Caballón. Y esta proximidad es de las cosas que hace pensar. En primer lugar, por la diferencia de la estructura ritual. El megalitismo, tan abundante en el batolito de los Pedroches, es muy poco conocido en la zona de Sierra Morena al sur de él (el túmulo del Caballón que traemos es una excepción); además, los enterramientos en cueva durante el Calcolítico son predominantes en el Levante mediterráneo, en la fracción oriental de la Meseta y en el Valle del Ebro. Así que la pregunta que me asalta es que si al emplearse modos distintos de enterrar a los muertos, al menos en cuanto al continente (cueva - megalito) indica que se trata de dos grupos, culturas o civilizaciones -si se permite la expresión- distintas.
     Desde los primeros momentos del Neolítico en el Próximo Oriente los vivos y los muertos compartieron el mismo espacio. En la cueva de la Carigüela (Piñar, Granada) "a partir del Neolítico medio abundan los hallazgos de restos humanos que nos hablan de una utilización de la cavidad como hábitat y como lugar de enterramiento, fenómeno que veremos repetirse en muchas otras cuevas de similar cronología" (Bernat Martí, 2002, 188). Sin embargo, "el concepto de necrópolis, ciudad de los muertos, independiente o más bien separada de los vivos" existía desde el Neolítico en Europa central "y en general con carácter individual. En el área mediterránea las necrópolis de sepulcros de fosa corresponden a un momento más avanzado, pero se trata igualmente de sepulturas generalmente individuales". El megalitismo corresponde a esta idea de una "ciudad de los muertos" separada de la de los vivos, pero conlleva un "concepto comunitario, familiar o de clan, que es muy antiguo en sus lugares de origen en Europa atlántica" (Ana Mª Muñoz, 2001, 292).
     A comienzos del siglo XX se consideró que el fenómeno megalítico procedía de Oriente, pero las dataciones absolutas revelaron que los más antiguos estaban en el norte de Portugal y Bretaña, es decir, en el extremo occidental europeo. Considerando ese lugar, y el tiempo, en el que los agricultores o su cultura se pusieron en contacto con las relativamente densas poblaciones del oeste de Europa, el historiador británico Brian Fagan (2007, 185-ss.) considera que "en el oeste, el énfasis cambió del grupo familiar y la aldea a los enterramientos como símbolo de comunidad, definida no por enterramientos individuales con elaborados ornamentos, sino por tumbas comunitarias. Las nuevas tradiciones provenían de una combinación de antiguas creencias de cazadores-recolectores y agricultores, que se reflejaban en la construcción de troncos o piedra de las cámaras mortuorias enterradas debajo de túmulos de tierra. Estos túmulos eran monumentos erigidos a los ancestros en medio de terrenos plenos de lugares simbólicos e imbuidos en un poderoso significado sobrenatural. En esta época, los pueblos incorporaban sus propios monumentos al terreno, en ocasiones utilizando afloramientos rocosos como parte de la cámara mortuoria. A veces, los túmulos se elevaban en tierras recientemente cultivadas, a menudo sobre colinas visibles, donde pueden haber servido como señales territoriales. Cualquiera que fuese su emplazamiento, eran parte integral de un cosmos en el que los mundos sobrenatural y el material convergían en el poder de los antepasados".
      Durante el Neolítico se produce el "proceso de transformación de las sociedades neolíticas, estrechamente ligado al concepto gentilicio de clan, más amplio que el de familia natural propio del núcleo familiar de tipo campesino. Me atrevería a decir que los 'clanes' megalíticos están más cerca de las organizaciones tribales paleomesolíticas que de las familias cerradas campesinas, fuertemente arraigadas en un mismo lugar de asentamiento y explotación... 
     Las primeras poblaciones neolíticas iniciadoras de la arquitectura megalítica se anticiparon a las que habían adoptado mucho antes que ellas las formas de vida neolíticas, cuya evolución interna, fuertemente enraizada en una vida casi exclusivamente casi campesina, debió de ser sumamente lenta y conservadora. Si esto fuera así, habría que pensar que el primer megalitismo va unido a una sociedad verdaderamente innovadora, no por la adopción de nuevas formas de subsistencia, cosa quizás básica, sino porque organizaron una sociedad poderosa, capaz de emprender obras monumentales y con un rico y complejo mundo ideológico cuyo verdadero significado se nos escapa...
     Se ha interpretado que las construcciones megalíticas no sólo tienen un significado funerario religioso, vinculado a un clan familiar, sino también un sentido de afirmación territorial. Lo mismo que el poblado es el núcleo que normalmente domina un territorio que le pertenece y del que vive, la necrópolis megalítica reafirmaría de forma patente la propiedad de un territorio más allá de la muerte. El hecho de que el megalitismo se manifestara en el Neolítico final, en tierras antes ocupadas por cazadores y pescadores mesolíticos (Bretaña, Dinamarca y sur de Escandinavia, Islas Británicas, occidente de la Península Ibérica) podría señalar una reivindicación de las poblaciones mesolíticas o sus descendientes sobre unas tierras que eran suyas y que podrían entrar dentro de las apetencias de colonos agrícolas foráneos. En algunos lugares la ocupación temprana por la agricultura no dio tiempo a su reivindicación por los cazadores que, aunque se resistieran, acabaron claudicando y cambiando de trabajo. Podría ser el caso de nuestros cazadores levantinos, donde no llegaron a construir megalitos " (Ana Mª Muñoz Amibilia, 2001, 292-293).
     Esto último entronca con una cuestión difícil de resolver: la expansión del megalitismo desde el extremo occidental europeo (al igual que la de la agricultura y ganadería desde el Levante peninsular), ¿fue cultural o démica? Es decir, ¿el megalitismo fue algo que se difundió entre distintos grupos humanos, o lo llevaron consigo gentes que viajaron a otros lugares?
     Pongamos el caso del Neolítico. Llega a la península plenamente formado, con todos sus atributos (cerámica, economía de producción, agricultura y ganadería...) plenamente formados. Parece difícil que fueran ideas simplemente que viajaron, y que más bien fueron personas del Mediterráneo oriental las que las trajeron consigo a la vieja piel de toro. En el análisis sobre el ADN mitocondrial que hizo Bryan Sykes en Las siete hijas de Eva se constata que el segundo haplogrupo más frecuente en Europa (el 12% de los europeos pertenece a este linaje), al que Sykes denominó Jasmine (Flor en persa), tiene su origen en Oriente Medio hace 8.500 años, y es el único haplogrupo que tiene su origen fuera de Europa. Los pertenecientes a este linaje son descendientes de los primeros agriculturores que expandieron la agricultura desde Oriente Medio.
     Así que entra dentro de lo posible que un grupo de agricultores orientales se asentara en la península. Allí habrían interactuado con los nativos, que acabaron aculturizandose y adoptando la economía, usos y ritos de los agricultores. Sería por esta razón por la que en el Levante, porción oriental de la Meseta y Valle del Ebro el megalitismo esté ausente, porque era algo inherente a otra cultura y otra gente.
     Si se confirmara que el túmulo del Caballón tiene en su interior un megalito, en el que se hubieran conservado restos humanos, sería una magnífica oportunidad para realizar su análisis, y compararlo con la gente inhumada en la cueva del Cerro de la Calera. El análisis del ADN mitocondrial podría desvelar los orígenes de ambos, su posible relación, o la inexistencia de ella. Pero no sería lo único.
     Por ejemplo, comparando los niveles de estroncio en huesos y dientes se podrían estudiar los patrones de inmigración. El estroncio llega al cuerpo humano a través de la cadena alimentaria. El esmalte dental se forma durante la gestación y niñez, por lo que la proporción entre los dos isótopos de estroncio, Sr 87 y Sr 88, permanece constante y sin cambios a lo largo de toda la vida. Sin embargo, la proporción de estos isótopos en los huesos se va modificando continuamente a través de la reabsorción y deposición. Así, la gente que se desplaza de una región geológica a otra se puede identificar a partir de las diferencias entre las proporciones de los isótopos de estroncio de su esmalte dental y de sus huesos.
     Quizá los inhumados en el túmulo del Caballón fueran una cabeza de puente de las gentes que habitaban el batolito y sus inmediaciones. Eso es algo que solo la ciencia podría revelar.